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Laudatio Salvador GinerDoctor Honoris Causa por la UNED 2016 Ramón Cotarelo. Catedratico de Ciencia Política y de la Administración de la UNED | ||
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catalanes y la Carta Magna, y así mismo incluye un capítulo dedicado a Ramon Llull. A esta obra inicial hay que añadir otra muy posterior, de plena madurez, la Teoría sociológica clásica, publicada en 2001 y que viene a ser una especie de lejana réplica de aquella, una nueva “historia del pensamiento social”, pero concentrada ahora en los grandes autores y escuelas de la modernidad, arrancando de Montesquieu y llegando hasta Simmel, una especie de diálogo de un maestro con los que le precedieron, una cartografía del continente sociológico tomando pie en sus mentes más preclaras. Su otra gran obra de juventud, su Sociología, es muy distinta de la anterior por su alcance, contenido y dimensiones. No es una presentación de la disciplina en su decurso histórico, sino que adopta una perspectiva sincrónica y expone de modo sistemático las categorías fundamentales, las distintas escuelas y corrientes y su despliegue doctrinal en la actualidad. De nuevo, generaciones enteras de estudiantes se han familiarizado con los conceptos y controversias más actuales de la sociología. La obra, al igual que la anterior, ha conocido múltiples reediciones y en los últimos cuarenta años raramente ha estado descatalogada, de forma que bien podemos decir que nos encontramos ante un clásico contemporáneo y así lo ha entendido, asimismo, la academia internacional, a juzgar por las numerosas traducciones que ha tenido al inglés, francés, italiano, alemán y otras lenguas. Este libro, además de una introducción a la disciplina, ha funcionado, en la obra de nuestro colega, como un plan de vida e investigación, como una especie de programa u hoja de ruta de una trayectoria intelectual. Por eso mismo, a la hora de hacer una panorámica de la obra científica de Giner, he encontrado muy útil valerme de los distintos capítulos como points de répères: 1. La definición de la Sociología y las cuestiones metodológicas, que siempre le han preocupado en su trabajo, como a todos los científicos sociales, aunque no tanto como que las haya convertido en objeto único de su reflexión, como sucede con muchos de ellos. En las controversias duales que suelen darse en este terreno, Giner tiene una visión que podríamos llamar sintética en un sentido dialéctico hegeliano, puesto que solo se llega a ella mediante el rechazo de los dos términos previos de la dualidad. Este esfuerzo de síntesis lo llevará también a otras preocupaciones. En cuestiones de método entiende que lo más fructífero es un rechazo tanto del individualismo metodológico como del holismo que en buena medida trata de reflejar su preocupación por las relaciones entre el análisis macrosociológico y el microsociológico, lo que desde muy temprano le hizo postular su particular aportación bajo la forma de la lógica situacional. La lógica de la situación “es la explicación causal de la acción humana mediante el análisis racional del proceso de interrelación que se produce entre las intenciones de la conducta, el conocimiento y creencias poseídos por sus agentes y los recursos a su disposición” (Giner, 1987: 466). Reténganse algunos elementos que formarán parte de la estructura posterior del pensamiento de Giner, como la racionalidad y, por supuesto, la intencionalidad, lo que nos ahorra posteriores disquisiciones acerca de por qué Giner, quien jamás sucumbió al atractivo de funcionalismo, mucho menos lo hizo al del conductismo. Algo así sería imposible para quien parte del supuesto de que la realidad subjetiva de los hombres presenta cuatro zonas en términos analíticos: las creencias (que, a diferencia de ortega, incluyen las ideas y las hipótesis), las necesidades, los intereses y las intenciones (ibíd.: 472). Y, por supuesto, tanta prudencia le induce a reconocer modestamente las limitaciones de su postulado situacional, pues, nos dice, “¿cómo asegurarnos del todo de que es posible trabajar en la ciencia social sin una noción clara de la racionalidad sustancial? (ibíd.: 498). Nada tiene de extraño que junto a la investigación ética, la racionalidad haya sido un elemento constitutivo esencial de las preocupaciones de Giner, una concepción de la racionalidad que no enraíza en el individualismo metodológico y, por lo tanto, carece de concomitancias con las teorías de la elección pública, cuyo postulado de racionalidad remite siempre a un estrecho marco de análisis de costes/beneficios. Trátase en Giner de un concepto de racionalidad en un orden epistemológico más profundo, en el que se contrapone a una visión del mundo basada en el encantamiento y el fideísmo y que habita en la lógica de la acción colectiva. Este enfoque de la racionalidad tiene un elemento comunitario y, desde el punto de vista doctrinal da a la obra de Giner un carácter decididamente normativo, sin perjuicio de su permanente atención a los aspectos más empíricos. 2. La dimensión comunitaria de la acción social es elemento básico en el pensamiento de Giner. La comunidad en el sentido más tradicional de la Gemeinschaft, de Tönnies, en términos que claramente preceden a los de la escuela comunitarista contemporánea, pero sin su componente conservador. Al contrario, precisamente su obra decisiva en este campo, la Sociedad masa tiene como subtítulo, Crítica del pensamiento conservador (Giner, 1979). La “comunión sigue siendo la fuente original de la moralidad humana. De ella mana la integración social y la men- guada capacidad de altruismo espontáneo que nos caracteriza como especie” (Giner, 1987: 119). Ciertamente, la comunidad es lo que los teóricos conservadores han fijado como objetivo a la hora de justificar sus concepciones sobre la conversión de las sociedades occidentales en “sociedades masa” (Giner, 1979: 192). Él mismo reconoce que la “teoría de la disolución de las comunidades” contiene muchos aspectos que son empíricamente verificables y las nuevas comunidades tienen mucha menos preminencia en el marco de la sociedad moderna (ibíd.: 402). El mantenimiento de la comunidad es un imperativo de la razón social y viene del brazo de la generalización de una moral cívica y una organización democrática de la sociedad, por cuanto la democracia “no es solo un orden político sino también y en igual medida, un orden de convivencia y modo de vida (cursivas de S. G.) (Giner, 1996a: 21). La dimensión comunitaria es el fundamento mismo de esa acción colectiva racional entendida como una moral cívica. A tal respecto, confrontado, como todos los sociólogos postweberianos al fenómeno del desencantamiento del mundo y la desaparición de las religiones, Giner sostiene la necesidad de una religión cívica que, con algún eco saintsimoniano define como “un proceso de sacralización de ciertos rasgos de la vida comunitaria a través de rituales públicos, liturgias cívicas o políticas y piedades populares encaminados a conferir poder y a reforzar la identidad y el orden en una colectividad socialmente heterogénea, atribuyéndole trascendencia mediante la dotación de carga numinosa a sus símbolos mundanos o sobrenaturales, así como de carga épica a su historia” (Giner, 2003b: 73). A medio camino entre lo numinoso y lo cívico, Giner se enfrenta a uno de los problemas más acuciantes para el sociólogo y el politólogo hoy día, el del nacionalismo. “En la medida en que es expresión del anhelo de identificación comunitaria, de comunión con los otros o con una entidad trascendente, el nacionalismo responde a un rasgo esencial de la naturaleza humana, es parte de su condición” (ibíd.: 215). Sin duda es el declive de la comunión religiosa, es el que ha permitido la aparición y el auge de la comunión nacional, aunque también esta aparece en otros momentos intensamente ligada a la religión (ibíd.: 221). Porque, en definitiva, el nacionalismo, como un dios Jano, es bifronte y ambivalente. Todavía llegará un momento en que entre la comunidad, entendida como especie de magma primi- genio de difuso sentimiento y el nacionalismo en cuanto que articulación política de este se dará un elemento de articulación que ocupa mucho espacio en la obra de Giner: la cultura, definida de modo gracianesco como “la búsqueda colectiva” de la felicidad (Giner, 1987d: 186). 3. La economía. El estudio de la dimensión económica de la sociedad ha ocupado desde siempre parte importante de la atención de Giner, llevándolo a publicar, en fecha relativamente reciente, uno de sus libros más sugestivos, justo al comienzo de la crisis económico/financiera que azota a Europa, acerca del futuro del capitalismo (Giner, 2010) en el que aborda el problema, tantas veces aplazado, de la “refundación” y, en todo caso, imprescindible adaptación de nuestro modo de producción. Pero esta obra es, en realidad, la culminación de una larga serie de trabajos empíricos que Giner ha venido desarrollando a lo largo de los años y que han coexistido con sus empeños más especulativos y teóricos pero que, justamente, también le han dado mucha fama que de nuevo ha traspasado nuestras fronteras haciéndolos repetidos objetos de traducción. Se trata de trabajos específicamente dedicados a la cuestión medular de la Sociología, que es la estratificación social, a la que ha aportado grandes textos tanto en español como en inglés y otras lenguas. Son tres los ámbitos en los que se ha movido esta actividad empírica y cuantitativa de Giner: Europa, España y Cataluña. Los títulos más relevantes son: Contemporary Europe: Class, Status and Power (Giner/archer, 1971); España: Sociedad y Política (Giner, 1990); Die spanische Gesellschaft (Giner, 2000); The Social Structure of Catalonia (Giner, 1980; 1984; 1997); La societat catalana (Giner, 1998); Enquesta de la regió de Barcelona 2000 (Giner, 2003a). En el marco de sus estudios sobre el capitalismo avanzado, Giner ha hecho notables aportaciones a la teoría de la corporatización de las sociedades capitalistas, siendo la más conocida, pero no la única, el estudio que publicó sobre La sociedad corporativa en colaboración con el profesor Manuel Pérez Yruela en el que, tras definir el corporatismo como la “presencia hegemónica de las corporaciones” en la sociedad (Giner/Pérez Yruela, 1979: 65), deja en claro que se trata de un fenómeno muy anterior al capitalismo, si bien es en este en donde ha conocido su desarrollo mayor a raíz de la llamada “segunda revolución industrial” con la aparición de la organización científica del trabajo a través de corrientes como el taylorismo (ibíd.: 69). El corporatismo no se reduce solamente al ámbito capitalista, sino que se da igualmente o con mayor fuerza en su alternativa ideológica socialista ya en sus primeras formulaciones del tipo del socialismo gremial, y encontrará luego terreno abonado en la otra formación social antaño coexistente con este y hoy desaparecida del llamado socialismo realmente existente. La crítica a la burocratización de la unión Soviética en las obras de James Burnham y Bruno Rizzi procedían de las observaciones de Trotsky acerca de la “degeneración” del estado obrero (ibíd.: 47). La cuestión es que el corporatismo falsea las formas esenciales de la convivencia humana en comunidades y, aunque se empeña en constituir simulacros de estas a través de la fabricación de Ersatzgemeinschaften, no lo consigue, ni siquiera evita su propia crítica “hombre masa” (ibíd.: 94). aun así, el corporatismo y el especialismo no serían suficientes para provocar la emergencia de las sociedades postindustriales, pues es necesario que se den en conjunción con lo que llama “el almacenamiento y control elitista del tecnoconocimiento” (Giner, 1987d: 159), cuyo rasgo esencial es su capacidad inherente de renovarse a sí mismo y acrecentarse (ibíd.: 142). 4. La politeya. En todo sociólogo hay un politólogo y a la inversa. el politólogo trabaja en la presunción de que, siendo la democracia la mejor forma de gobierno, solo queda conservarla, protegerla y mejorarla en una perspectiva básicamente institucional. el sociólogo se enfrenta a la democracia como orden de convivencia real. Observador atento de su tiempo, Giner fue de los primeros en atribuir al predominio de los medios de comunicación el hecho de que vivamos en una “sociedad del espectáculo” (Giner, 1996a: 79) , de forma que la nueva clase dominante, que ha venido a sustituir a la burocracia y, en cierto modo, la tecnocracia, es la mediocracia (ibíd.: 81). No estoy muy seguro de que ese término designe tanto una clase como un régimen, al modo en que Bernard Manin habla de la démocratie du public (Manin, 2012: passim). La democracia se caracteriza por 3 datos: a) un régimen representativo y parlamentario, b) una sociedad civil poderosa, c) y una cultura (Giner, 1996a: 181). Todo ello se aglutina en una visión completa, sistémica, cuyos requisitos muestran que, para Giner, la democracia, efectivamente, no es solo un régimen político sino una estructura moral y cognitiva de la colectividad al mismo tiempo por cuanto requiere: a) una politeya participativa, b) una justificación racional de la obligación política, c) una ciudadanía sustitutiva del vasallaje, d) una teoría de la comunidad política, e) una teoría de la libertad connatural (Giner, 1987d: 223/225). Comunidad, libertad, participación, ciudadanía, las piezas fundamentales con las que Giner construye su teoría de la comunidad cívica democrática. no anda lejos lo moral y hasta lo sagrado. Precisamente su visión del terrorismo como amenaza a la democracia arranca del hecho de que, al ser este un “ataque contra las señas comunitarias de identidad, es un ataque contra lo sagrado” (Giner, 1982, 21). Volviendo al terreno más puramente político, lo básico en la politeya democrática es la gobernabilidad que ha definido como “la cualidad propia de una comunidad política según la cual sus instituciones de gobierno actúan eficazmente dentro de su espacio considerado legítimo por la ciudadanía, permitiendo así el libre ejercicio de la voluntad política del poder ejecutivo mediante la obediencia cívica del pueblo (Giner, 1993: 13), una fórmula que nos pone en la pista de lo que serán las preocupaciones fundamentales de Giner en los últimos años, esto es, la construcción de una conciencia cívica de la comunidad, la lucha por la educación de la ciudadanía en la práctica de los valores cívicos, lo cual es un planteamiento con complejas relaciones con los valores morales (ibíd.: 99). Esta preocupación con el anclaje de la teoría social y la filosofía política en la provincia de la moral, que se ha observado en las colaboraciones de Giner con especialistas en filosofía moral como Victoria Camps y Adela Cortina, da a su perspectiva, como hemos señalado, un evidente carácter normativo. Vuelto al terreno pragmático de las implementaciones, contamos con sus aportaciones a la construcción de la gobernabilidad en la sociedad postindustrial a la que Giner ha llamado en algún momento “postburguesa” en un proyecto que es, al mismo tiempo, un mapa del recorrido intelectual y científico de Giner consistente en la articulación del “racionalismo, el parlamentarismo, la autonomía necesaria de las asociaciones altruistas civiles y privadas, la resolución negociada de los conflictos de intereses, la descentralización gubernamental, la transnacionalización de las competencias públicas y last but not least, el paulatino desmantelamiento del estado soberano” (ibíd.: 102). 5. El conflicto social. La teoría del conflicto social (que es el pivote de una multiplicidad de fenómenos sociales de primera importancia, como son, ordenados en grado de intensidad, el conflicto generacional, el comportamiento desviado, la delincuencia, la revolución y la guerra) es una parte esencial de la obra y los trabajos de Giner, hasta el punto de estos aparecen configurados como producto de lo que se llama la perspectiva conflictivista por cuanto “contemplar e interpretar el mundo humano en términos de conflicto, e incluso hasta de tragedia, entender la vida humana como una tragedia, da resultados interesantes en la ciencia social” (VV AA: XXVIII). Su concepción del conflicto está directamente tomada de Lewis Coser: “Lucha por los valores y por el status, el poder y los recursos escasos, en el curso de la cual los oponentes desean neutralizar, dañar o eliminar a sus rivales” (Giner, 1976: 65) y, como el sociólogo estadounidense, considera que el conflicto social suele tener un valor funcional para el mantenimiento de la identidad y las fronteras de cada grupo social, o sea, la sociedad sin más. Pero el de conflicto social es un concepto omnicomprensivo que es preciso descomponer en sus manifestaciones concretas para que estas sean útiles, puesto que, de momento, carecemos de una teoría unificada del conflicto social (ibíd.: 196), especial- mente en sociedades con alto grado de corporación (Giner/ Pérez Yruela, 1979: 108). No es fácil negar que exista una base biológica del conflicto social, por más que muchos hayan llegado con Margaret Mead a la conclusión de que la guerra no es una necesidad biológica, sino una “invención cultural” (Giner, 1976: 197), tampoco lo es que existe alguna forma de relación entre el conflicto social y el conflicto de clases, por muy difícil, ambiguo y polisémico que haya acabado siendo este concepto y, por último, todos los conflictos sociales giran en torno al poder (ibíd.: 193). El conflicto social al que Giner ha dedicado mayor atención es el de la revolución, aun sin haber consagrado ningún estudio específico a este tema que, sin embargo, impregna el conjunto de su producción intelectual, como no podía ser menos para un científico social que ha vivido en su plenitud ese breve siglo XX que se inicia con una revolución en Rusia en 1917 y se clausura con una contrarrevolución, también en Rusia, en 1991, un alfa y un omega, según vamos viendo a medida que ganamos distancias, de una esperanza milenarista que, a diferencia de cuantas la precedieron en la historia, duró 75 años. Acumula una serie de factores cuya concurrencia debe permitirnos llegar a una concepción fundamentalmente inductiva del fenómeno revolucionario, pero hay uno cuya importancia no es posible exagerar: “la producción de una ideología alternativa válida a la oficialmente establecida indica que, a medida que el proceso revolucionario se acelera, el poder se divide en dos” (ibíd.: 211). La dualidad de poder es el elemento decisivo y requisito de todo proceso revolucionario, tenga el carácter que quiera. Y lo más interesante de ello es que se produce al socaire de una “ideología alternativa válida”, esto es, la revolución empieza siempre en la cabeza de los seres humanos, se formula como una idea, como un ideal, como algo que tiene que ver en el ámbito del espíritu. 6. El conocimiento. Buena parte de la obra de Giner se enmarca en ese territorio difícil y escurridizo que llamamos “Sociología del conocimiento”, esto es, las investigaciones de “los orígenes sociales de ideas, normas, creencias y valores de los grupos, y en especial de aquellas nociones que describen o pretenden describir la realidad” (ibíd.: 160). Se incardina aquí, entre otras aportaciones, su crítica al marxismo, sobre todo al marxismo estructural que alcanza un punto culminante en su reflexión sobre la obra de Nicos Poulantzas (Giner/Salcedo, 1987: 61-86) que acabaría con una fórmula lapidaria: “el marxismo tradicional solo posee interés arqueológico” (VV AA: XXVII), pues su teoría de las clases sociales ya no sirve ni para explicar el fenómeno de la desigualdad social (ibíd.: XXVI) que, sin embargo, está en la base de la mayoría de los conflictos sociales. De hecho ya puede acomodarse en su análisis y crítica de las ideologías que divide a estas en revolucionarias, conservadoras y reaccionarias (Giner, 1976: 183/184). Su magnífico recorrido por el conjunto del pensamiento conservador contemporáneo deja en claro cómo la explicación de este de la sociedad masa “no es ideología ni teoría social crítica, sino una mezcla de ambas” (Giner, 1979: 399). Igualmente su reiterada referencia al fenómeno religioso, cosa lógica, dado su especial interés en la elaboración de una doctrina de acción colectiva basada en una moral cívica racional que, sin ser antirreligiosa, tampoco toma en especial consideración los aspectos de lo sagrado. De ahí su colaboración con estudiosos del fenómeno religioso como Rafael Díaz Salazar y su premonición sobre el retorno de lo “numinoso” (Giner, 1987c: 153, 158). La relativa secularización de nuestra vida colectiva es un hecho, si bien ha consistido más “en una profanización de ámbitos cada vez mayores de la sociedad que en una profanación abierta de la religión” (Giner, 1987d: 174). Y por esto cabe postular hoy, como veíamos más arriba, una “religión cívica”, parte diríamos noble de la pietas profana de nuestros días (ibíd.: 185). En una obra de plena madurez y, con una ligera variante en el sintagma, Giner imbrica la “religión civil” en el conjunto del entramado de su concepción del orden colectivo racional y democrático. Según esto, la religión civil sacraliza la politeya, pertenece a la sociedad civil, es endémicamente ambigua, suele ser nacional o nacionalista, difiere de la religión política, garantiza un modo de dominación social, integra elementos heterogéneos y forma parte de la producción mediática del carisma (Giner, 2003b: 89/103). La cultura es asimismo un territorio en el que Giner ha hecho excelentes aportaciones, empezando con su conocida obra sobre Georg Simmel (Giner, 2013), autor por el cual siente especial fascinación que comparto. Este terreno de la cultura, en cuanto manifestación de un fenómeno colectivo intersubjetivo, vuelve a aproximar el foco del análisis a los aspectos atingentes a la comunidad y, con ella al nacionalismo, pudiendo entenderse este como una comunidad de cultura. Se señalaba al principio: el cosmopolitismo intelectual no está reñido con el particularismo cultural, sino que forma una síntesis enriquecedora. Sus enfoques sobre las relaciones entre la cultura y el nacionalismo toman forma en su ensayo sobre la cultura catalana, entendida como una contraposición entre lo sagrado y lo profano (Giner, 1996b), de forma que la cultura en Cataluña se ha convertido en “una entidad esencial para la conciencia colectiva: “Font per a molts d’identitat col.lectiva, ha esdevingut el suport de la legitimitat política de les institucions d’autogovern que tenim o que hauríem de tenir” (Giner, 1996: 212). Si tuviera que concluir subrayando lo que considero más válido de la aportación de Giner a la Sociología, haría referen- cia a su concepción de la “inteligencia sociológica”, en don- de resuena un lejano eco de la “imaginación sociológica”, de Wright Mills, que ha triunfado en el mundo contemporáneo. Es el contenido de otra de sus obras esenciales: El progreso de la conciencia sociológica (Giner, 1974). Con todo, esta misma inteligencia, a base de cuestionarse a sí misma, nos obliga a ser críticos. El triunfo de la inteligencia sociológica supone la banalización del conocimiento sociológico (Giner, 1991: 239). Hay un triunfo del racionalismo en todas sus manifestaciones (VV AA: XLIV) y un reconocimiento de la estructura moral de la sociedad (ibíd.: XLV). La dicotomía razón/carisma traduce una de las numerosas antítesis del quehacer humano a lo largo de la historia, por ejemplo la que se da entre lo sagrado y lo profano, entre pluralismo y relativismo, lo racional y lo irracional, en definitiva, la querella entre los antiguos y los modernos toma la forma de una propuesta integradora que Giner formula como razón carismática y carisma racional, tras haber refutado la extendida idea de que lo carismático es afín a lo irracional, ya que, como precisa, “que la calidad carismática sea racional o irracional depende, ante todo y sobre todo de la lógica de la situación en que el carisma se halle” (Giner, 2003b: 246). En realidad, el triunfo de esta inteligencia sociológica ha “impregna- do, imbuido y, como mínimo, teñido de su propia perspectiva, lenguaje y discurso a la mayor parte de las facetas de la cultura contemporánea” (Giner, 1991: 237). Trátase de un saber que “asume con ironía la condición trágica de la vida humana, la maleabilidad social del hombre, pero también la permanencia de sus pasiones y su tozudez por querer ser libres en un mundo forjado por la determinación” (ibíd.: 245). | ||
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Madrid, enero de 2016 | ||