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LAVDATIO Federico Mayor Zaragoza

Doctor Honoris Causa por la UNED 2010

María Novo Villaverde. Catedrática de la Facultad de Educación de la UNED

Es para mi un honor presentar ante nuestra comunidad académica al Dr. Federico Mayor Zaragoza, a quien la Facultad de Educación, por iniciativa unánime del Departamento de Teoría de la Educación y Pedagogía Social, ha propuesto para la concesión del Doctorado Honoris Causa de nuestra Universidad.

Los méritos del Dr. Mayor Zaragoza son bien conocidos. Cuenta con una brillante trayectoria académica y profesional que se manifiesta en las dos vertientes fundamentales de su dedicación a lo largo de la vida: la científica, como bioquímico, y la humanista, como impulsor de una educación viva y transformadora, capaz de orientar a las gentes y los pueblos hacia la paz y el desarrollo de los Derechos Humanos. A este último aspecto tengo el propósito de referirme especialmente por su significado en una Facultad como la nuestra.


Entre sus múltiples Doctorados Honoris Causa se cuentan los concedidos por la Universidad de París-La Sorbona (1993), la Universidad de Londres (1993) o la Universidad de California (1996). Desde hace décadas, es reconocido internacionalmente como una de las más relevantes personalidades  en el fomento de la educación a todos los niveles.

Nacido en Barcelona en 1934, estudia Farmacia motivado por su inte- rés hacia la Bioquímica, y se licencia en la Universidad Complutense de Madrid, en 1956, con Premio Extraordinario. En 1958 obtiene el Doctorado, también con Premio Extraordinario. Estos serían los inicios de una vida profesional tan rica en experiencias como abierta al conocimiento y la innovación, y crecientemente dedicada a promover un modelo educativo capaz de comprometerse críticamente con los problemas sociales.

Y es en esa vida profesional donde encontramos una evolución que hoy querría destacar: la que conduce desde el Federico Mayor “profesor”, que a los 29 años obtiene la Cátedra de Bioquímica de la Universidad de Granada, al humanista que encarnará las mejores virtudes del educador. Un educador que llegará a asumir puestos de tanta responsabilidad como el de Ministro de Educación en la incipiente democracia española y, después, Director General de la UNESCO, en los cuales se irá forjando su más alta condición de “maestro”.

Porque “el maestro no es un profesor. Él no enseña cosas, enseña a vivir”. Estas palabras del noble Meister Eckhart son en todo aplicables al Dr. Mayor Zaragoza, cuya condición esencial de maestro resulta tan valiosa y ejem- plificadora para una Facultad de Educación como la nuestra.

La educación, como ustedes saben, opera sobre el objeto de más alta complejidad que conocemos: el ser humano. Con el objetivo de contribuir a un proceso igualmente complejo como es el de modelar y orientar la personalidad de ese ser humano hacia su autorrealización plena sin olvidar su participación en la comunidad. Esta complejidad, que podría entenderse como fuente de “dificultad”, es también la condición que tal vez mejor ilustra su grandeza. El buen educador no sólo habrá de construir con quienes aprenden un sólido entramado de conocimientos; también deberá fomentar la asunción de valores, de formas de vida que comprometan al sujeto en su dimensión intelectual y ética. Porque educar, más que enseñar, significa ayudar a repensar el mundo y a comprendernos nosotros en él como seres dotados de conciencia.

Hoy los educadores de nuestra Universidad encontramos en el Dr. Mayor Zaragoza la encarnación de estos requerimientos. Desde la mayéutica socrática hasta los modernos métodos didácticos, quienes desarrollamos la tarea de formar seres humanos hemos sabido reconocer siempre a los maestros por esa cualidad añadida, ese magisterio que está por encima de las técnicas concretas. “Un maestro invade, irrumpe” -nos recuerda George Steiner-. Es alguien que, sobrepasando la mera transmisión de conocimientos, se convierte en referente y guía que ilumina la vida de quienes le rodean.

Querría dedicar, por tanto, este breve espacio de tiempo que me ha sido asignado a recorrer la trayectoria profesional y vital (ambas inseparables) del Dr. Mayor Zaragoza, destacando precisamente ese proceso evolutivo en su pensamiento y su acción que lo va conduciendo desde su primera condición de “profesor” hasta la noble figura de “maestro”.

En el año 1963 comienza su actividad académica como Catedrático de Bioquímica de la Universidad de Granada. Es un profesor joven, que ama su disciplina, pero que ya manifiesta una sólida preocupación por la función social del conocimiento: “la ciencia, nos dice, está para paliar o evitar el sufrimiento humano”.


En el período 1966/67 trabaja en Oxford como investigador en el laboratorio del profesor H.A. Krebs, del Departamento de Bioquímica. Krebs será para él una figura altamente significativa, no sólo en su dimensión científica sino, sobre todo, porque le enseña algo fundamental: “la investigación es ver lo que otros ven y pensar lo que otros no han pensado”. Esta idea se instalará de lleno en un Federico Mayor que ya venía oteando no sólo el mundo de lo visible sino también, y con insistencia, el desvelamiento de lo no visible: la idea que aún no ha sido formulada pero que podrá ser alumbrada.


De regreso a Granada, en 1968 asume el cargo de Rector de la Universidad, que desempeñará hasta 1972. Estos son años de gran importancia en su trayectoria vital, en los que el joven profesor va consolidando, en sentido pleno, su preocupación por encarnar los valores que tanto enfatizamos en educación: la capacidad de escucha; la empatía; una gran firmeza en las ideas unida a la tolerancia; el compromiso con la mejora del mundo en que vive; la confianza y capacidad de estímulo hacia el otro…


En su mandato como Rector, el Dr. Mayor abre las puertas de su despacho a todos los estamentos, siendo muy poco habitual en la época dedicar como él hacía un tiempo semanal al encuentro con los estudiantes, en el que a veces le daban altas horas de la madrugada escuchando reclamaciones y propuestas. El 68 es un año difícil en toda Europa, y la Universidad de Granada no queda ajena a los movimientos estudiantiles. Sin embargo, él sabe dialogar con las distintas corrientes de pensamiento e, incluso, poner de acuerdo a quienes parecían irreconciliables. ¿Cómo no reconocer, pues, en él, las virtudes de un educador maduro, de alguien que está ya esbozando esa condición esencial de los maestros que es comprender a los otros mediante una escucha atenta y con empatía?


En el año 1973 cambia su destino profesional y se incorpora como Catedrático de Bioquímica a la Universidad Autónoma de Madrid. De inmediato, impulsa la creación del Instituto de Biología Molecular Severo Ochoa. Desde 1974 hasta 1978 ocupará el cargo de Director de esa recién nacida semilla de lo que hoy es un Centro investigador de prestigio internacional.
 

Esta etapa de su vida es de gran interés. Enamorado de la investigación, el Dr. Mayor Zaragoza asume los cambios que está experimentando la ciencia durante el siglo XX, una ciencia que, además de sufrir una notable revolución en sus paradigmas, ha comenzado a establecer ésa que Prigogine y Stengers denominaron “nueva alianza” con las Humanidades y el Arte. Una ciencia que se plantea interrogantes de índole ética que atañen a la acción participativa y ciudadana de quienes investigan, confrontados con la realidad de unas sociedades en las que hay dolor y sufrimiento. Es natural que así sea en alguien que, como él mismo relata, había aprendido de su madre la palabra “compartir” y de su padre la “coherencia” como fundamento de la vida. Creo poder afirmar que aquí se gesta una de las ideas fundamentales de su magisterio: “el riesgo sin conocimiento es peligroso, pero el conocimiento sin riesgo es inútil”.

En 1978 será nombrado Director General Adjunto de la UNESCO, puesto que ocupará hasta 1981. Este cargo supone, sin duda, un impulso a su interés por la educación. Su actividad académica previa le había mostrado algo que Max Weber describió con bellas y sucintas palabras: “la ciencia funciona como un mapa de carreteras: te puede decir cómo se va de un sitio a otro, pero no adonde ir”. El Dr. Mayor Zaragoza, al apostar por una ciencia con conciencia, se hace preguntas radicales: hacia dónde debe encaminarse la tarea del científico; cuál es el papel social de la ciencia; y cómo la UNESCO puede impulsar mediante la educación un conocimiento comprometido con la realidad, en especial con las necesidades de los más débiles.


En el año 1981 y hasta 1982 será Ministro de Educación y Ciencia en la incipiente democracia española. Desde ese cargo, impulsa la redacción de una Ley de Autonomía Universitaria (un proyecto que, lamentablemente, no llega a consolidarse en esos momentos) y desarrolla una serie de medidas para la mejora de la Universidad. Después vuelve a su Cátedra en la Universidad Autónoma y asume un relevante papel en congresos y foros internacionales, no sólo de orden científico sino también encaminados a la reestructuración social de nuestra sociedad global. Entre ellos, la presidencia del Foro de Issyk-Kul, en 1986, en el que, con Mijail Gorbachov, Arthur Miller, Alexander King, Alvin Toffler, y un selecto grupo de intelectuales, contribuye no poco a dibujar la “perestroika” que terminaría con la política de bloques y abriría a la democracia a un gran contingente de personas y países.

Un hito especialmente significativo en esta trayectoria es su nombramiento, en 1987, como Director General de la UNESCO. En primer lugar, por la gran apuesta que realiza para elevar las inversiones en educación en todos los países miembros, a costa de invertir menos en armamento. Pero también por el significativo giro que imprime a las políticas de Educación Básica y Alfabetización que se estaban llevando a cabo en los países en vías de desarrollo, al promover e ir consolidando un nuevo concepto de “educación para todos a lo largo de toda la vida”.


Este no es un cambio baladí. En la mente y el corazón del Dr. Mayor Zaragoza está el deseo de que África, el Asia pobre y América Latina dejen de ser los proveedores de materias primas y mano de obra barata del Norte rico. Porque, en su cargo de Director General, él concibe la UNESCO como un organismo comprometido con el cambio hacia sociedades más justas. Un cambio cuyo eje principal será precisamente la educación.


La importancia de esta medida nos habla también de su visión anticipatoria. Él supo intuir entonces algo que hoy resulta evidente en la sociedad del conocimiento: la necesidad de aprender de forma permanente para hacer frente a los nuevos retos que plantean nuestras formas de vida. Nuestras sociedades están sufriendo notables cambios políticos, culturales, ambientales, que nos obligan a movernos en escenarios de gran complejidad. Es necesario, en palabras de Edgar Morin, “aprender a navegar en un océano de incertidumbres a través de archipiélagos de certezas”. En esos archipiélagos, a modo de baluartes, podemos reconocer la importancia del conocimiento y de la educación. Educarse a lo largo de toda la vida significa aprender a adaptarse creativamente a los cambios de ritmo y de objetivos que, de forma brusca y a veces inesperada, nos interpelan. Necesitamos, por tanto, una educación que fomente la imaginación, la innovación, la resiliencia…; en suma, las capacidades para gestionar la incertidumbre. Hoy reconocemos estas realidades, estos desafíos. Pero intuirlos y abordarlos hace casi dos décadas suponía, de nuevo, un notable ejercicio anticipatorio, ése que es condición esencial de los maestros.

Entre otras realizaciones desarrolladas a lo largo de sus dos mandatos, hasta el año 1999, me permito destacar las siguientes:

En el año 1990, la creación del Programa UNITWIN y de Cátedras UNESCO. Un Programa que habría de establecer una valiosísima cooperación entre Universidades del Norte rico y Universidades africanas, asiáticas y latinoamericanas en las cuales los programas de postgrado eran escasos o nulos. Hoy, como fruto, entre otros factores, de esta ya larga colaboración académica Norte/Sur, podemos observar un estimulante despliegue de los Programas de Doctorado y Master en contextos en los que hace veinte años eran inexistentes.

En 1992, en nombre de la UNESCO, el Dr. Mayor Zaragoza encarga a Jacques Delors el Informe sobre Educación, conocido como “Informe Delors”, que aún hoy señala las grandes metas ineludibles de todo proceso formativo. Junto a las ya reconocidas en anteriores documentos y foros internacionales, (“aprender a ser, “aprender a hacer” y “aprender a conocer”) se enfatiza el innovador “aprender a vivir juntos”, imprescindible en los contextos multiétnicos y multiculturales del mundo globalizado que se estaba abriendo paso. Es innegable, de nuevo, la visión anticipatoria y la carga ética de esta formulación educa- tiva, en su apuesta no sólo por el conocimiento sino por una educación basada en valores en la que se enfatiza el papel de la persona en su entorno social, como miembro comprometido con la comunidad.

Esta dimensión social y transformadora de la educación, su enraizamiento en los valores fundamentales de la convivencia pacífica y la cooperación, serán constantes que presidirán el quehacer del Dr. Mayor Zaragoza durante su mandato como Director General de la UNESCO. Desde este mismo puesto, él promoverá, en 1994, la publicación de los Informes Anuales sobre Educación, que posibilitan un conocimiento internacional de los problemas que aquejan a la humanidad, sus causas y sus posibles soluciones desde el ámbito educativo.

En el largo período de sus dos mandatos como Director General, la UNESCO organiza múltiples Programas que son expresión de su voluntad por impulsar la educación a todos los niveles y por promover el entendimiento intercultural y pacífico entre los pueblos. Así, cabe atribuirle especial protagonismo en la gestación del “Programa de educación para todos a lo largo de toda la vida”; la creación de la Comisión Internacional sobre “La educación para el siglo XXI”; o  la puesta en marcha del “Programa Regional para Emergencias, Comunicación y Cultura de Paz”. Como también ha jugado un decisivo papel en el hecho de que UNESCO abordara el “Programa sobre Necesidades Especiales en  Educación”; la creación del  “Instituto Internacional para la Educación Superior en América Latina y el Caribe”; la promoción del “Instituto para Tecnologías de Información en Educación”, en Moscú, y la puesta en marcha de la “Acción Mundial en pro de la Educación”.
 

Asimismo, bajo su mandato se iniciarán, en 1998, las Conferencias Mundiales de Educación Superior, de tanta importancia para nuestras Universidades. Y, en 1999, él impulsará en Seúl la Conferencia Mundial sobre Educación y Capacitación, de nuevo con el propósito de convertir los sistemas educativos en instrumentos efectivos para el desarrollo de los países y los pueblos en todas sus dimensiones.

En cuanto a su labor como intelectual comprometido, vemos como desarrolla una tarea intensa y constante para la difusión de una cultura basada en la paz, en el diálogo, en el reconocimiento del otro, siempre otorgando un papel esencial a la mejora de la calidad de vida de los más débiles. En este período,  podemos  contar varios centenares de  intervenciones suyas en Conferencias Regionales e Internacionales acerca de la Educación en sus diferentes niveles y problemáticas.

Pero, más allá de lo que sería un larguísimo recopilatorio de realizaciones, lo que me interesa destacar, a efectos del acto que estamos desarrollando, es el modo en que el Dr. Mayor Zaragoza va convirtiéndose, en su pensamiento y sus acciones, en un verdadero maestro, alguien a quien la comunidad de educadores reconocemos como guía y referente.

Decía otro maestro, Max Horkheimer: “para que la moral tenga razón de ser ha de estar habitada por la compasión”. Y eso es esencialmente lo que parece ocurrir en la mente y la conciencia del Dr. Mayor. Sus constantes viajes por el África empobrecida, por la América Latina que tanto ama, por los países asiáticos, le ponen en contacto con unas realidades durísimas, en las que toca de cerca la pobreza, la falta de agua potable, la malnutrición infantil, la desesperación de quienes no tienen nada y ven cerrados sus horizontes.

Dejándose habitar por lo que sabe (la condición suprema de un maestro) él afirma entonces que “la utopía no es el sueño imposible, sino el sueño posible, necesario, desafiante”. Instalado en esa utopía, el maestro se convierte así en alguien que denuncia (las guerras, el gasto armamentístico, el hambre, la pobreza…). Y su denuncia no se queda ahí, sino que se completa con el anuncio de un futuro posible. Es tiempo fructífero en el que sus numerosas publicaciones hablan de formas nuevas de educar y de gestionar los recursos, hablan del abrazo necesario entre el Norte y el Sur.

En una época en la que, en palabras de María Zambrano, “el esplendor de los sistemas coincide con la pobreza de las convicciones”, la firme convicción del Dr. Mayor Zaragoza en el poder transformador de la educación y su apuesta por el valor de la palabra como instrumento de paz, hacen de él un referente en el que podemos reconocer esa sutil mezcla de una razón informada por los sentimientos y por la conciencia. En aquellos momentos, al frente de la UNESCO, es cuando escribe: “tener el corazón mirando al Sur es más que un sentimiento”. Para él, para el maestro, esa mirada es un compromiso moral que atañe especialmente a quienes educamos: ayudar a construir un mundo más equilibrado ecológicamente y más equitativo socialmente.

En el año 2000 regresa a España y crea la Fundación Cultura de Paz, a fin de dar seguimiento al Manifiesto por una Cultura de Paz, que había impulsado anteriormente, firmado por 110 millones de personas en todo el mundo. En ese momento Promueve la Declaración de Madrid sobre Cultura de Paz, con varios premios Nóbel y ve como sus ideas fructifican con la promulgación del Decenio por la Educación para una Cultura de Paz y de la No Violencia (2001/2010) que finaliza este año.

El concepto de paz que defiende el Dr. Mayor es, no podría ser de otro modo, amplio y complejo. No se refiere tan solo a la ausencia de guerra, sino a una actitud fuertemente asentada en valores de justicia social y de res- peto a la vida: paz entre la Humanidad y paz con el Planeta. Este compromiso le lleva a ser uno de los impulsores de la Carta de la Tierra, que UNESCO refrendaría en el año 2000, un documento nacido al calor de gentes de todo el mundo, en el que se reconocen nuestras responsabilidades por el impacto ecoógico y social que ejercemos sobre la comunidad de vida que constituye el planeta, a la vez que se señalan pautas y vías de actuación para un futuro sostenible.

La década siguiente, la que llega hasta nuestros días, es tiempo de permanencia en la creación y el compromiso. El Dr. Mayor, continuando con su labor científica, entre otros cargos como Presidente del Consejo Científico de la Fundación Ramón Areces y miembro de numerosas Academias, desarrolla al tiempo un gran compromiso como intelectual apostando por la palabra transformadora, por la voz dicha en alto, por la educación como instrumento de mejora del mundo. En sus numerosos libros, artículos y conferencias, nos habla del “delito de silencio”, del deber de no callar en un momento histórico que él califica como “el siglo de la gente”. Sus obras recientes, entre ellas Un mundo nuevo (2000), La palabra y la espada (2002), La fuerza de la palabra (2005), Voz de vida, voz debida (2007), Alzaré mi voz (2007), Tiempo de Acción (2008) testimonian la coherencia y el compromiso que aquel joven Federico Mayor había aprendido de sus padres y que nunca le abandonarían.

Y es así como el autor de un primer poemario, A contraviento, que ya en 1956 escribía sobre el dolor, la pobreza, y la necesidad de remediarlos, va transitando –espero haber sabido expresarlo- desde su condición de profesor a la de educador y a la de maestro. Maestro indiscutible de generaciones enteras que han visto y ven en su palabra y su testimonio vital la expresión de un ser humano que, habiendo hecho una opción por la ciencia, supo combinarla de forma excelsa con la opción de la conciencia.

Por todo ello, Profesor Dr. Federico Mayor Zaragoza, querido maestro: gracias.


Madrid, enero 2010