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Discurso del profesor Bernad Pottier "Lenguas y Culturas"

Con motivo de su investidura como Doctor Honoris Causa en Filología por la UNED

Hace cuarenta y ocho años, me encontraba como becario en España y conocí a un joven investigador que estaba preparando una tesis sobre El habla del Campo de Jaca. Desde aquella fecha de 1945, mantenemos D. Manuel Alvar y yo una amistad fraternal. Se ensanchó poco a poco el círculo de la cofradía de los lingüistas y en la actualidad los de la antigua generación vemos con satisfacción que los más jóvenes, entre ellos algunos alumnos nuestros, defienden con brío las ciencias del lenguaje en todas las Universidades.

La UNED, cuya vocación docente se extiende por España y el extranjero, me hace hoy el insigne honor de incorporarme en su claustro; por lo que quisiera expresar mi reconocimiento a las autoridades académicas de la misma: a su Rector y Junta de Gobierno; al Decano y a la Facultad de Filología; al Departamento de Lengua Española —con cuyo director, D. Antonio Quilis me une una vieja y constante amistad—; y, en suma, a toda la Universidad que hoy me acoge.


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A fines de este siglo XX, se conocen todas las tierras del planeta. Nos encontramos con miles de lenguas y miles de culturas, sin que logremos establecer relaciones claras entre unas y otras.


El lingüista se enfrenta con cuatro o cinco mil idiomas. Muchos de ellos se pueden agrupar en unas veinte familias con posibles o probables afinidades genéticas. Otros muchísimos quedan aislados en las clasificaciones modernas a pesar de los esfuerzos para perfeccionar una metodología comparativa, a veces ayudada con ordenadores. Las lenguas ofrecen un material variado y abundante, objeto de análisis y comentario desde la antigüedad en varios puntos del mundo.

En cuanto a los estudios sobre culturas, abarcan un campo tan extenso como el de las lenguas, pero mucho más complejo y bastante mal delimitado. La antropología, en su acepción más amplia, sería la ciencia de la cultura del hombre. En nuestras universidades, existen investigadores en etnología, en sociología, en derecho, en ciencias sociales, en historia de las religiones, en comunicaciones, etc. Todos, de un modo u otro, contribuyen al estudio del tema. Naturalmente los lingüistas también forman parte de este conjunto, y por eso vamos a tratar de pasar revista a algunas de las interrelaciones que existen entre el uso y la práctica de las lenguas, y ciertos comportamientos culturales.


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Al referirse a las lenguas del mundo, el estudioso encuentra en primer lugar un problema cuantitativo. El número de «lenguas» es incierto, porque la delimitación entre ellas es borrosa. El fenómeno de dialectalización es un continuo en el tiempo y en el espacio, y sólo la selección, al fin y al cabo arbitraria, de algunos criterios permite considerar la existencia de dos o más dialectos.


La misma inseguridad aparece cuando nos referimos al número de hablantes de una lengua determinada. Para cada una de las grandes lenguas, hay hablantes nativos, y otros que la han aprendido y la saben más o menos, en sus variedades habladas y/o escritas.

Aun cuando tengamos cifras relativamente fiables, convendrá hacer otras distinciones. En cuanto a las lenguas de las etnias, el orden decreciente de los hablantes es: chino, inglés, hindú, español, ruso, árabe, bengalí, portugués, francés, malayo-indonesio, japonés, alemán, etc. Pero si tomamos en cuenta el número de hablantes de las lenguas de gran difusión, vemos que el inglés llega al 30 % de las lenguas utilizadas mundialmente en la comunicación, y luego vienen cuatro lenguas con el 6 %: el español, el francés, el portugués y el ruso.


Si se trata del volumen de las publicaciones, el 50 % está en inglés, y el ruso, el alemán, el francés y el japonés cubren el 40 %.

Finalmente si se consideran las traducciones, después del inglés otra vez, se sitúan el francés, el alemán, el ruso y el italiano.


De modo que se debe hablar de distintos tipos de dinamismo lingüístico y proceder a una ponderación general que relativice los datos brutos.


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Como símbolo del plurilingüismo mundial se puede considerar la publicación de la revista El Correo de la Unesco. Cada entrega se edita en varias lenguas cuyo número oscila entre 32 y 36, en función de la desaparición —extraña— de algunos idiomas como el japonés, o la aparición de otros como el gallego. Este esfuerzo de traducción es notable y representa por su contenido la mayor realización de divulgación cultural en la actualidad.


En otro campo, el de la religión y la evangelización, se han realizado traducciones en una escala mucho mayor. En el año 1970, extractos de la Biblia ya habían sido publicados en 1.431 idiomas del mundo. Para ilustrar tan gran variedad, es interesante saber que se dan ocho versiones dialectales distintas del quechua, y otras tantas del náhuatl, en la segunda edición de 1972, de T\xe Book qf a Thousand Tongues.


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Por otra parte, dentro de un mismo individuo, coexisten varios lectos, según el momento, la situación o las intenciones. Se trata del poliglotismo individual, que va desde el uso voluntario de vulgarismos o cultismos, hasta el cambio de idioma a veces inconsciente en caso de bilingüismo intenso, o el paso a otro idioma extranjero en función del entorno de la comunicación.
 
Si se considera ahora el caso del conjunto de los países del mundo, el plurilingüismo es prácticamente la norma. La primera causa de diferenciación es la dialectalización a lo largo de la historia. Si en la de España se mencionan el castellano, el aragonés, el leonés, el catalán, el arañes, el gallego, etc., es que las variedades del latín hablado en la península han tomado formas regionales que en momentos determinados llegaron a tener cierta originalidad con relación a áreas limítrofes.
 
La segunda causa de diversidad es el movimiento migratorio de los pueblos. Un estudio estadístico puramente sincrónico en la Francia actual revelaría comunidades que hablan turco, árabe, español, portugués, polaco, italiano, vietnamita, bambara o mandinga.

El multilingüismo ha llegado a tanto en algunos países que hasta los documentos oficiales reflejan dicha situación. El caso más característico es sin duda el de la India, cuyos billetes de banco ofrecen un texto en quince idiomas clasificados alfabéticamente según su forma en inglés, pero conservando el sistema gráfico original. Los billetes de China vienen en cinco idiomas, los de Suiza en cuatro (alemán, francés, italiano y romanche), los de Israel en tres (hebreo, árabe e inglés) y, recientemente, la Guinea Ecuatorial, que entró en el sistema monetario del franco francés, los ha hecho bilingües, español y francés. Se nota en todo esto la relación íntima entre factores étnicos, culturales, económicos y políticos. Existe un caso menos conocido. En 1919, Rusia emitió un billete multilingüe con palabras de Karl Marx: «Proletarios de todos los países, uníos». Siete lenguas representaban en aquel entonces las zonas de más interés para esa propaganda: además del ruso, se leía el texto en chino, alemán, francés, inglés, italiano y árabe. El billete lleva el nombre de «babilónico» entre los coleccionistas.


La extensión del español por toda América ofrece un laboratorio excepcional para el estudio de las modulaciones de un idioma en contacto con culturas distintas, y ha sido y sigue siendo investigado detalladamente.


El caso del judeo español también es ejemplar. Hace poco recordaba D. Gregorio Salvador la vieja fórmula empleada por un sefardí de Sarajevo:

«Que fruchigüe y muchigüe España», formas populares de fructificar y multiplicar.


Es emocionante leer en la prensa actual de Israel textos que recuerdan la lengua de hace cinco siglos, con influencias múltiples, dialectalismos y neologismos diversos y grafía fonética no tradicional. Sirva de muestra este trozo:


Pietro, malgrado ke era un hombre de 40 anyos, era muntcho aktivo, muntcho mas delikado de kualunke mansevo... muntchas mujeres estarían prontas a etcharsen en sus brasos...


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La política lingüística de las naciones se expresa en varios sectores de la actividad cultural o educacional. Hay a veces una distorsión aparente entre la idea que se tiene de un país y la política lingüística realizada en sectores particulares.


Francia es fuertemente unilingüe. Quizá por esa misma fuerza existe una relativa tolerancia para la manifestación de otras lenguas locales.


El  «Programme de langues regionales des Lycées» (15-4-1988), presenta un amplio abanico de lenguas regionales —unas veinte variedades— que son objeto de estudio y de examen en las pruebas obligatorias u opcionales, según el caso, en el Bachillerato. Las lenguas son el vasco, el bretón, el catalán, el corso, la lengua de oc, el tahitiano, el «gallo» (variedad francesa de Bretaña) y las lenguas regionales de Alsacia. Para evitar cualquier queja por parte de los usuarios, la lengua de oc ha sido dividida en siete variedades, el bretón en cuatro, el vasco en tres, etc. Esta aparente riqueza también puede sentirse como un arma de doble filo porque esfuma la unidad de cada una de esas lenguas.

Es natural que varias Instituciones hayan tratado de hacer un balance de la situación del plurilingüismo europeo. Entre los numerosos estudios realizados sobre el tema, el más completo es sin duda el Informe publicado en 1986 bajo la responsabilidad del «Istituto della Enciclopedia Italiana», sobre las minorías lingüísticas en los países europeos.

También el «European Bureau for lesser used Languages» de Irlanda, publica folletos y mapas muy útiles para el conocimiento de la situación real y oficial en los doce países comunitarios. Se identifican 46 lenguas de minorías en 21 países de esta zona del Oeste europeo. Como se sabe, la diversidad es mucho mayor en la parte del Este.


A nivel de la Comunidad Europea, ha habido una autoselección de las lenguas de trabajo. De las 11 posibles para los 12 países miembros, se utilizan sólo nueve. El irlandés y el luxemburgués no son lenguas de trabajo, pero se hacen versiones en irlandés de los principales actos y tratados y sigue siendo lengua oficial de la Corte de Justicia.


En el Perú, el desarrollo del quechua previsto por la Ley de 27 de mayo de 1975, está presentado muy sensata y claramente en el texto escrito por nuestro colega Alberto Escobar en los prólogos de las ediciones de gramáticas y diccionarios de las seis variedades oficialmente reconocidas. Dice que la oficialización del quechua «no pretende sustituir el castellano, que es el idioma que nos ofrece el mayor rango comunicativo dentro y fuera de la República, y debe en cambio entenderse como una opción de planeamiento lingüístico».


Esta actitud se mantiene en el documento de «Política nacional de educación intercultural y educación bilingüe intercultural para el quinquenio 1991-1995». La Dirección General de Educación Bilingüe peruana, tras evocar la necesidad de una formación bilingüe en ciertas zonas del país, declara: «En este contexto, el castellano está destinado a ser lengua común de comunicación interétnica en el plano interno, a la vez que instrumento de comunicación internacional».


Los países plurilingües se encuentran entre dos extremos. Por una parte, sienten la necesidad de conservar una lengua de gran comunicación internacional, y por otra la de proteger hablas más locales que van íntimamente unidas con minorías tradicionales. La dificultad está en la formulación constitucional de este equilibrio complementario y supone madurez intelectual por parte de todos los interesados.


Hace tres meses (5-11-1992) se sometió a votación en el Consejo de Europa la «Carta europea de las lenguas regionales o minoritarias». De los 27 países miembros, sólo 11 la adoptaron, porque si todos admiten la protección y promoción en la enseñanza y en los medios de comunicación de dichas lenguas, hay dificultad cuando se considera su extensión a los usos administrativos.


Si las actuales lenguas de difusión como el inglés, el español o el francés se hablan en zonas muy lejanas de su centro natural es que muchos países en el mundo, a consecuencia de los acontecimientos históricos, se encontraron con que no era mala solución la coexistencia de lenguas locales con una lengua de intercomunicación mundial.


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Lévi-Strauss, en su Antropología estructural, decía: «lengua y cultura son dos modalidades paralelas de una actividad más fundamental... la del espíritu humano». Nadie puede afirmar que las variedades del español hablado en los países americanos refleja necesariamente originalidades culturales de los mismos, excepto naturalmente el caso de las palabras que designan entidades locales particulares y, en casos muy contados, algún giro sintáctico de procedencia amerindia.


En las zonas multiculturales, es verdad que la conservación de la lengua autóctona ayuda a mantener la cultura tradicional.
 
Pero hay costumbres milenarias que han sobrevivido a pesar de los cambios lingüísticos.


Las interpenetraciones culturales parecen más frecuentes que las interferencias lingüísticas. Los préstamos y calcos no perturban la identidad de una lengua como lo han venido demostrando los numerosos estudios sociolingüísticos recientes. Los sincretismos culturales dan lugar a más innovaciones y a una complejidad mayor.


Los textos que mejor revelan las influencias culturales sobre las lenguas son los religiosos. Por una parte, existen variedades lingüísticas que se alejan voluntariamente de la lengua común cuando se trata de este tipo de textos: es el caso del latín para los cristianos hasta hace pocos años, es el árabe clásico para el islam, y las lenguas secretas en numerosas partes del mundo. Los misterios de la religión o la mitología van acompañados de la distancia en la comprensión de la lengua. Este concepto de distanciamiento obra en el espacio (cuando se hace un saludo o una reverencia), en el tiempo (es el uso de una forma antigua de la lengua), en el nivel o estrato de lengua (forma culta) y en otras muchas manifestaciones externas como la entonación y prosodia (incluyendo el canto), el modo de vestirse los oficiantes, los símbolos que utilizan, es decir, un conjunto de signos y comportamientos no habituales.

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En la lingüística moderna, hay un interés nuevo por las secuencias de acontecimientos que forman una «escena» bien delimitada en la experiencia del mundo social y cultural y que recuerdan los viejos manuales con sus lecciones «en la peluquería», «en el restaurante» o «viaje en tren».

Mi lado del elemento «toro», existe el acontecimiento global de la «corrida». Cada miembro de la comunidad cultural donde se da este espectáculo tradicional tiene su propio conocimiento de tipo enciclopédico que se extiende desde la dehesa al toril, desde el traje de luces a los carteles, desde la música a las orejas y rabo. Aquí la relación entre cultura y lengua es intensa, pero se ve que se trata esencialmente del léxico, de un léxico que se organiza en redes ordenadas, en cronologías necesarias, en jerarquías de valores, etc.

Lo más cultural en las lenguas serían: las hablas diferenciadas hombre/mujer; el léxico adecuado a la vida cotidiana, a la religión; los comportamientos sociales como el uso de formas reverenciales, del nivel del habla, del uso del silencio o de la oratoria; la relación entre lengua y gestos; los tabúes temáticos o formales, y otras cosas más.


También es cultural en parte la idea que se forman los hablantes de las lenguas de sus vecinos.

¿Hay lenguas más difíciles que otras? Es una pregunta incompleta. Todas las lenguas tienen sectores más desarrollados que otros. El español tiene pocos fonemas, el francés poco acento en el nivel de las palabras, el chino poca morfología, etc., sin que se pueda deducir nada de las dificultades que presentan para el aprendizaje. La distancia tipológica puede ser una fuente de extrañeza. Se sabe que la primera gramática del vasco, de Manuel de Larramendi (Salamanca, 1727) se llamaba El impossible vencido: Arte de la lengua bascongada. En realidad, no hay lengua fácil o difícil ni tampoco «lengua rica» o «lengua pobre», sino lenguas adecuadas a la situación, al entorno en que funcionan. El léxico, más en relación directa con el desarrollo socioeconómico, tiene extensión más variable que el sistema gramatical que implica la semiotización de los conceptos universales ya aludidos. Es notable que nunca se ha encontrado en el mundo una lengua aberrante, a pesar de las enormes diferencias culturales entre los autóctonos de la selva amazónica y los del centro de Nueva York.


Otra visión que uno tiene de una lengua es su grafía. Los occidentales están seducidos por los jeroglíficos egipcios, los ideogramas chinos, o los caligramas árabes.


Entre los pueblos que utilizan el alfabeto latino, el problema de la grafía no es tan secundario como se podría pensar. En las civilizaciones de «lo escrito» existe cierto respeto hacia la forma. Así nace el concepto de ortografía.


La palabra debe ser correcta en su sentido, pero del mismo modo que en la lengua hablada la pronunciación y la prosodia manifiestan por parte del hablante cierta actitud de consideración hacia el oyente, en la lengua escrita la ortografía es elemento de la correcta comunicación. Nuestra sensibilidad visual se aplica al aspecto de las palabras y cualquier reforma es objeto de ásperas discusiones. Cuando en Francia, en el año 1990, se intentó hacer una reforma ortográfica, los autores tuvieron que presentarla con miles de precauciones oratorias: «Écartant tout projet d'une reforme bouleversante de l'orthographe qui eüt alteré le visage du francais et dérouté tous ses usagers répartis sur la planéte, vous nous avez sagement invites a proposer des retouches et des aménagements, correspondant á Pévolution de l'usage, et permettant un apprentissage plus aisé et plus sur».


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Uno de los temas más actuales en la lingüística es la orientación cognoscitiva, o cognitiva. En la medida en que el lingüista sale del estrecho cuadro de la descripción de las lenguas naturales, se enfrenta con el campo de los conceptos, entre los cuales están los que se pueden considerar como generales y los universales.

Pensamos que los conceptos generales están directamente relacionados con la experiencia humana, con la vida cotidiana como el nacer, el vivir y el morir, como el creer en mitos, en amar al prójimo, el ir y venir en el espacio, el recordar el pasado e ima-ginar el futuro, etc.
 
En cuanto a los universales, se trata de lo que Gustave Guillaume llamó los «inevitables del pensamiento», más abstractos, que hace que en todas las lenguas del mundo quieren expresar el desarrollo del proceso, los grados de determinación de las entidades, las funciones relativas de agente y paciente, la localización en el tiempo o el espacio, la realidad o la virtualidad de los sucesos, las modalidades del enunciador a propósito de lo enunciado, cualesquiera que sean las soluciones adoptadas (fónicas, morfológicas, tácticas...).


De modo que no hay ninguna antinomia entre la especificidad de cada lengua, y la universalidad de numerosos conceptos. Lo que diferencia las lenguas es sobre todo sus aptitudes para manifestar con solución «elegante» distinciones conceptuales pensadas como necesarias.


La tendencia a buscar universales se nota también en antropología cultural. El estudio de los mitos, de las leyendas, de los cuentos revela que se pueden establecer «invariantes» de forma, esquemas iterativos y temáticas análogas o, por lo menos, homologas.
 

En cualquier lengua, el hablante, cuando quiere expresar un concepto para el que no encuentra solución lingüística inmediata, recurre a operaciones mediatas, como son las perífrasis verbales, las metáforas léxicas, las analogías relaciónales, las inflexiones de la entonación, las grafías connotativas, etc.


Para comparar las soluciones lingüísticas con las visiones del mundo, hay que elaborar un tertium comparationis, abstracto, de entidades y relaciones, en el plano noémico que ayuda mucho al analista. Sería interesante saber hasta qué punto los modelos así construidos pueden parecerse a un supuesto mecanismo mental, tal como lo presenta, por ejemplo, la teoría de las catástrofes de Rene Thom.

Dichas representaciones mentales, que memorizamos, están confirmadas por los actuales resultados de la neurología del cerebro. Nuestra memoria conserva elementos y relaciones que podemos reactivar cuando lo deseamos. Las particularidades de la lengua que fueron la fuente de este almacenamiento se olvidan.
Sirva de ejemplo el hecho siguiente del que todos fuimos testigos. En un Congreso, oímos ponencias en dos o tres lenguas.


Un mes después, hemos olvidado en qué lengua fueron dadas, pero recordamos el contenido, que, por cierto, fue memorizado como substancia semántica desligada ya de las lenguas naturales. Nuestra memoria es en gran parte alingüística.


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El gran problema de la etnolingüística es la relación entre las categorías semántico-sintácticas de una lengua y los hechos culturales de la gente que las utiliza. Muchos filósofos del lenguaje y no pocos etnólogos han afirmado que el pensamiento depende en gran parte de las formas que le ofrece la lengua. A primera vista, podría tener algo de verdad. Si una lengua tiene dos pasados, pongamos he trabajado y trabajé, cada vez que uno quiere expresar esa época, por fuerza tendría que elegir entre los dos, mientras en francés basta con decir ho j’ai trauaillé. También se han aducido ejemplos léxicos para subrayar la originalidad de la designación de los colores en lenguas africanas, o de las variedades de la nieve entre los esquimales.

Esta actitud de dependencia del pensamiento frente a los sistemas lingüísticos no se puede sostener.
 
Los medios de expresión de una lengua, como queda dicho, no se limitan a las formas simples o a los sentidos nucleares. Los inventarios parafrásicos relativos a una intención conceptual determinada no tienen límites. Nadie puede enumerar cómo se rechaza o se niega algo en español: desde el no o el movimiento de la cabeza hasta el texto de una carta de estilo diplomático.


¿Qué podemos deducir del hecho de que el español diga del mismo modo tengo hambre, tengo deudas y tengo hijos, mientras que son construcciones distintas en otras lenguas?


La comparación entre lenguas de tipología distinta sugiere una diferencia profunda en los mecanismos de construcción de la palabra y de la oración. No se puede negar la especificidad de cada idioma. Sin embargo, si se compara el carácter aglutinante del quechua:


lápiz - ni - yki - chej - kuna - manta «por vuestros lápices»

con las soluciones más analíticas del español, se notan claras diferencias. Pero el español conoce también un tipo de aglutinación muy parecido, aunque a un nivel sintáctico superior, cuando dice, como modalización de aceptó, la secuencia: «habría podido no desear acéptarlas todas».


Los mecanismos lingüísticos no son infinitos. Lo que diferencia las lenguas es, en muchos casos, el grado de desarrollo de algunos de ellos.


Muchas distinciones que en algunas lenguas lejanas nos parecen típicas se descubren en nuestras propias lenguas. Por ejemplo, se señala el nosotros inclusivo, que incluye al oyente, y el nosotros exclusivo, que lo rechaza. Esa fue una fuente de dificultad para los primeros misioneros que tenían que traducir a un idioma amerindio el «Padre nuestro», y debían decidir si el Padre lo era sólo de los cristianos (exclusivo) o de toda la humanidad incluyendo a los Indios (inclusivo). En la misma historia del español se dio esta distinción que justamente explica el paso del antiguo pronombre sujeto nos a nosotros durante una época en que se estableció la diferencia por razones socioculturales.


Se ha dicho que los Dogones del Malí utilizaban las metáforas del tejido para expresar las manifestaciones del habla. Pero ¿no será el caso del español cuando tejer vale por «discurrir, maquinar con variedad de ideas» (DRAE), texto es el mismo discurso, cuando se habla de trama de la comedia, cuando se corta el hilo del discurso o hablan como unas descosidas?

El paso de elementos léxicos a elementos gramaticales es muy revelador de una metaforización universal. Se sabe que las partes del cuerpo, en casi todas las lenguas del mundo, son utilizadas para la localización más abstracta, como: al pie de, a la cabeza de, enfrente de, cara a, desembocar en, etc.

Es cierto que una distinción en el nivel de la palabra implica la conciencia de una oposición. En el caso de pez/pescado, vale como «pez-en-vida/v/ex-pez o pez que fue». Esta visión del «más allá» está categorizada en guaraní, donde se dice con el mismo sufijo kwé (y variantes) «la casa arruinada»,  «la mujer que ya no puede procrear», «el lugar de producción ya no en servicio» (cf. el topónimo Minascué), lo que recuerda al exdiputado, al exmarido o al excampeón.


Si se dice con toda normalidad me lavo las manos y sólo con intencionalidad marcada me lavo el coche, es que hemos distribuido mano y coche en dos clases de relaciones, la del objeto interno y la del objeto externo. Otras lenguas tienen marcas de posesión distintas para mi mano y mi coche, lo que no hace el español en este contexto.


La clasificación del mundo es una necesidad del hombre. Ante la infinidad de los objetos que nos rodean, tenemos que agruparlos. Y así nacieron las clases semánticas como humano, animado, inanimado, macho, hembra, neutro, etc. En muchas lenguas, los lingüistas insisten en la existencia de los clasificadores, o sea partículas, generalmente procedentes de elementos léxicos, y que a menudo unidos a los números, aparecen ante el nombre designado. Si lo miramos bien, el fenómeno se encuentra en español, pero no tan bien organizado y sin la obligatoriedad de otras lenguas: una pila de leños, de libros, una columna de soldados, una hilera de álamos, un montón de arena, etc., y también la doble distinción, relativamente motivada de los sufijos -ada y -azo (cuchillada, martillazo).

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Es conocida la polémica relativa a la evangelización de América, y a las oscilantes actitudes de la Corona frente a la política lingüística en el terreno. Baste el ejemplo de lo que escribe uno de los primeros misioneros, el franciscano Fray Alonso de Molina en 1571:

La fee se alcanza oyendo, y lo que se ha de oyr, ha de ser la palabra de Dios, y esta se ha de predicar en lengua que los oyentes la entiendan, porque de otra manera (como dize el mesmo San Pablo) el que habla, sera tenido por bárbaro. Y para declararles los mysterios de nuestra Fee, no basta saber la lengua, como quiera, sino entender bien la propriedad de los vocablos y maneras de hablar que tienen: pues por falta desto podría acaescer, que auiendo de ser  predicadores de verdad, lo fuessen de error y falsedad.


Esta es la época cuando Juan de Valdés criticaba a Antonio de Nebrija, con el famoso comentario de su gramática castellana:


Ya sabéis que las lenguas vulgares de ninguna manera se pueden reduzir a reglas de tal suerte que por ellas se pueden aprender, y siendo la castellana mezclada de tantas otras, podéis pensar si puede ninguno ser bastante a reduzirla a reglas.


Si los primeros gramáticos españoles han logrado presentar de un modo muy satisfactorio las lenguas amerindias a los pocos años de su estancia en el terreno, es, esencialmente, porque existen estos universales que se materializan luego en cada uno de los idiomas considerados. Dice por ejemplo Domingo de Santo Tomás en su gramática del quechua de 1560:


Es de notar una cosa particular en esta lengua cerca de los nombres que no la ay en la latina ni la española, o si la ay es muy raro: y es que ay en ella algunos términos apropriados para las mugeres, que en ninguna manera pueden usar varones dellos…

E1 mismo autor hace una serie de observaciones socioculturales que explican ciertos hechos lingüísticos. La imposición del nombre propio al recién nacido es un caso predilecto para demostrar las fuertes interrelaciones entre cultura y lengua. Precisa:


Es de notar que estos indios suelen poner los nombres a los niños poco después de nasádos, los quales imponen los padres o madres de los cuentos y successos que acaecen en el tiempo que los niños nascen, o de los rostros y gestos que sacan al tiempo del nascer, o de lo que dize la madre pariéndolo, o de lo que haze el padre quando el niño nasce, o del nombre de la heredad donde nasce, o de el ave que entonces paresce o de la persona que visita la casa, principalmente si es persona principal o del alegría o tristeza que ay en ella...


Ya en 1611, se publicaron libros que procuraban entrar más en la vida real y costumbres de los Indios mexicanos. Se trata del Vocabulario manual de las lenguas castellana y mexicana, en que se contienen las palabras, preguntas y respuestas más communes y ordinarias que se suelen ofrecer en el trato y communicacion entre Españoles e Indios, cuyo autor es Pedro de Arenas.


En realidad, este texto se anticipa a la mayoría de los manuales de conversación difundidos en Europa en el siglo XVII, y el contenido es muy revelador de los dominios en los que se realizan los diálogos entre los interlocutores. He aquí una muestra: «Palabras comunes, que se suelen dezir al mogo para cargar, componer o aliñar alguna cosa», y salen por ejemplo expresiones como llegaos acá, dexaldo agora, yo haré esto, hazedvos aquello o demonos priessa.

La fraseología, intermedia entre el léxico y el discurso libre, nos proporciona un caudal de testimonios preciosos.


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En la conferencia que uno de los padres de la semántica, Michel Bréal, dio en el Colegio de Francia en 1868, a los 36 años, se lee lo siguiente:


La gramática general se equivocó cuando quiso aplicar un modelo único a idiomas completamente extraños al indoeuropeo. Pero también hay que admitir que pueden existir nociones sin un signo específico. .

Ya notamos que la combinatoria puede ser un significante sin signo nuevo, lo que hace que admitimos tengo dos coches y no tengo dos ojos en contexto no marcado. Y sigue así el texto:


Al no admitir en un pueblo más ideas que las que están formalmente expresadas, podríamos correr el riesgo de dejar de lado lo más vivo y original de su inteligencia.
Wilhem von Humbolt pensaba que cada idioma era una representación particular del mundo. Es verdad, pero son dos esferas heterogéneas y no puede haber interrelaciones directas y menos aun automáticas.


Hasta Albert Einstein dio su parecer sobre el tema. Intuitivamente sentía la dominación del pensamiento sobre la lengua. Así se expresaba:


Las palabras y el lenguaje, escritos o hablados, parece que no desempeñan ningún papel en el mecanismo de mi pensamiento [,..] Para mí, es evidente que nuestro pensamiento funciona esencialmente sin recurrir a los signos y además de modo generalmente inconsciente.


No somos los esclavos de nuestras lenguas. Ellas nos sugieren soluciones, nos proponen cuadros ya preparados, pero una intensa práctica lingüística permite a nuestro pensamiento encontrar expresiones más adecuadas, más cercanas a lo que realmente queremos comunicar.


Recordando el título de un libro excelente de D. Manuel Alvar, afirmaré que hay que ver «la lengua, como libertad».

Madrid, enero 1993