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LAUDATIO Hans Küng: trayectoria y obra

Doctor Honoris Causa por la UNED 2011

Manuel Fraijó Nieto. Catedrático de Filosofía de la religión de la  UNED


Señor Rector, Señor Ministro, Autoridades Académicas,
Profesor Hans Küng, Claustro de Profesores,
Estudiantes, Señoras y Señores.

En una pagina memorable de sus Confesiones escribe San Agustín:"No se van los tiempos en balde, ni pasan ociosamente por nuestros sentidos, antes bien, producen en nuestras almas efectos admirables. Venía y pasaba el tiempo un día tras otro, y viniendo y pasando los días, iba yo adquiriendo nuevas esperanzas y diferentes recuerdos" (Confesiones, libro IV, cap. 8).


Hace ya muchos años, tuve el privilegio de acompañar al profesor Hans Küng en algunas de sus esperanzas y recuerdos. Nuestro primer encuentro, preludio de muchos otros, se produjo, al comienzo de los años 70, en Tubinga, una ciudad que, según H. Küng, es "el mejor lugar del mundo para estudiar teología". Las gentes de aquella ciudad proclaman con orgullo que "Tubinga no tiene una universidad, es una universidad". Allí, en el Stift protestante, quedó para siempre el recuerdo de tres amigos y compañeros que marcarían de forma duradera el pensamiento filosófico-teológico del futuro. Me refiero, claro está, a Hegel, Schelling y Hblderlin. Juntos plantaron el "árbol de la libertad" en el patio del Stift. Era la gran efeméride de la Revolución francesa, cuna de tantas ilusiones y comienzo de nuevas formas de vida, presididas ante todo por el concepto de libertad. No en vano el primer volumen de las Memorias de H. Küng se titula Libertad conquistada. Tubinga genera pasión por la libertad. En su cementerio reposan los restos de otro grande de la libertad, E. Bloch. El epitafio en la tumba de este filósofo de la religión nos recuerda la frase que más veces repitió durante su vida: Denken heisst überschreiten (pensar es trascender). Las calles de Tubinga están empedradas de filosofía y teología. Cualquiera de sus esquinas es un monumento al recuerdo y a la meditación.

Desearía resaltar, antes de adentrarme en las esperanzas de H. Küng, que diferentes países y universidades han otorgado ya 14 doctorados honoris causa ( en teología, en derecho, en ciencias humanas, en filosofía) a nuestro ilustre huésped. Son numerosas las instituciones que le han concedido toda clase de premios y honores. España ha permanecido, hasta hoy, al margen de esta cadena de reconocimientos a este gran pensador y escritor, nombrado por el Papa Juan XXIII teólogo oficial -perito- del Concilio Vaticano 11. Este es el motivo de que la Facultad de Filosofía de la UNED, a propuesta del Departamento de Filosofía y Filosofía Moral y Política, decidiese, en su Junta de Facultad del día 30 de junio de 2009, solicitar la concesión del doctorado honoris causa para el hoy catedrático emérito de la Universidad de Tubinga. Y es que, además de ser uno de los más destacados teólogos actuales, Küng ha prestado notables servicios a la filosofía, especialmente a la filosofía de la religión. Es más: pertenece a una tradición, la alemana, que no separa la teología de la filosofía. Los grandes teólogos alemanes lo son porque crearon apasionantes teologías filosóficas. Es posible incluso que el paso del tiempo sólo respete aquellos proyectos teológicos hondamente enraizados en una rigurosa y exigente reflexión filosófica. También parece justo señalar que las filosofías que se dejaron interpelar por los grandes proyectos teológicos tampoco registraron pérdidas. Pienso en el caso paradigmático de E. Bloch, pero por suerte la nómina es muy abultada.

Quisiera, en este acto solemne, recorrer algunos momentos clave del caminar esperanzado de H. Küng.

a) Temprana inquietud ecuménica

Todo comenzó en 1957 con una fascinante tesis doctoral que, en pocos años, fue traducida a los principales idiomas europeos. Llevaba por título La justificación. Doctrina de Karl Barth y una interpretación católica. Su autor se atrevió con un tema que, desde los inicios de la Reforma, había dividido a católicos y protestantes. Con coraje y juventud, H. Küng tendió puentes de diálogo y comprensión. Tomando como exponente del pensamiento protestante al gran teólogo K. Barth, Küng mostró que incluso en un asunto tan "maldito"  -la justificación- era posible el entendimiento entre las dos grandes confesiones cristianas. Se trató de una obra ecuménica por excelencia. Un ecumenismo que ya nunca ha abandonado su quehacer filosófico-teológico. Durante muchas décadas fue director del Instituto de Estudios Ecuménicos de la Facultad de Teología Católica de la Universidad de Tubinga. Desde ese espíritu ecuménico, abierto y universal, se ha aproximado a los grandes temas filosófico-teológicos que preocupan a los hombres y mujeres de nuestro tiempo.
La publicación de La justificación está encabezada por una carta de K. Barth, de la que deseo destacar este párrafo: "No quiero, por lo demás ocultarle que, considerando toda su conducta, le tengo a usted por un israelita in quo dolus non est -en quien no hay engaño- (Jn 1, 47)". La carta termina, con cierta emoción, deseando al joven autor de tan brillante tesis doctoral que venga sobre él el Espíritu: veni creator Spiritus. Cincuenta años más tarde, uno tiene la impresión de que, efectivamente, el Espíritu ha venido y ha iluminado la vida y obra de H. Küng. Nada tiene de extraño que en el entierro de K. Barth, H. Küng fuese invitado a pronunciar una de las oraciones fúnebres ante Sl:J tumba. En tan solemne ocasión, además de destacar el luto universal, protestante y católico, por la muerte de su ilustre compatriota -tanto Barth como Küng son suizos y no alemanes, como se suele pensar, aunque a Küng alguien lo ha llamado "alemán de nacionalidad suiza"-, Küng dedicó a Barth dos grandes elogios:


1. que era doctor utriusque theologie, doctor en ambas teologías, de la protestante y de la católica;
2. que se había convertido en un testigo de la fe común, de la evangélica y de la católica.


Son elogios que muchos creyentes de ambas confesiones no dudan hoy en aplicar al gran teólogo que nos visita. El maestro y el discípulo, Barth y Küng, han recorrido senderos muy similares.
Entre paréntesis: Küng es un hombre generoso que siempre elogió y sintió admiración por los grandes maestros. Peregrinó, por ejemplo, a la tumba de Teilhard de Chardin, a 160 kilómetros de Nueva York. Le costó trabajo encontrar el sepulcro del gran paleontólogo y teólogo, a cuyo entierro, el domingo de resurrección de 1955, sólo había asistido una persona. Nada resaltaba la última morada de Teilhard. Küng constata lapidariamente: Oamnatio memoriae (borrar el recuerdo). Con razón aquel buen jesuita que fue Teilhard dejó escrito: "Toda nueva verdad nace como herejía, tanto más cuanto más nueva sea". Su propia biografía corrobora la verdad de esta afirmación.
A la inquietud ecuménica de Küng pertenece también el libro El concilio y la unión de los cristianos (1960). Esta temprana publicación -unida a la ya citada, La Justificación- motivó que Elmer O'Brien lo llamase "el mayor talento teológico de nuestra década". El libro, traducido enseguida a numerosos idiomas, dio la vuelta al mundo y se convirtió en una especie de "profecía" del Concilio Vaticano 11. iSU autor tenía 32 años! Sin duda, esta publicación jugó un papel importante en el nombramiento de Küng como "perito" del Concilio. Las aportaciones de Küng, Ratzinger y otros destacados teólogos del momento tuvieron mucho que ver con el éxito de aquel Concilio, al que nuestro querido maestro José Luis López Aranguren llamó "el mayor acontecimiento del siglo XX".

b) Pensar la Iglesia

Pero lo ecurneruco conduce directamente a lo eclesial. Son las Iglesias las que deben abrirse al diálogo ecuménico e interreligioso. La preocupación eclesial fue, si nos atenemos a una secuencia cronológica, el segundo gran frente al que consagró sus energías nuestro joven teólogo. Seguimos en la década de los sesenta. En la actual anemia eclesial resulta difícil imaginar el entusiasmo y la esperanza que suscitaron libros como Estructuras de la Iglesia (1962) y La Iglesia (1967). Küng dibujaba el perfil de una Iglesia humilde, fiel al mensaje de Jesús, atenta a las necesidades del mundo y siempre dispuesta a renovarse. Una Iglesia profética y abierta a los signos de los tiempos. Una Iglesia valiente que contempla, en actitud de conversión, los abultados errores de su pasado. Este fue el sentido de las controvertidas obras ¿Infalible? Una pregunta (1970) y Falible. Un balance (1973). Estos libros contienen una propuesta muy evangélica que continúa manteniendo toda su vigencia: lo nuestro no es la ausencia de error (infalibilidad), sino la permanencia en la verdad (indefectibilidad) a pesar de nuestros errores y pecados históricos. Küng vio en la infalibilidad un factor de inmovilismo y de innecesaria servidumbre a las decisiones magisteriales de un pasado muy lejano. De ahí que propusiera volver a estudiar tan controvertido tema.
Küng es fiel a la Iglesia. Ni en los peores momentos pensó en abandonarla. El suyo es un servicio crítico, vigilante, incómodo y arriesgado, pero necesario, imprescindible incluso. El Papa Pablo VI le hizo, en 1965, poco antes de finalizar el concilio Vaticano 11, una "oferta de trabajo" que hubiera podido cambiar su biografía. Lo cuenta, con envidiable maestría literaria, el mismo Küng en el primer volumen de sus Memorias, Libertad conquistada (p. 553 ss.).
En el transcurso de una entrevista privada, Pablo VI le dice: "Cuánto bien podría hacer usted ( ... ) si pusiera sus grandes dotes al servicio de la Iglesia". Küng le responde: "¿Al servicio de la Iglesia? ( ... ) Santidad yo ya estoy al servicio de la Iglesia". Pero el Papa se refería a la Iglesia específicamente romana y añadió: "Debe confiar en mí". Respuesta de Küng: "Yo tengo confianza en Su Santidad, pero no en cuantos están en su entorno". El Papa Montini le sugiere que no sería necesario que estuviese de acuerdo con todo lo que sucede en la curia romana. Bastaría con adaptarse un poco, con practicar una cierta conformidad ...
Küng sospecha que una oferta parecida debió de recibir, por aquellas mismas fechas, el otro gran teólogo joven del momento, su compañero Joseph Ratzinger, con resultados de sobra conocidos. No tendría sentido, en este momento, echar a pelear biografías. Nuestro relato se limita a evocar la trayectoria religiosa, intelectual, académica de nuestro nuevo doctor honoris causa.

Continuemos.

e) El acceso a Jesús de Nazaret

Pero la Iglesia no se sustenta en sí misma. El entusiasmo eclesiológico que levantó el Vaticano 11 tenía, necesariamente, una cita con la cristología. Küng fue de los primeros que se dieron cuenta de ello. Su preocupación eclesial cedió el testigo a la preocupación cristológica. Estamos en lo que podríamos llamar su "década prodigiosa". En 1 974 vio la luz uno de sus libros más geniales: Ser Cristiano. Era -sigue siendo- una obra repleta de información histórica y pasión creyente. Jesús, su historia y su mensaje se acercaron a los hombres y mujeres del siglo XX. Nuestro pasado cristológico, con sus grandes concilios y decisiones magisteriales, mantenía toda su vigencia. Se afirmaba lo de siempre, pero se expresaba de forma diferente. Küng no partía de fórmulas abstractas. Su punto de partida era el gran protagonista de la aventura cristiana: Jesús de Nazaret. Desde él se puede mirar hacia atrás y hacia adelante, hacia Calcedonia y hacia el siglo XXI. El entusiasmo fue generalizado. Sólo disintió una voz: la del magisterio. Los guardianes de la fe parecieron pensar, sin duda con buena fe, que lo genuinamente cristiano sólo es reconocible en fotografías muy antiguas. Desconfiaron del color, de la innovación, de la chispa, de la originalidad, de la libertad que reflejaba esta obra.

Küng no engaña al lector. Le advierte, desde las más radicales exigencias exegéticas, que nuestros conocimientos sobre Jesús son muy limitados; pero, al mismo tiempo, asegura que son suficientes para servir de soporte a una fe razonable y crítica. Es posible ser cristiano y hombre o mujer del siglo XXI. Fue, probablemente el libro de teología más leído del siglo XX.

d) Dios, en clave filosófico-teológica

El logro cristológico de Küng fue de enorme alcance. Pero el teólogo sabe que tiene siempre una cita con lo último de lo último. San Pablo dice que Cristo es de Dios (1 Co 3,22). Dios es, en efecto, el asunto final de la teología, su noche y su día, su prueba máxima. Küng se abrió a este reto en su libro ¿Existe Dios? (1978). Fue, siguiendo con nuestra enumeración de preocupacio- nes, su preocupación teológica. Alguien escribió por aquellos días que la investigación histórico-filosófica que subyace a esta publicación podrfa ser la obra de toda una vida. En efecto: estamos ante un libro poderoso que recorre el currículum de Dios desde que se desencadenaron las turbulencias de la Modernidad. A sus páginas se asoman todas las sacudidas experimentadas por Dios desde que Descartes, el primer filósofo moderno, dio vía libre a la duda. Es un recorrido apasionante, para el que no se exige el carné de filósofo. De nuevo se ponen al alcance del lector cuestiones arduas y especializadas.
Ante la mirada de un lector atónito se recrea, a lo largo de mil páginas, la vida y pensamiento de Descartes, Pascal, Spinoza, Kant, el idealismo alemán, Feuerbach, Marx, Nietzsche, Freud, Wittgenstein, la Escuela de Frankfurt, Heidegger y un largo etcétera. Hombre profundamente creyente, Küng desea compartir su fe y confianza en Dios con sus contemporáneos y, a ser posible, con los que vendrán más tarde. Claro preludio de esta obra fue el volumen La encarnación de Dios.

Introducción al pensamiento teológico de Hegel como prolegómenos para una cristología futura (1970). Sin duda, este análisis del pensamiento hegeliano facilitó a Küng la aventura filosófica de ¿Existe Dios? Respuesta al problema de Dios en nuestro tiempo. La respuesta de Küng a esta pregunta es decididamente afirmativa. Sin Dios, el ser humano quedaría sin suelo firme bajo los pies. Su confianza radical se vería esencialmente truncada. En el horizonte aparecería el sinsentido. Sinsentido al que hace frente la promesa cristiana -y de otras religiones- de la resurrección. Küng se atrevió también con este tema en su obra ¿Vida eterna? (1982). En realidad, casi estaba "obligado" a ello. Dos de sus grandes maestros, Barth y Bultmann, otorgaron toda la dignidad imaginable a la expresión "resurrección de los muertos" al considerarla equivalente al término "Dios". Tan arduo es hablar de lo uno como creer en el otro. La filosofía prefirió siempre hablar de la inmortalidad del alma. Y lo hizo varios siglos antes de que Israel comenzase a pensar en la resurrección. Como es sabido, fue mérito de Platón ofrecer la estructuración más lograda de las pruebas de la inmortalidad del alma. Pero, ya antes que él, Heráclito nos legó algún oscuro fragmento sobre el tema: "A los hombres, tras la muerte, les aguardan cosas que ni esperan ni imaginan".
El libro de Küng sobre la vida eterna pide ayuda a la filosofía, a la historia de las religiones, a la medicina, a la exégesis histórico-crítica y, por supuesto, a la teología. Y será difícil que su lectura deje indiferente. Pero no hay escatología -el gran tema de ¿ Vida eterna?- sin protología. El final, la escatología, conduce al origen, a la creación, a la protología. Es el tema que aborda Küng en su obra El principio de todas las cosas. Ciencia y Religión (2005), el libro sobre el que dialogó con Benedicto XVI en la extensa entrevista que éste le concedió poco después de ser elegido Papa. Entre paréntesis: quién sabe el tiempo que tendrá que transcurrir hasta que vuelvan a sentarse frente a frente un Papa de tan gran saber teológico y otro teólogo del relieve mundial de H. Küng. Los dos amigos y compañeros de antaño están prestando, desde responsabilidades diferentes, notables servicios al cristianismo y a la Iglesia. En esta obra el lector queda sorprendido, casi "abrumado", por el cúmulo de conocimientos científicos que despliega el autor. Küng dialoga con los grandes científicos y teóricos de la ciencia que se adentraron en esta temática. Las dos últimas páginas son una especie de conciso credo personal que el lector leerá con cierta emoción y gratitud. Constituyen un rotundo "no" a la "nada", una apuesta por "la otra vida" que, incluso si al final se pierde, habrá ayudado a vivir ésta con más ilusión y esperanza.

e) Diálogo interreligioso

Desde que, incomprensiblemente, un 15 de diciembre de 1979 el Papa Juan Pablo 11 "premió" esta hoja de servicios a la Iglesia retirando a este teólogo crítico la venia docendi y declarándole teólogo no católico, Küng se dispuso a roturar terrenos por los que no suele transitar el teólogo. Nacieron así los grandes estudios sobre las religiones, que acentúan su preocupación por el diálogo interreligioso. Me refiero a la magnífica trilogía, El judaísmo. Pasado, presente, futuro (1991); El cristianismo. Esencia e historia (1994); El Islam. Historia, presente, futuro (2004). Previamente, en 1984, había visto la luz el volumen, El cristianismo y las grandes religiones, en el que se sienta al cristianismo a dialogar con el islam, el hinduismo y el budismo. Y también la gran tradición religiosa china fue abordada en la obra, Christentum und chinesische Religion (1988) publicada en colaboración con la ya fallecida profesora Julia Ching.
Küng está profundamente convencido de la necesaria misión humanizadora de las religiones. Sin su colaboración no será posible la paz ni la convivencia entre los pueblos. Hace ya tiempo que formuló con precisión:

"No habrá paz entre las naciones
sin paz entre las religiones.
No habrá paz entre las religiones
sin diálogo entre las religiones
No habrá diálogo entre las religiones
si no se investigan los fundamentos
de las religiones".

No hay que olvidar que la secularización es un fenómeno casi exclusivamente occidental; en el resto del mundo, las religiones siguen configurando la realidad. Es, pues, necesario contar con ellas. Küng las invita a que, olvidando mutuos agravios, se centren en las grandes urgencias de nuestro tiempo: alentar la paz, el diálogo, la solidaridad, la tolerancia y la igualdad entre los seres humanos. Todas las religiones son verdaderas, ya que todas son caminos de salvación para sus fieles. Ello excluye que alguna de ellas posea carácter absoluto. La verdad se puede compartir, el carácter absoluto no. De ahí que ninguna religión posea toda la verdad. La verdad plena, como indicó Lessing, sólo la tiene Dios. Pablo mismo afirmaba que sólo la contemplamos como en un espejo.
Todas las religiones son verdaderas, pero no todas son igualmente verdaderas. Küng sugiere una criteriología que permita discernir el grado de verdad de las diferentes religiones. Existe un criterio interno de verdad, vinculado a la fidelidad a la figura del fundador, a los documentos canónicos y a las tradiciones históricas. A mayor fidelidad, mayor grado de verdad.
Pero también hay que tener en cuenta el criterio ético: una religión será tanto más verdadera cuanto mayores logros éticos presente, por ejemplo, en el campo de los derechos humanos. Las religiones están obligadas a explicar cómo contribuyen a la humanización del mundo en el que vivimos. Tendrán que definirse en el campo de la justicia social, de la emancipación de la mujer, de la educación para la paz, del compromiso a favor de los más pobres, débiles y oprimidos. Tendrán que explicar sus neutralidades sospechosas, su relación con el poder, sus fanatismos incontrolados. Küng conoce las religiones muy de cerca. Viajero impenitente, al estilo de Rudolf Otto, ha convivido y dialogado con creyentes y representantes de las más variadas confesiones religiosas. Una inmediatez que se percibe en sus libros.

f)A vueltas con la ética

Desembocamos así en la preocupación ética. H. Küng es fundador y presidente de la Fundación Ética Mundial con sede en Tubinga y Zurich, pero con representación en numerosos países. Representantes de la educación, la cultura, la religión y la política acuden a esta Fundación en demanda de orientación en valores y compromiso educativo. Así lo vienen haciendo los últimos Secretarios Generales de Naciones Unidas y numerosos mandatarios políticos de todo el mundo.
El sustrato teórico de esta Fundación se encuentra en obras como:


- Proyecto de una ética mundial (1990)
- Hacia una ética mundial. Declaración del Parlamento de las religiones
del mundo (1993) (en colaboración con Karl-Josef Kuschel)
- Una ética mundial para la economía y la política (1997)
- ¿Por qué una ética mundial? Religión y ética en tiempos de globaliza-
ción. Conversaciones con Jürgen Hoeren (1997)
- La ética mundial entendida desde el cristianismo (2008)
- Morir con dignidad. Un alegato a favor de la responsabilidad (con
Walter Jens) (2010)

Küng está convencido de que, sin un consenso ético básico sobre determinados valores, normas y actitudes, resulta imposible una convivencia humana digna, tanto en pequeñas como en grandes sociedades. Un consenso que sólo es alcanzable mediante el diálogo y el mutuo reconocimiento y aprecio. La ética mundial debe partir de un principio tan básico como antiguo: "Todo ser humano debe recibir un trato humano".
Las grandes tradiciones éticas y religiosas apelaron, durante milenios, a la conocida regla de oro: "No hagas a los demás lo que no quieras para ti" o, expresado positivamente, "Haz a los demás lo que quieras que te hagan a ti".
Por ahí empieza toda ética. De ahí dimanan los cuatro principios fundamentales, presentes en la mayoría de las grandes religiones: no matarás, no robarás, no mentirás, no te prostituirás ni prostituirás a otro. En muchos lugares, los proyectos éticos nacerán muertos si no cuentan con la anuencia de las religiones.
El cristianismo, por ejemplo, ha configurado, casi en solitario, y durante siglos, los valores morales de occidente. El resultado no parece, por cierto, muy halagador. Pero tampoco sabemos dónde estaríamos si nos hubiesen guiado otras instancias.
Otras religiones jugaron, en sus diferentes culturas, un papel parecido al del cristianismo. También ellas ejercieron y continúan ejerciendo una especie de monopolio en la determinación de los valores. Y tampoco a ellas se les escatiman reproches. Un ejemplo: con frecuencia se hace responsable de la pobreza en la India a la pasividad de sus religiones místicas, el hinduismo y el budismo.
Küng tiene razón: "Sin duda, durante milenios de historia, las religiones fueron los sistemas de orientación que servían de base a una determinada moral, la legitimaban, motivaban y hasta sancionaban con penas" (Proyecto para una ética mundial, p. 55). Ha sido, claramente, el caso del cristianismo en nuestro ámbito cultural. P. Tillich pensaba que, si hoy observamos que muchos hombres vuelven su mirada hacia una "ética profana" es porque el cristianismo ha predicado un "moralismo inmisericorde". No es, sin duda, el único motivo, pero es innegable que ha influido.
Küng aspira a que religión y ética trabajen en buena armonía en pos de un mundo más humano, libre y fraterno.

g) Apunte final

Dejó escrito Hegel que los grandes hombres no son sólo los grandes inventores, "sino aquellos que cobraron conciencia de lo que era necesario" en la encrucijada histórica que les tocó vivir. A tales hombres pertenece, pienso, H. Küng. A él no se le podría aplicar la frase que su amigo, el antiguo canciller H. Schmidt, cansado de que le reprocharan su Realpolitik y su falta de espíritu utópico (gobernó Alemania después del carismático Willy Brandt) espetó, medio en broma, medio en serio, a un grupo de periodistas: "El que tenga visiones que vaya al médico". H. Küng es un pensador de grandes visiones.
Hemos repasado algunas de ellas: su temprano sueño ecuménico; su compromiso en favor de la reforma de la iglesia católica -ecclesia semper reformanda- ; su estudio y pasión por la figura de Jesús de Nazaret; su excepcional contribución filosófico-teológica a nuevos planteamientos de la pregunta por Dios en nuestro tiempo; su original aportación al estudio de las religiones y al diálogo interreligioso; su denodado esfuerzo, en las últimas décadas, por sentar las bases de una ética mundial que asegure un futuro digno a las generaciones que nos sigan.
No es, desde luego, todo lo que se podría decir sobre él. No hemos evocado sus reflexiones sobre la esperanza en libros como Mantener la esperanza (1990); ni hemos podido comentar su Credo. El símbolo de los apóstoles explicado al hombre de nuestro tiempo (1992); ni nos ha sido posible expresar nuestra admiración ante libros como Grandes pensadores cristianos (1995), o Música y religión. Mozart, Wagner, Bruckner (2006). No puede extrañar que haya dedicado un libro a profundizar en la relación entre música y religión, especialmente en la figura de Wolfgang Amadeus Mozart. También su admirado compatriota, K. Barth, invoca, en su Kirch/iche Dogmatik, el espíritu de Mozart al comienzo del capítulo decisivo sobre el caos y lo negativo. Y es que, para K. Barth, la música de Mozart pertenece a la teología y, en el fondo, es una gran teodicea. En su música, Mozart nos hace "escuchar" lo que veremos al fin de nuestros días: el mundo en armonía, la armonía de la creación, a la cual pertenece también la oscuridad, pero una oscuridad que no es tinieblas; tristeza que no es desesperación; la vida que conoce la muerte, pero que no desespera ante ella.
Es el mundo luminoso con el que se cierra La ciudad de Dios, de San Agustín. "Allí descansaremos y veremos. Veremos y amaremos. Amaremos y adoraremos. Mirad lo que habrá en el final y no acabará. Pues ¿qué otra cosa es nuestro fin, sino entrar en ese reino que no tiene fin?" Son ideas -y una actitud espiritual- presentes en toda la obra de Küng, pero especialmente en su librito-meditación Gott und das Leid (1997). La más reciente expresión de esta actitud espiritual se encuentra en su libro Lo que yo creo (2011).
Tampoco nos ha sido posible detenernos en los dos volúmenes de sus Memorias publicados hasta ahora: Libertad conquistada (2002) y Verdad controvertida (2007).
Finalmente: con su amigo Walter Jens publicó obras como Anwa/te der Humenltét: Thomas Mann, Hermann Hesse, Heinrich Bol! (1989) y Dichtung und Re/igion: Pasca/, Gryphius, Lessing, Hotdertn, Novalis, Kierkegaard, Dostojewski, Kafka (1985).
Méritos a los que habría que añadir que Küng ha acertado con el len- guaje. Este suizo políglota sabe hablar y escribir. Se le entiende "todo", incluso cuando escribe sobre Hegel. Sus libros no van destinados a ninguna reducida cofradía de iniciados. Su autor piensa siempre en el gran público, en los hombres y mujeres de nuestro tiempo que, sin haberse matriculado en ninguna Facultad de teología o filosofía, aspiran a pensar, a creer y comprender. Por algo Küng ha sido el teólogo más leído de nuestro tiempo. Ha penetrado incluso en ambientes abiertamente hostiles al cristianismo y al tema religioso en general. Es hombre de claridades y precisión. Consciente de la vocación universal del cristianismo cuida su expresión hablada y escrita para que, además de llegar a sus iguales, a sus colegas, alcance también a la "gente", al no iniciado técnicamente en la materia.
Busca la plaza pública, el ágora, el foro. Hombre de diálogo, le gusta confrontar los argumentos y las buenas razones. Está, además, convencido de que el cristianismo resiste la más exigente confrontación intelectual. Suscribiría sin vacilar la frase de Merleau-Ponty: "en el cara a cara con el cristianismo es donde la filosofía verifica mejor su esencia".

Son, creemos, méritos más que suficientes para que nuestra Universidad se sienta honrada y agradecida por poderle añadir, desde hoy, a nuestro claustro de profesores. Gracias a todos los que lo han hecho posible.
 

 

 

 

Manuel Fraijó Nieto
Catedrático de Filosofía de la religión. UNED

Madrid, enero 2011