Más Logo

El Cine: ¿Arte o Industria?

Tras el nacimiento del cine el 28 de diciembre de 1895, fecha en la que los hermanos Lumière proyectaron públicamente la salida de los obreros de una fábrica francesa en Lyon, se fue desarrollando este producto cultural como un arte industrial al servicio mercantil de sus realizadores primitivos.

En imágenes...

 

 

No obstante, tras los primeros experimentos cinematográficos, esa industria se transformó en lo que hoy denominamos el ‘séptimo arte’, en el que el ingeniar de guionistas, directores, productores, etc.  se perfilaba como un trabajo artístico de calidad, que desembocó en la edad de oro del cine, en los años 50.


A finales del siglo XX y principios del presente, la industria norteamericana, con Hollywood a la cabeza, destronó ese concepto artístico de la edad dorada. Ahora, el cine se vende, se mercantiliza y se ofrece al mejor postor, y queda en muchos casos vacío de todo contenido. Industrias alternativas, como las del cine francés, inglés y español, quizá vienen a ser una excepción en la regla de este mundo cultural globalizado.
 

 De esta manera, la industria cinematográfica de Hollywood tiene por objetivo construir una infraestructura dedicada por entero a la comercialización cultural, en la que invierte millones de dólares y recauda aún mucho más; pero no debemos olvidar que, en mayor o menor medida, no deja de ser una producción artística.
 

El profesor Caparrós, en una entrevista realizada por la agencia de comunicación Presston, en su momento matizó que no todo el cine o es arte o es industria. La respuesta a tal disyunción se obtiene por contraste: así como la cinematografía estadounidense se rige casi exclusivamente por criterios capitalistas, la española responde a impulsos sociales muy concretos.
 

Sería una hipótesis algo tendenciosa pensar que, en consecuencia, el cine es únicamente industria. Si tenemos en cuenta que todo el cine mundial tiene el mismo objetivo, esto es, el de financiar sus producciones y hacer negocio con ellas, estaríamos hablando tan sólo de una industrialización pura y dura; pero no, esto no es así. Casos como el del cine europeo, el cine indio o el cine japonés vienen a desmentir una afirmación tan rotunda.
 

Análogamente, la música, la literatura, la pintura…, son artes audiovisuales que se proponen una meta artística nacida de la mente de un genio, pero también persiguen la financiación de su producción y la recaudación de unos beneficios que aporten mayor o menor rentabilidad.

Habría que desmontar la idea generalizada de que lo alternativo, lo minimalista, lo incomprendido, lo minoritario son arte y lo restante, industria. También nacen talentos artísticos tocados por la varita mágica de la industrialización, o aquellos que se venden a ésta última, y no por ello su obra deja de ser una conceptualización artística.

Y por el contrario, muchos de esos ‘artistas’ –que están considerados como tales, o simplemente dicen ser incomprendidos, minoritarios, alternativos o minimalistas– no dejan de ser simples aspirantes que no cuentan con la inspiración artística suprema. Es decir, no por ser minoritaria es arte por sí misma una obra, y no por contar con el apoyo de los canales de comercialización más poderosos es una obra sólo industria.
 

Asimismo, la mayor o menor calidad de un producto cinematográfico no debe condicionar la distinción de si es arte o industria. Ésa es otra de las creencias vulgares que ha venido a asentarse en la opinión pública, mientras que muchos genios del séptimo arte han parido auténticas bazofias, las cuales no han conseguido empañar su esplendorosa carrera.


El director cinematográfico desea en todos los casos que su obra se conozca, pero el arte necesita de una industria y, sin la misma, el arte no cumple las expectativas de su creador. Principalmente, porque no tiene duración, ni efectos, ni satisface durante mucho tiempo el ego del artista, por no hablar de su ‘conciencia social’.

No es una idea tan desorbitada: Godard se pasó del cine a la televisión porque sus películas no se comercializaban. Si el creador de una película cuenta con algo de dignidad, intentará que su obra salga adelante enviándola a concursos o a productoras, participará en festivales, en resumen, intentará abrirse camino en la industria. Probablemente no sea tan sólo una cuestión económica, sino también psicológica.

 

Esto es, al artista, por norma general, a priori no le desagrada trabajar en la gestión cultural: lo que le molesta es que no se le dé publicidad, que no lleguen sus películas al espectador medio, que no se le aprecie y que su esfuerzo no sirva para algo.


En definitiva, el cine es una industria muy importante, que mueve mucho dinero y da trabajo a miles de personas, y también existe el cine que es arte. De hecho, es el movimiento artístico por excelencia del siglo XX. Pero no todo cine es arte, aunque sí todo el cine tiene una identidad cultural.

 

Todas las películas, malas, regulares o buenas, son una representación simbólica que nace de una interpretación particular del mundo. Así que se trata de hacer cine y, a la vez, de llenar salas. En el cine, sólo una de cada diez películas logra el éxito, a pesar de que sus autores siempre pretenden que su obra de arte llegue a la mayor audiencia posible. Por tanto, se hacen películas muy comerciales porque hay que entender el cine como una industria cultural que es un negocio.
 

En esta sociedad prima la imagen espectacular, fugaz y sin contextualización; el arte cinematográfico ha ganado enteros a favor de esa demanda y está en manos de la industria capitalista que le ha catapultado. Precisamente por ello, el cine actual no es más que un arte industrializado en esta era de la globalización, del consumismo más feroz y de la inmediatez en la que vivimos. Pero todavía no ha perdido ese halo exquisito que lo protege y lo enaltece como séptimo arte que es.


Óscar Óliver Yuste

Secretario Administrativo Departamento de Lengua Española y Lingüística General de la UNED