Como buena maestra, aclara que la definición de “mujer ingenua” que recoge el texto no alude a una señora simple, necia o incauta, como podríamos deducir del texto hoy, sino a aquella que es libre y cuenta con medios económicos propios para sobrevivir en la América colonial.

Y también destaca la diferencia entre “nacionales” y “ciudadanos”, siendo los primeros definidos únicamente por su nacimiento o adscripción a territorio español de ultramar. Mientras que a los segundos se les consignan los derechos al voto y al acceso al ejercicio de la política, a determinadas profesiones y a privilegios inaccesibles para los no blancos, sin ascendencia europea y/o analfabetos.

- Entonces, ¿podría decirse que la constitución de Cádiz fue pionera en todo, salvo en la reivindicación de un papal social para la mujer?

- Pues tampoco. No hay que olvidar que gracias a ella y a la del 31, cuando aprobamos la nuestra, en 1978, la situación de la mujer -que pudiera elegir y ser elegida en igualdad de condiciones que el hombre- estaba tan clara que ni siquiera se planteó como debate.

- ¿Qué contará a sus alumnas y alumnos que ha sido lo mejor y lo peor de aquella Pepa de 1812?

- Lo peor, visto desde nuestra perspectiva, no desde su contexto histórico, son dos ausencias clamorosas: la ausencia de la mujer en la actividad política; y la ausencia absoluta de cualquier atisbo de libertad religiosa. El texto dejaba claro que España era católica, lo había sido a través de los tiempos y lo seguiría siendo por siempre jamás.

Lo mejor, la redacción del Artículo 2, que dice textualmente – saca su ejemplar de la Constitución, pequeñito y lustroso, seguramente del uso y lee- “La Nación española es libre e independiente y no es, ni puede ser, patrimonio de ninguna familia ni persona”.