| ||||||||||||||||||
Discurso de la Profesora Susan GeorgeCon motivo de su investidura como Doctora Honoris Causa por la UNED | ||
|
|
Tal vez la mejor manera de agradecerlo sea reflexionando sobre los motivos para elegir nuestra profesión. Según lo entiendo yo, son los siguientes: En segundo lugar, la búsqueda del conocimiento y de las técnicas necesarias para articularlo ante los demás. En tercer lugar, la aspiración de entender la compleja realidad del mundo en que vivimos. Y, por último, para algunos de nosotros, la ambición de cambiar la realidad utilizando las herramientas académicas. Mientras que la mayoría de los académicos estarán de acuerdo, según creo, con los tres primeros objetivos, algunos podrían poner reparos a la idea de que tengamos una responsabilidad especial en intentar cambiar la política y la sociedad. En el Transnational Institute (TNI), que ha sido mi hogar intelectual durante más de treinta años, consideramos que la acción forma parte integral de nuestras vidas como intelectuales, y nos denominamos a nosotros mismos “ académicos activistas “. Esto quiere decir que, como miembros del TNI, realizamos investigaciones, escribimos y publicamos, pero también que intervenimos en discusiones públicas y somos activos en los movimientos sociales de nuestros países y a menudo también internacionalmente. A veces escribimos para publicaciones académicas, pero también hablamos en foros sociales, y acudimos a manifestaciones de protesta y actos convocados por distintos movimientos. Queremos que nuestros análisis sean de utilidad para los movimientos populares y que las personas corrientes entiendan nuestro trabajo. En resumen, intentamos ser ciudadanos tanto en nuestras vidas profesionales como fuera de ellas. Permítanme que les explique un poco más esta pción. Somos progresistas, por lo que con frecuencia nuestros puntos de vista van por delante de nuestro tiempo y desafían al conocimiento convencional; resultan necesariamente incómodos para nuestros múltiples adversarios políticos, por lo que se sienten amenazados. Déjenme que les cuente algunos temores específicos. En los Estados Unidos de hoy día, las fuerzas de extrema derecha están animando a los estudiantes a vigilar a los profesores que consideran demasiado izquierdistas, para que informen de lo que cuentan y presionen a la jerarquía universitaria para que los silencien. Una lista llamada “The DirtyThirty” (los treinta despreciables) y un popular libro llamado: “The 101 Most Dangerous Academics in America” (los ciento un académicos más peligrosos de América) nos traen recuerdos del macarthismo, uno de los peores periodos de la historia norteamericana del siglo XX. Los jóvenes profesores que no poseen plaza en titularidad deben tener mucho cuidado con lo que dicen en clase. Muchos profesores universitarios admiten que estas iniciativas han creado un clima de autocensura que puede ser muy efectivo para silenciar opiniones impopulares o minoritarias. No necesito recordar que las fuerzas del oscurantismo, a menudo religiosas, también están funcionando en Europa. Una de sus primeras manifestaciones fue el intento de acallar a Salman Rushdie, pero se han producido muchos signos inquietantes desde entonces, algunos aparentemente triviales, como el asunto de las caricaturas danesas de Mahoma, y otros trágicos como la muerte de Theo van Gogh. Como españoles sabéis bien lo que quiero decir; habéis tenido suficiente experiencia histórica con la eliminación de los disconformes, por parte de la Iglesia o del Estado. Parece extraordinario que en el siglo XXI, doscientos cincuenta años después de Voltaire, los europeos deban continuar luchando en esta particular guerra. Voltaire lo expresó perfectamente cuando dijo: “Estoy en completo desacuerdo con vuestras ideas, pero estoy dispuesto a defender con mi vida vuestro derecho a expresarlas”. Lo primero debe ser la oposición a puntos de vista odiosos, seguida inmediatamente por la defensa de la libre expresión. Naturalmente, esto no significa que uno pueda decir cualquier cosa en cualquier momento. Tal y como se indicó en una famosa sentencia del Tribunal Supremo de Estados Unidos, la libre expresión no incluye el derecho a gritar: “¡fuego!” en un teatro abarrotado, y por supuesto no incluye el derecho a realizar llamamientos públicos para cometer asesinatos o actuar con violencia. También se supone que las personas deberíamos ser lo suficientemente inteligentes como para evitar provocaciones gratuitas, especialmente religiosas. Pero no deseaba dejar pasar esta solemne ocasión académica sin reafirmar el deber de los intelectuales de defender inequívocamente los derechos de todo el mundo a desarrollar y expresar ideas. Continuaré en el ámbito de la ética. La mayoría de los que estamos hoy aquí, si no todos, nos movemos en la esfera de las ciencias sociales, y la naturaleza de nuestro trabajo nos plantea determinados problemas metodológicos y éticos. En las ciencia experimentales, el investigador debe verificar experimentalmente si los resultados se corresponden con las hipótesis o no. Este enfoque deja los resultados abiertos a la “falsación”, como la denominaba Karl Popper. En las llamadas ciencias “puras”, cualquier descubrimiento es siempre provisional, con independencia de lo sólidamente establecido que esté, en caso de que nuevas pruebas lo refuten. Nadie ha conseguido todavía impugnar la teoría general de la relatividad de Einstein, pero según algunos artículos recientes publicados en el New Scientist, están apareciendo argumentos verosímiles contra la teoría del Big Bang, y tal vez se demuestre un día que este bien establecido paradigma cosmológico es incompleto o falso. Creo que las ciencias sociales son bastante distintas. Raramente podemos efectuar experimentos y todas nuestras hipótesis están marcadas por los valores. Me atrevería a decir que en nuestras disciplinas no existe algo así como la neutralidad académica, excepto quizás en cuestiones triviales. En cualquiera de los temas importantes y generales, consciente o inconscientemente, nuestra visión de lo que constituye una sociedad deseable tendrá un claro impacto en nuestro trabajo, empezando por la elección del objeto de estudio. El análisis dependerá también de dichas decisiones previas; por ejemplo, los supuestamente precisos “análisis de coste-beneficio” dependen de cuestiones sencillas como: ¿costes para quién? ¿beneficios para quién? La ecuación formada por, digamos, las emisiones de CO2 y el crecimiento económico es un ejemplo obvio; la provisión de pensiones por desempleo y otras prestaciones sociales frente a la confianza en el libre mercado es otra. Debido a la propia naturaleza de la realidad política y social, el científico social se encuentra inmerso continuamente en valores, mucho antes incluso de realizar la formulación de la hipótesis. Como no podemos ser auténticamente neutrales ni objetivos, en mi opinión, cuanto antes expresemos con claridad nuestros valores, mejor. He intentado hacer esto con mi trabajo, en primer lugar cuando decidí estudiar ante todo a los ricos y poderosos, en vez de a los pobres e indefensos. Es mucho más sencillo estudiar a los pobres, que no pueden protegerse del escrutinio y apenas pueden elegir al respecto. Por el contrario, cuanto más rico y poderoso es un gobierno, una institución o una clase social, mayor será su capacidad para evitar ser analizado y ocultar la nformación que no desea que se haga pública o se debata. Junto con el secretismo y la opacidad se encuentra la capacidad correspondiente para engañar, para utilizar mentiras y hacer creer que es verdad lo que no es otra cosa que ideología enmascarada. La investigación que estoy realizando en la actualidad sobre la derecha política estadounidense muestra que, si se tiene un objetivo claro y mucho dinero, es posible transformar por completo el clima ideológico de una nación, tal vez del mundo. Unas cuantas fundaciones norteamericanas ultraconservadoras han gastado bastante más de mil millones de dólares durante las últimas décadas con este objetivo específico. Han apoyado a determinados estudiosos neoliberales, centros de investigación, cátedras universitarias, publicaciones académicas y populares, medios audiovisuales, organizaciones de defensa de intereses, etc., para difundir la ideología neoliberal. Y lo mismo están haciendo en Europa y por todo el mundo. El resultado es la hegemonía cultural de las personas e instituciones que yo denomino gramscianos de derechas, porque han comprendido la importancia de los valores, las ideas y las creencias, mientras que los progresistas, generalmente, no lo han hecho. Las grandes empresas también han invertido grandes sumas y utilizado intelectuales para defender sus intereses. Pensaremos en las prolongadas y bien orquestadas batallas de las industrias químicas, farmacéuticas y del tabaco, o en las del petróleo y la automoción, que utilizan a científicos y comunicadores profesionales para desmentir o cuestionar el calentamiento global del Planeta. Sus esfuerzos han tenido resultados; han conseguido sembrar dudas sobre la realidad del cambio climático y retrasar los esfuerzos por controlarlo, especialmente en Estados Unidos. Puede resultar tentador situar los propios trabajos dentro del paradigma dominante en lugar de desafiarlo. Los estudiosos disidentes saben desde el principio que sus investigaciones van a ser incompletas. Si decides estudiar a los ricos y poderosos, tendrás suerte si llegas a descubrir, al menos, una fracción de la verdad. Si tu trabajo tiene algún valor, será combatido por aquellos a quienes deja en mal lugar. Deberás ser extremadamente cuidadoso, pues si cometes algún error, aquellos a quienes investigas te denunciarán. No serás invitado a conferencias refinadas, ni llegarás a asesorar a las instituciones que pueden permitirse pagar cantidades importantes. Por el contrario, te solicitarán que ofrezcas tu tiempo de forma gratuita a causas nobles pero pobres, y escribirás y hablarás en muchas ocasiones sin ninguna compensación económica. El contraste entre quienes sirven a las preferencias políticas de los icos y poderosos y quienes los desafían es más evidente que en ninguna otra parte en la lucha entre las instituciones de Bretton Woods –el Banco Mundial y el Fondo Monetario Internacional- y sus críticos. Los economistas saben muy bien cómo diseñar modelos de tipo keynesiano basados en los impuestos y la redistribución, cuyo objetivo es satisfacer las necesidades de todo el mundo en una determinada sociedad. También conocen los elementos del “Consenso de Washington” y saben diseñar modelos neoliberales que tienden a concentrar la riqueza entre quienes ya poseen la mayoría de los activos: dinero, educación, posición de clase, acceso a la propiedad, crédito, etc. Bajo la denominación de “ajuste estructural”, el Banco Mundial y el FMI han venido imponiendo ese último modelo a toda una generación en cerca de cien países. Si medimos su éxito o su fracaso utilizando criterios humanos –nutrición, asistencia escolar, empleo y otros- podemos decir que los resultados han sido desastrosos. Disponemos prácticamente de treinta años de estadísticas y estudios de casos que demuestran que los modelos neoliberales conducen a una mayor desigualdad. Sabemos que los “disturbios del FMI”, como se les conoce, han provocado muerte y destrucción en docenas de países, donde las personas protestan contra los daños causados en su vida personal. Así pues, ¿está “falsado” este modelo neoliberal, en el sentido utilizado por Popper? Si estamos de acuerdo en que los resultados deberían juzgarse según el criterio de las necesidades humanas, podemos decir que el modelo no funciona. Entonces, ¿las pruebas disponibles están llevando a los economistas a modificar su doctrina? En absoluto: la respuesta, invariablemente, es que los gobiernos son los culpables del fracaso, porque no han practicado los programas de ajuste estructural durante suficiente tiempo, o no se han esforzado lo suficiente. Recientemente, dicho sea en su honor, el Banco Mundial nombró una Comisión para evaluar los resultados de sus trabajos de investigación que, como es sabido, ha tenido una considerable influencia. El Informe fue tremendamente negativo, mostrando que las investigaciones promovidas por el Banco son de pésima calidad y proporcionan una base inadecuada para sostener sus programas. Voy a permitirme citar simplemente una frase relacionada con la afirmación del Banco de que la liberalización del comercio conduce a una reducción de la pobreza. El informe dice: “Gran parte de esta línea de investigación contiene errores tan profundos que, en el momento actual, los resultados no pueden considerarse ni remotamente fiables”. El profesor Robin Broad, de la American University ha mostrado con todo detalle que las investigaciones del Banco Mundial están diseñadas para proporcionar argumentos orientados a “mantener el paradigma”, es decir, a justificar las políticas que el Banco piensa aplicar de todas formas, por razones ideológicas. Se sabe que el departamento de Relaciones Públicas y Comunicación del Banco les dice a los investigadores los resultados que espera qu se produzcan, en defensa de las orientaciones del Banco. Si una Universidad funcionara de esa manera, nadie la tomaría en serio, sus resultados académicos no tendrían ningún crédito y se pondría bajo sospecha a sus miembros, por buenas razones. Pero todavía no podemos clausurar el Banco ni el Fondo a causa de su utilidad política. En último término, es siempre el rapport de forces, la ecuación de poder lo que determina el resultado. En resumen, creo que las fuerzas de la riqueza, el poder y el control se encuentran invariablemente en la base de cualquier problema de economía social y política. La tarea del científico social responsable es, en primer lugar, desvelar esas fuerzas; en segundo lugar escribir con claridad sobre ellas, olvidando los prejuicios, con el fin de que las personas corrientes tengan instrumentos adecuados para la acción; y, por último–reconociendo que la neutralidad académica es una ilusión– adoptar una posición de defensa de los desfavorecidos, los desamparados, las víctimas de la injusticia. En mi opinión, los instrumentos académicos han de servir a esta causa y en ese sentido he intentado orientar mi propio trabajo. Como la injusticia es una característica recurrente en los asuntos humanos, los estudiosos que compartan esta creencia nunca estarán faltos de trabajo. Además, produce una gran satisfacción llevarlo a cabo. Por la historia sabemos que hemos servido de ayuda, que podemos continuar contribuyendo a situar determinados temas en la agenda, a estimular el debate y, en ocasiones, a facilitar la resolución de cuestiones cruciales. Cada vez tenemos más aliados. Conozco a docenas de académicos que utilizan sus conocimientos en servicio de la sociedad en su conjunto; algunos de ellos se encuentran en esta sala y los saludo. El título honorífico que me han concedido hoy representa para mi un reconocimiento del trabajo de todos los académicos de la UNED y de las universidades, institutos y centros de investigación de cualquier otro lugar, que creen que el conocimiento es uno de los pilares con los que se construye el edificio de la justicia. Somos artesanos, somos como canteros que intentan pacientemente construir un mundo que podamos estar orgullosos de habitar. Es un trabajo honorable, y me siento profundamente honrada de que hayan decidido reconocer el mío. Madrid, abril 2007 | ||