En este comienzo del siglo XXI la Unión Europea se enfrenta a retos importantes. El interminable proceso de salida de Gran Bretaña tras el referendum del 23 de junio de 2016 es uno de los más importantes y el más mediático. Pero existen muchos otros asuntos que ocupan, y preocupan, a los políticos y a la ciudadanía europea. Las sucesivas ampliaciones de la UE  han supuesto un importante avance en la integración europea; pero también ha sido una fuente de problemas. Los equilibrios políticos del pasado se han roto o debilitado por la aparición de nuevos actores; entre otros, movimientos populistas ambiguos o contrarios a la integración. La creciente disparidad en los niveles de renta de los países integrantes como consecuencia de esa misma ampliación también supuso una importante dificultad en la negociación de acuerdos internos. Ha habido que revisar y modernizar las estructuras de gobierno, la Política Agraria Común, los mecanismos de solidaridad regional, y la política comercial común, especialmente en lo que concierne a ciertos vecinos estratégicos como Rusia o Turquía. Por otro lado, Europa debe resolver el creciente problema de la emigración; problema que, al fin, también es una oportunidad. La lucha contra el cambio climático, el control y supresión de los paraisos fiscales dentro y fuera de Europa, la gestión de la ayuda internacional en países muy pobres y la lucha contra el terrorismo internacional, son otros frentes abiertos de la Unión Europea.

La reciente crisis económica, ya superada, pero de la que aún existe una penosa herencia en forma de desempleo (en España) y deuda pública (en muchos países) retrasó y complicó la toma de decisiones. Sobre la forma de resolver varios de esos problemas ni siquiera hoy existe un consenso entre los miembros de la UE. La falta de inicitiva política puede ser muy costosa. La experiencia de Grecia revela cómo la combinación de problemas irresueltos con una mala coyuntura internacional puede devenir en una catástrofe económica. No obstante, la misma crisis internacional demostró que todos los problemas pueden superarse e, incluso, que tras las peores crisis, las economías de las naciones pueden salir adelante fortalecidas. Ninguna de estas pequeñas o grandes tragedias ha sido realmente original. La Historia económica de la integración europea ya empieza a ser larga, y enseña que las turbulencias del presente no son demasiado diferentes de las del pasado. La forma en la que se afrontaron y fueron resueltas proporciona una guía para el futuro.

Las instituciones europeas tienen un origen que debe ser explicado para la cabal comprensión de su funcionamiento. Este a veces, resulta complejo y hasta contraintuitivo. Pero los cambios en las políticas comunitarias y en los acuerdos internacionales, incluidos los tratados fundacionales, obedecen a ciertas lógicas que no son casuales. El marco institucional ha sido determinante en el modo en el que se han resuelto las crisis. Las direcciones que ha tomado la integración europea se explican por la confrontación política y la necesidad de llegar a acuerdos que sean mutuamente beneficiosos.