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![]() | Discurso del profesor Rafael Lapesa Melgar "Sobre el mito del Narciso en la lírica medieval y renacentista"Con motivo de su investidura como Doctor Honoris Causa en Filología por la UNED | ![]() |
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![]() | Allá en el Lemosín, el vizconde de Ventadorn, sabedor de que un hijo de su hornero y su panadera había despuntado en estudios y trovas, lo acogió en su corte. El avispado mozo, Bernardo, no era un rimador adocenado; tenía exquisita sensibilidad para la hermosura de la naturaleza y expresaba con inusitada vehemencia la exaltación, arrebatos y cuitas del amor. La vizcondesa, joven y gentil, gustaba de la convención cortés y admitió con agrado el servicio amoroso de su trovador, lo que originó mutua e irresistible atracción. Enterado el vizconde, encierra a su esposa, que despide al poeta. Lo recibe en su corte la duquesa de Normandía, que despierta en él nueva pasión, correspondida hasta que el rey de Inglaterra la toma por mujer(2). No sabemos cuál de las dos fue destinataria de la canción donde Bernardo contrapone la alegría primaveral y el anhelo insatisfecho que lo atormenta:
Can vei la auzeta mover ("Cuando veo la alondra, que, gozosa,/ hacia el rayo del sol sus alas mueve/ y se deja caer, embebecida/ por el dulzor que al corazón le llega,/ ¡ay de mí triste!, siento tal envidia / de cuantos veo de alegría llenos, /que tengo a maravilla no se funda/ mi corazón, que el desear abrasa"). Y recordando el momento decisivo en que por primera vez se miró en los ojos de la dama, se ve arrastrado desde entonces por la misma locura que acarreó la muerte de Narciso: Anc non agui de me poder ("No tuve sobre mí poder alguno/ ni por dueño de mí me tuve al punto/ en que mirarme permitió en sus ojos,/espejo que es mi sin igual deleite./ Desde que en ti me viera, dulce espejo,/ los suspiros más hondos me mataron,/que entonces me perdí cual se perdiera/ el hermoso Narciso en la fontana".) El trovador lemosín, víctima de la atracción ejercida por el fatídico espejo de los ojos que no se dejan poseer, podría haber hecho suyas las palabras del garzón ovidiano: | ![]() |
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![]() | Et placet et video, sed quod videoque placetque Pero Bernardo es un Narciso sin narcisismo: no se enamora de su propia imagen, sino de las luminosas y profundas pupilas donde se refleja, obsesivas como las de la Rima XIV de Bécquer: Yo sé que hay fuegos fatuos que en la noche A pesar de su virtud poética, no se repitió la metáfora que relacionaba los ojos amados con la fuente en que Narciso halló su perdición. Fuente y espejo, sin embargo, se mantuvieron como términos correspondientes, pero desligados del aciago reflejar de los ojos brillantes. Entre 1225 y 1237 Guillermo de Lorris resumió, en uno de los más celebrados pasajes del Roman de la Rose, la fábula ovidiana de Eco y Narciso(4); precede al relato una bella descripción de la fuente y el vergel que la rodea, amplificada luego para enumerar los maleficios con que el espejo (miroer) de la fuente daña a cuantos se ven en ella. Pero antes remata la narración con una moraleja destinada a las damas esquivas: debe servirles de advertencia el castigo impuesto a Narciso por su orgullosa crueldad respecto a Eco: Dames, cest essample aprenés, Qui vers vos amis mesprenés, Car se vous les lessiés morir, Diex le vous sara bien mérir. ("Aprended este ejemplo, damas que os mostráis desdeñosas con vuestros enamorados, pues si los dejáis morir, Dios os lo hará pagar cumplidamente"). En adelante los poetas no olvidarán esta admonición, tan conveniente para sus pretensiones. Un siglo más tarde, entre 1327 y 1348, "in vita di Madonna Laura", Petrarca le dedica un soneto que gira en torno al mítico Narciso. En el poema tiene papel importante el espejo, que ya no está en los ojos de la dama ni en la fuente de Narciso, sino que es, simplemente, el objeto de tocador en que ella gusta de mirarse. Como la contemplación de la propia hermosura la enorgullece, enamorándola de sí misma y haciendo que arroje de su corazón el poeta, el espejo se convierte en enemigo de éste, que recuerda a la ingrata la suerte de Narciso: IL mio adversario, in cui veder solete ("El rival mío, donde vuestros ojos/ soléis mirar, que Amor y el cielo alaban,/ os enamora con beldad no propia,/ suave y alegre, que a lo humano excede. /Arrojado me habéis, por su consejo,/ señora mía, de mi dulce albergue:/ ¡oh miserable exilio, aunque no sea/ digno yo de habitar do estáis vos sola!/ Mas clavado yo allí con fuertes clavos,/ no debiera el espejo, complaciéndoos,/ haceros, por mi mal, dura y soberbia. / Si de Narciso os acordáis, conducen/ su proceder y el vuestro a igual desdicha,/ aunque no hay hierba digna de tal flor.") En la poesía castellana la primera obra inspirada en el tema de Narciso es el "dezir de loores" que Fernán Pérez de Guzmán dedicó a "Leonor de los Paños"(6). Así llama Juan Alfonso de Baena a la que después había de casarse con Fernán Pérez, Doña Leonor Álvarez, camarera de otra doña Leonor, la reina de Aragón. La camarera regia debía de ser muy joven entonces, mientras que su galanteador (si el poema data, como se cree, de hacia 1410) contaría ya unos treinta y tantos años. Distaba de ser el austero moralista que se revela en sus composiciones doctrinales de madurez y en la severa actitud censoria de sus Generaciones y semblanzas: aunque había anticipado sombrías consideraciones sobre la vida y la muerte, las alternaba con la sátira política o cortesana, y con la ufanía de algunas desenfadadas coplas de amores. Pero en el "dezir" a Leonor de los Paños todo es gracia y delicadeza: | ![]() |
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en una fuente engañado, de sí mesmo enamorado muy esquiva muerte priso. Señora de noble riso
Deseando vuestra vida, aun vos dó otro consejo: que non se mire en espejo vuestra faz clara e garrida.
vos será dende tan fuerte porque fuese en vos la muerte de Narciso repetida? Engañaron sotilmente, por emaginaçión loca, fermosura y hedad poca
mirad bien estas dos vías, pues beldad(7) e pocos días cada cual en vos se siente. ¿Quién sino los serafines vos vencen de fermosura, de niñés e de frescura
aved la fuente escusada,
Prados e rosas e flores, otorgo que los miredes, e plázeme que escuchedes dulces cantígas de amores; mas por sol nin por calores tal codiçia non vos çiegue: vuestra vista siempre niegue las fuentes e sus duçores. Con plazer e gozo e [risa](9) ruego a Dios que resplandescan vuestros bienes, e florescan
que jamás yo sienta pena pésevos, flor de çuçena,
Del Roman de la Rose recoge Fernán Pérez el escenario de vergel, no descrito, como en el poema francés, pero sí presente en las comparaciones y en la enumeración de las bellezas naturales cuya contempla ción no cree peligrosa. También sigue al Roman en el aleccionamiento(11), pero con notables diferencias: no da un consejo general al innúmero conjunto de las damas sin piedad, sino que previene concretamente a una, sin tildarla de cruel y con especial atención a sus circunstancias personales; ante la adolescente ingenua, aniñada por su paralelo con "el gentil niño Narciso", adopta actitud de hombre experimentado y protector, simulando preocuparse únicamente por el bien de ella. No se manifiesta enamorado ni alude al temor de que la damita, al conocer su propia hermosura, se envanezca y lo tenga en poco. Sólo en los versos finales, de autenticidad dudosa, parece solicitar su condolencia para cualquier mal que pueda sobrevenirle a él, sin puntualizar de qué clase. Los elogios a los atractivos de la muchacha surgen, con aparente espontaneidad, del reiterado parangón con el efebo legendario y con la naturaleza abrileña. Todo el poema fluye con la transparente facilidad de un arroyo juguetón y con el encanto indefinible de la flor temprana.
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¡O contra de mi querer, amiga de mi desgrado, pesante de mi plazer, plaziente de mi cuidado! Mirad cuánto sois querida de mí, por mi mala suerte,
La qual anda peligrosa más que delgado vedrío, y la mía temerosa
vuestro bevir deseando, los días gasto pensando
Y fallo por buen consejo, si vuestra vida queréis,
nin en agua vos miréis;
que sin tardança morredes del mal que murió Narciso.
La otra amenaza de que el poeta advierte a su amada es la envidia de las demás mujeres hermosas, a quienes supera como la luna a las estrellas: tendrá que inmunizarse contra el mal de ojo o contra el veneno con que intentarán matarla(13). Sesenta o setenta años más tarde, Boscán toma al espejo como intercesor ante su dama, con el ruego de que la haga comprender cómo se justifican los padecimientos que él sufre y ella condena; pero desiste de tal petición por miedo a acarrear igual desgracia que la del mozo ovidiano: Porque quien me da pasión no me consiente tenella, dirás a la causa della
Smo que temo que en tí vea el bien y paraíso
El sevillano Juan Iranzo, que floreció en los decenios centrales del siglo XVI, es conocido como autor de sonetos y otras composiciones en metros italianos(15); pero también cultivó los castellanos, como en esta copla, descendiente, sin lugar a dudas, de la de Boscán, de quien reproduce además el verso inicial de otras coplas, "señora doña Isabel": Tomá, señora un espejo, que os sabrá mejor pintar, aunque podéis peligrar, y por ser de mi consejo, no 's lo devo consejar; que viendo el lindo nivel de vuestro rostro excelente, -señora doña Isabel- no es mucho hagáis en él lo que Narciso en la fuente (16) A don Diego Hurtado de Mendoza, uno de los primeros seguidores de Boscán y Garcilaso en la introducción de los géneros y metros itálicos, está atribuido un "Epitaphio a Narciso", octava real o estrambote estructurado en una sucesión de antítesis y concluso con un rotundo pareado admonitorio. Aunque no figura entre las obras de Mendoza coleccionadas hasta ahora, su atribución está de acuerdo con el gusto del autor por los epigramas griegos y latinos, que tradujo o imitó repetidas veces. Dice así:
la flor que fruto alguno no ha llevado,
Narçiso, de sí mismo enamorado,
por sus amores locos fue acabado.
toma ya de su vida el escarmiento!(17) Gutierre de Cetina dirige uno de sus madrigales a una dama que contempla, halagada, su propio retrato (no se habla de espejo, hontanar ni río, y sí de "figura" y "muestra"). Aunque el breve poema no puede competir con el dedicado a los "Ojos claros, serenos", es perfecto en su concisión y en sus insinuantes alusiones, como la que apunta a Némesis, piadosa vengadora de las ninfas desdeñadas por Narciso, y vengadora también, en potencia, del amador y maltratado poeta. La habilidad de Cetina escamotea los nombres de la diosa y del mozo, así como la índole del propio mal. De este modo el madrigal se convierte en tentadora adivinanza, todo lo fácil que se quiera, pero satisfactoria para el ingenio, que además puede complacerse en juegos de concepto y de palabras reiteradas:
Pera fazerdes esse áureo crino, Onde fostes buscar esse ouro fino?
Dos vossos olhos essa luz febeia, Esse respeito, de um império dino, Se o alcam;astes com saber divino, Se com encantamentos de Medeia?
As perlas preciosas, orientais
Desde el primer verso Camóes nos lleva al mundo platónico de los arquetipos. La dama celebrada es idea de la Belleza, y sus encantos sólo pueden provenir de algo que posea en sumo grado la cualidad correspondiente. Las comparaciones y metáforas consagradas por la tradición cortés y petrarquista se integran en un sistema que transfigura la realidad convirtiéndola en armonía de perfecciones ideales. Garcilaso había descrito "el cabello, que en la vena/ del oro se escogió" movido graciosamente por el viento, esparcido y desordenado con agitación de vida. Camóes elimina el dinamismo, dejando sólo las identidades que le orientan en la busca de la inmutable pureza primigenia: el "áureo crino", en ecuación con "ouro fino", procederá de alguna ignota mina o vena, pero no se ofrece en libertad al soplo del aire, sino que aparece consagrado en la paradigmática inmovilidad de lo intemporal; la "luz febeia" de los ojos es de soles divinizados por la alusión a Apolo; y el "respeito" majestuoso es también sobrehumano, ya provenga de saber divino, ya de poderosa magia. La perfección femenil no excluía la cálida humanización que el habla y la sonrisa imprimen a las preciosas perlas orientales del tópico establecido. El terceto final, con lapidaria sobriedad, excluye explicaciones; no cabe decir más con menos palabras. El poeta deja a la dama, y a los lectores u oyentes, reconstruir con la imaginación la fábul consabida.
Madrid, octubre de 1987 | ![]() |
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(3) Metamorph., 111, vv. 446-447.
(5) II Canzoniere, ed. con notas de G. Rigutini y M. Scherillo, Milano, Hoepli, 1925, XLV, p.t70. (6) Cancionero de Juan Alfonso de Baena, ed. P.J. Pidal, Madrid, 1851, 551", p.617. En el texto que doy aprovecho algunas de las variantes de otros manuscritos citadas en la ed. de J.Mª Azáceta, Madrid, C.S.I.C., 111, 1966, págs. 1109-1112, y reviso lecturas según la ed. facsimilar prologada por H. Lang, Hispanic Society of New York, 1926. El poema fue comentado con gran finura por Manuel García Blanco ("Un Narciso medieval", en la revista Cuadernos de Teatro, Granada, Vientos del Sur, 1945). (7) El ms. del Canc. de Baena da, con evidente error, hedat; cuatro otros cancioneros ofre cen beldat o beldad. La correspondencia con el v. 19 ("fermosura y hedat poca") obliga a preferir en el 23 "pues beldad e pocos días".
(11) Debo a D. José Luis Martfnez Orea, que fue alumno mío hace cosa de veinte años, puntual advertencia de la relación entre el poema francés y el "dezir" de Femán Pérez de Guzmán.
(13) Cancionero castellano del siglo XV, ordenado por R. Foulché-Delbosc, Nueva Bibl. de Aut. Esp., XXII, Madrid, Bailly-Bailliere, 1915, págs. 125-126. (14) Copla esparsa no incluida en la ed. de 1543, pero sí en la 5', (Amberes, Martín Nucio.1544), 7', (París, Pedro Gotier, 1548) y siguientes, de Las obras de Boscán y algunas deGarcilasso de la Vega. Véanse Las obras de J. Boscán, ed. W.l. Knapp. Madrid, M.Murillo, 1875, págs. 119, 529 y 538. (15) Véase el cancionero Flores de baria poesia, ed. Margarita Peña, Univ. Nac. Autón. de México, 1980, núms. 29 y 231 y p. 52. También R. Lapesa, "Enfados" y "contentos" en la poesía española del siglo xvt", en Homenaje a Raimundo Lida, Filología, XX. 2. Buenos Aires, 1985, págs. 86-89. (16) Las obras de J.B., ed. Knapp, p. 18. La copla de Iranzo, inédita, figura en el ms. 506 de la Colección Borbón-Lorenzana, en la Biblioteca Pública Provincial de Toledo, al fol. 70 v". (17) Figura como de don Diego de Mendoza en el cancionero toledano hoy (aunque sevillano de origen) citado en la nota anterior. No consta en las Obras poéticas recopiladas por Juan Díaz Hidalgo en Madrid, 1610, ni en las reunidas por W.l. Knapp (Colecc. de Libros españoles raros o curiosos, Madrid, Ginesta, 1875); tampoco en R. Foulché-Delbosc, "Les oeuvres attribuées a Mendoza", Revue Hispanique, XXXII, 1914, págs. 25-47. Para los epigramas y poemas epigramáticos de don Diego, véanse Angel González Palencia y Eugenio Mele, Vida y obras de D. D.H. de M., Madrid, Instituto Valencia de Don Juan, 111, 1943, págs. 28-31 y 54-57, así como lrving P. Rothberg, "H. de M. and the Greek Epigrams", Hispanic Review, XXVI, 1958, págs. 171-187. (18) Obras de G. de C., ed. Joaquín Hazañas y la Rúa, Sevilla, 1895, 1, págs. 6-7. Dado el conocimiento que Cetina tenia del Canzoniere de Petrarca, es seguro que en su madrigal tuvo en cuenta el soneto, comentado arriba, del poeta de Arezzo. (19) Luis de Camóes, Obras completas, con prefácío e notas do Prof. Hemaní Cídade, 1, Lisboa, Colec áo de Clásicos Sá da Costa, s.a., son. 140, p. 269. (20) Deliberadamente me he ceñido a la poesía lírica menor, sin ocuparme de las fábulas narrativas extensas. Las estudiaron R. Schevill, Ovid and the Renaissance in Spain, Ber keley, Univ. of California Press, 1913, y José Mª de Cossío, Fábulas mitológicas en España, Madrid, Espasa-Calpe, 1952, libro donde también se da cuenta de algunos poe mas comentados en las presentes páginas.
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