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La UNED restituye su nombre al Centro “F. Giner de los Ríos”

Setenta años no es nada


Además de las tutorías, albergará un archivo de la Historia de la Educación con documentos encontrados en su bajo cubierta

DICIEMBRE 2011




Hubo un tiempo en que el Presidente de Gobierno inauguraba escuelas; los parlamentarios debatían con pasión la conveniencia de construir edificios más bellos o hacer más cantidad de edificios; los maestros viajaban por el mundo buscando las mejores formas de enseñar. Amanecía el siglo XX y la España sin colonias quería olvidar sus derrotas a través del conocimiento. La Institución Libre de Enseñanza cuestionaba los principios pedagógicos y apostaba por cambiarlos. Reyes y republicanos coincidían en la necesidad de erradicar la caña y la palmeta de las aulas. Comenzaban a idearse los primeros grupos escolares. Uno de ellos, situado junto a la Dehesa de la Villa, en el barrio de La Bomba –conocido así por la gran cantidad de anarquistas que vivían en la zona- se llamaría “Francisco Giner de los Ríos”. Tras la Guerra Civil perdió su nombre. Ahora, 70 años después, la UNED se lo restituye.



El 14 de abril de 1933 el Presidente de la República, Niceto Alcalá-Zamora, junto con sus ministros, inauguró el grupo escolar “Francisco Giner de los Ríos”. En su discurso señaló a los asistentes el horizonte hacia el que debía caminar la enseñanza. “Grabad en la imaginación de los niños un triángulo con tres vértices: uno de alegría para sonreír; otro de luz para pensar y otro de sentimiento para amar”.



El Grupo Escolar Francisco Giner de los Ríos se ajustaba a la educación innovadora diseñada en las primeras décadas del s XX y potenciada durante la II República: había pocos libros, pero abundaban los cuadernos escolares primorosos; se promocionaban los trabajos manuales, las lecciones en plena naturaleza, la danza y la convivencia de niños y niñas y de clases sociales… Se trabajaba a favor del aprendizaje integral y la autoritas del profesor ya no se basaba en la fuerza física, en el vigor de las palmetadas o la intimidación de los hábitos: había un director en cada centro y se seleccionaba a los mejores maestros con criterios rigurosos.




Se comía con manteles y se usaban los cubiertos, se cuidaban plantas y se disfrutaba en la piscina. Pero para llegar a este punto muchos habían trabajado mucho. La profesora María del Mar del Pozo, catedrática de Historia de la Educación de la Universidad de Alcalá nos explica cuánta tarea se esconde tras estas imágenes.




Todo empezó con la arquitectura. Para conseguir un cambio en la pedagogía se requerían unos edificios capaces de albergar las instalaciones sanitarias, higiénicas y docentes adecuadas. El profesor Agustín Escolano, catedrático de Historia de la Educación de la Universidad de Valladolid, nos recuerda cómo la escuela de principios del s XX estaba en el porche de la casa del maestro; en el atrio de una ermita; en una sala de un convento o en una cueva de Guadix. La Institución Libre de Enseñanza ideó los edificios necesarios para albergar a los estudiantes ávidos de aprender, aquellos cuyas madres hacían cola durante toda la noche en Cuatro Caminos a la espera de poder matricular a sus hijos. La construcción se planteaba ajustando a las necesidades de capacidad, ya fueran destinados a pueblos o ciudades, al clima húmedo o seco, al entorno rural o urbano. La piscina, los servicios sanitarios, la ordenación de los interiores con las aulas separadas según la enseñanza impartida… Todo estaba contemplado: eran los nuevos templos del saber.




Los pasos arquitectónicos iban acompañados de los cambios pedagógicos. A principios de siglo, impulsados por el joven Alfonso XIII y sus gobiernos, empieza el despegue de la educación reglada. Se trata de agrupar a los alumnos por edad, o por nivel de conocimiento o por capacidades; de imponer horarios de entrada y salida y criterios de asistencia continuada; de elegir a un director que supervisase la gestión de los grupos; de fomentar la creación de asociaciones de amigos y padres que pudieran aportar recursos económicos o apoyo de otro tipo.



Los niños comían en la escuela, un servicio nada desdeñable en la época, y en las aulas se mezclaban las clases sociales.






Lo que hoy nos parece convencional suponía entonces un avance excepcional. Por eso, la propia reina Victoria Eugenia acude con miembros de su séquito a visitar uno de los grupos escolares madrileños, ya en funcionamiento, para comprobar in situ las ventajas de este tipo de enseñanza.



Las colonias de estudiantes eran otra forma de aprender a través del viaje y de la convivencia. Pero sin salir del colegio también se aprendía a cuidar la salud y a respetar las normas de aseo personal, como en esta foto de 1919 donde las niñas se bañan bajo la supervisión de una matrona del Comité Femenino de Higiene Popular.





Con los años 20 llega una nueva época para la docencia. La cartilla de gimnasia, la escuela al aire libre, los ejercicios acuáticos y los baños de sol son el complemento ideal para los pequeños estudiantes.




Con los años 20 llega una nueva época para la docencia. La cartilla de gimnasia, la escuela al aire libre, los ejercicios acuáticos y los baños de sol son el complemento ideal para los pequeños estudiantes.
Se establece un sistema de selección de equipos docentes que viajan por Europa a la búsqueda de nuevas forma de enseñar. Las mejores se traerán a España y tratarán de introducirse aquí a través de los grupos escolares.
Madrid será el buque insignia y hasta aquí se desplazarán maestros de todas las regiones para implantar el mismo sistema en sus comunidades.

Pero los grupos escolares eran caros y solo llegaron a funcionar 41 entre 1900 y 1930.
En los dos años siguientes, con la II República, se abren otros 40.

Son edificios fuertes y bellos, constuidos sobre unos buenos planos y sobre unas firmes convicciones.
El “Francisco Giner de los Ríos” y otros como él, sobrevivió a distintos avatares: fue frontera de ambos bandos en plena Guerra Civil, fue cuartel general de las tropas anarquistas de la Columna Durruti y, al final de la contienda, recuperó su función docente como centro de educación del religioso católico Andrés Manjón.


Después de 70 años, en el acto de restitución del nombre al centro, la nieta de Giner de los Ríos envió una emotiva carta al CEME-UNED (Centro de Estudios de Migraciones y Exilios) por su labor en la recuperación de los documentos encontrados en la bajo cubierta del edificio, los primeros que albergará el futuro archivo de la Historia de la Educación y el Exilio proyectado por el CEME.


Igual de emocionada, agradeció la iniciativa la hija de quien fuera directora del centro, María Sánchez Arbós. Ella fue la última alumna de don Francisco Giner y la mujer que aquel día de 1933 tomó la palabra, tras el Ministro de Instrucción Pública y antes del Presidente Alcalá-Zamora, para comprometerse a seguir aplicando la línea pedagógica que había marcado su maestro.


Juan A. Gimeno, Rector de la UNED, leyó unos párrafos del diario de Arbós donde ella soñaba con ver aquellas aulas llenas de redacciones, de dibujos y trabajos infantiles archivados y catalogados. Y que, pasados los años, aquellos hombres y mujeres, ya mayores, regresaran a su escuela y pudieran volver a verlos y reconocerse en ellos. “Hoy, 70 años después, podemos ver su sueño hecho realidad. Borrar los nombres es otra forma de exilio y es de justicia este acto de homenaje, de reparación y de restitución”


"Poner en marcha este archivo nos servirá para aprender y rectificar lo necesario para no repetir los errores”, señaló Gimeno, quien clausuró el acto asegurando que “nos vamos hoy con alegría, luz y sentimiento, como recomendaba Alcalá-Zamora”.

En la mesa (de izda a dcha) María del Mar del Pozo, de la U. de Alcalá; Amparo Osca, directora de la UNED en Madrid; Juan A. Gimeno, Rector; Alicia Alted, directora del CEME; y Agustín Escolano, de la U. de Valladolid.

Fotos recuperadas por los profesores María del Mar del Pozo y Agustín Escolano

Aida Fernández Vázquez