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Concavenator corcovatus

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En 2003, el equipo del profesor Ortega decide volver sobre un muestreo anterior del yacimiento de Las Hoyas (Cuenca) marcado como lugar de posible interés paleontológico. Al abrir una cuadrícula de prospección se encuentran los restos de lo que parece un animal muy grande, algo sorprendente pues “Las Hoyas se caracteriza por preservar de forma muy buena los restos de animales pequeños. Cuando encontrábamos restos de ejemplares más grandes, generalmente estaban muy alterados, sin embargo, éste no parecía estarlo”, comenta el profesor. “No sabíamos lo que teníamos. Es como si le echas una manta encima a un animal. Ves que la manta está deformada, distingues más o menos una cabeza, una pata… así que extrajimos toda la superficie de roca que había y nos la llevamos al museo, pensando que podría estar completamente disuelto”.


Una vez allí se inician el proceso oficial para empezar a trabajar con el bloque de roca extraído. Se trata de una serie de trámites –solicitar el proyecto, encontrar un preparador, preparar la roca…- que se prolonga durante dos años aproximadamente. En cuanto los expertos se ponen a trabajar con un bloque que contenía la cintura escapular, parte de los brazos y vértebras se dan cuenta de que el ejemplar, al contrario de lo que esperaban, está muy bien conservado.

Sin embargo, no es hasta 2007 cuando empiezan a adivinar la importancia del hallazgo: “Ahí ya vemos que los restos están preservados de una forma magnífica: los huesos están completos, articulados… empezamos a pensar que éste era uno de nuestros objetivos prioritarios, pues hasta ese momento, para nosotros sólo había sido algo que parecía interesante”, explica Francisco Ortega.

A partir de ahí, todo empieza a rodar solo. Ya no hay problemas de financiación, de equipo, de espacio… el animal “empieza a venderse solo”, aunque los expertos continúan moviéndose en el campo de la especulación: “sabíamos que era un terópdo completo, pero empezamos pensando que era un espinosaurio, un animal que se sabía que existía pero que nadie había encontrado, por lo que estábamos encantados con la idea. En cuanto vimos el cráneo nos dimos cuenta de no era así, sino que se trataba de un carcarodontosaurio, pues estos animales tiene una estructura del cráneo muy característica: rugosidades colocadas sobre los nasales entre los ojos y el morro, un par de bultos detrás de los ojos que caen sobre las órbitas de una forma muy peculiar, proyecciones de las aberturas del cráneo que sólo tienen ellos…”

Más sorpresas

El ejemplar encontrado deparaba muchas más sorpresas a los científicos, tal y como relata el propio Ortega: “Con el cráneo ya supimos que se trataba de una forma que no se conoce en la Península Ibérica. Sólo hay un carcarodontosaurio conocido en Inglaterra hasta el momento, pero tampoco son iguales. Empiezan a aparecer cosas raras, como la proyección de la espalda. El animal tiene dos vértebras con dos espinas neurales que se proyectan 40 centímetros por encima de la línea normal. Conocemos algunos animales que proyectan todas las vértebras haciendo una especie de vela, pero ninguno que tuviese diez vértebras normales, dos altísimas, otras normales y otra pequeña elevación sobre la cola. Esta estructura es completamente nueva”.

“El animal”, continúa el profesor, “tiene un aspecto peculiar: brazos muy cortos y manos muy largas. En el brazo predomina la longitud de la mano, las patas muy robustas y los pies muy reducidos. Los dedos de los pies prácticamente no existen, por lo que estamos hablando de un animal que probablemente anduviera de puntillas, algo que es frecuente en corredores. Es decir, parece un animal robusto, corredor, con brazos pequeños, manos largas que puede manejar y uñas poderosas”.

Finalmente, “al estudiar los brazos vemos que el cúbito, que en reptiles se llama ulna, tiene una estructura que llama la atención: una cresta con una serie de bultos que habíamos visto previamente en las aves y que les sirve para la inserción de los ligamentos que retienen los folículos de las plumas de mayor tamaño”.

Con toda esta información, se puede reconstruir la historia. “Por un lado, damos forma a la idea de que unos millones de años antes de que sean unos animales bien conocidos en América del sur, los carcarodontosaurios están distribuidos por todo el mundo, probablemente con un origen en los continentes del norte. Por otro, sabemos que es un carcarodontosaurio único por su estructura “marciana” en la espalda y por presentar una estructura antecesora de las plumas -o plumas en sí mismas- que coloca su aparición en un linaje mucho antes de lo que pensábamos”.

Y ahí radica la verdadera importancia del hallazgo de esta nueva especie, a la que finalmente llaman Concavenator corcovatus, “el cazador jorobado de Cuenca".