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LAUDATIO Hermann Mosler

Doctor Honoris Causa por la UNED 1996
José Puente Egido. Catedrático de Derecho Internacional Público de la UNED

I-   Quiere el uso académico que la laudatio, en un acto como el presente, tenga una doble dimensión. Una primera da cuenta y razón del buen fundamento de la petición que se formuló en su día a la Universidad para la concesión del Doctorado Honoris Causa. La segunda presenta al candidato en el círculo de colegas y doctores en el que se le acoge.


Sobre lo primero seré muy parco. Los eminentes méritos académicos y científicos del recipiendario son tan claros, el número y calidad de las firmas de colegas que quisieron sumar la suya a la propuesta inicial, la unánime decisión favorable del Departamento, de la Junta de Facultad y de la Junta de Gobierno, me exoneran de todo esfuerzo en el primer sentido. A todos los participantes nuestras más rendidas gracias.


Es en la segunda dimensión en la que debo ocuparme más espaciosamente, y lo haré, os lo confieso con verdad, pero no sin pasión. La que me brota espontánea de la veneración respetuosa al maestro y del afecto cordial hacia el amigo, sin que pueda ahora precisar bien dónde se sitúa el uno y el otro sentimiento. Y haré esta presentación en una clave que ha marcado algún tanto mi actividad académica desde mi experiencia alemana: la de ser germano entre los hispanos y español entre los alemanes.

En la trayectoria vital de todos nosotros hay momentos estelares, generados por encuentros personales, que deciden de modo sustancial sobre nuestras vidas. Por tal diputo yo el que tuvo lugar un día venturoso en los primeros del mes de Octubre de 1957 en el despacho del entonces Director del Max-Planck-Institut für Ausl Off. und V61kerrecht de Heidelberg. Joven todavía, según averigüé después, el más joven de todos aquellos grandes maestros que allí trabajaban, había sido nombrado hacía pocos años, no obstante, Director de ese prestigioso Instituto.


Mi marcha a Heidelberg por aquel entonces fue debida a un cúmulo de circunstancias favorables. Algunos meses antes había solicitado y obtenido una beca del denominado DAAD que se me concedió para estudiar en una Universidad o Instituto Alemán de mi elección. Orientado primero hacia otra parte, seguí el sabio consejo del Profesor Castro Rial, y allá me fuí cargado, a no dudarlo, con el aire provinciano que los españolitos de a pié debíamos tener en aquella época. Sólo los que de entre vosotros tengan un recuerdo de las estrecheces de la sociedad española de antaño, podrán hacerse cabal idea de mi desconcierto y deslumbramiento en esas primeras experiencias en Heidelberg.


Todo sobrepasaba con creces mis esperanzas y deseos. Apabuliante fue la cordial acogida del Director, la asignación inmediata de un despacho de trabajo donde pude a los pocos días concentrar, para terminar mi tesis doctoral, monografías esenciales que no había podido hallar en la larga peregrinación por las bibliotecas de Madrid. Estupenda la hospitalidad y amistad, en fin, con la que fuí recibido por los que iban a ser mis compañeros de trabajo, hoy ilustres catedráticos, diplomáticos o altos funcionarios del Estado.


Dos hechos se gravaron entonces de modo indeleble en mi memoria y ahí continúan. La inmensa biblioteca, que lo poseía todo o casi todo, y la entrega inmediata de una llave de acceso al Instituto. Con ella, que era de acceso además a todas las dependencias de éste, se me daba, no sólo la libertad de entrar y salir según la facundia creadora o inspiración del momento, sino también un signo claro de la libertad y responsabilidad del intelectual, que son elementos basilares en esta Institución desde los tiempos de Adolf von Harnack, el inspirador inmediato de la Kaiser-Wilhem-Gesellschaft. La emoción con la que recibí esa llave sólo fue superada cuando, casi cinco años más tarde, la devolví en mi despedida.


Decididamente, había tenido el inmenso privilegio de ser acogido en un Centro de alta investigación y formación. Alma de él, en aquel momento, era el joven Profesor que acababa de conocer.


II- Debo encuadraros, en primer lugar, la figura del nuevo Doctor.


Según sus propias palabras, "Rhelnténder (renano) acaso más por origen, tradición y educación que por temperamento", los manes familiares le predestinaban al estudio del Derecho. Su padre, magistrado, fue separado de sus funciones por los nazis a causa de la defensa que hizo de la independencia judicial.


Después de brillantes estudios en Jurisprudencia y en Historia, Mosler se doctoró en la Universidad de Bonn en 1936 con un tema cuya significación, por tiempo y circunstancias, no escapará, sobre todo a los internacionalistas aquí presentes: "La Intervención en el Derecho Internacional", fundada, como él os dirá después, en sus líneas nucleares en las doctrinas de Vitoria y de Suárez. En esa coyuntura personal, familiar y nacional Hermann Mosler era, en 1936, un candidato al "exilio interior".


Eso fue para él, en ese mismo año, su marcha a Berlín y su ingreso como Assistent en el entonces Kaiser-Wilhem-Institut für Ausl. Off. Recht u. V6lkerrecht, dirigido por Viktor Bruns. Según las tradiciones, vivas todavía en Heidelberg en los años cincuenta y sesenta, ese Instituto, gobernado hábilmente, constituyó un espacio de libertad y protección en la atmósfera asfixiante de la Alemania de aquellos años. Y, de nuevo un momento estelar, la institución que acogía al joven ayudante y lo preservaba frente a riesgos mayores en 1936, iba con ello a darle el rumbo principal de su quehacer científico y humano, puesto que al correr de los años, el Assistent de 1936 se transformó en el Director de 1954 y años posteriores.

La acción de Hermann Mosler en la configuración del Instituto ha sido tan decisiva en los dos decenios largos en los que él fue Director, que hoy sigue siendo bien patente su impronta directa o indirecta. Los codirectores que la continúan, en su mayor parte, son discípulos suyos. De su buen hacer en este campo destacaré solamente dos rasgos: la dirección del Instituto, firme y flexible a la vez, fue compaginada con la colegialidad en el quehacer científico. En primer lugar, lejos de distanciar y alejar, supo siempre atraer e interesar en las tareas científicas de esta institución a un amplio grupo de colegas alemanes, de modo que el Instituto fuera lugar de encuentro y debate científico. En segundo término, maestro directo de algunos discípulos, con espíritu generoso aceptó siempre que otros colegas, miembros científicos del Instituto, hicieran su propio discipulado dentro de él.


El conocimiento del quehacer y de la persona me permiten hoy formular este aserto: tengo la convicción que, móvil principal de la tarea asumida en 1954 por Mosler al encargarse de la dirección del Max-Planck fue, la recuperación del buen nombre de su patria en esa parcela del saber científico en la que él se sentía especialmente vocacionado. En su modestia personal ha negado siempre la existencia de una escuela particular de internacionalistas o publicistas en general, nacida en el Instituto que dirigió. No existirá, ciertamente, en el sentido limitativo y excluyente del término, pero la hay en el positivo de afirmación. Al igual que en nuestra Edad de Oro se dijo, con relación al Colegio Mayor San Bartolomé de Salamanca, que "el mundo estaba lleno de bartolómicos", hoy son pléyade los juristas, los "mexpiénet" que, dentro y fuera de Alemania, afirman su vinculación y reconocimiento a esta Institución donde se formaron.


III- La biografía del doctorando no sería completa sin hacer mención a su actividad como juez internacional. Tengo para mi que la figura del padre magistrado fue aquí señera.


Cuando el mecanismo judicial de solución de diferencias previsto en la Convención Europea de los Derechos del Hombre obtuvo el necesario número de aceptaciones por los Estados miembros, fue necesario pasar a la designación de sus magistrados. Mosler tuvo el raro privilegio de ser propuesto, no sólo por el Gobierno alemán, sino también por el irlandés. Recuerdo muy bien la emoción con la que una mañana del año 1959 llegó al Instituto la noticia de que, entre todos los magistrados propuestos, era él quien había obtenido el mayor número de votos. Pocas funciones, como la de juez internacional en Estrasburgo, más congruentes con lo que ha sido su vida como hombre de Derecho y de Justicia.


Su dedicación a la judicatura internacional tuvo un segundo sesgo cuando, en 1976, fue elegido magistrado del TIJ, después de una primera experiencia en él como Juez ad hoc en el famoso asunto de la Plataforma Continental del Mar del Norte.


No obstante la disparidad en la jurisdicción y materias de ambos tribunales internacionales hay ragos comunes en el quehacer del magistrado Mosler en cada uno de ellos. Con la brevedad exigida, los concentraré en dos notas características: la absoluta independencia y la suma discrección.

En la valoración de la primera, que hay que presumir en todo magistrado, los internacionalistas han juzgado de la imparcialidad que se le presume al juez internacional por el grado de coincidencia entre las tesis que éste sostiene con los intereses del Estado de su nacionalidad. No hay rastro en las decisiones judiciales en las que Hermann Mosler participó, algunas nada pacíficas, de comportamiento de juez ad tioc, ni siquiera en aquella en la que Mosler lo fue según su nombramiento. Fiel a su concepción de la Comunidad internacional como una comunidad regida por el Derecho, no tuvo empacho en sumar su voto al de la mayoría, allí donde entendió que el comportamiento del Estado de su nacionalidad no se ajustaba a la conducta marcada por la regla jurídica.


El segundo rasgo tiene relación con un cierto vedetismo, no infrecuente en jueces internacionales. Son raros los votos separados o discrepantes de Mosler como juez internacional. En algún caso espinoso, como lo fue la condena al Reino Unido por el asunto del Sunday Times, es manifiesto que su voto fue decisivo en la configuración de la mayoría; en otros pertenecerá siempre al secreto de las deliberaciones la pregunta sobre en qué medida las tesis defendidas por él fueron configuradoras de la mayoría o unanimidad con la que el Tribunal decidió el asunto.

IV - Hay una tercera dimensión en el quehacer de nuestro doctorando como jurista de la teoría y de la acción, que se concreta en la alta función consiliar ejercida cerca del gobierno Federal Alemán. En la semblanza se menciona este dato: impartiendo un curso en calidad de profesor invitado en la Universidad de Georgetown, hubo de interrumplirlo abruptamente porque el Gobierno alemán lo reclamaba para incorporarlo, como asesor jurídico, a la Delegación que discutiría, en la Conferencia de Paris, el Plan Schuman y que elaboraría el Tratado de la Comunidad del Carbón y del Acero. Resultado de esta experiencia fue después su nombramiento como Jefe de la Asesoría Jurídica en el Ministerio de Asuntos Exteriores.


Mosler, pues, es un europeo de la hora prima. Lo era ya mucho antes de 1950. Oriundo del país más latino de toda la Germania, inserto en las viejas tradiciones familiares que afirmaban y cultivaban esa romanidad, encontró connatural a su temperamento y convición el proceso de integración europea que superara las viejas reyertas a uno y otro lado del Rin. Él os hablará de todo eso en una parte de su Lección Magistral. Pero debo añadir que, dentro de esa estima por la latinidad, distinguió siempre a nuestro país con un particular apreció y, como experto en temas españoles se le ha tenido en los ámbitos político-diplomáticos de su patria. Permitidme ilustrar esto último con una pequeña anécdota que probablemente él ya no recuerda: poco antes de la visita oficial a Bonn de una personalidad política española (eso debió de ser en la primavera del año 1959 o 1960), acudió al Instituto para conferenciar con su Director, el entonces Ministro de Asuntos Exteriores, von Brentano. Tuve para mi que ambos hechos no carecían de relación. Alguna influencia ha debido tener su consejo en la benevolente acogida que encontró siempre la solicitud española de ingreso en las Comunidades Europeas por parte del Gobierno alemán.

Termino ya, pero no sin antes hacer una breve referencia a Frau Mosler. Nuestras formalidades académicas encierran, necesariamente, un cierto grado de injusticia porque hasta ahí no hemos podido llevar la exigencia constitucional de la igualdad de sexos. El título de Doctor Honoris Causa, lo digo en clave de humor, debería decir "Hermann Mosler y esposa". Sería así más conforme a la verdad histórica, Especialista, Ana Mosler, en una materia tan ajena a las disciplinas que enseña nuestra Universidad, como es la egiptología, abandonó pronto su propia tarea para consagrarse por entero a las de su marido y a su familia. La discrección, perspicacia, claridad de juicio y benevolencia con la que ella ha ejercido el don de consejo acerca del Consejero, pertenecen al ámbito de la intimidad conyugal. Yo me limitaré a alabarla refugiándome un texto sagrado bien conocido: "La mujer fuerte, ¿quién la hallará? Vale mucho más que las perlas. En ella confía el corazón de su esposo ... Con sabiduría abre su boca, y en su lengua está la ley de la bondad" (Prov. 31, 10-11; Ibid. 26).


Y éstos son, Magfco. y Excmo. Sr. Rector, Ilustre Claustro Universitario, los fechas del Maestro que hoy acogeis en vuestro círculo. Un hombre que, tal y como yo lo he conocido, se esforzó siempre en vivir en paz con su conciencia y con su Dios. Y quienes tal hacen son hombres portadores de historia; es decir, creadores de esperanza y de futuro.

Madrid,  junio de 1996