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José Ferrater Mora "Un Filósofo en la distancia"Doctor Honoris Causa por la UNED 1986 Javier Muguerza Carpinter. Catedrático de Filosofía Moral y Política UNED | ||
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Como acabo de decir, he sido designado por mis compañeros para pronunciar estas palabras y no hablo, pues, en nombre propio. Si lo estuviera haciendo, tendría además que añadir que Ferrater ha sido uno de los maestros a los cuales más debo en mi vida profesional. Por fortuna para la filosofía española, la influencia de Ferrater ha trascendido con mucho ese modestísimo ámbito. Y, para ser exactos, ha trascendido incluso el ámbito de la filosofía hecha en España. Como escribiera alguien a quien tengo asimismo por maestro, el Profesor José Luis L. Aranguren, -Ferrater ha ejercido un vasto influjo en todo el ámbito de la filosofía que se hace en nuestra lengua, es decir, la filosofía del mundo hispánico». Y creo que, en efecto, se podría afirmar sin exageración que, desde Ortega acá, nadie ha hecho tanto como Ferrater por ponerla al día o, dicho sea orteguianamente, por ponerla «a la altura de los tiempos». Según ya insinuaba yo de entrada, también esa influencia se ha ejercido en esta casa, que Ferrater ha visitado en varias ocasiones. Y quisiera hacerme al menos la ilusión de que determinadas actitudes de Ferrater -la vocación de actualidad sin por eso olvidar nuestras raíces en la filosofía del pasado, el diálogo sin sectarismos ni exclusiones entre las diversas corrientes y tendencias filosóficas de nuestra época, la conexión de la filosofía con el resto de las humanidades y las ciencias - han impregnado hasta la fecha y continuarán impregnando en el futuro el quehacer de cuantos en ella nos dedicamos a la filosofía. Si hoy por hoy no lo han hecho en medida mayor, ello se deberá sin duda al infortunio de que no hemos podido contar con la presencia normal de Ferrater entre nosotros, a saber, teniéndole asidua y plenamente incorporado a las tareas de nuestra Universidad. Ni nuestra Universidad ni ninguna otra de este país ha podido gozar de semejante incorporación estable de Ferrater, desde el final de nuestra guerra civil, por razones de todos conocidas y por todos lamentadas. En su intervención en este acto, Ferrater nos va a hablar del «Valor de la distancia». Conociéndole como le conozco, intuyo que ésa será su forma de corresponder a este nombramiento con la gentileza de un elogio de nuestra institución y, en concreto, de la distancia a la que debe su nombre. Séame entonces permitido que anticipe por mi parte una denigración o un vituperio de la distancia. Para que ninguna de las autoridades académicas que nos presiden experimente indebidamente alarma, me apresuro a aclarar que no voy a criticar a la Universidad a Distancia. Bastantes críticas recibimos quienes trabajamos en esta Universidad -en condiciones, todo hay que decirlo, que nos exoneran no poco de esas críticas- para que por añadidura nos tengamos que dedicar a pregonar nuestra autocrítica. No es de nuestra distancia, demasiado concreta para rebasar los niveles de la anécdota, de lo que quiero hablar aquí y ahora. Y tampoco voy a hacerlo, claro está, de la categorial distancia en sí, demasiado abstracta y metafísica para el gusto, supongo, de todos los presentes, comenzando por el del propio Ferrater. Me referiré, pues, sencillamente a la distancia política y sociohistórica, además muchas veces de geográfica, que durante cuarenta largos años perpetuó la división entre los españoles. Para las Universidades de nuestro país, como para el resto de nuestra vida cultural -y no sólo, por descontado, cultural, toda vez que cultura y vida son inseparables-, las consecuencias de semejante división fueron en su momento desastrosas y a duras penas cabría decir que han sido definitivamente superadas. Pero en filosofía al menos -si dejamos de lado a la filosofía oficial de la postguerra, de la que lo más piadoso que se podría decir es que ya estaba muerta en el momento mismo de su implantación-la incomunicación entre los filósofos que continuaron en España su tarea y los filósofos arrojados al exilio no hubo de durar mucho. De nuevo en este punto es obligada la mención de Aranguren, cuya voz fue precisamente la primera que se alzó entre nosotros en defensa de la reconstrucción de la unidad de nuestra comunidad filosófica. Ferrater fue a su vez uno de los más diligentes exiliados en prestar desde fuera oídos a esa llamada, lo que tendría lógicamente que haberle conducido a su reintegración en la vida académica nacional. Si no ocurrió así, la causa de ello hay que buscarla en una circunstancia poco conocida y que creo que merece ser contada en esta ocasión. Ferrater se hubiera incorporado a la Universidad española, hace ya más de veinte años, de no haber sido porque en aquellas fechas acababan de ser separados de la misma Aranguren y otros profesores, como, entre ellos, Enrique Tierno Calván y Agustín Carcía Calvo, acompañados voluntariamente por Antonio Tovar y José María Valverde, todos, como se echa de ver, directa o indirectamente relacionados con la filosofía. La condición que Ferrater puso para su retorno -insistentemente solicitado desde el Ministerio de Educación en razón de su prestigio- fué la previa reposición de todos sus colegas expulsados, condición, por supuesto, no aceptada en las instancias gubernativas pertinentes. No hay que añadir que, con su silencioso gesto de solidaridad, Ferrater continuaba afirmando la unidad de nuestra vida filosófica, y aun la de nuestra vida nacional sin más, por encima o por debajo de la filosofía oficial de la España oficial, que por segunda vez le condenaba a la distancia. Como escribiera de él el gran poeta catalán Joan Oliver, más conocido como Pere Quart, «lejos como ha vivido de nuestra pequeña e infortunada patria (que en este caso tanto podría ser Cataluña como España), siempre le ha sido insobornablemente fiel». De esa fidelidad es testimonio su obra entera. El catalán universal que es Ferrater la ha escrito «en» lengua hispánica, principalmente el castellano. Cuando ha escrito en inglés, como a veces lo ha hecho, la primera versión de algunos de sus libros, él mismo se ha encargado de su traducción española, escribiéndolo o reescribiéndolo de nuevo. Lo que es más importante, Ferrater siempre ha escrito «para» el lector hispanohablante, lo que no excluye que sus libros hayan sido editados y leídos en otros muchos idiomas. Hoy más que nunca, la filosofía ha de ser auténticamente cosmopolita y Ferrater lo ha proclamado así con su manera de entenderla y practicaría. Pese a lo cual, no ha dejado jamás de referirla a la cultura hispánica y de pensarla «desde» ella. Incluso, y acaso especialmente, cuando el propósito que le guiaba era el de invitarnos a rehuir cualquier provincianismo filosófico. Su justamente famoso Diccionario de filosofía constituye una muestra ejemplar de ese talante, y sus sucesivas ediciones nos ofrecen la crónica más fiable que podamos imaginar de la progresiva incorporación de la filosofía en nuestra lengua al concierto filosófico mundial. Pero lo mismo rezaría para con sus restantes obras, desde sus primeros libros como La filosofía en el mundo de hoy- al último de ellos, como sus recientes Fundamentos de filosofía. En todo cuanto Ferrater ha escrito sobre filosofía, trasparece la voluntad de equidistar de un imposible nacionalismo filosófico y de una indeseable colonización filosófica que nos haría olvidar que, cuando se habla de renovar la filosofía en lengua española, lo interesante y lo rentable no es importar producto elaborado sino capacidad de producción por cuenta propia. Una capacidad de producción que, en consecuencia, ha de asentarse en nuestras circunstancias específicas y procurar no perder de vista nuestras tradiciones de pensamiento, afortunadamente jóvenes aún y, por lo tanto, no excesivamente oprimentes. Una tradición filosófica nacional como la alemana puede sin duda reportar grandes ventajas, pero también actuar a veces como un corsé de hierro. Para bien o para mal, hagamos virtud de la necesidad, ése no es nuestro caso. Lo que no quiere decir, no obstante, que entre nosotros no contemos con incipientes tradiciones filosóficas, a las que Ferrater rindiera un día tributo dedicando sendos estudios al pensamiento de Unamuno, Ortega y D'Ors. Sin continuidad, viene a decirnos Ferrater, no hay posibilidad de hacer ningún trabajo filosófico serio, pues en filosofía cabe la innovación, pero no cabe el adanismo. Con continuidad, en cambio, nos podremos ahorrar de vez en cuando el arduo empeño de hacer lo que ya estaba hecho, así como el descubrimiento de algún que otro mediterráneo. El lector de Ferrater sabe bien que ese sentido de la continuidad es para él una virtud muy catalana, una «forma de vida catalana» junto con otras que él mismo ha sabido cultivar magistralmente, como son la mesura y la ironía. Pero quizás la más notable de esas virtudes catalanas cultivadas por Ferrater sea el intraducible seny, que ha caracterizado filosóficamente en estos términos: «El juicio filosófico según el seny tiene todas las características de lo que Kant llamaba -para contraponerlo al "sentido escolástico"- el "sentido mundano" de la filosofía. Este último "sentido" está, desde luego, íntimamente ligado a la experiencia y a la práctica. Pero sería erróneo derivarlo sin más de la "práctica". Pues el verdadero sentidomundano de la filosofía no es el que manifiesta esta disciplina cuando se propone, como se dice, servir para algo; esto es, cuando rechaza todo pensar que no desemboque casi de inmediato en ciertos "resultados" ... La filosofía como "actividad mundana" tampoco es equivalente a una especie de "filosofía casera" ... El concepto mundano de la filosofía es más bien el que se revela cuando se es filosóficamente sensato, esto es, cuando no se está dispuesto ni a comulgar con ruedas de molino ni a negar que, para ciertos propósitos, hay que apechar con tales ruedas. Es asimismo, y sobre todo, el que se revela cuando, justamente por mor del maridaje de la teoría con la práctica, se aspira a que ningún juicio sea o meramente subjetivo o puramente objetivo. (Pues) el "juicio subjetivo" puede incurrir en la arbitrariedad; y el supuesto «juicio objetivo», en la inhumanidad. Para evitar una y otra, concluye Ferrater, conviene que la filosofía sea a la vez «cosa de ciencia y de conciencia» y ése es, en fin, el ánimo que debería haber presidido la recepción -inducida en buena medida por Ferrater- de algunas de las manifestaciones más significativas de la filosofía contemporánea que han llegado hasta nosotros. Aun cuando respaldado por una sólida formación en otras tradiciones filosóficas, como el pensamiento fenomenológico, Ferrater pasa con justicia por ser el introductor en nuestro mundo cultural de la llamada «filosofía analítica», predominante o hegemónica en el mundo filosófico anglosajón. | ||
Desde la lógica matemática a la filosofía de la ciencia, pasando por el análisis semántico del lenguaje, las primeras noticias de todas esas materias nos llegaron en nuestra lengua de la pluma de Ferrater. El acontecimiento supuso una auténtica revolución en lo que podríamos llamar nuestro «estilo filosófico», y su efecto inmediato fue la imposición en nuestra filosofía de una prosa algo menos retórica y abstrusa de lo que venía siendo habitual, con la consiguiente ganancia en precisión y claridad de ideas. Pero con esto de la claridad, al parecer, hay que andarse con cuidado. «La claridad» -decía Ortega- «es la cortesía del filósofo», algo, pues a alabar y desde luego a agradecer. Mas lo cortés no quita, o no debiera hacerlo, lo valiente, y no hay que olvidar que Nietzsche consideraba «ofensiva»la claridad de algún filósofo de su tiempo. Ni que otro filósofo nada menos que analítico, Friedrich Waismann, ha llegado a escribir que «la claridad pudiera ser el último refugio de los que nada tienen que decir». Comoquiera que sea, y según propalara un día un manifiesto contra determinados excesos positivistas de la filosofía analítica, clarity is not enough; esto es, la claridad no basta aunque no sobre. La claridad es innegablemente necesaria, pero no es, sin embargo, suficiente. Además de decir las cosas claras, es menester que tengamos cosas -o, más exactamente, ideas- que expresar, y que dichas ideas no se reduzcan a trivialidades. La cosmovisión positivista ha podido ser comparada alguna vez a «la visión del mundo del batracio». Quizás las ranas vean el mundo claro, pero siempre será un mundo de ranas. Ahora bien, la alternativa frente a esa visión achatada de la realidad tampoco puede ser el gigantismo de la visión del cíclope, acostumbrado, para colmo, a ver el mundo a través de un solo ojo. Entre el cíclope y el batracio cabe, de cualquier modo, el hombre. Y el pensamiento de Ferrater, un pensamiento en que la ciencia no obnubila la conciencia ni se deja tampoco obnubilar por ninguna falsa versión de esta última, nos invita a lanzar sobre el mundo una mirada humana, aunque no necesariamente antropocéntrica.
En la medida en la que la filosofía, tal y como la entiende Ferrater, es una permanente invitación al diálogo y la discusión racional frente a otros posibles modos de ventilar y resolver los asuntos humanos, pienso -aun sin hacerme, con todo, demasiadas ilusiones que la filosofía podría tal vez servir para algo. Yo comencé este parlamento refiriéndome a la división de los españoles que nos privó, entre otras cosas, de la presencia de Ferrater. Ferrater ha aludido alguna vez a aquella división con acentos desusadamente dramáticos para la sobriedad estilística a que nos tiene acostumbrados. «Hay una forma» -le cito -«de lucha civil- o, mejor dicho, incivil- que no parece remediar ninguno de los males que aquejan a un país o a una sociedad ... Es la que consiste en olvidar, o en hacer que se olvida, un versículo del Evangelio de San Mateo, que dice así: «Todo reino dividido contra sí mismo será devastado, y ninguna ciudad o casa dividida contra sí misma podrá subsistir»... La forma de lucha más incivil que pueda rumiarse no es, pues, la que opone, a veces con temible brusquedad, unas facciones a otras, sino la que divide el reino. Pues ahí sí que no hay nada que hacer sino ponerse a meditar sobre el mucho poder de la insensatez». Afortunadamente, nuestro reino parece estar dejando de ser un reino dividido en tal sentido, por más que en él queden aún innúmeras heridas sin cicatrizar.
El pasaje trae a nuestra consideración a los caudillos hunos Ellaky Hornebog, que se detienen en su avance ante un montón de cadáveres, víctimas del ataque, incendio y destrucción de un monasterio. En medio de ellos yacen, chamuscados y casi indescifrables, algunos códices de la arruinada biblioteca. Hornebog, se nos cuenta, atravesó con la espada uno de los libros, lo levantó a la altura del rostro de su compañero e inquirió: «¿Para qué sirven estos garabatos, señor herrnano?». Ellak tomó el libro y lo hojeó distraídamente, pues sabía algo de latín, y al cabo de un buen rato replicó: «Sabiduría romana, hermano mío. Alguien llamado Boecio rellenó estas hojas. Creo que contienen bellas cosas sobre la consolación mediante la filosofía». «¿Filosofía?» -preguntó Hornebog- «¿Y qué tiene que ver eso con la consolacíón?». «No se trata de una mujer» -repuso Ellak- «Y tampoco se refiere al aguardiente. La verdad es que es difícil describirlo en el lenguaje de los hunos. Pero, mira, cuando alguien no sabe por qué se halla en este mundo e insiste en quererlo saber, he ahí lo que en Roma llaman filosofía. He oído decir que el que escribió estas páginas gimió prisionero en una torre de Pavía hasta que lo mataron a bastonazos-. Hornebog no pudo por menos de exclamar: «Le estuvo bien empleado. El que tiene una espada en la mano y un caballo entre las piernas, ése sí sabe por qué está en este mundo. Y si nosotros no lo hubiéramos sabido mejor que el que trazó esos garabatos, no estaríamos ahora aquí, sino huyendo por las riberas del Danubio». Luego calló, mientras que una idea parecía rondarle por la cabeza. Hasta que, por fin, se dirigió de nuevo a su compañero y sin vacilar añadió: «¿Sabes que es una suerte que se haya inventado todo eso? Pensándolo bien, la mano que ha tomado el cálamo ya no sabrá empuñar una espada. Y, una vez puesta en un libro, la locura que ha invadido esa cabeza será capaz de incendiar otras cien cabezas. Pero cien almas de cántaro más son cien guerreros menos. ¿No te parece que tengo razón?".
Pero no quiero aprovechar esta sesión, ni la presencia entre nosotros de Ferrater, para llevar el agua de la Academia a mi molino en relación con ningún tema de actualidad política: como él nos ha enseñado, la misión de la filosofía, consolaciones aparte, no es suministrarnos recetas para resolver éste o aquel problema, bastándole y hasta sobrándole con -darnos que pensar» acerca de ellos. Sólo me resta, pues, agradecer al Profesor José Ferrater Mora, en nombre de mis compañeros de Sección, su aceptación de este doctorado, que es a nosotros -lo repito- a quienes honra: muchas gracias. Madrid, enero 1986 | ||