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DISCURSO DE JORDI SOLÉ TURA

Doctor Honoris Causa por la UNED 1991

Majestades,
Excelentísimo Ministro de Educación y Ciencia,
Excelentísimo y Magnífico Señor Rector,
Autoridades,
Señoras y Señores.
Quiero empezar expresando mi más sincero agradecimiento a la Universidad Nacional de Educación a Distancia, por haberme concedido este prestigioso Doctorado «Honoris Causa».


Al igual que otros compañeros de Ponencia que me han precedido en el uso de la palabra, entiendo que no es un homenaje a mi persona, ni siquiera al grupo de los siete ponentes constitucionales, sino un homenaje que a través mío, a través de todos nosotros, se rinde a todos los ciudadanos de este país por el éxito obtenido en el cumplimiento de una tarea hermosa y fecunda.
Hace catorce años emprendimos un arriesgado y a la vez esperanzado tránsito a la democracia, y lo hicimos sabiendo que la condición indispensable para superar los pesados límites de un régimen político autoritario era saber identificar y saber enfrentamos, de verdad, con los problemas de fondo que habían provocado las grandes conmociones de nuestro pasado lejano y reciente.
Cuando a menudo me preguntan cuáles fueron nuestros principales puntos de referencia en el momento de enfrentamos con la gran tarea de redactar el Anteproyecto de Constitución de nuestra democracia, siempre respondo que lo más importante fue la conciencia clara de lo que ha sido nuestra historia, el conocimiento exacto de los escollos que habían impedido nuestra paz y nuestra convivencia democrática, para poder superarlo con éxito y evitar volver a chocar con otros escollos parecidos en el futuro.

Los que nos sentamos en torno a la mesa de una sala del Congreso de los Diputados en Agosto de 1977, para empezar a redactar la Constitución, éramos gentes 'que procedíamos de experiencias diversas, e incluso, de campos políticos totalmente enfrentados. Si en aquel momento hubiésemos permanecido anclados en el pasado, no habríamos tenido éxito en la labor que se nos encomendaba. Por eso, entendimos que nuestra principal responsabilidad era partir del pasado para superarlo, dejar a un lado nuestras divergencias individuales y planteamos, como objetivo único, la solución del futuro colectivo de nuestro país.
El resultado fue la Constitución de 1978 y, en el plano personal, debo decir que el resultado fue también la creación de un vínculo sólido de respeto mutuo y de amistad, en el sentido más profundo de la palabra, entre todos los que tuvimos la inmensa fortuna de formar parte de aquel grupo que acabó convirtiéndose en un colectivo.
Como es bien sabido, nuestra tarea se basó en lo que entonces se denominó el consenso. El consenso era el resultado de una reflexión hecha desde ángulos diversos sobre una historia constitucional de España, en la que las sucesivas constituciones habían sido siempre impuestas por una parte del país a la otra que estaba en desacuerdo fundamental. Por eso, era indispensable que la nueva Constitución tuviese el respaldo de una inmensa mayoría y se basase en la corresponsabilidad de todas las fuerzas políticas significativas.

Esto exigió, por un lado, saber trazar una línea divisoria clara y rotunda que agrupase, a un lado, los partidarios de la democracia, fuesen quienes fuesen, procediesen de dónde procediesen y aislase, al otro lado, a una minoría de partidarios del inmovilismo y de la vuelta al pasado. Ello implicaba, para cada fuerza política, la realización de un gran esfuerzo para distinguir, en cada momento, entre lo fundamental y lo secundario, aquello que tenía que poner forzosamente en común y aquello a lo que tenía que renunciar. Basta recordar un poco la historia de aquellos meses, e incluso la de los años inmediatamente posteriores, para saber lo dificil y hasta doloroso que resultó a veces este ejercicio. Pero creo que es justo reconocer que todas las fuerzas políticas y las instituciones fundamentales, con la Corona en primer lugar, supieron estar a la altura de la situación en aquella dificil revisión de sí mismos.

Hoy podemos decir que el esfuerzo mereció la pena y, como decía al principio, creo que éste es el sentido profundo del presente acto: la constatación de que el propósito tuvo éxito y que España ha dejado atrás, para siempre, una historia de enfrentamientos fratricidas.

Creo, sin embargo, que este acto es algo más que un homenaje al pasado. Entiendo que se trata más bien de una proclamación de nuestra satisfacción por lo realizado, una constatación de la solidez del edificio constitucional que entonces creamos entre todos, y, por encima de todo, un mensaje de esperanza, de futuro para todas las generaciones actuales.

Tenemos ante nosotros nuevos problemas de gran trascendencia. En estos días va a tener lugar una discusión fundamental sobre el futuro de una Comunidad Europea de la que hace catorce años no formábamos parte, y hoy sí. Las perspectivas políticas de Europa han cambiado abruptamente, y han abierto nuevas esperanzas al tiempo que han generado nuevas preocupaciones. Nuevas esperanzas y nuevas posibilidades se han abierto también en Iberoamérica, tan próxima y tan identificada con nuestra propia identidad.

En todos los continentes se está cerrando la fase del enfrentamiento este-oeste y, a la vez, aparecen con más crudeza otros factores soterrados de tensión y otros clamores de justicia y de igualdad. Por eso, no se trata de recluimos en el pasado, ni de repetir modelos y esquemas, sino de recordar que si entonces tuvimos que hacer acopio de imaginación ante una realidad que no se ajustaba plenamente a muchos principios teóricos y a muchos esquemas estratégicos anteriores, hoy, también hay que hacer acopio de imaginación para enfrentamos con las nuevas realidades.

En definitiva, se trata de repensar muchos de nuestros criterios políticos, sin olvidar nunca que, cuando .la realidad y lo que nosotros pensamos de ella no concuerdan, la culpa jamás puede atribuirse a la realidad, y que, si alguna lección genérica podemos sacar de nuestra historia reciente y de los acontecimientos actuales, es que no hay cambio democrático sin fuerzas políticas con gran capacidad de consenso sobre los problemas fundamentales, sin fuerzas, instituciones y personas que aseguren el mínimo necesario de estabilidad; que las nuevas instituciones nunca surgen de la nada, sino que, en todas ellas, hay un gran componente de continuidad con las instituciones anteriores; que lo realmente dificil de toda gran acción política es llevar a cabo una reforma en serio, aunque puedan existir criterios diferentes sobre lo que se entiende por reforma y, que un sistema democrático como el nuestro sólo puede desarrollar sus plenas potencialidades y culminar bien su asentamiento en la nueva Europa Comunitaria, si cuenta con un sistema de fuerzas políticas y sociales, implantadas de manera homogénea en todo el país e, inequívocamente, identificadas con el marco constitucional y con el territorial.

Termino por donde empecé, agradeciendo profundamente y de todo corazón este Doctorado «Honoris Causa» que la Universidad Nacional de Educación a Distancia ha tenido la bondad de concederme. Para un universitario, no hay mayor recompensa que ser galardonado por la Universidad.

Muchas gracias


Madrid, diciembre 1991