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Discurso del profesor Gianni Vattimo "El Mito de la Unidad"

Con motivo de su investidura como Doctor Honoris Causa en Filosofía por la UNED



Por mucho que las nociones de "Postmoderno" y "Postmodernidad" se hayan visto repudiadas y abandonas en ocasiones por parte de algunos intelectuales y lo hayan sido a veces hasta por la parte de sus mismos inventores -pienso en Jean Francoise Lyotard, por ejemplo- lo cierto es que parecen volver a ponerse paradójicamente "de moda" una y otra vez. Pero quizá se esconda en ello la señal de algo mucho más sustancial y de mucho mayor alcance, que afecta no sólo a la filosofía. Es decir que quizá se trate de advertir el inicio (si lo hubiera) de la disolución de la idea de unidad como "valor".

“Valor" a encontrar y a situar como culminación de nuestros pensamientos, debido a que parece coincidir con el valor de la paz. Así pues se trata de la "crisis del mito de la unidad" como propongo aquí denominarlo, que ha comenzado en filosofía con Heidegger: con su anuncio del "Fin de la Metafísica", y quizá ya antes -si bien no siempre se ha entendido así- con la frase de Nietzsche: "Dios ha muerto".

Era la "Metafísica" en el sentido heideggeriano [entendida a partir de la idea de que el ser constituya un orden objetivo, un fundamento dado de una vez por todas, que el pensamiento debería limitarse a reflejar y a "respetar" en las decisiones libres prácticas] quien pensaba la unidad como uno de los trazos comunes de todo ser (junto con la verdad y la bondad, los famosos "transcendentales" de la filosofía medieval; a los cuales se añadía a menudo el de la belleza). Por lo que si "El final de la Metafísica" del que trata Heidegger remite a la imposibilidad de proseguir manteniendo esta concepción del ser, el referido final está en la improseguibilidad de semejante concepción. Subrayo la improseguibilidad porque Heidegger no piensa en demostrar que el ser no es aquello que la Metafísica había pensado, proponiendo por su parte otra eventual definición "objetiva" más verdadera y adecua da. Piensa, por el contrario, que tal concepción del ser no puede seguir siendo sostenida en un mundo como el que ha llegado a darse en la tardo-modernidad. Para él se trataba de reconocer que el ser pensado al modo metafísico, trasladado a nuestra época, no puede sino dar lugar a una sociedad de la "organización total", como la llamó después Adorno.


Para nosotros el valor de la unidad ha sido desmentido justo por las fases actuales de realización del mundo globalizado en el contexto de la política internacional. Hoy ya existe un estado cósmico-político -con una autoridad central, leyes, policía, tribunales, etc.- se llama USA y pretende sustituir de facto a la ONU. Pero si consignamos lo que este estado hace y los efectos que produce (la guerra iraquí representa probablemente sólo la primera fase de una guerra infinita que está produciendo un crecimiento exponencial del terrorismo); si nos damos cuenta sobre todo de los efectos, tanto en el campo económico como en el ecológico, de la imposición de un único modelo de vida y de consumo a todo el planeta, el anuncio heideggeriano del fin de la metafísica, especialmente entendida como exaltación del valor de la unidad, se concreta en dimensiones e implicaciones muy precisas.


La unidad de los modelos de consumo, por ejemplo, que se está desafortunadamente realizando a costa de las culturas locales, terminará por asfixiarnos (con el humo producido por los millones de automóviles en China o en India) o por hacernos morir en el próximo conflicto bélico que se libre por las fuentes de energía. Los mandatarios políticos se han tomado insuficientemente en serio hasta ahora las tesis del final de la metafísica y las ideas de la Postmodernidad, y, sin embargo hoy nuestro lema podría ser éste: "Salvemos Babel", es decir: salvemos la pluralidad de las culturas, la pluralidad de los modelos económicos y la pluralidad de las visiones del mundo: puede que aún no sea demasiado tarde.


Es desde tal perspectiva desde la que quizá convenga hacer, para empezar desde aquí y en este punto, una apología de la filosofía. Pues si ésta siempre parece estar involucrada en el tratamiento de problemas tal vez demasiado amplios y generales [especialmente en aquellos campos en los que la filosofía se ha practicado como la discusión y eliminación crítica de las cuestiones demasiado abstractas], que exceden su capacidad de análisis y de ofrecer soluciones, lo cierto es que en nuestro tiempo -usualmente referido como el mundo posterior al 11 de Septiembre- la filosofía ha perdido de tacto cualquier naturaleza especializada, así como las distinciones "normales" que correspondían a un "orden" y modo de vida que hoy son los que precisamente pertenecen al pasado. Espero por eso que no se sorprendan ustedes demasiado si les propongo rediscutir y revisar ahora una de las nociones más tradicionales de la filosofía desde sus comienzos, la noción y el valor del uno, poniéndola en relación con el problema de la paz y el mito de la Unidad.

No sé si el papel central del Uno en nuestra tradición depende del monoteísmo, o si el monoteísmo es ya una consecuencia de esta preferencia. Y tampoco si esto último fuera el caso -pero nótese que es sólo una hipótesis, y que ella sola no puede zanjar la cuestión tan bruscamente- si se podría imaginar que la unidad no es al fin y al cabo sino una manera de asegurar una manipulación más eficiente de la realidad externa, más o menos en el mismo sentido en el que Max  Weber consideraba al monoteísmo judeo-cristiano como una condición necesaria para una ciencia general unificada de la naturaleza. En efecto, las leyes del mundo físico no podrían mantenerse si la naturaleza fuera el reino de diferentes divinidades a menudo en abierta rivalidad unas contra otras. No es importante si Weber tenía enteramente razón o no, mi impresión es que si durante veinte siglos la filosofía -o al menos una "buena" parte de ella- ha estado progresivamente de acuerdo con la preferencia por la unidad en la tradición conceptual de Occidente ello es debido, por lo general, a una cuestión de poder. Es decir, a algo que va más allá de la pura lógica del pensamiento (individual o colectivo) racional.


Quiero traer a la memoria brevemente el caso de uno de los mayores filósofos del último siglo, Martín Heidegger, que en su obra principal, Ser y Tiempo, de 1927, ha definido la existencia humana como "ser en el mundo" - in der Welt sein; pero en obras posteriores, como el ensayo "Sobre el origen de la obra de arte" (1936) cesó de hablar de "El" mundo" y comenzó a usar la expresión en plural: "Un mundo», etc. La razón de esta transición hay que encontrarla en la creciente conciencia de Heidegger sobre que la existencia humana no puede ser considerada de modo uniforme y manteniendo los mismos caracteres, independientemente del contexto histórico concreto en el que cada uno vive. Esta conciencia, como pueden ustedes imaginar, supuso una especie de revolución en la filosofía de Heidegger, y afectó a la filosofía como tal, en la medida en la que ésta ha venido asimilando poco a poco el resultado de la obra de Heidegger: la universalidad, la validez de la razón y toda forma de esencialismo, parecieron quedarse de pronto sin su base tradicional, la supuesta "unidad" de la naturaleza humana y de El mundo.


Lo que Heidegger en esos mismos años llama "el final de la metafísica" -un evento que, si bien sobre bases diferentes, es ampliamente reconocido hoy por muchos otros filósofos- fue una consecuencia de la disolución factual de la unidad "moderna" del mundo. Esta unidad había comenzado a disolverse ya hace algunos siglos, con la revolución protestante, las grandes guerras de religión y las guerras dinásticas en Europa; pero llegó a su fin final únicamente con la disolución progresiva del colonialismo y el eurocentrismo, que también marcan el origen de la post-modernidad. Nótese que el final de la metafísica, en estos términos, había sido anticipado ya por Marx y por Nietzsche en el siglo precedente. Especialmente por Nietzsche, más aún que por Marx (pues éste aún creía en una razón humana capaz de La verdad, una vez que hubiera sido liberada de la alineación de la división social del trabajo), quien ya nos había advertido contra los errores de un lenguaje construido sobre la base de las relaciones de dominación: mientras que utilicemos la misma gramática, decía, no nos libraremos de Dios ...

Los tres filósofos: Heidegger, Nietzsche y Marx nos han "descubierto" de distintos modos que la metafísica y su creencia en la unidad del ser, del mundo, o de la razón, era falsa. Ellos lo habían leído más bien en los "signos de los tiempos", por decirlo así, y no otra fue la vía que abrió el camino para superar la metafísica, puesta en relación con lo que Marx llamaría "La crítica de la ideología" o lo que llamaría Heidegger "La ontología de la existencia". Adviértase que, al menos en los mismos años que Heidegger, Karl Popper había presentado también una fuerte crítica de la filosofía política de Platón, reprochándole haber inaugurado el totalitarismo al haber ligado la política con la verdad filosófica. Por tanto, en esta crítica a la doctrina de Platón y del Estado se puede leer también, aunque no explícitamente, una recusación de la destacada noción de unidad.


Como es lógico hemos de darnos cuenta de que una completa revisión crítica de la noción central de unidad en la tradición filosófica no puede ser aquí ni siquiera esbozada por nosotros. Permítaseme, por tanto, volver a la situación en la que la filosofía se hace más o menos radical, y comienza a hacerse consciente de la disolución de la metafísica de la unidad. La situación de Marx, Nietzsche y Heidegger fue, en efecto, la propia de la explosión de unos conflictos tales que no pudieron ser por más tiempo mediatizados por una racionalidad "universal" soportada por una fe filosófica y/o religiosa fuerte, depositada en el valor de la unidad. No sólo a Marx, sino también al mucho más "burgués" Nietzsche, el mundo del siglo XIX le pareció convertirse en un escenario muy conflictivo: un lugar de conflictos que se habían hecho totalmente explícitos; Nietzsche habló entonces de un "salvajismo indio" de la nueva economía capitalista, que él vio especialmente representada por América. Pero en muchos sentidos, nuestra situación es profundamente análoga a la suya y no sólo en relación con el papel de Iiderazgo de América, claro está.


Propongo de nuevo dejar de lado un análisis más detallado, que les resulte probablemente familiar a todos Ustedes, y simplemente expresar mi acuerdo con la siguiente tesis: hoy no simplemente desconfiamos mucho de cualquier idea de unidad -de la unidad de la razón, del mundo, o incluso de la "humanidad" (mientras los derechos humanos son utilizados y citados como una razón para imponer la "democracia" a los pueblos ... )- sino que descubrimos cada vez más y más que la unidad es un mito peligroso, que en vez de preparar la paz y la mejora de la vida, contribuye poderosamente a dañarlas. Este me parece un punto de llegada realmente filosófico, uno de aquellos que "provocaron" la disolución progresiva de la metafísica en los dos siglos pasados; es decir, el descubrimiento de la lucha de clases por Marx, el "descubrimiento" de la estructura de dominación del lenguaje por Nietzsche, y la crítica global de la objetivación-reificación de la existencia humana a través de la metafísica por parte de Heidegger. Sin mencionar los "hechos" vinculados a tales críticas, el primero de los cuales, es desde entonces hasta hoy mismo el rechazo del llamado «Tercer mundo» contra el poder central de Occidente ... Éstas, entre otras, han sido las causas de la transición de la modernidad a la condición post-moderna. No simplemente descubrimientos "teóricos", sino cambios sociales y políticos.

Hoy en día, un hecho básico en este sentido ("hecho" entendido como conciencia cultural, por supuesto) es el valor más o menos innegablemente negativo o peyorativo de la unidad.

Considérese simplemente el problema de la energía: ¿podemos realmente imaginar que el "progreso" económico irá tendiendo hacia una universalización del modo de vida y de consumo occidental o americano? Como saben Ustedes, recientemente incluso en el Pentágono, que -al menos oficialmente- suele compartir el optimismo de los presidentes americanos, [han comenzado a preocuparse públicamente por la inminencia (en veinte años más o menos) de una guerra por la energía, el agua limpia, y el aire no polucionado! Yeso siendo más realistas que exagerados; pues si continuamos con el mismo nivel de "desarrollo" actual dispondremos cada vez menos de hipótesis alternativas. Lo cual equivale a decir que no importa demasiado en qué grado sea grande y sincero el amor del mundo occidental por la paz y la solidaridad (recuérdense la manifestaciones multitudinarias y enormemente populares contra la guerra que han tenido lugar por todas partes en los recientes años), porque con independencia de ello parece que estamos envueltos en un mecanismo "objetivo" que, tarde o temprano, hará de todos nosotros (pienso en nuestros países y en nosotros mismos) meros soldados disciplinados en las filas de la infinita guerra contra el terrorismo iniciada con el ataque a Irak.

El hecho es que, puestos ante la necesidad de limitar nuestros modelos de consumo, es muy posible que todos nosotros decidamos que al fin y al cabo hemos de defender nuestras "vidas" -coches, calefacción, aire acondicionado, ascensores, etc.- y ningún electorado esté dispuesto a apoyar una política de transformación radical de todo eso. Puede que esté siendo un poco demasiado pesimista, pero la única alternativa algo menos desastrosa parece residir en un esfuerzo por rescatar, sino no es aún demasiado tarde, las diferencias de las culturas. No hay un único modelo de buena vida humana. Es verdad que si los campesinos chinos o los indios del Amazonas quisieran comprar un frigorífico, no podemos simplemente pedirles que permanezcan en su cultura original. En este nivel, el problema parece absolutamente insoluble. No obstante, sí podemos imaginar que a partir de ahora, habiendo reconocido las consecuencias desastrosas del "único progreso de la humanidad", lograríamos cambiar tanto nuestra mentalidad como nuestras políticas.


Y sin embargo no sólo nuestra mentalidad, por supuesto, sino también nuestras políticas, dependen de tantos factores objetivos y subjetivos complejos (las empresas o sociedades anónimas y cosas así), que es muy difícil imaginar un cambio en un futuro cercano. Quizás esto sea así porque aquí estamos en la Academia y no en el IMF o algo similar. Pero quizá también en una Academia como la nuestra, sin embargo, sea importante comenzar a promover un cambio de mentalidad. Recuérdese la sentencia de Adorno con la cual quería invertir la doctrina hegeliana de la totalidad. No "el todo es la verdad", sino que "la totalidad es lo falso". Apotegma en el que nosotros podemos sustituir fácilmente ahora "el uno" por la totalidad. Pues ¿no debemos concluir que lo falso es el uno?

Se podría objetar quizá que no sólo como ciudadanos consumidores del mundo "acaudalado", sino también como simples trabajadores de este mismo mundo, estamos ya más o menos atrapados dentro del mecanismo de la unidad. Pues si el campesino chino o el indio del Amazonas cesaran de desear un coche o un frigorífico ¿no perderíamos nuestro trabajo? ¿Por qué, entonces, hemos de favorecer una restauración de las diferentes culturas y estilos de vida? Y sin embargo lo cierto es que afortunada o desafortunadamente hemos perdido nuestros trabajos también y sobre todo a causa de la unificación del mundo bajo el signo del mercado. Bajo el imperativo poderoso de la reducción de los costes, que desplaza una gran parte de la producción de Occidente hacia la situación des localizada que mantiene en los países del Este y en general allí donde el trabajo humano cuesta menos.

Podemos continuar haciendo una lista de las implicaciones negativas de la actual globalización. Por cierto que diversos sociólogos y economistas han calculado que en los pasados quince años -es decir, cuando el proceso de globalización comenzó a hacerse generallos pobres se han hecho más pobres y los ricos más ricos; y esto no únicamente a nivel internacional, sino también dentro del mundo industrial llamado "rico". Los optimistas objetan que está en juego "justamente" una cuestión de distancias relativas: que también los pobres, en otras palabras, han mejorado su condición, pero se sienten justamente más pobres a causa de la mayor diferencia que les separa de los muy ricos. Así que ¿en qué quedamos? ¿Es que hay realmente un estándar objetivamente natural de la pobreza? ...


Pero los efectos perversos de la unidad -como ideal y como política- no son sólo económicos o medioambientales (para ceñirnos a perspectivas "oficiales" como las del informe del Pentágono que antes citábamos). Resultan visibles, sobre todo, y de la manera más dramática, cuando se aplican a la cuestión concreta de la paz y la guerra. Basta considerar que la guerra actual se justifica ahora más que nunca apelando a "sus humanitarios" motivos. A pesar de toda nuestra antipatía contra Carl Schmitt, hemos de confesar que su doctrina de la dicotomía entre amigo y enemigo resulta mucho más aceptable y humana que la idea corriente de la defensa de los derechos humanos donde quiera que sean o vayan a ser violados, si es que adoptamos la lógica de la acción preventiva. Si se la considera críticamente, la idea de hacer la guerra en nombre de los derechos humanos etc., no es sino una variedad de la noción perversa de unidad. Se empieza por suponer que hay justamente una razón humana y como imaginamos que es la nuestra (Dios con nosotros), tenemos el derecho de intervenir allí donde juzguemos que es violada. Obsérvese cuántos términos se han utilizado sobre el particular en la reciente retórica política y de los medios de comunicación: el "terrorismo", el primero de todos, que al final sirve para unificar todo tipo de disidencia, aunque sea no-violenta; pero da igual, termina por ser subsumida bajo ese nombre. Una variación reciente del término es la palabra "nihilismo", ampliamente utilizada por André Glucksmann en ese panfleto delirante que ha escrito sobre "Occidente contra Occidente" (ese es el título al menos de su traducción italiana y pienso que también española). No sería de extrañar que filósofos como Rorty o yo mismo, que simpatizamos con la idea filosófica de que el fundamentalismo metafísico ha de ser abandonado a favor de una noción más liberal y menos autoritaria y violenta del ser y de la verdad, podamos llegar a ser objeto de algún ataque preventivo de la censura, o incluso de algo peor. iEI fascismo nunca ha sido nihilista desde luego! Pero esta es, por el momento, una preocupación menos urgente.


Advirtamos lo que está sucediendo con las libertades civiles, no sólo en los Estados Unidos, sino en todo el mundo occidental, donde la guerra contra el terrorismo se está convirtiendo en una justificación para incrementar el control en todos los campos de la vida privada y pública.

Pero quizá haya que reparar en algo aún peor, si se piensa en cómo se da por hecho que los esfuerzos por garantizar la paz y la seguridad a través del uso de la fuerza militar han fracasado. Se podría creer que ello se explica en base a que las superpotencias no quieren usar todas sus armas. Pero se ha de tener en cuenta también que no pueden hacerlo, y no sólo porque un ataque atómico iniciaría una destrucción general, sino porque llevar al extremo el uso de la fuerza haría cada vez más difícil controlar el mundo de los consumidores, votantes, y televidente, que son la única cosa que quieren realmente controlar las superpotencias. Por eso el mito de la unidad -un único mundo bajo un poder universalmente reconocido- sigue siendo un mito, en el sentido de que no puede ser realizado completamente; como muchos mitos, funciona en tanto que justificación ideológica de la guerra y de sus varias clases de reducción de la libertad en el interior de nuestras sociedades.


El terrorismo, dirán Ustedes, es, no obstante, con eso y con todo, una realidad dura, que no puede ser combatida cambiando nuestra idea de unidad como supremo valor. Cierto. Pero tampoco ciertamente a base de golpes, asestándole golpes de guerra, como vemos hacer en nuestros días. ¿No debemos agregar entonces que la política ha de tomar hoy un sendero muy diferente? ... "Seinlassen", dejan ser, "Serenidad". Esa era otra de las palabras favoritas para la filosofía de Heidegger, que antes mencioné.


Evidentemente con ella no quería defender Heidegger su infeliz e inaceptable elección pro-nazi de aquél período de los años treinta en el rectorado de Freiburg; ni él ni yo tampoco, por supuesto. Más bien al revés, la idea del "Segundo Heidegger" -después de la Kehre o vuelta de su pensar- de acuerdo con la cual nuestra tarea no es tanto la de producir, hacer, crear activamente algo, sino mucho más la de dejar ser a las cosas y a los seres humanos, a las culturas humanas (a los mundos).


Esa "Serenidad" me parece especialmente apropiada para nuestra condición actual. No estoy seguro de la medida en la que esto pueda ser aplicado a la situación iraquí, por ejemplo con el fin de reclamar un abandono general de la región por parte de las tropas ocupantes. Pero cuando menos me parece muy difícil imaginar un mayor desorden e inseguridad para todos que el que tenemos hoy ante los ojos.


Hace unos veinte años, un joven filósofo franco-americano, Reiner Schuman, muerto prematuramente, publicó un libro muy importante y sugestivo sobre Heidegger bajo el título "Le principe d'anarchie". El Principio de an-arché. El término de "anarquía" fue ahí utilizado casi exclusivamente en el sentido etimológico -como abandono de los "archai", de los principios, autoridades, etc.- Entre los nuevos hechos que Reiner Schurman no pudo ver, está probablemente también la creciente identificación, en el campo de la filosofía, entre el sentido etimológico y el "actual" del término. Pues la emancipación, como liberación de lo inauténtico y posibilidad de alcanzar una "vida buena", depende cada vez más de la negación de la autoridad del uno.


Si los intelectuales marxistas del siglo pasado tomaron parte en las guerras de liberación del tercer mundo porque creían que los proletarios adoptan y detentan el punto de vista correcto sobre la historia (y no el dictado por el mero interés propio que defender, convertido en pantalla ideológica ... ), hoy los intelectuales (democráticos de izquierdas) han dejado de tener esa fe ingenua en la verdad del Gattungs-wesen proletario; simpatizan simplemente con toda o casi toda clase de subversión contra el orden único, porque están persuadidos de que la unidad es siempre una máscara del poder, y la libertad, si es posible, depende de la multiplicidad.


La Multiplicidad es, pues, de un modo cada vez más claro, la única posibilidad de supervivencia para la humanidad (multiforme). Incluso si estamos de acuerdo con San Agustín de Hipona en que "pax est tranquillitas ordinis", no debemos olvidar nunca que el orden implica una multiplicidad que mantiene sus diferencias internas, y algunas veces también sus conflictos, tratando sólo de establecer un grupo de reglas a fin de evitar la violencia.

No es ésta, sin duda, ni mucho menos, la situación imperante en la que hemos sido arrojados recientemente, y de ahí que se haya vuelto, de un tiempo a esta parte, más difícil cada vez para nosotros, sencillamente existir.

TORINO. OCTUBRE 2005 Traducción del texto original: Profesora Teresa Oñate. Facultad de Filosofía. UNED.

Madrid, enero 2006