Más Logo

El castigo de Gaza

'Habrá que reconstruir la Franja que está, como siempre, en catástrofe humanitaria'

En imágenes...

 

Ramón Cotarelo

Profesor de la Facultad de Ciencias Políticas y Sociología


www.cotarelo.blogspot.com

 

El asalto militar israelí a la Franja de Gaza, perpetrado entre el 27 de diciembre de 2008 y el 20 de enero de 2009, tiene diversos antecedentes, como todo cuanto sucede en el Próximo Oriente desde la declaración unilateral de independencia del Estado Israelí en 1948.

 

 
Remontarse a tiempo tan lejano se saldría de los límites de este artículo. Los antecedentes próximos tienen en cualquier caso suficiente fuerza explicativa. Comienzan cuando, en las elecciones de enero de 2006, la organización islamista radical Hamás (que no reconoce la resolución de la ONU de 1947 estableciendo dos Estados en Palestina ni la legitimidad del Estado judío) obtuvo la mayoría absoluta de votos en la Franja de Gaza.
 
 
 
En esta Franja, con una extensión de 360 kilómetros cuadrados, se aglomera una población de más de millón y medio de personas, la inmensa mayoría refugiados o descendientes de refugiados de otros territorios palestinos ocupados por Israel a raíz de la guerra de 1967. Con excepción de la frontera de 11 kilómetros con Egipto, el resto de la franja está rodeado y controlado (incluso por mar) por el ejército israelí, que abre o cierra los pasos según las cambiantes órdenes que recibe de la autoridad política.
 
 
Todo ello hace que las condiciones de vida en la Franja sean lamentables, a menudo inhumanas, y que muchos la consideren el campo de concentración más poblado de la historia.
 
 
 
A partir de enero de 2006 la comunidad internacional se negó a reconocer el resultado de las elecciones (que, sin embargo, habían sido limpias según atestiguaron observadores internacionales), y suspendió las ayudas que hasta entonces se otorgaban a la Franja y que eran vitales para su supervivencia.
 
 
 
Comoquiera que la Unión Europea, los Estados Unidos y otros países habían incluido a Hamás en sus listas de organizaciones terroristas, se acudió a esta circunstancia para justificar el embargo de la comunidad internacional.
 
 
 
Todo ello hizo que la gravedad de la situación en el interior de la zona se acentuara, con peligro permanente de catástrofe humanitaria, hasta llegar a una guerra civil entre los moderados de Al-Fatah y los radicales de Hamás, la cual ganaron estos en toda regla. A partir de aquí los israelíes decretaron un bloqueo de la zona que vino a exasperar la situación y dio alas a los radicales de Hamás para continuar con su actividad de lanzar misiles caseros y de corto alcance sobre el sur de Israel, incluida la parte de Gaza ocupada por los israelíes.
 
 
 
Finalmente pudo establecerse un frágil alto el fuego entre las partes continuamente violado por los dos bandos, mediante lanzamiento de misiles de Hamas y “asesinatos selectivos” por parte de Israel.
 
 
 
Por último, la ruptura más clamorosa que da al traste definitivamente con el alto el fuego fue el asesinato de seis militantes de Hamás, perpetrado por Israel el cuatro de noviembre de 2008.
 
 
 
A partir de entonces arrecian los misiles desde Gaza, e Israel prepara una respuesta de represalia, que es la que se desencadena el 27 de diciembre.
 
 
 
El bombardeo de la Franja de Gaza con aviación y artillería, previo a la invasión por tierra, es un plan militar engarzado en dos consideraciones políticas simultáneas:
 
 
 
en primer lugar, las próximas elecciones legislativas israelíes a las que, además del líder ultraderechista Benjamín Netanyahu, se presentaban dos ministros del Gobierno israelí, doña Tzipi Livni, ministra de Asuntos Exteriores y miembra del partido Kadima, y don Ehud Barack, ministro de defensa y miembro del Partido Laborista.
 
 
 
Obviamente ambos candidatos estaban interesados en mostrar que eran capaces de responder con mano dura a las continuas provocaciones de Hamás.
 
 
 
En segundo lugar, el hecho de que entre el cuatro de noviembre de 2008 y el veinte de enero de 2009 se produjo el habitual vacío de poder en los Estados Unidos debido a la elección del nuevo presidente, que los estrategas israelíes suelen aprovechar cada cuatro años y que consideraron beneficioso en esta ocasión para una operación de castigo en Gaza que no encontraría mucha oposición en Washington. De hecho, aunque el presidente saliente, señor Bush, empezó afirmando el derecho de Israel a la defensa y poniendo como condición que se evitara la muerte de civiles, por fin, hasta la administración republicana, a la vista de las proporciones de la matanza, acabó presionando para conseguir un alto el fuego, cosa que no estaba en condiciones de imponer hasta el 20 de enero. Pero para entonces el mando militar israelí tenía ya pensada la retirada.
 
 
 
En todo caso, al margen de cualesquiera antecedentes, el hecho desnudo –y  que han puesto de relieve todos los analistas y comentaristas– ha sido el de la enorme desproporción entre el daño causado por los misiles de Hamás y la represalia israelí. Hasta el punto de que, sólo faltando groseramente a la verdad, puede calificarse de guerra a este ataque militar.
 
 
 
Para que haya guerra, aunque sea asimétrica, es precisa la existencia de cuando menos dos combatientes con alguna capacidad de respuesta. Téngase en cuenta que, cuando se desencadena la ofensiva con aviones, carros de combate y baterías de campaña, Gaza es una ciudad abierta, que carece de toda posibilidad de defensa.
 
 
 
No solamente no dispone de aviación ni tiene baterías antiaéreas sino que, al margen de los misiles más o menos caseros de Hamás, el pertrecho de las fuerzas gazadíes consistía en armamento ligero, fusiles automáticos y poco más.
 
 
 
No obstante, durante más de quince días la ciudad fue sometida a intensos bombardeos en los que resultaron alcanzados muchos edificios civiles, escuelas, hospitales y locales de las Naciones Unidas perfectamente identificados y localizados como tales, en los que se apiñaban los refugiados.
 
 
 
La desproporción en medios materiales se tradujo inevitablemente en términos humanos muy crueles. Frente a los menos de diez bajas militares israelíes, varias de ellas por fuego propio, los gazadíes sufrieron unos mil quinientos muertos (de ellos, más de trescientos niños), miles de heridos, miles de edificios destruidos y decenas de miles dañados.
 
 
 
La desproporción es tan enorme, que supera en mucho la ley del Talión. Aquí no se trata de ojo por ojo y diente por diente, sino de 150 muertos por cada muerto, lo que, teniendo en cuenta que la inmensa mayoría son civiles, permite hablar de crímenes de guerra. Sobre todo si se tiene en cuenta que, como demuestra Amnistía Internacional,  que tuvo  observadores sobre el terreno, está comprobado que los israelíes emplearon fósforo blanco (prohibido por la Convención de Ginebra para estos menesteres) en los bombardeos.
 
 
A partir del 20 de enero, como estaba previsto, coincidiendo con la toma de posesión del nuevo Presidente de los Estados Unidos, Israel, que había declarado una tregua unilateral, se retiró de Gaza, según declaró, por haber cumplido sus objetivos.
 
 
La situación queda ahora en inestabilidad: habrá que reconstruir la Franja que está, como siempre, en catástrofe humanitaria, pero antes habrá que movilizar a la diplomacia internacional para ver de consolidar el alto el fuego y levantar el bloqueo de Israel a Gaza.
 
 
 
 
 
 
( Las ideas expuestas en los artículos de opinión son responsabilidad de quien las firma)