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Discurso del profesor Juan Díez Nicolás

"Ciencia y Política: el centro como experiencia vital"

Con motivo de su investidura como Doctor Honoris Causa en Ciencias Políticas y Sociología por la UNED

 


Excmo. y Mgfco. Sr. Rector de la UNED, Excmo. Sr. Jefe de la Casa de su S. M. El Rey
Excmo. Sr. Presidente del Consejo Social de la UNED, Autoridades Civiles y Académicas,
Claustro de Profesores, Nuevos Doctores, Estudiantes, Señoras y Señores, Amigos,

Si la recepción de un Doctorado Honoris Causa es siempre un honor, en este caso ese honor es doble, puesto que durante algunos años compartí con muchos de los que me escuchan la noble tarea de trabajar en la consolidación de esta Universidad, que había puesto en marcha mi antecesor en el cargo, el Profesor Manuel Jesús García Garrido. Se cumplen ahora 40 años desde la fundación de la UNED en 1972, por lo que junto al Laudeamus habría que cantar también el Cumpleaños Feliz.

Quiero aprovechar esta ocasión para agradecer la inestimable ayuda que entonces me prestaron todos, catedráticos, profesores en general, personal administrativo y laboral, centros asociados y tutores, y por supuesto alumnos, en aquellos años de ilusión e incertidumbre en los que hubo que inventar casi todo, puesto que estábamos viviendo la transición de la dictadura a la democracia. De manera muy especial quiero agradecer ahora este Doctorado Honoris Causa a la iniciativa de los tres Departamentos de Sociología de la UNED, respaldada por la Facultad de Ciencias Políticas y Sociología, y a su concesión por parte de la Junta de Gobierno de la Universidad. Querido Rector Gimeno, querido Doctor Almaraz, sabéis muy bien que ningún otro doctorado me habría proporcionado la satisfacción que me proporciona éste, por lo que os doy las gracias muy sinceras que ruego extendáis a todos los ya citados. Mi paso por la UNED fue solo temporal, pues mi cátedra no estaba aquí. Puede que esa situación de “interino” me permitiera trabajar con una gran libertad e independencia y, como ha recordado el profesor Almaraz, hiciera más creíble mi recomendación a las autoridades de que esta Universidad no sólo no fuera “enterrada” sino que por el contrario fuera reforzada. Personalmente los cuatro años de rectorado fueron una de las etapas más apasionantes de mi vida académica, y agradezco a los que me han sucedido que hayan mantenido y mejorado extraordinariamente sus actividades y, sobre todo, su prestigio académico, de manera que hoy sea pieza insustituible de la enseñanza superior en España y en Europa.

El profesor Almaraz ha señalado que mi biografía es una combinación de actividad académica, política e investigadora, y es por ello que he elegido como título para mi breve discurso de investidura el de la relación entre ciencia y política, una relación que ha sido objeto de atención para algunos de los más eminentes científicos sociales. Personalmente creo haber ejercido como sociólogo, como politólogo, como demógrafo, como metodólogo, como urbanista, como consultor, etc., pero nunca he tenido problemas en cambiar un sombrero por otro, pues en realidad siempre he estado en la ciencia social.

Antes de pasar a la exposición de mi discurso, quiero dejar constancia de mi deuda con quienes han sido mis maestros, desde los profesores Magariños y Mindán en mi educación secundaria en el Instituto Ramiro de Maeztu, a Gómez Arboleya, Díez del Corral, Fraga y Ollero, entre muchos otros, en la Facultad de Ciencias Políticas y Sociología de la Complutense, a Hawley, Freedman, Newcomb, Landecker y Kish en la Universidad de Michigan, a Perpiña Grau y Ros Gimeno en el Instituto Balmes de Sociología, a Fermín de la Sierra en la Escuela de Organización Industrial, y a Galtung, Inglehart, Klingeman y tantos otros en mis investigaciones internacionales. Citar a todos los colegas de los que he aprendido y con los que he publicado llevaría más tiempo del que dispongo. Pero quiero dejar constancia de que cada uno de nosotros somos el producto de muchos otros que nos antecedieron y a los que debemos rendir un merecido tributo.

El Político y el Científico

Hace años, precisamente al tomar posesión de mi primera cátedra en la Universidad de Málaga en 1971, me ocupé de las diferencias y semejanzas entre científicos e intelectuales, y entre ambos y los políticos (1). Científicos e intelectuales se ocupan del descubrimiento y transmisión de conocimientos. La mayoría de los que se han ocupado de estas cuestiones incluyen a los científicos entre los intelectuales, como hace Lipset, que considera como intelectuales a todos aquellos que “crean, distribuyen y aplican cultura, entendida esta como el universo de los símbolos, incluido el arte, la ciencia y la religión” (2). Otros, como Wright Mills, diferencian entre intelectuales, artistas y científicos (3), y en otro lugar entre bohemios y técnicos (4). Y Max Weber distingue también entre intelectuales y técnicos. No es necesario repetir aquí todas las diferentes clasificaciones de intelectuales y científicos que abundan en los escritos de Mannheim, Parsons, Cartault, Mills, Znaniecki, Merton y tantos otros. En el citado trabajo yo concluía que “la gran variedad de papeles sociales de los intelectuales, junto con la gran especialización y tecnificación de algunos de ellos, es lo que ha llevado a ese progresivo distanciamiento entre científicos y otros intelectuales,... pero, la aparición de las ciencias sociales y la creciente importancia adquirida por los científicos en sentido estricto, especialmente los físicos y los bioquímicos ...han contribuido a que se sienta nuevamente la necesidad de considerar conjuntamente a científicos e intelectuales como un solo grupo... (pues) los científicos sociales, con su adopción de una metodología y unas técnicas muy similares a las de los demás campos científicos, han tendido un puente entre las tradicionales ciencias y las humanidades” (5). Remito a este artículo a quienes estén interesados en las diferentes funciones sociales asignadas a los intelectuales y científicos, y a las tensiones y conflictos que se derivan del ejercicio de su papel social, pero aquí me interesa partir de la reflexión citada, en el sentido del importante papel mediador o de puente adquirido por las ciencias sociales entre las que Snow definió como “las dos culturas” (6).

Max Weber es sin duda el científico social de referencia cuando se trata de comparar ciencia y política. En su conocida obra sobre El Político y el Científico (7)  una obra que mantiene una vigencia casi absoluta en la actualidad, especialmente en España, después de diferenciar entre los tres tipos de legitimidad del liderazgo político (el tradicional, el carismático y el legal), se ocupa secuencialmente de la política como vocación y de la ciencia como vocación. En la primera parte diferencia entre políticos profesionales y políticos ocasionales, entre vivir para la política y vivir de la política, entre funcionarios profesionales o funcionarios políticos y funcionarios de partido. Sus críticas a los partidos políticos de entonces, tanto en Alemania como en Inglaterra o España, parecen escritas para la hora actual, cuando afirma que los partidos son vistos como medio para obtener un cargo, o como pesebres para repartir prebendas, y cuando afirma que “los miembros del Parlamento son, por lo general, unos borregos votantes perfectamente disciplinados” (8). Sus comentarios sobre publicistas y periodistas no son menos críticos. Para Weber, las cualidades del político deberían ser la pasión, el sentido de la responsabilidad y la mesura, y su ética puede ser de convicción o de responsabilidad. Lo importante, sin embargo, es que la función del político, según Weber, es la de establecer políticas de acción encaminadas a resolver los problemas de los ciudadanos.

En cuanto al papel del científico, Weber señala que sus cualidades deben ser la idea o inspiración, la pasión y el trabajo. Debe subrayarse que la pasión según Weber, es una cualidad que deben compartir el político y el científico, pero mientras que es la primera para el político, es secundaria, detrás de la inspiración, en el caso del científico. La idea, la inspiración, es prioritaria para el quehacer científico, por mucho que el trabajo científico se haya institucionalizado y burocratizado. Es lo que Mills denominó la “imaginación sociológica” (9) en el caso de las ciencias sociales. Y lo que habitualmente denominamos la “pregunta de investigación” cuando un candidato a doctor nos solicita asesoramiento para su tesis. Pero, mientras que el trabajo del político es por definición subjetivo, el del científico tiene que ser objetivo, de manera que “dondequiera que un hombre de ciencia permite la introducción de sus propios juicios de valor, renuncia a tener una comprensión plena del tema que trata” (10). La insistencia de Weber en la objetividad no se limita a la labor misma de investigación, sino que la extiende a la docencia, puesto que incluye esta actividad al hablar de la ciencia como vocación. En su opinión, que comparto y he procurado cumplir a lo largo de mi vida, ni los estudiantes ni los profesores deben hacer política en las aulas, y sobre todo los profesores deben cuidar de no influir en los estudiantes en materia de opciones ideológicas o políticas. “Únicamente en calidad de maestros nos ha sido concedida la cátedra” (11), afirma Weber de manera rotunda. La labor del profesor debe ser la de presentar las diferentes ideas con la máxima objetividad para que el estudiante se forme su propia opinión. Recuerdo, a este respecto, una anécdota personal en mi primer año de docencia en la Universidad de Málaga. Utilizando el método dialéctico para presentar las diversas opciones en cuestiones debatidas entre los sociólogos durante décadas, recuerdo que en relación con la cuestión de si el comportamiento humano es racional o irracional, un día expuse el punto de vista de Bentham (tesis) que consideraba el comportamiento humano como racional, basado en su algoritmo del “felicific calculus”, al día siguiente expuse el punto de vista de Pareto (antítesis), para quién el comportamiento humano era básicamente irracional, emocional, basado en sus “residuos y derivaciones”, y al tercer día expuse el punto de vista de Max Weber (síntesis), para quien el comportamiento humano era unas veces racional y otras irracional. Pues bien, cuando terminé mi exposición el tercer día un alumno pidió la palabra y muy enfadado me recriminó porque un día le había convencido de que el comportamiento humano era racional, al día siguiente le había convencido de que era irracional, y luego le había convencido de que unas veces era racional y otras irracional, y “me exigía” que le dijera cual de las tres versiones era la verdadera. Es evidente que esa “exigencia” ha sido el mejor elogio que nunca haya recibido como docente. Naturalmente le contesté, amablemente, que esa decisión le correspondía a él, y no a mí, que cada uno debíamos reflexionar y decidir. Pero es cierto, como indica el propio Weber, que “hay estudiantes que esperan que el catedrático sea un caudillo en lugar de un maestro... (y que) los profesores inclinados a comportarse como caudillos son a menudo los menos capacitados…” (12).

Habiendo pasado por la política y, modestamente, por la ciencia como docente y como investigador, creo que estas dos actividades se diferencia en muchas dimensiones, pero una no menos importante es que en política hay que tomar las decisiones en el momento oportuno, ni antes ni después, y por tanto hay que tomar las decisiones con la información de la que el político disponga en ese momento. El político no puede demorar la decisión porque desee más información. Tiene que tomar la decisión con la información de que disponga, aunque sea insuficiente. El científico, por el contrario, casi siempre pide más información antes de tomar una decisión, pues generalmente trabaja sin prisas, y sus decisiones tienen que estar basadas en la mejor información posible. Por eso los científicos siempre utilizan términos de cautela, como “parece que…”, “con la información disponible...”, “por el momento, y mientras no se disponga de más información...”. Personalmente he podido verificar lo diferente que es el ejercicio del papel de científico y el de político, y por ello he procurado separar cuidadosamente ambas actividades.

En esta misma línea, más de una vez he citado la opinión de Shils sobre la vocación de la sociología (13). La vocación de la sociología, decía Edward Shils en ese breve opúsculo, no es ni la de pretender ser “consejera de príncipes” ni la de ser la crítica constante al poder, sino que su vocación es la de “iluminar a la opinión”. Creo que la doble opción a la que se refiere Shils, el ser “colaborador del poder”, asesor o consultor del poder, o ser el “crítico permanente del poder” tiene que ver más con el papel del sociólogo como intelectual, como humanista, incluso como político, mientras que la opción de ser un “iluminador de la opinión” tiene más que ver con el papel del sociólogo como científico. Bon y Burnier afirman que los intelectuales tecnocráticos “sirven al sistema social existente no en el sentido de que vayan a aceptar sus órdenes, sino porque contribuyen a la construcción y al porvenir del sistema ordenándolo e iluminándolo” (14). Mannheim, por el contrario, opina que el intelectual “debe seguir siendo el crítico de sí mismo y de todos los otros grupos” (15). Pero Aron, a su vez, se refiere a que la “inteligencia de izquierda comenzó por la reivindicación de la libertad y terminó por plegarse a la disciplina del partido y del Estado” (16). Pero, ¿no podría afirmarse lo mismo de la inteligencia de la derecha”.

Modestamente creo que la iluminación de la opinión debería ser la vocación no solo de la sociología, sino la de todas las ciencias sociales. Precisamente porque las ciencias sociales son el puente entre “las dos culturas” es lógico que se mueva en esa tensión entre la colaboración o la crítica al poder y el servicio desde la objetividad y la neutralidad afectiva weberiana a la sociedad. Esa vocación, tal y como he pretendido ejercerla a lo largo de mi vida, no excluye el asesoramiento ni la crítica al poder, siempre que ambas se hagan desde la convicción y el objetivo último de “iluminar a la opinión”, es decir, de servir a la sociedad. El sociólogo debe saber qué “sombrero” lleva en cada momento, si el de intelectual más o menos politizado o el de científico. Cada uno tiene que tomar su decisión personal en cada momento y circunstancia, pero lo importante es no confundir los papeles.


Una vida entre la ciencia y la política

Creo que toda mi vida se ha caracterizado por una dedicación a la ciencia y a la política, si bien en cada período he puesto más el énfasis en una o en la otra. Así, creo que se pueden distinguir varias etapas en mi recorrido vital, cada una de unos díez años de duración aproximadamente. Concretamente, desde 1963 cuando regresé de la Universidad de Michigan para colaborar con el profesor González Seara en la fundación y puesta en marcha del Instituto de la Opinión Pública, hasta 1973 en que fui nombrado Director General de Planificación Social, mi dedicación principal fue la Universidad y la investigación. En la Universidad ocupé durante ese período casi todos los puestos que se pueden ocupar: ayudante no remunerado, ayudante remunerado, encargado de curso, adjunto interino, adjunto por oposición para 4 años, catedrático, director de departamento, vice-Decano y vice-Rector. Creo haber sido el único docente que ha sido simultáneamente catedrático en tres Universidades públicas durante los dos cursos académicos de 1971 a 1973, en Málaga, y en la Complutense y en la Autónoma de Madrid. Como investigador, no solo dirigí las investigaciones del Instituto de la Opinión Pública sino que tuve también ocasión de participar, junto al profesor Torregrosa, en mi primer proyecto de investigación internacional comparada: Imágenes del Mundo en el Año 2000, coordinado por el profesor Johan Galtung en seis países: cuatro occidentales (incluida España) y dos países de la entonces Europa Oriental. Después de dimitir en 1969 como Secretario General del IOP en 1969 pasé a ser asesor en materia de urbanismo y medio ambiente durante dos años en la Dirección General de Urbanismo del Ministerio de la Vivienda, donde tuve ocasión de asistir a la creación de comités de medio ambiente en todos los principales organismos internacionales, por lo pude influir en la creación en España de la Comisión Interministerial para  el  Acondicionamiento del  Medio  Ambiente, CIAMA, luego reconvertida en CIMA. Mi dedicación a la política fue en ese período escasa, limitada a ser un observador de la realidad política y social espa- ñola, pero tratando siempre de mantener puentes de diálogo con todos los grupos políticos que ya entonces se estaban consolidando, y empujando siempre en la dirección de lograr unas mayores cotas de progreso y democratización de la vida española. Las encuestas del IOP contribuyeron de manera muy eficaz a que la clase política dirigente tomara conciencia de que el régimen franquista no podría sobrevivir a Franco, y a que los líderes de la oposición clandestina tomaran igualmente conciencia de que las nuevas clases medias urbanas no estaban en absoluto dispuestas a respaldar procesos revolucionarios o de saltos en el vacío. Poco a poco se fue abriendo paso la opinión de que el futuro de España requería un gran acuerdo entre la derecha moderada y la izquierda moderada, una tesis que yo ya defendía entonces siempre que había ocasión, y que cierto ministro bautizó con el nombre de “teoría de las botellas”, puesto que yo solía explicarlo en las comidas con dos botellas grandes que representaban a las dos opciones moderadas, y otras dos más pequeñas en los extremos que representaban a la izquierda y la derecha más radicales o extremistas. Mi tesis era que la Guerra Civil se produjo porque los moderados confiaron más en sus respectivas extremas radicalizadas en lugar de confiar más los unos en los otros, y por tanto, que el cambio político a la muerte de Franco se haría en paz si los moderados confiaban más entre sí que en sus respectivas opciones radicales o extremas.


La segunda etapa de mi vida fue marcadamente política, pero sin abandonar mi dedicación a la Universidad y a la investigación. En efecto, en 1973 el Director-Gerente de la Fundación Juan March, Cruz Martínez Esteruelas, fue nombrado Ministro de Planificación del Desarrollo, y como yo estaba en su equipo, como secretario para ciencias sociales de la Fundación, me ofreció y acepté la Dirección General de Planificación Social. En el breve espacio de seis meses, que fue la duración de ese gobierno, el equipo de científicos sociales de muy variada ideología que formé, elaboró unas directrices de la planificación social que posteriormente guiaron gran parte de las reformas de los gobiernos de UCD y también del PSOE. Esas directrices u objetivos fueron: 1) reducir las diferencias y desigualdades sociales (entre sexos, clases sociales, territorios, etc.), 2) fomentar y proteger el pluralismo y la participación sociales (pluralismo y participación cívica y política en todos los ámbitos sociales), 3) mejorar la calidad de vida (frente a la cantidad de vida, es decir, medio ambiente frente a desarrollo económico), 4) dar prioridad a los bienes y servicios de uso colectivo (prioridad al sector público sobre el privado), y 5) fomentar la innovación y el cambio social (frente al inmovilismo). Siempre he afirmado que el asesinato del entonces Presidente Carrero Blanco en diciembre de ese año, marcó el inicio de la transición política en España, de la dictadura a la democracia. Desde ese primer cargo político en 1973, hasta julio de 1982, ocupé diversos cargos políticos siempre muy cerca del núcleo donde se tomaban las decisiones políticas que llevaron al proceso de transición a la democracia, y en el equipo de Adolfo Suárez desde octubre de 1976. Durante esa etapa de díez años viví de cerca el asesinato de Carrero Blanco, la muerte de Franco, la sustitución de Arias por Suárez, pude votar –como procurador en Cortes por Rector– la aprobación de la Ley de Reforma Política y por tanto contribuí al “harakiri” de aquella cámara y de su régimen, tuve la responsabilidad de pronosticar, creo que con bastante acierto y desde el CIS, los resultados del referéndum sobre la Ley de Reforma Política, las dos primeras elecciones democráticas de 1977 y 1979, el referéndum sobre la Constitución de 1978, y las primeras elecciones municipales, además de proporcionar información al Gobierno de Suárez sobre los estados de opinión en relación con las principales reformas democráticas, desde la legalización del Partido Comunista a la amnistía, pasando por la descentralización del Estado y las muy diversas reformas políticas y sociales. También participé activamente en el Gobierno de Secretarios de Estado y Subsecretarios en la noche del 23 de Febrero de 1981, que tan eficaz y oportuno fue para desbaratar la excusa de los golpistas de que sacaban los tanques a la calle porque había un vacío de poder civil. El final de esta etapa se caracterizó por la práctica desaparición de la ilusión creada por aquel Camelot en el que Adolfo Suárez hiciera de Rey Arturo, Felipe González de Lancelot, el Rey Juan Carlos de Mago Merlín, y la Democracia de Reina Ginebra. En esa segunda etapa no solo no descuidé mi actividad universitaria e investigadora, sino que las mantuve muy activas, si bien en un segundo plano. En efecto, durante esos díez años nunca me acogí a la excedencia especial a la que tenía derecho. Pero, además, desde mi posición de secretario de ciencias sociales en la Fundación Juan March pude poner en marcha un plan de formación y ayuda a la investigación en ciencias sociales que duró 9 años, desde 1973 a 1982, y en el que recibieron becas de estudio o investigación más de un centenar de universitarios españoles. Complementariamente, ayudé igualmente a enviar con becas a Estados Unidos a varias decenas de graduados para formarse en ciencias sociales a través de la Comisión Fulbright y el Comité Cultural de las Bases de Uso Conjunto. Antes de que se produjera la debacle de UCD en octubre de 1982 yo ya había abandonado la política activa y preparaba mi tercera etapa vital.


El tercer decenio de mi vida pública se caracterizó por un predominio de la investigación, si bien desde el sector privado y no público. A finales de 1982 fundé mi empresa de investigación, Análisis Sociológicos, Económicos y Políticos (ASEP), y aunque llevamos a cabo algunas investigaciones en los primeros años, no fue hasta 1986 cuando inicié una actividad regular, el sondeo mensual sobre La Opinión Pública de los Españoles, cuyo XXV aniversario  se ha cumplido en octubre-noviembre del pasado año 2011. En ese decenio continué mi dedicación a la docencia en la Complutense,  y a la investigación en ASEP primero y, complementariamente, a través del proyecto CIRES, con el que pude satisfacer mi objetivo de democratizar el acceso a los datos de la investigación. Siempre he creído que la investigación social exige un gran esfuerzo de financiación, y por ello parece lógico que los datos se pongan a disposición de todos los que puedan necesitarlos en depósitos de acceso público. Por ello, ya desde mis inicios en el IOP propuse la publicación de todas las encuestas que se hicieron, y cuando volví a ese centro y lo convertí en CIS se abrió legalmente el archivo de datos al público, especialmente a los investigadores, apertura que se ha ido ampliando y facilitando por mis sucesores en ese organismo público por voluntad política y por los avances tecnológicos en informática. Ese convencimiento me llevó a realizar el proyecto CIRES, que aportó 52 investigaciones nacionales cada una sobre un tema monográfico, y cuyos ficheros de datos brutos fueron distribuidos gratuitamente en disquetes a centenares de centros en España y en el extranjero. Entre 1983 y 1993, por tanto, dediqué mis esfuerzos a promover el acceso a los datos de nuestras investigaciones, iniciando una colaboración con JDSystems que se ha desarrollado a lo largo de los últimos veinticinco años, y que ha resultado en la creación de un Banco de Datos para consulta interactiva y en línea de los datos de varios centenares de investigaciones nacionales e internacionales. Como ha señalado el profesor Almaraz, esta dedicación responde a mi lucha contra la “sociología bajo palabra de honor”, es decir, a la lucha contra la publicación de análisis sociológicos basados en encuestas cuyos datos no estén depositados en un archivo de acceso público. Me cabe la satisfacción de decir que en España solo hay dos bancos de datos de encuesta accesibles al público, el del CIS y el de ASEP/JDS, ambos fundados por mí. Durante esta etapa no descuidé mi actividad política, sino que la he seguido practicando no de manera activa, sino como analista político, puesto que en cada informe mensual he realizado siempre un análisis del contexto social, económico y político, nacional e internacional, en que se recogieron los datos de cada mes. Además, recuperé mi actividad internacional representando a España en el Comité Europeo de Población del Consejo de Europa, donde fui elegido sucesivamente miembro del Buró, Vice-presidente, y Presidente por el máximo de dos mandatos previsto en sus estatutos. Durante ese decenio incrementé también mi colaboración con el CESEDEN, donde fui Presidente del Seminario sobre Sociedad y Fuerzas Armadas, además de impartir conferencias en sus distintos cursos para jefes y oficiales.


El cuarto decenio, 1993 a 2003 se caracterizó por mi participación en la ciencia social en el ámbito internacional. En efecto, en 1993 me incorporé a la Encuesta Mundial de Valores que dirige el profesor Ronald Inglehart, y desde entonces he formado parte de su Comité Ejecutivo. Ese mismo año ASEP fue admitida como  representante de España en el International Social Survey Program (ISSP), pero como el CIS también había solicitado esa admisión, los responsables de ambas instituciones, el profesor Arango y yo mismo firmamos un acuerdo de colaboración para participar conjuntamente en ese proyecto, acuerdo que sigue vigente en la actualidad. En 1996 participé también en la creación de otro grupo de investigación, el Estudio Comparado de Sistemas Electorales (CSES), de cuyo Comité de Planificación he formado parte durante tres mandatos, hasta 2008. Durante estos díez años también colaboré con la sociología institucionalizada, de manera que fui elegido miembro del Comité Ejecutivo de la Asociación Internacional de Sociología en 1994, y Vice-presidente de Socios y Finanzas en 1998, Presidente de la Federación Española de Sociología en 1995, miembro del Board of Directors del Roper Center (en la Universidad de Connecticut) en 1997, y miembro del Comité de Altos Expertos nombrado en 2002 por el Presidente de la Comisión Europea, Romano Prodi, para el Dialogo entre los Pueblos y Culturas del Mediterráneo, comité que todavía está activo. Es evidente que la actividad internacional predominó en este período sobre cualquier otra, pero continué con mi dedicación universitaria en la Complutense y con mis análisis políticos en ASEP.


Estoy ahora en mi quinto decenio, el que va de 2003 a 2013, y por tanto carezco de la perspectiva necesaria para evaluarlo de la misma manera que he evaluado los anteriores. Aunque, por imperativo legal, he sido ya apartado de la docencia pública, continúo con esa actividad tanto en centros universitarios públicos como privados, y continúo con mi actividad investigadora tanto en España como en el ámbito internacional. Creo vislumbrar que este decenio se caracterizará por mi dedicación a movilizar a la sociedad civil para mejorar la calidad de nuestra democracia, que parece estar algo deteriorada por la partitocracia, por la corrupción política y por las reivindicaciones territoriales. En esta etapa he pasado a formar parte de la Junta Directiva del Foro de la Sociedad Civil, del Comité Ejecutivo de la Asociación para la Defensa de la Transición, del Colegio Libre de Eméritos y he colaborado en el informe de los100 elaborado por la Fundación Everis. En todos estos grupos sigo empeñado en lograr una democracia de mejor calidad para España, y continúo en mi labor de tender puentes en lugar de abrir abismos entre españoles. Es evidente que no considero haber terminado mi actividad con la jubilación legal. Comencé a trabajar con 18 años y, si Dios me da salud, me jubilaré “cuando me pongan el pijama de madera”, pero no antes. Por tanto, confío en que todavía seguiré trabajando después de este decenio 2003-2013.

Contribuciones científicas y políticas

Haciendo introspección, creo haber sido de centro desde muy joven, tanto en la ciencia como en la política, lo que en mi opinión significa que he huido siempre de los extremismos. De mi bachillerato creo que me impactó la frase de Aristóteles relativa a que en el centro está la virtud, y de Kant internalice el imperativo categórico. Sin haber leído entonces a Bacon siempre me gustó la observación, si bien posteriormente aprendí las técnicas para la descripción y la explicación. Desde mi entrada en la universidad creo que intuí que los españoles no se clasificaban en izquierdas y derechas, sino en tolerantes e intolerantes, y que no hay nadie más dogmático que los nuevos conversos a lo que sea. En mi primer libro, Sociología: entre el Funcionalismo y la Dialéctica (17) afirmaba que hacía mía la frase de Unamuno “que no me encasillen”, y por tanto afirmaba que no aceptaba que las teorías sociológicas fuesen dogmas de fe, sino instrumentos para intentar conocer la realidad social. Por el contrario, desde un pragmatismo muy consciente, afirmaba que cada teoría sociológica explicaba una parte de la realidad social, pero no toda. Rechacé desde un principio los intentos de encontrar teorías globales que lo explicasen todo, y acepté el punto de vista de Merton en cuanto a que lo más a lo que podemos aspirar es a teorías de alcance medio, como he practicado en mis investigaciones. El mismo pragmatismo lo he aplicado a la metodología. Siempre me pareció un tanto pueril la discusión sobre las ventajas del método cuantitativo o el cualitativo, pues ello siempre dependerá de lo que se quiera explicar. Como Nagel puso de relieve hace varios decenios (18), hay muchas formas de explicación científica. De igual manera que no acepto que exista una sola teoría que explique toda la realidad social, sino muy diversas teorías de alcance medio, tampoco creo que exista un sólo método sociológico, sino una variedad de métodos según cual sea la realidad que se pretenda explicar. Se puede decir que mi formación metodológica, adquirida sobre todo en mi postgrado en Ann Arbor, tiene raíces en Nagel, Cohen, Lazarsfeld, Galtung, Blalock, Zeisel y otros, pero con sus antecedentes en Bacon, Stuart Mill, o Durkheim entre otros. Siempre he pensado que España aceptó con gran facilidad el racionalismo de Descartes, puesto que en gran medida era coherente con la corriente aristotélica y la escolástica tomista de tanto arraigo en España, pero que ha tenido (y posiblemente todavía tiene) muchas más dificultades para aceptar el empirismo de Hume. Si el racionalismo nos permite derivar hipótesis explicativas, sólo la verificación empírica permite contrastar esas hipótesis con la realidad. Deducción y verificación son dos procesos que se complementan.

De mi formación en Michigan creo haber obtenido dos enseñanzas básicas, una teórica y otra más técnica. La segunda fue, sin duda, la formación metodológica y técnica que me permitió transferir a España lo aprendido en el Detroit Area Study y en el Institute for Social Research para crear toda la estructura técnica del Instituto de la Opinión Pública, que a su vez ha influido en el desarrollo de la investigación empírica en España (19). En el plano teórico introduje en España el conocimiento de la teoría del Ecosistema Social desarrollada en Michigan por Hawley y Duncan (20), como revisión sociológica de la escuela de Chicago de Park y Burgess, demasiado vinculada a la ecología vegetal y animal. Contrariamente a lo que algunos me atribuyeron, nunca fui un “parsoniano” estructural-funcionalista, como tampoco fui “marxiano”, precisamente por mi rechazo a considerar las teorías como dogmas de fe, pero he derivado de estos dos y de otros enfoques diferentes hipótesis que he intentado verificar empíricamente a través de la investigación. Con mucha frecuencia he utilizado el enfoque del ecosistema social porque permite el enfoque estructural y el del conflicto y el cambio sociales. Mi recurso a un modelo teórico es muy pragmático, lo uso si me sirve para explicar una parcela de la realidad, pero siendo consciente de que no me servirá para explicar toda la realidad social. Por ello, inicié mis primeras investigaciones desde el modelo del ecosistema social, y por ello la mayor parte de mis primeros trabajos e investigaciones tuvieron que ver con la población y el medio ambiente. Una ayuda de investigación concedida por el Population Council of America para escribir mi tesis doctoral en Ann Arbor me fue mantenida cuando decidí volver a España para co-fundar el IOP en 1963, tesis que leí en 1967 bajo el título de Especialización Funcional y Dominación en la España Urbana (21). Posteriormente, otra ayuda de investigación concedida en 1970 por las Fundaciones Ford y Rockefeller, me permitió realizar en España la primera encuesta sobre Fecundidad y Control  de la Natalidad, todavía en pleno franquismo, seis años antes de que el INE realizara su primera investigación nacional sobre fecundidad, ya bajo el primer gobierno de Suárez. Creo por tanto haber abierto camino tanto en las investigaciones sobre la distribución territorial de la población española como sobre sus procesos básicos de mortalidad y natalidad, y su incidencia sobre la estructura por edades. Pero el mismo enfoque teórico me permitió adentrarme en el estudio del medio ambiente, y cuando tuve la oportunidad política de tomar decisiones sobre la política medio-ambiental apliqué algunos de estos conocimientos, como por ejemplo al establecer la obligación de realizar estudios de impacto ambiental en los proyectos de obras públicas. He realizado investigaciones sobre los cuatro elementos del ecosistema social, sobre la población, sobre el medio ambiente, sobre la tecnología (especialmente la de los transportes y comunicaciones) y sobre las formas de organización social (especialmente las familiares, las políticas y las económicas) y sobre los sistemas de valores y creencias, y en todos los casos desde la perspectiva más estructural-funcionalista y desde la perspectiva del conflicto y el cambio.

A finales de los años ’60, conocí a Galtung y su teoría centro-periferia, que me pareció una herramienta muy útil para explicar la aparición y difusión de nuevos valores y actitudes sociales. Puesto que ya entonces trabajaba en análisis de la opinión pública, me dí cuenta desde el primer momento de su utilidad complementaria a la teoría del ecosistema social. En efecto, si el modelo del ecosistema explicaba cómo los sistemas de valores surgen como respuesta adaptativa de una población en su interacción con el medio ambiente del que obtiene los recursos necesarios para su supervivencia, el modelo centro-periferia y su índice de posición social explicaban como esos nuevos valores se difundían a través de la sociedad. Durante años y a través de numerosos trabajos de investigación he podido verificar, con datos españoles y de otros países, la complementariedad de estos dos enfoques teóricos. Recientemente, además, he introducido variaciones en la manera de componer ese índice de posición social para aprovechar las nuevas tecnologías informáticas que no existían todavía cuando Galtung lo desarrolló. El propio Galtung ha aceptado esas modificaciones, hasta el punto de haber colaborado con él en un libro colectivo poniendo al día la teoría centro-periferia y el índice de posición social (22). Varias décadas más tarde, como he indicado, entré en conocimiento de Inglehart y de su teoría sobre el cambio de valores en las sociedades industrializadas y post-industriales, y una vez más pude comprobar cómo este enfoque teórico encajaba y se complementaba perfectamente con los otros dos enfoque teóricos, el del ecosistema social y el de la difusión de los nuevos valores sociales desde el centro a la periferia de las sociedades, como he puesto de manifiesto en diversos trabajos. La relación positiva entre el índice de posición social y los valores post-materialistas o de auto-expresión están fuera de toda duda (23). La combinación de estos tres enfoques teóricos puede considerarse como una de mis modestas contribuciones a la ciencia social, hasta el punto de que sus autores, Hawley, Galtung e Inglehart, se han visto muy complacidos al comprobar la complementariedad teórica en la que ellos mismos no habían reparado.

Modestamente, pero como se puede comprobar en mis investigaciones y publicaciones, creo haber sido uno de los pioneros en España en el estudio de las relaciones de interdependencia entre los centros urbanos, de las causas y consecuencias del descenso de la fecundidad, del proceso de envejecimiento demográfico de la población, de la inmigración a partir de 1991, cuando España pasó de ser país de emigración a país de inmigración, y por supuesto del cambio de valores en las sociedades industrializadas. En este último tema no sólo he podido validar para España las hipótesis derivadas de las teorías de Inglehart y de Galtung, sino que anticipé el retorno a los valores materialistas no sólo en España sino en general en los países desarrollados como consecuencia de la pérdida de seguridad económica y personal a partir del año 2000 aproximadamente, un cambio que se ha reforzado aún más como consecuencia de la crisis financiera y económica que se inició en 2007. Creo haber sido también uno de los pioneros en el estudio de la imagen de toda clase de instituciones en nuestra sociedad, incluidas algunas durante algún tiempo consideradas como tabú, como era el caso de La Corona y las Fuerzas Armadas. Y, desde un punto de vista metodológico, he dedicado muchas de mis investigaciones a la elaboración de índices e indicadores sociales.

En estos últimos años me he interesado especialmente por las inves- tigaciones sobre Seguridad. Como he señalado ya en varias publicaciones, si el siglo XX se caracterizó por la confrontación entre los conceptos de Igualdad y Libertad, el siglo XXI se va a caracterizar por la confrontación entre los conceptos de Libertad y Seguridad. El problema que se plantearán los ciudadanos, especialmente en las democracias, es el de decidir a cuantos grados de libertad estamos dispuestos a renunciar para garantizarnos unos determinados niveles de seguridad. La seguridad, tanto objetiva como subjetiva, en su doble faceta de seguridad ciudadana y defensa nacional, es mi principal proyecto de investigación para los próximos años.


A lo largo de mi vida he procurado evitar ser un “hombre unidimensional”, lo que me ha llevado a ser alternativamente demógrafo, sociólogo o politólogo, a ser científico y político, a no adscribirme a una escuela de pensamiento ni a una ideología política, sino a considerar, por convencimiento, que nadie está en posesión de la VERDAD con mayúscula, y que en casi todas las escuelas y doctrinas se pueden encontrar siempre porciones de verdad. Por eso he seguido en mis investigaciones una de las dos escuelas a las que se refería Wright Mills, la de dedicarme a un tema con intensidad durante unos años, hasta que otro tema ha captado mi interés, en lugar de seguir con el mismo tema toda la vida. En otras palabras, he procurado ser siempre curioso e independiente, y por ello he reclamado siempre el derecho a poder equivocarme solo, sin ayudas, lo que en el siglo XIX se denominaba “un libre-pensador”, procurando siempre comprender al otro, ejercer esa “verstehen” que proclamaba Max Weber, es decir, la neutralidad objetiva al evaluar la realidad. Sin embargo, cuando he tenido que comprometerme lo he hecho, si bien con las reservas y limitaciones que expresa Raymond Aron cuando dice que “para el profesor que quiere entrar en política la dificultad proviene de la disciplina y de la doctrina de los partidos. En ningún país del mundo y en ninguna época existe un solo sociólogo ni un solo economista que sea capaz de tomar al pie de la letra el programa de ningún partido político. En el mejor de los casos, sólo podrá adherirse a ellos haciendo un amplio uso de lo que, en materia religiosa, se llamaba la interpretación simbólica.” (24).

Termino pues como comencé, dando las gracias a la UNED por acogerme en su claustro, y dándoles las gracias a todos los asistentes por haberme escuchado.

Madrid, enero 2012


 

(1) Juan Díez Nicolás, “El científico y el intelectual en la Sociedad Industrial”, Revista de Estudios Sociales, 3, sept.-dic. 1971, pp. 3-18

(2) Seymour M. Lipset, “American intellectuals: their politics and status”, Daedalus, 1959, pp. 460-486.

(3) C. W. Mills: “Arte, ciencia e intelecto”, en De Hombres Sociales y Movimientos Políticos, SigloXXI, México, p. 92.

(4) C. W. Mills: “La gran fisión: el bohemio y el cerebro”, en ibid., pp. 131 y ss.

(5) Juan Díez Nicolás, op. cit., p. 9 y ss.

(6) C. P. Snow: The Two Cultures and the Scientific Revolution, Cambridge University Press, NewYork, 1959.

(7) Max Weber: El Político y el Científico, Alianza Editorial, Madrid, 1967.

(8) Ibid., p. 21.

(9) C. W. Mills, La Imaginación Sociológica, Fondo de Cultura Económica, México, 1961.

(10) Max Weber, op,cit. P.52.

(11) Ibid., p.54.

(12) Ibid., p. 54.

(13) Edward Shils, “The calling of sociology”, en Talcott Parsons y otros, Theories of Society (2 vols.). The Free Press of Glencoe, Ill., New York, 1961.

(14) F. Bon y M. A. Burnier, Les Nouveaux Intellectuels, Editions Cujas, Paris, 1966, p. 174.

(15) Karl Mannheim, Ensayos de sociología de la cultura, Ed. Aguilar, Madrid, pp.238-240.

(16) Raymond Aron, L’Opium des Intellectuels, Gallimard, Paris, 1968, p. 385.

(17) Juan  Díez Nicolás,  Sociología:  Entre  el  Funcionalismo  y  la  Dialéctica,  Guadiana de Publicaciones, Madrid, 1969 (2ª edición en 1976)

(18) Ernest Nagel, The Structure of Science, Harcourt, Brace and World, Inc., New York, 1961

(19) Juan Díez Nicolás, Los Españoles y la Opinión Pública, Editora Nacional, Madrid, 1976

(20) Juan Díez Nicolás, “Prólogo” a Amos Hawley, La Estructura de los Sistemas Sociales, Tecnos, Madrid, 1966.

(21) Juan  Díez Nicolás,  Especialización  Funcional  y  Dominación  en  la  España  Urbana, Publicaciones de la Fundación Juan March-Editorial Guadarrama, Madrid, 1972.

(22) Juan Díez Nicolás, “Some Theoretical and Methodological Applications of Centre-Periphery Theory and the Social Position Index”, en Kees van der Veer, Ake Hartmannn, Harry van den Berg (eds.) y Juan Díez-Nicolás, Johan Galtung y Hákan Wiberg,  Multidimensional Social Science, Rozenberg, Amsterdam, 2009.

(23) Juan Díez Nicolás, “¿Regreso a los valores materialistas? El dilema entre seguridad y libertad en los países desarrollados”, Revista Española de Sociología (RES), 15, Madrid, 2011

(24) Raymond Aron: "Introducción" a Max Weber: El Político y el Científico. Alianza Editorial, Madrid 1988, p. 41.