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LAUDATIO Susan George

Doctora Honoris Causa por la UNED 2007.

Ramón Cotarelo. Catedrático de Ciencia Políticas y de la Administración de la Facultad de Ciencias Políticas y Sociología de la UNED.


Susan George es un ejemplo de la compleja relación que puede darse en el campo de las ciencias sociales entre la teoría y la praxis, entre el conocimiento especulativo y la acción práctica, entre la vita contemplativa y la vita activa. Persona comprometida desde su juventud con los ideales igualitarios de emancipación, solidaridad con los más desfavorecidos y desarrollo económico de consuno con el de los derechos humanos, ha forjado también a lo largo de los años una obra de investigación que, además de su innegable rigor académico y audacia de planteamiento, con no escasa frecuencia ha gozado del favor del público lector en muchas lenguas.
Comenzó su tarea Susan George con sus dos investigaciones primeras, una de las cuales fue su tesis doctoral, sobre las causas del subdesarrollo y del hambre como fenómeno social concreto y me atrevería a decir que, con ellas, se situó en la estela de los grandes estudiosos sobre el asunto, el último de los cuales fue Josué de Castro, cuya Geopolítica del hambre tanto influyó en la formación de mi generación.


El estudio de ambos citados fenómenos llevó a George a la conclusión de que en su etiología no había únicamente factores de índole física, geográfica, puramente demográfica (en el sentido maltusiano) o técnica, sino que era preciso tomar en consideración los mucho más determinantes factores sociales, económicos y sobre todo, políticos. El hambre y el subdesarrollo son fenómenos sociales. Provista de esta convicción, George acometió la tarea de estudiar las instituciones más importantes que rigen las transacciones financieras internacionales en relación con el desarrollo y la reconstrucción, así como los mecanismos del crédito. Al Banco mundial dedicó una impresionante monografía, hoy es fuente obligada para quien quiera avanzar en el estudio de dicha institución. A los mecanismos internacionales del crédito dedicó otra que puso de manifiesto cómo la actividad crediticia internacional dibuja el mapa de las relaciones contemporáneas de poder y sirve para perpetuar una situación de desigualad e injusticia.
Estas primeras exploraciones en un territorio hasta entonces no cartografiado llevaron a George a ocuparse del tema en el que ha alcanzado una maestría universalmente reconocida y donde ha hecho aportaciones decisivas a una comprensión militante del mundo en el que vivimos, con una militancia escrupulosamente basada en el respeto y adelanto de los derechos humanos. El tema es el de la globalización.
Como toda laudatio debe ir acompañada de una vituperatio, hay que señalar aquí que todo el saber y la ciencia de George se orientan a criticar y ver de remediar el modelo prevaleciente de globalización, un proceso no sometido a ningún tipo de control, regido por la ley del lucro y que conjuga de modo irresponsable los beneficios que indudablemente procura con perjuicios, algunos de ellos francamente ominosos, cuya erradicación es un imperativo moral insoslayable de nuestra época. Con esto se pretende disipar un equívoco que suele darse al hablar de la obra de Susan George, presentándola como una estudiosa “antiglobalización” cuando su posición bien clara y reiterada se describe mejor como “alterglobalización” ya que no se opone sin más ni niega de raíz la  lobalización (lo que apoximaría su actitud a la de los antiguos ludditas) sino que pretende reajustar el proceso para que pierda su destructividad, generadora de sufrimiento y muerte y se convierta en positiva, favorable al mayor bienestar generalizado. Es la globalización anómica el fenómeno vituperable, resultado de la prosecución de las relaciones internacionales en el desordenado mundo contemporáneo.
Orientó entonces su esfuerzo George a la investigación de las posibilidades de una globalización alternativa. Al servicio de este ideal estaban dedicadas dos obras que han tenido un fuerte impacto mundial, habiéndose traducido a diversas lenguas y servido como puntos de arranque de reflexiones colectivas y orientaciones para la acción común. Se trata del celebérrimo Informe Lugano y Otro mundo es posible si... que forman una unidad de intencionalidad. Quienes conozcan el original planteamiento del Informe Lugano y recuerden que no es ajeno al espíritu de la autora el introducir metalenguajes en sus investigaciones (ya lo había hecho con su estudio sobre el crédito) estarán de acuerdo en que, valiéndose de una construcción retórica a contrario, se nos ofrece un visión negativa de la globalización, de lo que no tiene que ser. La ironía que traspasa el texto pone a éste a una altura de genialidad parangonable con la de la fábula de Jonathan Swift, cuando aconsejaba a los irlandeses que se comieran a los niños para acabar con el problema de la infancia hambrienta en Irlanda.
Ese estudio a contrario muestra claramente cuáles son las perversidades de la globalización anómica y quiénes son sus responsables. Las primeras tienen una incidencia negativa en la estabilidad social y política del planeta: crecientes desigualdades Norte-sur con los fenómenos parejos de miseria, hambrunas, desastrosas condiciones sanitarias, emigraciones, conflictos políticos, desplazamientos y regímenes tiránicos. Se trata del marco en que se da un gestión desastrosa de recursos naturales no renovables, con una demografía fuera de control (irónicamente por el avance de las ciencias médicas) y grados crecientes de contaminación que amenazan la supervivencia de la especie. Corresponde a George el raro mérito de haber sido de las primeras científicas sociales en dar la voz de alarma ante el cambio climático.
El punto central de este estudio en negativo de la globalización, es la convicción de la autora de que los supuestos principios autorreguladores del sistema de los que hablan Luhmann y sus seguidores (y que enlazan con la optimista previsión de los economistas clásicos, al estilo de la mano invisible de Smith), en realidad tienen un efecto negativo. Este es el ánimo con el que George cita con frecuencia el definitivo estudio del antropólogo Garret Harding, en los años 70 del siglo pasado, quien puso de relieve lo que él llamó “the tragedy of the commons” y que explica de modo sucinto y claro lo que también se conoce como “paradoja del común”. Mientras opere este mecanismo perverso, la globalización tendrá efectos colaterales destructivos.
Frente a la visión en negativo y como propuesta en la  alternancia dialéctica, George desarrolla la visión positiva que ha de entrar en contradicción con la otra a través de la idea de que “otro mundo es posible” si se cumplen ciertas condiciones, como si se tratara del “principio esperanza”. Obviamente, hay que tener una idea clara de los fenómenos que se deben abordar, frente a qué adversarios y contando con qué aliados.  La idea de acometer una nueva regulación más equilibrada y justa de los intercambios financieros y el comercio mundial es la clave del arco de toda la propuesta que George no ha limitado al ámbito aséptico de las elaboraciones académicas, sino que ha llevado asimismo al terreno de la acción práctica, a través de su pertenencia al Foro Social Mundial y de su vicepresidencia de la organización Attac entre 1999 y 2006. Como se sabe, Attac es la más combativa organización mundial a favor de la imposición de tasas en las transacciones financieras en pro de la ayuda humanitaria. La propuesta es la reacción ante el intento de establecer el famoso Acuerdo Mundial de Inversiones que, habiéndose negociado en secreto en el seno de la OCDE, pretendía ser una especie de “constitución económica mundial”en el estado de desbarajuste político y jurídico en que se encuentra el planeta.
La tasa mundial sobre transacciones financieras es el primer paso de una recuperación del control ciudadano sobre los procesos globalizadores que habrá de pasar asimismo por la superación del Consenso de Washington y una fuerte reforma de la Organización Mundial del Comercio, ese organismo internacional tan peculiar que, en el fondo, opera como el Estado mayor de la gran potencia estadounidense en la globalización.
Esto lleva a un aspecto muy debatido de la obra de George, el de la actual estructura unipolar mundial que sólo beneficia a los intereses de la superpotencia y perjudica al resto del planeta, aunque en proporciones distintas: padecen más los que menos tienen. Aun a riesgo de ser tildada de antiamericana, Susan George, que se nacionalizó francesa en 1994 aboga por un triunfo de en el conflicto con los Estados Unidos porque ello supone el de unos valores a los que el proceso de engrandecimiento de la superpotencia y el azar de la globalización anómica no dejan lugar posible.
La nueva regulación con fines estratégicos de desarrollo sostenible, solidaridad y redistribución no es incompatible con el continuado avance de la globalización. No hay alternativa a un uso más racional y justo de los recursos. Una vez se entiende esta necesidad, George cree que mediando las correspondientes reformas (aplicadas siempre con estricto respeto a la no violencia, esto es, algo parecido a lo que Habermas llama “el reformismo radical”), la recuperación de órdenes sociales más equilibrados en los que se atajarían los problemas de agotamiento de recursos y contaminación se daría con relativa sencillez a base de aplicar mecanismos
efectivos, como la concepción piguviana de los impuestos, una verdadera revolución que permitiría compaginar desarrollo con respeto al medio ambiente y lucha contra el cambio climático.
La posibilidad de ese mundo alternativo depende también  de que las fuerzas que han de llevarlo a cabo tengan un grado mínimo de eficacia. Es aquí donde la obra teórica y práctica de George adquiere su carácter más crítico y admonitorio al abordar un problema sempiterno en el movimiento emancipador que antaño se llamó de otras maneras y hoy se conoce como movimiento alterglobalización, esto es, el problema del acuerdo y la unidad. A lo largo de su obra, George menciona a veces la famosa XI tesis marxiana sobre Feuerbach, la tesis más típicamente fáustica: hay que saber y  conocer para cambiar el mundo, que es lo esencial; pero el mundo sólo lo cambian grupos o colectividades. La necesidad de conjugar la máxima libertad de criterio individual con la mayor unidad de acción colectiva es el eje de la obra de George.

Madrid, abril 2007