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DISCURSO DE MANUEL FRAGA IRIBARNE

Doctor Honoris Causa por la UNED 1991

Majestades,
Rector Magnífico,
Señores Doctores,
Señores Alumnos,
Señoras y Señores.


Pienso que la política es el arte de promover la convivencia y de potenciar la acción en común; de hacer predominar los instintos sociales positivos con pasión, tolerancia, buena voluntad, frente a los negativos, envidia, resentimiento, odio, confrontación.


Ya sé que es fácil tomar esto como ingenuidad o como hipocresía, y pensar que la política en verdad es más bien algo que tiene que ver con la manipulación, el engaño, la explotación. Personalmente no lo creo. Y me agradó leer últimamente que, recibiendo también un doctorado «Honoris Causa», en la Universidad de Nueva York, Václav Havel, Presidente de Checoslovaquia, decía que la política son principios, sentido común y, por encima de todo, buenas maneras. Como no creo, tampoco, en la irracionalidad básica del proceso político, como quisiera apuntar un estudio clásico en torno a mi labor, pienso, al contrario, y por eso está tan justificado este acto universitario, que la conquista de la racionalidad es base de la conquista de la paz y de la solidaridad.

Y por eso nosotros los juristas llevamos tejiendo, incansablemente, un dificil tapiz entre el orden y la justicia para encauzar y perfeccionar la convivencia social. Dentro del complejo y siempre cambiante orden del Derecho, el Derecho Público es el proceso político integrado en normas, puesto en forma de instituciones, que a su vez, en la propia acción política va creando y perfeccionando de modo incesante, o, si se hace mal, también destruyendo o estragando. Y en eso consiste una Constitución, el máximo esfuerzo de racionalidad y de estabilidad para un orden jurídico y social.

Hoy ya sabemos que, en esto como en todo, las posibilidades por humanas son limitadas, y sobre todo, que nunca se trata de una obra terminada y estática, sino de una recreación de cada día. Pero, indudablemente, hay momentos de mayor intensidad constituyente y, por lo mismo, de mayor responsabilidad. Y allí nos encontramos en el papel que nos tocó, que era sobre todo el de interpretar los deseos de nuestro gran pueblo, en unos meses dignos de ser vividos y dificiles de olvidar, nos encontramos, digo, siete personas que llegamos, desde sitios muy diferentes, a entendernos bastante, y por lo que valga, a ser amigos, y yo desde luego me honro en proclamarlo y me ratifico en declamarme tal.

Hoy, al recibir honores como éstos que nos abruman, pienso que efectivamente a muchos que no hemos trabajado en esta vida por compensaciones dinerarias, y que ciertamente nos ha motivado sobre todo una conciencia tranquila, ésta es la mayor compensación que se nos podía dar a muchos de nosotros universitarios, de por vida agradecidos y llenos de deudas a esta institución, esencialmente europea, y a la que hoy reiteramos nuestra adhesión y lealtad.

Yo agradezco profundamente, pues, este doctorado y reafirmo, y pienso que hemos reafirmado todos por el mero hecho de estar aquí y con tan augusta presidencia, nuestra lealtad constitucional, nuestro deseo del mantenimiento de los pactos y formas de la Constitución que no son incompatibles, antes al contrario, con la reforma. Pienso que incluso pueden requerirla de vez en cuando de modo prudente y oportuno. Y en este sentido este acto, Señor Rector, de nuevo nos obliga con la Constitución, con la Universidad, con nuestras Instituciones, en particular la Corona que fue clave en ese momento y, en definitiva, con todo el pueblo español.


He dicho

Madrid, diciembre 1991