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LAUDATIO Manuel Alvar López y Bernard Pottier

Doctores Honoris Causa por la UNED 1993
José Romera Castillo. Decano de la Facultad de Filología de la UNED


 

«Señores, si quisiéssedes atender un poquiello, / querría vos contar un poco de ratiello» [...] «... un buen aveniment: / terrédeslo en cabo por bueno verament». El verbo sencillo y cálido del monje riojano, Gonzalo de Berceo, trasunto de la recurrente fórmula juglaresca, sintetiza a la perfección el objetivo que me cumple realizar ahora y aquí.

Dos grandes, y sabios, maestros de la Filología Hispánica se insertan, hoy, en el claustro de la Universidad Nacional de Educación a Distancia, por decisión de su Junta de Gobierno, atendiendo la propuesta unánime de la Facultad de Filología, cuya representación, como Decano, ostento. La certera —y justa— iniciativa de los Departamentos de Lengua Española y Literatura Española y Teoría de la Literatura —de quienes ahora, por su generosidad, soy portavoz emocionado y agradecido—, de proponer a los profesores Manuel Alvar y Bernard Pottier, por el primero, y al profesor Alvar por el segundo, se ve culminada en este acto que a todos nos honra y nos llena de júbilo.

Honra, por la estima y el respeto intelectual que ambos nos merecen; honra, por el deber moral que nos lleva al cumplimiento de enaltecer sus justos y destacadísimos méritos; honra, por el aplauso y agasajo que hoy tributamos a sus personas y obras. Podemos afirmar —vaciado el esterotipo de la fórmulade cortesía— que hoy nos honran con su presencia dos eminentes hombres, cuya trayectoria vital ha estado dedicada a la docencia universitaria y la investigación, ejecutada honrosamente, de amplio y ancho calado. Virtudes que conllevan a tener a mucha honra esta demostración de adhesión y aprecio que tributamos con regocijo y alegría. Nuestra Universidad se siente muy honrada por acoger en su seno de doctores honoríficos a estos dos maestros.


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En el poco ratiello que dispongo, comenzaré señalando algunas concomitancias entre nuestros dos doctores honoris causa, dignas de ser resaltadas.
 

Resulta muy gratificante que dos amigos compartan la dignidad que hoy se les otorga. Desde que, en 1945, dos jóvenes investigadores entraran en contacto por motivos profesionales, una estrecha amistad, iniciada hace ya bastante tiempo y cultivada por el amor al estudio de la lingüística en general y de la lengua española en particular, ha ido creciendo e incrementándose a lo largo de casi cincuenta años.


Su colaboración en el plano intelectual ha sido tan estrecha que ha culminado, por ejemplo, en una valiosa Morfología histórica del español (Madrid: Gredos, 1983), libro que, junto con las obras de don Ramón Menéndez Pidal, Manual de gramática histórica y la Historia de la lengua española, de don Rafael Lapesa —doctor honoris causa de la UNED—, constituyen unas referencias inexorables y clásicas para el estudio diacrónico del español.


Español, lengua española, de las dos orillas. De España y de América. Los dominios lingüísticos de nuestra lengua —y los de las aborígenes americanas— han sido examinados minuciosamente por estos dos investigadores que, desde siempre y con certero tino, han vislumbrado que la riqueza de la unidad de la lengua de Cervantes proviene, precisamente, de la diversidad de sus modalidades lingüísticas o hablas, de aquí y de otras latitudes.

Los dos, tienen una larga trayectoria docente cuyo fruto más ostensible son los numerosos discípulos que, bajo su égida, se han formado; trayectoria que ha culminado en la jubilación que no es otra cosa, según señala Sebastián de Covarrubias, que «absolver a uno del trabajo, en el ministerio que por muchos años ha servido; como se haze en Salamanca y en las demás universidades, quando algún doctor o maestro ha leydo cátedra de propiedad veinte años o más o menos, como es costumbre». Absolución de trabajo, afortunadamente incumplida, ya que el magisterio de ambos se prodiga por doquier.

Ambos profesores han recibido diversos doctorados honoris causa por distintas universidades españolas y del extranjero. El profesor Pottier, lo es por la prestigiosa Universidad de Heidelberg (Alemania) y el profesor Alvar acumula esa alta distinción otorgada por las Universidades de Burdeos, San Marcos de Lima, Pisa, Pontificia de la República Dominicana, Granada, Valencia, Zaragoza, Salamanca, Valladolid, La Laguna, Málaga, ahora la UNED, y muy pronto la Universidad de Alicante.


Finalmente —y no por ello menos importante—, señalaré, para acabar la relación de concomitancias, que los dos profesores han tenido una vinculación estrecha con nuestra Universidad. En primer lugar, porque varios de sus discípulos imparten docencia en nuestros departamentos; y, además, porque han colaborado con nosotros —muy especialmente don Manuel Alvar— en la redacción de nuestros textos universitarios, en la dirección de tesis de doctorado, en conferencias y otras actividades. Colaboración que esperamos se incremente, si cabe, en el futuro. Por ello, este doctorado, además de ser un justo homenaje a su labor, pone de manifiesto el sentimiento de gratitud de la UNED por la ayuda científica recibida.

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Por necesidades de protocolo, con el fin de mostrar y encarecer los méritos de cada uno de ellos, me van a permitir que muy sintéticamente haga, por separado, una suscinta descripción de los más relevantes de nuestros doctorandos.

El profesor Bernard Pottier, formado en la Sorbona, ha sido catedrático de las Universidades de Burdeos (1955-58), Estrasburgo (1958-64), París-X (1964-68), París IH (1968-74) y París-Sorbona (1974-90), ejerciendo en la actualidad como profesor Emérito. Además ha pertenecido al Seminario de Lingüística amerindia en la École Pratique de Hautes-Études de París (1968-1988); así como fue Director científico de Ciencias Humanas en el Centre National de la Recherche Scientifique (1972-76). Además, ha sido profesor visitante y conferenciante en cerca de treinta países, especialmente en España e Hispanoamérica.


Su actividad científica se ha centrado, fundamentalmente, en tres ámbitos diferenciados: de un lado, destacan los estudios sobre teoría lingüística: Linguistique general (1974), Théorie et analyse en linguistique (1987) y Sémantique genérale (1992); de otro, las investigaciones sobre nuestra lengua como, por ejemplo, La langue espagnole, Éléments de grammaire historique (en colaboración con B. Darbord); y, finalmente, los trabajos sobre las lenguas americanas, América Latina en sus lenguas indígenas (1974). Sus abundantes libros y más de trescientos artículos ponen de manifiesto una fundada y fértil tarea de investigación.
 
Asimismo, ha sido presidente del Comité de Humanidades de la Fundación Europea de las Ciencias y Miembro del Comité Nacional de Evaluación de las Universidades de Francia. Es Chevalier de la Legión d' Honneur de Francia; miembro correspondiente de la Real Academia Española, de la Real Academia de Buenas Letras de Barcelona, de L’ Académie des Inscriptions et Belles-Lettres de París, de L’ Academia Brasileira de Filología de Río de Janeiro, etc.


Profesor Pottier, con el doctorado honoris causa que la UNED le otorga, a la vez que justo reconocimiento de su labor intelectual, nuestra Universidad quisiera extender el radio de acción y ser, al mismo tiempo, un testimonio de homenaje al hispanismo francés, del que usted es un representante destacadísimo, por la dedicación, el esfuerzo y trabajo y, sobre todo, por el intenso amor hacia nuestra lengua, literatura y cultura, que han logrado, en conjunción con otros hispanistas, que lo español —el español— sea mejor conocido y, por lo tanto, respetado y valorado en la alta medida que le corresponde. Muchas gracias, profesor Pottier, por todo lo que nos ha dado.

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Son tantos y tan cualificados los méritos del profesor Manuel Alvar que su enumeración alargaría este acto en demasía. ¡Qué difícil me lo pone usted, don Manuel! Aunque me quedo un tanto tranquilo porque su figura y su obra son tan conocidas por todos que dicha dificultad queda inexorablemente allanada. ¿Cómo puedo dar cuenta, en este corto espacio de tiempo, de tan monumental trayectoria docente e investigadora? Como un mal pintor impresionista me pongo ante el lienzo y garabateo un desfigurado e incompleto —lo sé— retrato.


El profesor Alvar es maestro de maestros. Buena prueba de ello es su larga y esforzada dedicación a la docencia en diferentes cátedras de la universidad española: Granada (1948-68) —la Universidad de Granada, nuestra querida y añorada Universidad ¿verdad, don Manuel?—, la Autónoma de Madrid (1968-69), la Complutense —desde 1969 hasta su jubilación— y, en los comienzos de su carrera, la de Salamanca como profesor adjunto, han tenido la satisfacción de contar en sus claustros con uno de los más destacados maestros de la Filología española. En el resto de las Universidades españolas —todas, creo—, así como en infinidad de Universidades extranjeras —del uno al otro confín del mundo— el doctor Alvar ha ido sembrando la semilla del saber, la inquietud por nuestra lengua y literatura y, en suma, el cariño y la estima por el español. Semilla que sigue, afortunadamente, esparciendo; aunque —¡ay!— una Universidad norteamericana —al menos oficialmente y de una manera cíclica, por cerrilismo de nuestra legislación universitaria— sea la que se beneficie de su magisterio ahora. ¡Cosas veredes, Sancho...!


En el terreno de la investigación, es casi imposible seguir los pasos de este peregrino —evocando el título de uno de sus últimos y emotivos libros— porque las entradas bibliográficas consignadas en su curriculum vitae son tan cuantiosas —se aproximan a las setecientas entre libros (una cuarta parte) y artículos— que dejan exhausto, o mejor, casi imposibilitan a cualquiera conocerlas en su integridad. Este peregrino —lo llamaré así, si él y ustedes me lo permiten— que, además de andar por tierras extrañas, siempre ha sido un peregrino en su patria, un peregrino de sabiduría, ciencia, arte y humanidad («Quisiera que nada humano me resultara ajeno», Alvar dixit).


Un peregrino que en el terreno del saber y de la ciencia ha ido de un lugar a otro buscando y resolviendo problemas relacionados con la lengua española (la de aquí y la de allá). Como dialectólogo ha sido un «nómada de la lengua», según denominación de Karl Vossler. Son de gran interés sus estudios sobre geografía lingüística, importante aportación para otras parcelas de la lengua, ya que la localización geográfica de los vocablos nos lleva a descubrir aspectos culturales, delinear el camino que los términos han seguido con el tiempo y afirmar —o desterrar— etimologías. Sus monumentales —y no exagero— Adas lingüísticos, como los ha definido Víctor García de la Concha, son «como la fe de vida y el libro de familia de nuestra comunidad lingüística». Ahí están el bello, complejo y riquísimo Atlas lingüístico y etnográfico de Andalucía (ALEA) —el primero de la saga—, el Atlas lingüístico y etnográfico de las Islas Canarias (ALEICan), el de Aragón, el de Santander (ya informatizado) o el que está en el telar: el magno atlas lingüístico de Hispanoamérica.

Hispanoamérica, esa su segunda patria, a cuya realidad lingüística ha dedicado estudio, esfuerzo y amor, mucho amor. Frente a la escasa atención —no sé si convendría emplear mejor vocabios como olvido, desdén o desprecio— que otros maestros de la Filología española han mostrado por ella, el profesor Alvar ha profesado un acendrado enamoramiento hacia las lenguas —la española y las aborígenes americanas— y la literatura hermana.


Inserto en la firme raíz de la Escuela de Filología Española, el profesor Alvar ha unido estrechamente —como debe ser— el estudio de la lengua y la literatura. La diacronía y la sincronía del español, la sociolingüística, la historia de la literatura desde la Edad Media a nuestros días, la literatura comparada, la edición de clásicos y antologías, la crítica literaria, el ensayismo y tantos y tan variados ámbitos de estudio, la dirección de prestigiosas Revistas, la organización de frecuentados cursos como el de Málaga u OFINES —¿qué filólogo español o americano que se precie no ha pasado por sus aulas?—, etc., etc. completan una consistente empresa digna del mayor encomio.


Empresa que ha sido reconocida con las innumerables distinciones recibidas de las que sólo enumeraré algunas: premios Menéndez Pelayo (1946) y Antonio de Nebrija (1957); dos veces premio de Investigación del CS.I.C. (1960 y 1964) —institución a la que ha estado ligado durante muchos años—; Premio Nacional de Literatura (1976) y tantos otros; Gran Cruz de la Orden de Alfonso X el Sabio; presidente de varias Asociaciones Científicas; Académico o Correspondiente de varias Academias españolas. y del extranjero hasta llegar a ocupar la Dirección de la Real Academia Española, en la que ha trabajado con esfuerzo en los años de su mandato, culminando su labor con la publicación, en 1992, de la vigésimo primera edición del Diccionario, una aportación imperecedera a la conmemoración del V Centenario.


Un peregrino, además, de arte (sus poemas, sus versos, calan en la sensibilidad del receptor) y —cómo no— un peregrino de humanidad, de trato afable y cordial que, junto con su esposa doña Elena —simbiosis igual no la hay en lo humano y en el trabajo—, han sabido cultivar el más preciado y humano don, el de la amistad.


Y ahora, si me lo permiten, quisiera hacer una pequeña con-fesión personal. Un hombre que quisiera ser de bien no puede impedir la manifestación de sus sentimientos, en uno de los días más felices de su vida. Querido don Manuel, un discípulo suyo que tuvo la suerte de recibir su magisterio en la Universidad de Granada —en presencia— y a distancia siempre, hoy Decano de la Facultad de Filología y emocionado padrino de este acto, quiere, desde lo más profundo de su corazón —del hondón del alma—, poner en sus labios, sin cumplimiento de ningún tipo, esa bellísima palabra que no necesita de ninguna otra: GRACIAS, muchas gracias, don Manuel, por todo lo que usted me ha enseñado y yo he podido y sabido aprender.

Término. La Facultad de Filología se congratula porque la Universidad Nacional de Educación a Distancia celebre la investidura de estos dos grandes maestros e investigadores en la fes-tividad de Santo Tomás de Aquino. Dos eximios filólogos merecedores de este galardón que darán lustre y honra a nuestra universidad. Por ello, Excelentísimo y Magnífico Señor Rector pido el doctorado honoris causa en Filología para los profesores Bernard Pottier y Manuel Alvaro

Muchas gracias. He dicho.

Madrid, enero 1993