En 1874 suscitan, independientemente, dos profesores químicos la teoría de la estereoquímica: el holandés Heinrich van't Hoff, de veintidós años, del Politécnico de Delft, y el francés Joseph Achule Le Bel, de veintisiete años, que estudió en la Escuela Politécnica de París. Ambos coincidieron unos meses en 1873 en el Laboratorio de la Escuela de Medicina. Se conocieron allí pero no intercambiaron sus puntos de vista sobre la ordenación espacial de los átomos en las moléculas.
En las ideas de van't Hoff hay una influencia de su permanencia, aunque breve, con Kekulé. A quince años de distancia de las teorías de éste sobre la tetravalencia del átomo de carbono, Le Bel, por su parte, se inspiró en los trabajos de Pasteur sobre la asimetría molecu¬lar, dados a conocer en 1860 a la Société Chimique.
Así, sus comunicaciones dan clara la diferencia entre los dos; van't Hoff: «Sobre las fórmulas de estructura en el espacio», apunta directamente a un concepto esférico, y en el poder rotatorio de las disoluciones de compuestos orgánicos hay inspiraciones cristalográficas de las ideas de Pasteur, aportadas por Le Bel.
Fueron laureados con el Premio Nobel en 1901, más por su trabajo estereoquímico que por las leyes de la dinámica química en las disoluciones.
En 1877 se publica en Alemania, bajo los auspicios de Wislicenus, profesor de química en la Universidad de Würzburg la anterior obrita de van't Hoff «Die Lagerung der Atóme In Raume» y el famoso químico Kolbe que había hecho, entre otras, la síntesis del ácido acético y el ácido salicílico, arremetió contra la nueva teoría, en términos ciertamente desusados, en un artículo titulado «Signos de los tiempos». En su artículo señalaba Kolbe que «una de las causas de la actual agresión a la investigación química en Alemania es la falta de un conocimiento general, y al mismo tiempo plenamente químico; no pocos de nuestros profesores de química, con gran daño para la ciencia, trabajan con este defecto. Consecuencia de ello es la extensión de la mala hierba de la, en apariencia, académica e inteligente, pero en realidad trivial y estúpida filosofía natural, que fue desplazada hace cincuenta años por la ciencia exacta, pero que ahora se extrae de nuevo del depósito de los errores de la mente humana por seudocientíficos que tratan de introducirla, como prostituta vestida a la moda y recién pintada, en una buena sociedad a la que no pertenece». A cualquiera que le parezca esto exagerado debe leer, si puede, el libro de van't Hoff y Herrmann, acabado de citar recientemente, desbordante de fantasía.
«El doctor van't Hoff, de la Escuela de Veterinaria de Delft -continúa Kolbe- en su amor por la investigación científica exacta ha considerado más cómodo montar a Pegaso (evidentemente prestado por la Escuela de Veterinaria) y proclamar en su publicación cómo se le aparecen los átomos en el espacio desde el químico monte Parnaso, que alcanzó en atrevido vuelo. Al prosaico mundo químico no le agradan estas actuaciones»
No cabe mayor desgarrada osadía en el intento de ridiculizar una teoría que no se contradice de otra forma, ni se es capaz de interpretar.
Dichosamente, tal hazaña dio lugar a una réplica que, sin duda, hizo impresión en el mundo químico alemán, más aún cuando era fama que los discípulos (Amstrong se encontraba entre ellos) decían de él que era hombre de actitud abierta y atenta.
Lo interesante es, ante el desgraciado incidente, que van't Hoff contestó sin nombrar expresamente al autor ni a su obra en el discuso de posesión de la cátedra de Mineralogía y Geología de la Universidad de Utrecht sobre «Imaginación en la Ciencia».
«Hace unos años -dice- poco antes de mi honorable adscripción a esta Universidad, fueron atacadas algunas de las opiniones que yo había expresado». El nombre de la persona, así como la forma en que se airearon estas opiniones, asombraron en alguna medida, por lo que Kolbe hizo sus consiguientes consideraciones en los párrafos del citado «Signos de los tiempos».
«Este no es lugar -continúa van't Hoff- para discutir una vasta divergencia de opiniones; lo he mencionado, sin embargo, porque es la razón principal de la elección de mi tema "Imaginación en la Ciencia"». Su objetivo había de ser el papel de la imaginación en la investigación de las relaciones entre causa y efecto y define aquélla como «capacidad» para visualizar algún objeto con todas sus propiedades con igual certeza que su simple observación. ¡Buena enseñanza!.
En todo el texto de la conferencia de van't Hoff no hay alusión alguna distinta de la inicial al ataque de Kolbe, cuyo nombre no es citado en ningún momento.
Tengo para mí que en la elección del tema de la disertación y en la fina sensibilidad con que lo expone, late la más serena y útil réplica al ciego desprecio que éste hace de toda innovación con el que condena desde el Olimpo el valor incuestionable del rigor imaginativo de un genio cualquiera. Es la honesta actitud del hombre que en plena fiebre del descubrimiento, coincidente en la fecha con Le Bel, y en su primera nota a la Sociedad de Química llama «hermoso trabajo» al de éste y dice al final, con toda modestia: «Es evidente que para los cuerpos aromáticos Le Bel ha sentido el problema de la asimetría en toda su generalidad, mientras que yo no lo he tratado más que como un caso especial». Bella prueba de un buen magisterio que ha de ser siempre honrado por sí mismo y por su proyección en los demás.
Y es que hay que incorporar a la ética de la investigación estas palabras de Pasteur a la Academia de Ciencias: «Yo sostengo esta opinión de mi propio trabajo sin que me permita concesión alguna a mezclar la vanidad del descubridor a la exposición de mi pensamiento. Ha de ser grato a Dios que nunca sean posibles personalismos en este medio. Son como páginas en la Historia de la Química que escribimos con aquel sentimiento de dignidad que el amor a la verdad inspira siempre a la Ciencia».
Magníficas reacciones científicas y humanas las que se nos ofrecen en estos ejemplos.
Madrid, marzo 1998