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Laudatio Stanley Brandes

Doctor Honoris Causa por la UNED 2015

Julián López García. Profesor titular de Antropología Social de la UNED


Julián López García



Hace casi 50 años un pequeño pueblo de Ávila, Becedas, tenía un nuevo vecino, el profesor Stanley Brandes. Había llegado allí haciendo converger su inspiración con las orientaciones recibidas por parte de los antropólogos George Foster y Julio Caro Baroja, con el objeto de realizar trabajo de campo para su tesis doctoral. Su presencia en España, junto a la de otros eminentes antropólogos norteamericanos, permitiría la apertura de un campo de estudio que se clausuró bruscamente tras la Guerra Civil española y el obligado exilio de los primeros humanistas que habían comenzado a trabajar en esa dirección en los años 30.


Becedas, donde permaneció durante dos años, se convertiría en el quinto ámbito vital importante para Stanley. Primero fue Nueva York donde nació y pasó sus primeros años de vida, después Chicago donde estudiaría la carrera de Historia, en tercer lugar el entorno de San Francisco y especialmente Berkeley ciudad en la que se doctoró y donde ocuparía una plaza de profesor, que mantiene hasta el día de hoy, y en cuarto lugar Tzintzuntzán, comunidad purépecha mexicana en la cual realizó su primer trabajo de campo etnográfico durante seis meses en 1965. A Becedas seguiría Cazorla, localidad en la que vivió otros dos años a finales de los años 70. Si uno lee seguidos estos ámbitos vitales: Nueva York, Chicago, San Francisco, Tzintzuntzán, Becedas y Cazorla está en disposición de entender la dimensión de los radicales extrañamientos a los que la profesión de antropólogo llevó al profesor Brandes, y el alcance de sus aportaciones en los terrenos teóricos, éticos y prácticos de su experiencia.


No es el lugar ni hay el espacio suficiente para referir todo el mérito de la obra de Stanley Brandes, pero sí quiero destacar tres ámbitos en los que su obra deja, desde mi punto de vista, una huella significativa. En primer lugar, los abordajes de las marcas y tramas de la identidad lejos de los esencialismos simplistas y modas; en segundo lugar un ejercicio reflexivo en torno al trabajo de campo y a los condicionantes biográficos en la producción etnográfica y, en tercer lugar, un interés recurrente por entender las dimensiones sociales y simbólicas del ritual, especialmente los rituales ligados a la comensalidad y la fiesta, y los centrados en la muerte.

Los primeros trabajos de campo del profesor Brandes en Tzintzuntzán y especialmente en Becedas, estaban condicionados por la moda del momento de considerar el pueblo como centro de estudio en tanto que entidad económica, social y emocional con un sistema social cerrado y límites bien definidos en relación a personas y los territorios. En apariencia el pequeño pueblo abulense cumplía claramente estos requisitos pero el trabajo de Brandes acabaría por romper la idea constreñida del modelo: las comunidades —paradigmáticamente Becedas— pueden parecer aisladas y cerradas pero están abiertas a otros mundos muy diferentes y por medio de canales distintos y complejos. En el caso de Becedas la emigración a Madrid no sólo creaba y permitía recreaciones de comunidad dentro y fuera, sino que además permitía una consideración de la idea de comunidad mucho más sofisticada y real de la que proponía el modelo wolfiano de las «comunidades corporativas cerradas».

Lo mismo podemos decir acerca de otra importante moda epistemológica en la antropología de los años 70, la de los estudios de género. En aquellos años, que coincidieron con su trabajo de campo en Cazorla, los estudios de género se traducían en investigaciones que abordaban los papeles subalternos de las mujeres en función de procesos históricos y culturales. Tomando una senda diferente y enriquecedora el profesor Brandes realizaría una de las primeras investigaciones sistemáticas sobre masculinidades y en ese sentido su obra Metáforas de la masculiniad: sexo y estatus en el flolklore andaluz puede considerarse fundacional.

También podemos apreciar un cuestionamiento acerca de los esencialismos identitarios de carácter nacionalista. Como ha dicho el propio profesor Brandes, que ha estudiado estos asuntos con particular atención en Cataluña, las identidades nacionales se ven atravesadas por otro tipo de identificaciones que no sólo matizan su sentido sino que lo hacen más complejo y real; así, aunque Stanley Brandes ha investigado sobre diversos símbolos identitarios catalanes (la sardana, por ejemplo), considera que su trabajo sobre el incendio del Ateneo de Barcelona es el que mejor ayuda a entender los factores que condicionan los sentimientos de identidad nacional y cómo éstos pueden verse afectados por otro tipo de identidades, como la pertenencia de clase.

En fin, de su obra en estos asuntos, además, se decanta una idea aparentemente paradójica: que las adscripciones supuestamente férreas e inamovibles están condicionadas por una volubilidad sistémica aunque parezcan estructurantes (orientaciones políticas de identidad nacional u orientaciones ideológicas y morales como el honor y la vergüenza, por ejemplo) y al contrario eventos supuestamente poco importantes por su trivialidad, como el humor, pueden servir para identificaciones más importantes de lo que aparentemente presagiarían.

El segundo aporte importante para la teoría y la práctica etnográfica tiene que ver con su permanente cuestionamiento y reflexión en torno a los alcances y límites del trabajo de campo en función del carisma y los hitos biográficos del investigador. De manera recurrente en estas últimas cuatro décadas Stanley Brandes ha escrito sobre su experiencia de campo y sobre cómo la lejanía —real y simbólica— y la biografía condicionan la mirada y facilitan o no la aproximación empática.

El abismo de la distancia cultural ya lo debió sentir en el barrio marginal de Yahuaro en Tzintuntzán, pero de manera intensa lo ha descrito para Becedas. Llegaba allí escapando de algún modo de la desazón y la decepción vivida en primera persona por su oposición activa a la guerra de Vietnam. Stanley ha descrito el clima de efervescencia utópica, la universidad movilizada, las manifestaciones, las reuniones, los conciertos multitudinarios..., el ambiente previo a su llegada a España. En apenas unos meses pasaba del cosmopolitismo citadino a Becedas. El pueblo era «atrasado» en palabras de los vecinos y allí se instalaría con su familia, su esposa Judith y su pequeña hija de apenas cinco meses. El profesor Brandes quería trabajar en un pueblo pequeño, bien acotado, con agua por las calles y bosque, donde la gente viviera una vida sencilla y tradicional, un sitio donde poder desarrollar su investigación y alejado física y simbólicamente de lo que sucedía en su país. Eso lo encontró en Becedas: allí se sembraba con yuntas de mulas que tiraban de un arado romano, el trillo era el artefacto único para romper la espiga de trigo, no había agua corriente en las casas, solo existía un teléfono en el pueblo y una única televisión donde asistió con la gente a la llegada de Amstrong a la luna (acontecimiento que, evidentemente, el pueblo viejo castellano consideró una ficción); y un molino de piedra y dos hornos de leña que proporcionaban unas hogazas de pan que era transportado después de cocido en carretillas; había prados y rebaños comunitarios y había quizá por encima de todo un tipo de hospitalidad sencilla y en apariencia desinteresada. Como comentó el propio Brandes, no había ningún otro lugar donde se viviera tan nítidamente la diferencia entre lo radicalmente rural y lo urbano; era una sociedad rural donde las relaciones y los sentimientos estaban permanente expuestos frente a otro tipo de sociedades donde predominaba el ocultamiento y deshidratación de sentimientos. Los cambios no sólo tenían que ver con el ámbito geográfico, económico y social donde trabajaría, sino que además en Becedas se hace consciente de la pérdida de centralidad. Pronto en el pueblo a Stanley y a su familia les llamaron «los franceses». Es esta una de las ironías que mejor expresa la recolocación a la que nos somete el trabajo de campo antropológico y que tan bien ha captado Stanley Brandes: cómo en el campo, un norteamericano que viene del imperio puede quedar degradado a la categoría de «francés». Y a partir de ahí una magistral enseñanza en torno a la necesaria humildad etnográfica.

Su experiencia de campo en Cazorla también ha sido objeto de varias referencias en sus obras. Allí la situación era radicalmente distinta: Stanley, que también llegó con su familia, fue advertido por parte de los hombres en el bar que frecuentaban de una máxima: «La casa es para los varones el lugar para comer y dormir». Una frase tan simple como esa se convierte en un aviso que condiciona toda la investigación: pasar mucho tiempo en la casa equivaldría a cuestionar su identidad sexual y de género. Por eso en buena medida su etnografía en Cazorla será una etnográfica con mucho trabajo de campo en bares y preferentemente con hombres como informantes. Más allá del calado sociológico del mensaje está la reflexión atinada y necesaria de cómo esto se debe gestionar y programar en el trabajo de campo.

El tercer gran campo se refiere a un tipo de acercamiento, muy sugestivo, a los rituales vinculados con la comida, la bebida y la muerte. Al gusto de Stanley Brandes por la distancia cultural se ha unido su fidelidad a los campos etnográficos español y mexicano —con presencias también en la ciudad de México, en Cataluña y en Extremadura—, lo que nos permite una comprensión diacrónica, que raramente se dan en la carrera antropológica. Esto especialmente es perceptible en sus trabajos de largo recorrido por el ritual en México. Desde los años 60 hasta la actualidad vamos teniendo una perspectiva de cómo cambia y cómo se puede entender el ritual festivo desde los tradicionales, con tono mágico y rural donde la bebida juega un papel aglutinante, a los rituales institucionalizados y con una potente carga ideológica de alcohólicos anónimos que pueden fomentar o no el individualismo. Igualmente se puede decir respecto a los rituales de la muerte: desde rituales, digamos tradicionales, en torno a la muerte en Tzintzuntzán, a los rituales supuestamente folclóricos y globalizados en torno al Día de los Difuntos.

Querría destacar algo más en mérito, de Stanley Brandes. Después de tantos años de trabajo de campo continuado podemos decir en lo que ese refiere a España que su labor ha ayudado de manera significativa a la visibilización del campo etnográfico español, pues no solo se publicarán sus monografías en destacadas editoriales sino que artículos diversos aparecieron en las revistas más prestigiosas de Estados Unidos, como Anthropological Quaterly, American Etnologisth, Current Anthopology, Etnology, American Anthropologist... Pero más allá de poner el campo etnográfico español en el panorama de la Antropología mundial, contribuyó de una manera especialmente notoria a dar presencia a la Antropología española también en España pues muy pronto comenzó a publicar en nuestro país. Una presencia iniciática en la revista Ethnica así lo atestigua: en 1972 en su número 4, junto a colegas españoles de esa prístina antropología o en el número 14 de 1978 donde escribía, junto a otros destacados antropólogos norteamericanos de ese aluvión que llegaría a la península en los años 60 y 70 y que tanto hicieron por asentar esa manera única y espléndida de mirar la diferencia: Willian Douglas, David Gilmore, David J. Greenwood o Susan Tax Freeman.

Como profesor de la UNED siento el orgullo de tenerlo como compañero de Universidad desde este momento y como antropólogo un agradecimiento sincero que compartimos todo el Departamento de Antropología Social y Cultural: gracias a antropólogos como él y a su magisterio ha sido más fácil que en España la Antropología sea un campo vigoroso para el análisis y acción social.



Madrid, enero de 2015