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tabla de muestra:
ABC, 19-08-1972
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Quién es esa chica…
Pilar Cavestany Bastida trabajaba en la Asociación Española contra el Cáncer, en 1973, cuando leyó en ABC el anuncio de la apertura del plazo de inscripción en la Universidad Nacional de Educación a Distancia, entonces llamada Universidad Libre a Distancia. En cuanto acabó su jornada laboral salió corriendo hacia la calle San Bernardo, donde la atendió “una señorita muy amable a la que aún hoy sigo viendo, porque es vecina mía en La Granja de Segovia”. En su expediente académico aparece como la matrícula número 13, “sólo una docena de personas corrieron más que yo”, recuerda divertida.
Cavestany había nacido en 1922. A los 14 años la Guerra Civil le había impedido acabar el bachillerato. Así que al finalizar la contienda se formó profesionalmente, pero seguía soñando con estudiar en la Universidad y convertirse en abogada. Además, hacía tres años que se había casado con el amor de su vida, el teniente coronel Manuel Horrillo Manzanares, abogado, además de militar. “Pensé que él me podía ayudar, y así fue”.
Lo de las leyes le venía de casta, ya que su bisabuelo, Segismundo Moret y Prendergast, ministro de Gobernación, Fomento y Ultramar, en distintos y sucesivos gobiernos, promovió, entre otras medidas, la llamada Ley Moret que abolió definitivamente la esclavitud en España y sus territorios coloniales, y la creación del Instituto de Reformas Sociales, embrión del futuro Ministerio de Trabajo. Servicios por los que Alfonso XII concedió a su familia el marquesado de Moret, que aún ostenta.
Hasta entrar en la UNED, la vida de Pilar había transcurrido entre su trabajo en la Asociación contra el Cáncer y la hípica, deporte en el que logró muchas copas, en la modalidad de salto, y al que se dedicaba con pasión. Tanto, que casi conoce España por sus hipódromos. “Todo el día andaba entre caballos, compitiendo o domando a los potros que tenía mi familia. A ese mundo pertenecían todos mis amigos, incluido mi marido”.
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En la UNED su círculo se amplió hacia el mundo universitario. “Había unas cuantas mujeres y muchos hombres, incluido un señor de unos 80 años, lo que me pareció estupendo. Me hice íntima de una chica que ahora vive en Barcelona, también estaba casada y las dos fuimos aprobando todo. Nos licenciamos a la vez”. Conserva un recuerdo magnífico de los profesores. “¡Nos ayudaban con tanto cariño! Teníamos tutores e íbamos a sus clases dos o tres veces al mes, por la noche. Para cualquier duda íbamos a verlos a sus despachos de San Bernardo. Incluso nos daban su teléfono personal para que los llamásemos para las consultas más urgentes”. Recuerda Pilar que a los compañeros que trabajan mañana y tarde les resultaba durísimo “pero yo sólo trabajaba por las mañanas, así que estudiaba con ilusión, con muchas más ganas que cuando tienes 18 años, que lo haces porque toca y hasta a la fuerza. Para mi estudiar en la UNED fue un placer”.
Completó su carrera de Derecho en los cinco años reglamentarios y, en cuanto pudo, pidió la jubilación anticipada en su trabajo y empezó a ejercer como abogada. Se apuntó al turno de oficio y defendía con pasión los casos que le adjudicaban. Recuerda especialmente uno, difícil, pero que superó con éxito, reduciendo mucho la pena de su defendido. Tras la sentencia, el hombre, agradecido, le tomó la mano y trató de pasarle un billete que ella, obviamente, rechazó. Un gesto que conmovió aún más a su “cliente”.
Y también recuerda otro caso, del que apenas da detalles, sólo que “era una mujer y fue muy duro, durísimo”. Tal conflicto debió suponerle su defensa que se lo pasó a un colega y ella abandonó definitivamente el turno de oficio.
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A partir de ese momento sólo llevó casos de derecho administrativo, de familia, y uno que recuerda con todo su cariño: colaboró como abogada en la Causa de la Beatificación de las Mártires Salesas, siete monjas madrileñas, una de ellas tía de Cavestany. “Esta causa se instruyó en Madrid por un tribunal eclesiástico nombrado al afecto. Toda la instrucción fue enviada al Postulador para la Causa de los Santos en el Vaticano y presentada al entonces Papa, hoy San Juan Pablo II, que las declaró Beatas solemnemente el día 10 de mayo de 1998”.
A sus 93 años, Pilar Cavestany, es ese tipo de mujer dulce por fuera y de acero por dentro, la matrícula número 13 de la UNED, sigue muy activa intelectual y físicamente. Conduce, lee, recopila y revisa todo lo que se publica sobre su bisabuelo, Segismundo Moret. Pasa sus fines de semana y vacaciones en su casa de La Granja, con sus amigos de siempre del mundo del caballo y del mundo de las leyes, y se azora cuando se le pregunta qué se siente cuando le ponen su nombre a un Premio de Igualdad de la Universidad. “Me hace muchísima ilusión, pero me apura un poco. Hay tanta gente con tantos méritos… La UNED me ha permitido cumplir mi sueño de ser abogada. Es un gran honor, pero como me pidan que hable en público, me voy a poner nerviosa”. Puede que sienta lo mismo que la primera vez que se puso la toga, una vez licenciada por la UNED, “me emocioné. Tenía mucha, mucha ilusión, pero también, hay que reconocerlo, bastante miedo”.
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