En Soria, con sus poetas, sus paisajes y... Penélope



El paseo por Numancia estuvo dirigido por Alfredo Jimeno, director de las excavaciones  y enamorado de su labor, lo primero que hizo fue situarnos en el paisaje, una bella meseta en la que se intuían los cursos de tres ríos, el primero el más señorial y celebrado, que nos acompañó casi hasta el final del camino, el Duero,  también el Tera  y el más modesto Merdancho, tres fronteras naturales que defendían pero también separaban en los momentos más duros de las  batallas y del largo cerco final. “En el Senado romano no todo el mundo estaba de acuerdo” contaba Jimeno, “como ahora por aquí, unos decían que se estaba alargando demasiado la guerra y exigían que se terminara con un escarmiento, otros opinaban que no merecía la pena”. Ganaron los primeros y a las órdenes del famoso general Publio Cornelio Escipión el ejército romano sitió, durante once meses, Numancia.

Esta historia es más conocida pero lo que el viaje nos descubrió no es el final trágico de una ciudad que ha dado nombre a un adjetivo que los domingos en los carruseles deportivos se escucha mil veces, sino que, antes del sacrificio, la ciudad era un lugar en el que los habitantes habían desarrollado un alto nivel de vida, “calidad de vida”, nos señalaba nuestro guía, cuando se refería a la muy pensada planificación urbanística de la más antigua de las dos ciudades superpuestas, la celtíbera original y su “copia” más o menos romanizada.
Una casa de cada uno de los periodos ha sido reconstruida para que el visitante  pueda apreciar sus dependencias y  los objetos que acompañaban  la vida cotidiana de los numantinos.

Amor por la arqueología asomaba en el rostro de Jimeno cuando, parado en una de sus calles del yacimiento,  afirmaba que ésta, la arqueología “siempre estará viva porque responde a las preguntas que cada época se hace, por ejemplo,  ahora estamos investigando sobre qué miembros de la familia pasaba más tiempo en la casa porque al no tener chimenea el humo se acumulaba en sus habitaciones y era respirado por sus habitantes, es verdad que los pulmones no se conservan pero sí las costillas y por la deformación de las mismas podemos averiguar quién respiró más hollín” . Respuestas a las nuevas preguntas de género.

También aprendimos el sentido exacto de “caer en el arroyo” que parece no era una metáfora sino la cruda realidad en unas calles ”lodosas, fangosas y malolientes” que, además de para el paso de personas, servían como canalizaciones al aire libre. Afortunadamente los listos celtíberos hacían aceras con sus “pasos de peatones” marcados por enormes pedruscos.

Soria y Machado. Esos campos de Castilla por los que íbamos pasando en el autobús ya nos parecían machadianos pero nuestro encuentro con el poeta fue en el mejor lugar de su mundo, el aula en el que impartía sus clases de francés, el Instituto Antonio Machado de Soria. Los pequeños pupitres de madera en los que, nos dicen, se sentaba alguna vez con sus alumnos para eliminar barreras, las actas con las notas firmadas de su puño y letra y sus versos, sus versos distribuidos por todo el recinto Machado y Soria. Cinco años y un gran amor.


Pero todavía estamos en su instituto con el actual director, Ángel Sebastián con su muletilla de “ahí estamos” y el gesto taurino con la que remarcaba su pasión por el poeta. Nos cuenta, como si lo estuviera viendo en ese momento, las vicisitudes del sevillano huido del tópico andaluz gracias a los hermanos Quintero para recalar en lo más frío de Castilla y no se refería al clima, solamente.

Varias estatuas de Machado jalonan los paseos sorianos a él dedicados, una cabeza en bronce, que no gusta mucho ni entre los del lugar, el huevo la llaman con un tono bastante despectivo, ni entre muchos de nuestros compañeros que prefieren las más clásicas, esculpidas siguiendo una de las fotos más conocidas del profesor, la del día de su boda con la joven Leonor Izquierdo. En la primera de ellas, a la vera de su instituto, él sentado y a su espalda las huellas de unos pies para que las turistas culturales se acomoden en los pies de la joven novia. Mismo día, misma foto, escultura dos, Leonor con su peinado de rizos infinitos, pequeña y seria en su imponente bronce, ante una triste silla vacía que pide la presencia de los turistas, masculinos, en esta ocasión. Esta última situada ante la iglesia de La Mayor en el que se casaron los enamorados y en cuyo pórtico cayeron los huevos con los que los “indignados bien-pensantes” de la ciudad recibieron a los recién casados.

No mucho parece haber cambiado, cualquier soriano sentado en la puerta de “su casino provinciano” al que se le mencione el nombre de Machado, saltará “nadie cuenta toda la historia”.

No hace falta más que leer a Machado para saber qué pensaba de todo aquello con lo que se encontró en la Soria de 1907. Nadie mejor que él para contarlo. Pero también retrató la cara más bella de la ciudad que probablemente no eran sus gentes (varias veces nos dijeron eso de que a Soria se llega llorando y se sale llorando…) sino su río, su maravilloso río que en esta tarde de sábado de verano tardío nos esperaba manso, bordeado con unos chopos empeñados en otoñar, con sus hojas amarillas queriendo llegar al rojo antes de caer, pero que se lo impedía el calor y la luz del Sol que empezaba a ponerse entre la vegetación abundante de la ribera. Solo faltó el canto de la chicharra para que el espejismo temporal fuera completo.

Y a la vera del río un claustro magnífico que por carecer de techumbre parece como incorporado al paisaje sin que la mella del tiempo haya pasado por el, San Juan de Duero.

Y la iglesia de San Saturio, patrono de la localidad, no pudimos llegar por falta de tiempo, dijeron, pero parece una de las armas secretas de cada una de la Rutas de la UNED, dejar alguna maravilla fuera del recorrido para justificar la vuelta en grupo o solitario a esos caminos ya entrevistos.

La parte teórica del viaje en la UNED y con su director, Alberto Caballero, que ya va siendo hora de presentar, porque se volcó con nuestra ruta para que todo saliera perfecto. La sede de la UNED en Soria ubicada en la emblemática Casa de la tierra y en la que se gestionan los estudios de más de 600 alumnos para los que cuentan con 130 tutores.
Una de las actividades de las que más orgullosos se sienten, en esa ciudad que como en muchas otras de nuestro país casi no quedan cines, es la de su cine club, cine de calidad proyectado en pantalla grande y en versión original. Resevoir Dogs, la película de Tarantino mereció algún comentario crítico por parte del obispo de la ciudad. Nadie cambió el programa.

Con otro soriano de pro, el librero César Millán conocimos a un escritor local del que muchos de nosotros no habíamos oído hablar, alguna compañera sí, incluso conocía uno de sus libros, Una casa en la orilla de un río. Un personaje de esos que hacen que el mejor título nobiliario que podamos colgarnos sea el de “amigo de…” en este caso Avelino Hernández.

Y el otro ponente, el profesor José Mª Martínez, nos ilustró sobre el viaje que Machado realizó, en 1910, hasta el nacimiento del Duero y la laguna Negra, escenario de su conocido poema La tierra de Alvargonzález .

Dos escritores, dos distintos viajes, ambos por Soria.

Solo mencionarlo porque no hay ruta que se precie en la que no hablemos de la gastronomía local y la soriana es, como mínimo, contundente, plato único, huevos fritos con patatas, filete de cerdo y chorizo, de aperitivo, torreznos recién hechos, todo ello regado con porrones de cerveza. Era la cena.


El domingo se presentaba caminero, la apuesta era recorrer los 10 km de una de las rutas del cañón del río Lobos, a pie y sin escalas. Las piernas se nos resintieron pero mereció la pena. La hora era perfecta, la naturaleza despertaba tranquila y los paredones calizos del cañón acogían a los buitres haciéndose la limpieza matinal antes de comenzar la danza de la búsqueda de comida y de compañero/compañera.
Un buitre y un cuervo apostados en el picacho más alto del lugar hacían pareja de “nuevo tipo” a la espera de las corrientes necesarias para que el ave de más peso pudiera despegar. Todo esto lo vimos muy de cerca gracias al telescopio que, muy generosamente y de nuevo gracias al director del centro de Soria, la Comunidad de Castilla León había puesto a nuestro servicio.

Por el camino una extraña tranquilidad, los nenúfares ponían una alfombra verde en un curso de río que habíamos comenzado bajo un puente con siete ojos y ni gota de agua, razones geológico-locales lo explicaban en los diferentes paneles que bordeaban el camino, pero luego sí, luego pudimos ver agua y más buitres y de nuevo esa hermosa vegetación un poco perdida entre unas temperaturas muy altas y un color que pedía otoñar, chopos, robles y la sabina característica del lugar.

Saliendo nosotros del cañón y los domingueros entrando, una sonrisita orgullosa se nos escapaba ante nuestra gesta, haber hecho el camino casi solos y en silencio y pensando, pobres… por los que llegaba tan tarde.

Y ahora sí, llegamos a Berlanga y a nuestra Mª Jesús, y lo que dicen en el pueblo (léase alcalde) que Mª Jesús, una mujer de cincuenta y… vive en el convento de monjas de clausura, (solo salen para ir al médico y para votar, nos dijeron y pensamos, seguro que pronto van a tener una escapada) en el que ella se encarga de los recados, que nadie sabe muy bien cómo se aprendió de memoria el largo texto del recorrido por la colegiata y ahora lo recita encantada a todo el que quiera escucharla. Una sola advertencia nos hizo el alcalde “no debéis interrumpirla porque si pierde el hilo tiene que rebobinar y empezar de nuevo”.

Qué buenos alumnos tienen la UNED, ni un suspiro salió de nuestros labios mientras Mª Jesús recita su letanía de santos, siglos y “altales” de todas las capillas de la colegiata y tan concentrados en no interrumpirla estábamos cuando, ella misma, un poco mosca por tanto silencio nos preguntó a bocajarro ¿me están escuchando? un largo y sorprendido sííííí salió de todas nuestras gargantas. No queríamos que perdiera el hilo.

Al final del recorrido, parada en la puerta de la iglesia, lista para despedirnos y con una pícara sonrisa, Mª Jesús, mirando al alcalde que por allí seguía, nos preguntó “¿les ha gustado?” Otro entusiasta sí volvimos a pronunciar al unísono esta vez acompañado de un gracias absolutamente sincero.

Castillo de Berlanga, comida y… unas gotas de perfume en el mejor estilo Marilyn Monroe para irnos a dormir (la siesta) en el autobús de vuelta a Madrid.

Ah¡¡ antes y ante la puerta del Mercado del bello pueblo nos hicimos la preceptiva foto de grupo.

Luego las despedidas y las gracias.

Hasta Larra.

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Texto. María Peñuela
Fotos. Leonor García

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