Et placet et video, sed quod videoque placetque
Non tamen invenio; tantus tenet error amantem(3).

Pero Bernardo es un Narciso sin narcisismo: no se enamora de su propia imagen, sino de las luminosas y profundas pupilas donde se refleja,  obsesivas como las de la Rima XIV de Bécquer:

Yo sé que hay fuegos fatuos que en la noche
Llevan el caminante a perecer:
Yo me siento arrastrado por tus ojos,
Pero adónde me arrastran, no lo sé.

A pesar de su virtud poética, no se repitió la metáfora que relacio­naba los ojos amados con la fuente en que Narciso halló su perdición. Fuente y espejo, sin embargo, se mantuvieron como términos corres­pondientes, pero desligados del aciago reflejar de los ojos brillantes.

Entre 1225 y 1237 Guillermo de Lorris resumió, en uno de los más celebrados pasajes del Roman de la Rose, la fábula ovidiana de Eco y Narciso(4); precede al relato una bella descripción de la fuente y el ver­gel que la rodea, amplificada luego para enumerar los maleficios con que el espejo (miroer) de la fuente daña a cuantos se ven en ella. Pero antes remata la narración con una moraleja destinada a las damas esquivas: debe servirles de advertencia el castigo impuesto a Narciso por su orgullosa crueldad respecto a Eco:

Dames, cest essample aprenés,

Qui vers vos amis mesprenés,

Car se vous les lessiés morir,

Diex le vous sara bien mérir.

("Aprended este ejemplo, damas que os mostráis desdeñosas con vues­tros enamorados, pues si los dejáis morir, Dios os lo hará pagar cumplidamente").

En adelante los poetas no olvidarán esta admonición, tan conve­niente para sus pretensiones. Un siglo más tarde, entre 1327 y 1348, "in vita di Madonna Laura", Petrarca le dedica  un soneto que gira en torno  al mítico Narciso. En el poema tiene papel importante el espejo, que  ya no está en los ojos de la dama ni en la fuente de Narciso, sino que es, simplemente, el objeto de tocador en que ella gusta de mirarse. Como la contemplación de la propia hermosura la enorgullece, enamo­rándola de sí misma y haciendo que arroje de su corazón el poeta, el espejo se convierte en enemigo de éste, que recuerda a la ingrata la suerte de Narciso:

IL mio adversario, in cui veder solete
Gli occhi vostri, ch'Amore e'l ciel onora,
Colle non sue bllezze v'inamora,
Più che in guisa mortal soävi e liete.
Per consiglio di lui, donna,  m'avete
Scacciato del mio dolce albergo fora.
Misero exilio! avegna ch'i 'non fóra
D'abitar degno ove voi sola siete.
Ma s'io v'era con saldi chiovi fisso,
Non devea specchio farvi, per mio danno,
A voi stessa piacendo, aspra e superba.
Certo, se vi rimembra di Narciso,
Questo e quel corso ad un termine vanno,
Benchè di si bel fior sia indegna l'erba(5).

("El rival mío, donde vuestros ojos/ soléis mirar, que Amor y el cielo alaban,/ os enamora  con beldad no propia,/ suave y alegre, que a lo humano  excede. /Arrojado me habéis, por su consejo,/ señora mía, de mi dulce albergue:/ ¡oh miserable exilio, aunque no sea/ digno yo de habitar do estáis vos sola!/ Mas clavado yo allí con fuertes clavos,/ no debiera el espejo, complaciéndoos,/ haceros, por mi mal, dura y soberbia. / Si de Narciso os acordáis, conducen/ su proceder y el vues­tro a igual desdicha,/ aunque no hay hierba digna de tal flor.")

En la poesía castellana la primera obra inspirada en el tema de Narciso es el "dezir de loores" que Fernán Pérez de Guzmán dedicó a "Leonor de los Paños"(6). Así llama Juan Alfonso de Baena a la que después había de casarse con Fernán Pérez, Doña Leonor Álvarez, ca­marera de otra doña  Leonor, la reina de Aragón. La camarera regia debía de ser muy joven entonces, mientras que su galanteador (si el poema data, como se cree, de hacia 1410) contaría ya unos treinta y tantos años. Distaba de ser el austero moralista que se revela en sus composiciones doctrinales de madurez y en la severa actitud censoria de sus Generaciones y semblanzas: aunque había anticipado sombrías consideraciones sobre la vida y la muerte, las alternaba con la sátira política o cortesana, y con la ufanía de algunas desenfadadas coplas de amores. Pero en el "dezir" a Leonor de los Paños todo es gracia  y delicadeza: