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LAUDATIO Adolfo Sánchez Vázquez "Honrar a un hombre honrado"Doctor Honoris Causa por la UNED 1993 Javier Muguerza Carpinter. Catedrático de Filosofía Moral y Política UNED. | ||
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Cierto es que los nexos entre la comunidad filosófica exiliada y la del interior de España nunca quedaron totalmente rotos, y a mí siempre me ha parecido de justicia recordar al respecto la muy temprana voz de José Luis Aranguren, mi maestro, que a comienzos de los años cincuenta ya insistía en la necesidad de que las dos comunidades recobraran su perdida unidad por encima o por debajo de sus posibles discrepancias políticas e ideológicas, puesto que por encima o por debajo de dichas discrepancias seguía latiendo en ambas la conciencia de un logos común, esto es, de una palabra susceptible -como diría Emilio Lledó- de convertirse en diálogo racional. Naturalmente, el llamarniento de Aranguren permaneció desatendido largo tiempo a nivel oficial, sin exceptuar en semejante desatención a la filosofía oficial de la postguerra española, monopolizada, según es bien sabido, por una anacrónica versión neoescolástica de la del Santo Patrón cuya festividad conmemoramos hoy y a quien hay, ciertamente, que exculpar de los pecados de sus extemporáneos seguidores de aquella u otras épocas. Mas, por fortuna, las heridas a que me he estado refiriendo cicatrizaron hace unos cuantos lustras y el exilio se halla definitivamente en trance de ocupar el lugar que le corresponde en la historia de la filosofía -y en la vida espiritual- de un país reconciliado como el nuestro, si bien ello no debería alentar la desmemoria para con los terribles costes personales de cuantos padecieron las consecuencias, generalmente irreparables, del exilio. Pocos de entre ellos han sabido expresar tan bien el drama del exiliado -que nunca deja de serio, ni en el espacio ni en el tiempo- como el propio Sánchez Vázquez, en ese bello texto que escribiera en 1977 bajo el título de «Fin del exilio y exilio sin fin» y del que no me resisto a citar los párrafos que siguen:
Comoquiera que sea que cada exiliado haya vivido su drama a título personal, es esa última suma de cantidades positivas la que arroja el saldo del exilio en tanto que aventura colectiva. Y, desde el punto de vista de la filosofía que se hace en nuestra lengua, nada ha contribuido tanto como el exilio filosófico español a acercar entre sí a los filósofos de una y otra orilla del Atlántico. Gracias a la ejemplar labor de nuestros filósofos exiliados, en efecto, se abre en la actualidad ante nosotros la fascinante posibilidad de que la comunidad filosófica española, al fin reunida, se subsuma en una comunidad más amplia, la comunidad filosófica hispánica o iberoamericana.
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Adolfo Sánchez Vázquez se tomó siempre muy en serio el lema venerable que el joven Marx gustaba de hacer suyo -De omnibus dubitandum, «hay que dudar de todo»-, un lema que tendría que permitir al pensamiento crítico marxista constituirse en pensamiento eminentemente autocrítico, haciendo de este modo bueno el dicho de que la crítica bien entendida, como se dice de la caridad bien entendida, ha de empezar por uno mismo. Algo, a decir verdad, recurrentemente olvidado por el marxismo posterior a Marx, pues escolásticas, por desgracia, las ha habido de todos los pelajes y no tan sólo la tomista de que hablábamos al comienzo. De aquella concepción abierta y autocrítica del marxismo es una muestra ya, aun si todavía insuficiente para su autor, la tesis de licenciatura Conciencia y realidad de la obra de arte (1955) --donde se esbozan las que luego serían sonadas críticas de Sánchez Vázquez a la estética del llamado «realismo socialista»- y, sobre todo, su tesis doctoral, Sobre la praxis (1966), embrión del libro ulterior Filosofía de la praxis, que le reportaría reconocimiento internacional a través de diversas traducciones (es el libro más representativo, y no sólo el más difundido, de Sánchez Vázquez), pero significó, antes que nada, una decisiva contribución a la renovación de la filosofía marxista en lengua española, comenzando por la América hispana: la lectura de aquella tesis ante un tribunal formado por dos profesores del exilio español (los profesores José Gaos y Wenceslao Roces) y tres profesores mexicanos (los profesores Luis Villoro, Eli de Gortari y Ricardo Guerra) representó un hito en los anales de la Universidad Nacional Autónoma y yo mismo he oído recordarla, al cabo de los años, como la de más larga duración y más encarnizada discusión que tuvo lugar en ella (en la España de aquellas fechas, resulta ocioso apostillarlo, ni tan siquiera habría podido ser presentada a trámite). En tanto que marxista consecuente, para quien la teoría y la praxis son en última instancia inextricables, la actitud antidogmática adoptada por Sánchez Vázquez en el plano teórico tenia naturalmente su contrapartida en el plano de las tomas de posición políticas. No hay que olvidar que en el famoso XX Congreso del Partido Comunista de la entonces Unión Soviética, en 1956, habían salido a la luz pública los crímenes del estalinismo y que los años siguientes fueron poniendo progresivamente en evidencia la miseria del socialismo real, que Sánchez Vázquez fue un adelantado en denunciar como bastante más «real» que «socialista»; pero la constatación de esos hechos no le hizo, ni tenia por qué hacerle, desmayar en la denuncia del capitalismo real, contra el que a lo largo de las décadas de los cincuenta y los sesenta se desencadenaban una serie de revueltas, desde la revuelta anticolonialista en varias partes del mundo -incluida, claro está, Latinoamérica- hasta la revuelta estudiantil americana y europea que culminaría en el 68 y tuvo en México el trágico trasunto de la masacre de la Plaza de TlateloIco.
Pero, por lo que atañe a su libro, reconoce de entrada con lucidez que lo que da en llamar «filosofía de la praxis» merecería en rigor el nombre de «filosofía de la poiesis».
Los hombres harán bien perseverando en el intento de «transformar el mundo» cuando el mundo es un mundo, como el nuestro, vivido como injusto, y sería de desear que los fracasos no les quiten las ganas de seguirlo intentando una vez y otra. Quizás en estos tiempos se sepa que eso tiene poco que ver con la realización de ninguna filosofía, y la comprobación de que así es nos debería servir a los filósofos como oportuna cura de modestia, mas no tendría que condenamos a la cesantía. Tal y como un Adolfo Sánchez Vázquez teoriza la filosofía, y la practica, la filosofía podría continuar suministrando las armas de la crítica precisas para llevar a cabo aquella tarea. Como podría continuar estimulando la esperanza en un mundo mejor o más justo que el que nos haya tocado en suerte vivir en nuestros, días. Pero esa esperanza, se me ocurre, no sería ya esperanza «prometeica», sino, para expresarlo de algún modo, «epimeteica».
En mi opinión, el marxismo de Adolfo Sánchez Vázquez ha sido siempre bastante más epimeteico que prometeico. Y eso permite desvelar la entraña ética de su «filosofía de la praxis», haciendo de ella una auténtica filosofía de la praxis y no, o no sólo, de la poiesis. Pues esa forma de praxis que es la acción moral, a diferencia en esto de la acción productiva, nunca se mide por el éxito y no tiene tampoco, en consecuencia, por qué arredrarse ante el fracaso, aunque obviamente esté obligada a tomar nota de los fracasos y a evitar que los errores que los originaron se repitan. El marxismo de Adolfo Sánchez Vázquez, que se deja encuadrar dentro de lo que entre nosotros ha llamado Aranguren «el marxismo como moral», es a la postre fiel, por encima de toda otra fidelidad, a lo que el propio Marx denominó su imperativo categórico -no menos categórico que el de Kant-, el imperativo, saber, de «derrocar todas las situaciones en las que el hombre es un ser humillado, esclavizado, abandonado y convertido en algo despreciable». Y es ese imperativo, en cuyo cumplimiento se ha forjado su personalidad de luchador infatigable, el que preside como de costumbre los afanes teóricos y prácticos de Adolfo Sánchez Vázquez, según lo testimonian estas palabras con que concluye su postcriptum a la autobiografía filosófica recogida en el número monográfico que le dedicó hace unos años la revista Anthropos (n." 52, 1985): Muchas verdades se han venido a tierra, ciertos objetivos no han resistido el contraste con la realidad y algunas esperanzas se han desvanecido. Y, sin embargo, hoy estoy más convencido que nunca de que nuestros ideales -vinculados con esas verdades y con esos objetivos y esperanzas- siguen siendo una alternativa necesaria, deseable y posible... para quienes luchan por transformar un mundo en el que se genera, hoy como ayer, no sólo la explotación y la opresión de los hombres y los pueblos, sino también un riesgo mortal para la supervivencia de la humanidad. Y aunque el camino para transformar ese mundo presente hoy retrocesos, obstáculos y sufrimientos que en nuestros años juveniles no sospechábamos, nuestra meta sigue siendo ese otro mundo que, desde nuestra juventud, hemos anhelado.
Madrid, enero 1993 | ||