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Discurso del profesor Helio Carpintero Capell 'Una nota sobre los géneros literarios en Psicología"Con motivo de su investidura como Doctor Honorís Causa en Psicología por la UNED | ||
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Lo es por venir de una Universidad enormemente acreditada y respetada tanto por su labor científica e investigadora como por la gran obra educativa que ha llevado a cabo en nuestro país. Su juventud ha sido inmediatamente compensada por su desarrollo tecnológico, que le ha permitido establecer formas nuevas de comunicación educativa entre sus investigadores y docentes y los innumerables estudiantes repartidos no sólo por nuestra península, sino en realidad por el mundo entero.
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Las formas literarias
Hay, en ella, una gran variedad de tipos de documentos. Sí dejamos a un lado toda la literatura que no es específicamente transmisora de saber científico, nos encontramos, a pesar de la selección realizada, con una amplia gama de textos de vario tipo, que cumplen una serie de propósitos complementarios con el esencial de forjar conocimiento. La información y la documentación, en el campo de la ciencia, está esencialmente vinculada a la función representativa del lenguaje. Aquí domina la idea de que el conocimiento, "que se origina y se aplica a las mentes de los conocedores", es una realidad que "proporciona un marco de referencia para evaluar e incorporar nuevas experiencias e información" (Davenport y Prusak, 1998, 5). Tiene, pues, una esencial conexión con la vida del investigador y su pertenencia a una comunidad científica cuyas metas, medios y conceptos comparte. Hay una pluralidad de relaciones y necesidades comunicativas en aquella comunidad, y ello explica la variedad de estructuras textuales. Mencionemos, en cualquier caso, las más sobresalientes: - el articulo de investigación de vanguardia, en cualquiera de las líneas de especialización admitidas -experimentación, intervención, observación. Pero, digámoslo claramente, en realidad son dos las categorías que absorben la inmensa mayoría de la producción de los psicólogos -si se excluye, naturalmente, la producción técnica de instrumentos como tests, encuestas, o guías técnicas de programas de intervención. Esas categorías son la de libros, -o si se prefiere, monografías-, y la de artículos. La situación viene de lejos. En 1965, la APA llevó a cabo un gran estudio acerca del intercambio de información científica en psicología, bajo la dirección de William Garvey y Bever Griffith. Entre otras cosas, procuraron evaluar la importancia de los libros en ese proceso. Lograron que respondiera a su encuesta un amplio número de psicólogos, (N=1263), y hallaron que 915 (un 72 %) consideraban algún libro como documento importante en su trabajo, pero casi un tercio [348, o sea, el 28 %] respondía negativamente. Entre los primeros, dominaban los individuos situados en universidades (eran el 44 % del grupo . que usaba libros, frente al 36 % de los que no los i ¡saban); era, desde luego, menor el porcentaje dentro del propio grupo de quienes, estando en la admi¬nistración federal, o en la industria, apreciaban los libros, comparado con los que no los usaban (4% frente a 10 %, en administración; 10 frente a 16 % en industria). Y al calificar las formas de comunicación escrita, los partidarios de libros consideraban 'muy importantes' los libros (54 %) y las revistas científicas (60%), mientras que entre los no partidarios del libro un 18 % calificaba este medio de importante, frente al 47 % que consideraba importantes las revistas. [La investigación, la enseñanza y la psicología clínica reunía los porcentajes más altos de personas que respondían con alto aprecio hacia los libros (Reports-2, 1965, p. 237-242)]. El informe concluía: "En general, las revistas son más importantes para los psicólogos (tanto los que usan como los que no usan libros) que los demás medios; sin embargo, los que Usan libros en tres áreas de trabajo (clínica, aplicada y enseñanza) califican los libros como la más importante forma de comunicación científica". Veamos otra singular fuente de información. Es bien sabido que desde hace años el Institute of Scientific Information (ISI) (hoy Thomson Scientific) ha venido editando una revista, Current Contents, donde, a más de los índices de revistas relevantes, incluía un Clásico Citado (Citation Classic), con comentario personal de su autor o autores. El primer artículo que mereció ese honor fue el famoso de Stanley Schachter y Jerome Singer sobre motivación cognitiva -artículo donde por cierto se oponen a la teoría de la emoción de Cannon algunos hallazgos 'fascinantes' de Gregorio Marañón y otros autores -sus experimentos con adrenalina, que en su día estudió Alejandra Ferrándiz en su tesis-, datos que venían a probar el peso de la cognición en la emoción. Los mencionados 'clásicos' lo son por el hecho de ser trabajos que han recibido un extraordinario número de citas en las publicaciones especializadas. Una recopilación de tales 'clásicos' publicados en el campo de las ciencias sociales y comportamentales (Smelser 1987) reunió una muestra de los que habían aparecido entre 1979 y 1984. Excluyendo para nuestro caso todo lo relativo a Sociología, Economía y Ciencia Política -los tres últimos capítulos del libro-, se dispone de una selección de 253 artículos comentarios sobre obras 'clásicas', correspondientes a las diversas categorías usuales en psicología, desde medición y evaluación hasta psicopatología. Pues bien, es interesante notar que esa muestra reúne 196 (77 %) artículos cuyo tema es un artículo de revista, mientras que 57 (23%) están dedicados a libros. La proporción de artículos y libros es muy variable, según las especialidades. . La sección de Bases Biológicas de la Conducta reúne 11 artículos y ni un libro, mientras que la de Procesos cognitivos reúne un 43 % de libros (16 de 37), y la de Desarrollo de Personalidad, 14 de 40, o lo que es igual, un 35 %. Ello habla bien a las claras que esas dos formas de expresión, el artículo y el libro monográfico, son los dos 'géneros' más destacados en nuestro campo y que, posiblemente, satisfacen necesidades diferentes. Y sobre ambos convendría reflexionar brevemente. Los libros ¿Qué mueve a los autores a escribir una monografía luego considerada importante? Bien sé que es una pregunta excesiva y desmesurada. Nos habremos de conformar aquí con unas breves calicatas, buscando una primera imagen, siquiera aproximada, del tema que nos ocupa.
Uno de los psicólogos que goza de mayor reconocimiento en la actualidad, Albert Bandura, aporta ahí su visión propia de uno de sus libros más conocidos por todos los psicólogos, Social learning and personality develop-ment, que publicó con Richard Walters en 1963. Esta obra ha seguido siendo muy citada varias decadas después de aparecida.
Al comentar su propia obra, Bandura cuenta que escribieron el libro cuando dominaba "una amalgama de dogmas (tenets) de teoría psicoanalítica y de aprendizaje Hulliano. La conducta humana era vista desde esa perspectiva básicamente como el producto de pulsiones internas, operantes frecuentemente bajo el nivel de la conciencia..." Además, las teorías que presentaban la conducta como el producto de los refuerzos y castigos externoc presentaban una imagen truncada del funcionamiento humano, porque la gnnte en parte regula sus acciones mediante la observación de modelos, así corno también en función de las consecuencias autoevaluadoras. Por lo tanto -añade Bandura-"el desarrollo de las funciones autorreactivas, que dan a los humanos la capacidad de autodirección, también aparecían prominentemente en nuestro libro". Y termina: "Se explicaban los varios aspectos del desarrollo de personalidad...en términos de complejas interacciones entre las influencias externas, las vicarias y las propias" (Smelser, 1987, 145).
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b) William James, 1890
Comencemos por reconocer que su talento literario no ha sido cuestionado por nadie. En gran medida, su obra ha existido y existe a través de sus libros, que fueron ya en su tiempo efectivos best-sellers. Ortega dijo una vez que "la claridad, no exenta de elegancia con que Freud expone su pensamiento, proporciona a su obra un círculo de expansión indefinido" (Ortega, 1946, VI, 301).
En una ocasión confiesa a su amigo: "Científicamente me va muy mal, pues estoy tan atollado en la 'Psicología para neurólogos' que me consume por completo... Nunca he estado tan intensamente preocupado por cosa alguna. ¿Y qué saldrá de todo esto? Espero que algo resulte: pero el progreso es arduo y lento" (Freud, III, 3515; A Fliess, 27-4-95).
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Puede pensarse cada artículo como situado en una ideal línea que va desde la máxima información táctica a la máxima interpretación teórica, pasando por toda la serie de puntos intermedios. El gran teórico de la información científica, Derek de S. Price (Pnce, 1970), hizo notar hace ya tiempo que esas distintas posibles metas de los artículos tenían una visible traducción a través de elementos concretos de su organización textual. En particular, serían reveladoras, a juicio de aquel experto, las diversas maneras de presentarse en ellos las citas. Así, los artículos de información puntual sobre descubrimientos de hecho, tienden a ofrecer una serie breve y selecta de referencias inexcusables para indicar el estado previo de la cuestión y los métodos utilizados en los nuevos hallazgos, mientras que aquellos otros que pretenden ofrecer la reflexión teórica sobre un tema tienden a ofrecer un número superior de citas, para mostrar a un tiempo un conocimiento suficiente del campo de que se trata, al tiempo que presta el reconocimiento debido a los distintos grupos activos en esa área de investigación, de suerte que el contenido no pueda ser invalidado en base a una grave deficiencia de información.
No pasemos por alto, por otra parte, que el artículo científico es hoy un objeto no solo de comunicación científica, sino una entidad hoy envuelta en deseabilidad social: la evaluación oh los investigadores se viene hoy fundando en ellos, por lo que tienen, tanto o más que una función cognitiva, otra social selectiva. Un artículo tiene hoy no solo valor informativo, sino valor de bien económico para quien lo produce y lo coloca en la red circulatoria. Este es un hecho que ha venido a adquirir creciente peso en el mundo de las organizaciones científicas, y ha convertido la comunicación científica en instrumento de promoción personal y social. La consecuencia ha sido el crecimiento de su número no tanto en función de su riqueza informativa cuanto en el de su significado personal, social y académico.
a) Baer, Wolf y Risley, 1968
Aquel nuevo espacio teórico resultó posible gracias a una serie de factores: La creación en 1966 de unos estudios especializados en la Universidad americana de Kansas, confiados a la personalidad de Donald Baer, permitieron crear una nueva línea de investigación en torno al análisis aplicado de conducta, la fundación de una revista y la organización de un grupo coherente y cohesionado por sus ideales y sus métodos. Es un tema que estudió muy bien una discípula mía en su tesis doctoral (Sos, 1987; Sos et al. 1987). El movimiento tuvo enseguida la mayor relevancia social.
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b) J.B. Watson, 1913 Consideremos otro artículo de gran impacto en el ámbito entero de la psicología, tanto teórica como aplicada: el publicado por el investigador americano John B. Watson, en 1913, que iba a marcar algo que muchos han llamado un cambio de paradigma en psicología, con el advenimiento del conductis-mo y la puesta en cuestión de toda la psicología de la conciencia antecedente. Ya desde su título -"La psicología, tal como la ve el conductista"-marca un punto de inflexión: (vid. en Gondra, 1982, 399 ss.). Se lo ha lla-mado muchas veces "el manifiesto conductista", y desde luego sus páginas coi ienen el programa que iba a desarrollar el conductismo en los años siguientes. Quintana ha sintetizado bien sus principales tesis: "a) Naturaleza de la psicología: se trata de una 'ciencia natural' cuyo objeto -la conducta (animal y humana)- debe ser descrito sobre el esquema estímulo-respuesta... lejos de toda interpretación mentalista... [y] 'en términos físicoquímicos'. b) Método: ... la observación y el experimento... c) Finalidad: 'predicción y control de la con¬ducta'. d) Principio básico...: el determinismo natural..." (Quintana, 1985, 159). La reivindicación del nuevo paradigma se ha hace ahí, no tanto en función de logros o resultados tentativamente ya explorados, sino en términos de un cientificismo radical, que homogeniza el estudio del hombre con el del resto de las especies animales, y afirma el evolucionismo, el determinismo y el objetivismo radicales. Mientras por un lado reivindica los logros del estudio de la conducta animal que habían hecho posibles los trabajos de Loeb, Jennings, Yerkes, y en general de la psicología animal de la época, en la que el propio Watson había ya logrado destacar, por otro lado reivindica para la nueva disciplina los fines de una intervención eficaz en el control de conducta , y por tanto, su condición de saber 'para la vida', de saber 'útil', lo que los psicólogos fun-cionalistas americanos estaban proclamando como meta a lograr por su propia ciencia. Como muy bien vio Heidbreder, sus libros posteriores iban a mostrar la realización del programa aquí encerrado: los logros del estudio de la conducta animal (en su libro Behavior, 1914), la extensión de los principios de la psicología animal al caso del hombre (Psychology from the standpoint of a behavio-rist, 1919) y el desarrollo de esos principios en el campo humano {Behaviorism, 1925). El artículo coincide, y tal vez revela y justifica, un cambio en la actividad investigadora de su autor. Este iba a pasar del campo de estudio de la conducta animal al de la humana (Samelson, 1994), pero ello fundado en términos de una concepción rigurosa de la ciencia natural, y de una enérgica asunción del evolucionismo, cuyas consecuencias venían a extraerse aquí. Todo su desarrollo conceptual giraba en torno a un punto clave: qué debe ser la ciencia psicológica, para que sea verdaderamente ciencia. Toda una concepción epistemológica e incluso filosófica está a la base de aquel texto; está expresamente ofrecida en las primeras líneas, cuando dice que la idea de la psicología es justamente la de "una rama experimental puramente objetiva de la ciencia natural. Su meta teórica es la predicción y control de la conducta. La introspección no forma parte esencial de sus métodos... El conductista... no reconoce ninguna línea divisoria entre el ser humano y el animal" (Watson, 1913, en Gondra, 1982, 400). Se ha hecho notar que ni la crítica a la introspección, ni el interés por una psicología objetiva comenzó con ese artículo; pero, sin embargo, posiblemente buscaba una fundamentación y justificación que legitimara los métodos conductuales que estaban ya largo tiempo en marcha en psicología (Wozniak,1997, 199), por lo pronto en el campo de la psicología animal. Y, con sus fórmulas directas y fácilmente inteligibles, parece haber buscado situar a la psicología fuera de las discusiones que acerca de la conciencia, la conciencia animal, la introspección y la observación de la conducta venían produciéndose en los primeros años del siglo. El artículo fue pronto considerado como un 'manifiesto'; parece que así lo llamó Woodworth ya en 1931 (Woodworth- Sheehan, 1964); claro que hay que recordar que estos años eran años de manifiestos, como el 'Dada' de Tristan Tzara, en 1918, y luego el surrealista de Bretón en 1924, textos que cambiaron el horizonte en que se vinieron a situar. Originariamente, fue el texto de una conferencia pronunciada en Columbia University, en Nueva York, en febrero de 1913 (Cohén, 1979, 73). Pero desde luego es mucho más que eso: es una declaración de independencia de la nueva psicología de la conducta frente a la antigua de la conciencia, justamente bajo el nuevo nombre que Watson le aplica: conductismo, behaviorism. Samelson ha dicho, probablemente con razón, que sin la etiqueta, la revolución "podría no haber tenido lugar, o mas bien,... haberse limitado a ser una escaramuza de fronteras, en lugar de consolidarse en una revolución" (Samelson, 1994, 6). El movimiento se convirtió en un "ismo", y aunque encontró resistencias, también halló muchos espíritus favorables a sus ideas. Basta pensar que dos años más tarde, en diciembre de 1915, su autor ya presentaba su discurso presidencial de la American Psychological Association, y lo hacía ofreciendo una alternativa metódica -el reflejo condicionado- a las críticas a la introspección que había ofrecido en sus "un tanto descorteses artículos" de 1913; aquella descortesía, pues, había ido se j ..'da de un reconocimiento singular al ser apoyado mayoritariamente para la presioencia de la sociedad. El manifiesto conductista es, efectivamente, un manifiesto porque, como dice el diccionario de la RAE, pretende hacer "pública declaración de doctrinas o propósitos de interés general" (RAE, 1956), y lo hace con los medios característicos: el elogio de ciertas investigaciones, la crítica acerada a los contrarios, la pretensión de desmontar la construcción representada por la psicología de la conciencia, y el esfuerzo por reemplazarla por una nueva concepción cuya total adecuación con los requisitos de la ciencia natural marca, a los ojos del autor, su clara superioridad sobre la doctrina a batir. Hay que decir, además, que como tal fue tomado, aunque no faltaron voces mesuradas que hicieron ver que el que el conductista quisiera estudiar la conducta , no tenía por qué alterar el paso de quienes pretendían explorar la mente, como fue el caso de Titchener y su aguda respuesta al gesto osado , y quizá algo descortés, de su colega (Titchener, 1914). En cualquier caso, Watson supo hallar las palabras justas para decir lo que quería decir, y ello ha convertido su trabajo en uno de los jalones de la historia de la ciencia psicológica. Y al cabo de tantas vueltas, ¿qué lección cabría extraer de todo lo anterior?
Tratando de encontrar una respuesta breve, podríamos tal vez acudir a las palabras de otro gran maestro de nuestra ciencia, el neoconductista Clark Hull, que ocupó la cima de la psicología experimental norteamericana en los años 1940s, y que pasó buena parte de su vida queriendo hacer un gran libro, y publicando casi todos sus hallazgos en artículos de revistas, que hoy contienen tal vez lo más granado de su pensamiento. Recientemente nuestro colega José María Gondra ha realizado un admirable trabajo de reconstrucción de aquella empresa inacabada (Gondra, 2007). Hull tenía clara conciencia de la necesidad de hacer un libro, lo que llamaba en sus cuadernos privados un "magnum opus". El 2 de octubre de 1938, escribió el apunte siguiente: "Al fin he decidido escribir mi largamente proyectada obra sobre teoría psicológica. No se puede dilatarlo más con ventaja, incluso aunque apenas esté plenamente consolidado un solo postulado del sistema. Una de las muchas, razones para publicar el libro es que, estando las cosas como están, prácticamente nadie fuera de los estudiantes que han estudiado conmigo tiene una comprensión clara de lo que el sistema significa o es" (Hull, 1962,865) Pero por otro lado, no dejaba de escribir artículos, en lugar de hacer avanzar su obra. ¿Y por qué? También en sus apuntes hallamos la respuesta: "He estado trabajando los últimos dos o tres años con la expectativa de que cualquier día puedo tener una hemorragia cerebral que ponga un punto final permanente a todo trabajo creativo ulterior. Me apresuro cuanto puedo, sacando mi trabajo pedazo a pedazo. Por esta razón he escrito dos artículos breves el verano pasado para la Psychological Review, temiendo que no llegase a vivir para terminar el libro en que uno de esos artículos está insertado." (Id., 872). En otras palabras, Hull vivía desgarrado interiormente entre dos convicciones contradictorias. Por un lado, la complejidad del tema, las dificultades y los internos requisitos de su obra teórica exigían un tratamiento dilatado, capaz de dar a cada frase su pulimiento, y a cada razonamiento su entorno y conclusión bien meditados. Pero, por otro lado, como tantos otros investigadores, tenía prisa. Ortega escribió una vez, refiriéndose también al ritmo propio del pensador, que "prisa la tiene solo el enfermo y el ambicioso". Hull tenía la del primero. Pero además de tener prisa, creía que cada pieza de teoría concreta podía ser objeto de tratamiento separado, como quien construye una pieza de un mecano. Sus hallazgos podrían ir apareciendo en artículos, aunque el cuadro general de su sistema no tendría otro lugar que el libro comprensivo donde todas las piezas aparecieran colocadas, y sistematizadas, haciendo posible una integral comprensión. La experiencia vivida de este gran científico arroja, a mi ver, alguna luz sobre el problema. | ||
Hacia una conclusión
De otro lado, y supuesta la posesión del sistema, cada pieza nueva que añadir al puzzle puede y debe tener su lugar en el artículo especializado, que presenta una interpretación in fieri, en cuanto que reclama la confirmación, el refrendo de la comunidad de investigadores, que examina cada aportación por todas sus caras, antes de incorporarla al edificio integrador. Ahora bien, los historiadores de la psicología hemos explicado demasiadas veces en nuestros cursos que la psicología, como ciencia, está aún en camino hacia la instalación de un sólido paradigma. En este punto los historiadores españoles no dejamos de recordar a nuestro ya desaparecido Antonio Caparros. La diversidad de puntos de vista, la convivencia, en los últimos tiempos pacífica, entre distintas escuelas, no puede sustituir a la verdadera integración que representa un paradigma kuhniano, si es que tal cosa puede existir en una ciencia como la nuestra. Hasta tanto que llega ese día, que algunos añoran y muchos ya no se atreven siquiera a imaginar, el día de la unidad de un paradigma sobre la mente y la conducta, nuestros investigadores tienen que asumir en carne propia el dilema que vivió Hull: por un lado han de ir ofreciendo interpretaciones parciales, pero abarcaduras, de los sucesivos paisajes que la indagación va poniendo al descubierto, a fin de que el resto de la comunidad, que sigue de lejos la acción de las vanguardias investigadoras, no se sienta perdida , desorientada, y, tal vez, desesperanzada. Y, por otro lado, no pueden menos de ir aportando las parciales ganancias de intelección que con su esfuerzo van consiguiendo, porque no hay ninguna ganancia en ciencia que no sea refrendada por la comunidad científica, a través de los mecanismos de replicación, falsación y verificación. La ciencia, me han oido decir muchas veces quienes han trabajado conmigo, es una organización, una organización destinada a producir conocimiento, con la cooperación y la utilización de todos los sistemas de las organizaciones -liderazgo, división del trabajo, comunicación, mentalidad compartida, pluralidad de las formas de producción (Carpintero, 1981). Hace algunos años, un gran neurocientífico, Antonio Damasio, escribía: "Quizá la complejidad de la mente humana sea tal que la solución del problema no podrá saberse nunca debido a nuestras limitaciones intrínsecas. Quizá ni siquiera debiéramos hablar de problema en absoluto, y referirnos en cambio a un misterio... Pero...creo, la mayoría de las veces, que llegaremos a saberlo" (Damasio, 1994, xvíii). Desde esa esperanza escribía su obra, ya clásica, El error de Descartes, que ha arrojado considerable luz a los problemas de la neuropsicología, y la permanente cuestión de las relaciones entre la mente y el cerebro. La psicología de nuestro tiempo no puede prescindir de los libros, como el geógrafo y el explorador no pueden prescindir de los mapas. Y aunque una y otra vez se recomiende a los jóvenes investigadores a publicar incansablemente artículos, con la esperanza de contribuir así a la construcción de un sistema, hay que mantenerlos orientados, han de saber hacia dónde caminan, y qué sentido, en el conjunto de la realidad, posee la pequeña parcela a la que dedican su existencia. Es verdad que tal vez haya que admitir que a los jóvenes les corresponde esa tarea del trabajo de base, siempre que se esté dispuesto a admitir que a los experimentados y avezados les compete la otra tarea, la de hacer los libros que orienten y guíen en la búsqueda hacia lo que queda por saber. Gregorio Marañón, hace ya muchos años, reflexionó en unas páginas luminosas acerca del "deber de las edades". Cada edad, decía, tiene su virtud y su deber. Tal vez esa respuesta es la que podríamos asumir, con sobriedad y modestia, al cabo de estas reflexiones. El joven habrá de ir construyendo sin pausa sus artículos, pero al tiempo irá guiado por los libros con que sus maestros habrán ido jalonando ya el camino. Recuerdo que mi maestro Julián Marías siempre decía que en realidad, maestro es quien precede dos horas al alumno en el camino de la ciencia... Y, como ocurre con los bandeirantes, esa precedencia no es sino trabajo de abrir con los machetes una vía en el todo de la realidad. Desde esta imagen cooperadora, dinámica y generacional, creo que se entiende un poco mejor el sentido profundo de la existencia de ciertos géneros literarios en la psicología. Un psicólogo y filósofo, maestro de muchos otros, el alemán Hermann Lotze, dijo una vez que sólo entre todos los hombres se llega a saber lo humano. Análogamente, solo entre todos los psicólogos llegaremos tal vez, un día, a saber la psicología.
Madrid, enero 2009 REFERENCIAS BIBLIOGRÁFICAS
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