Logo de la UNED


Discurso Pedro Duque

Con motivo de su investidura como Doctor honoris causa por la UNED



Momento del discurso de Pedro Duque

Señor Rector Magnifico de la Universidad Nacional de Edu- cación a Distancia, Queridos Compañeros, Señoras y Señores.


Me presento ante vosotros como aspirante al título de “Doctor Honoris Causa”. Es para mí un gran orgullo que la Universidad Nacional de Educación a Distancia haya pensado en mí para este galardón. Os lo agradezco mucho, en especial a la Escuela Técnica Superior de Ingenieros Industriales, su director José Carpio y, por supuesto, en primer lugar a Francisco Mur, mi padrino en esta ceremonia. Muchas gracias Francisco por poner en luz tan positiva la historia de mis años de profesión.

Es natural llegar a esta Universidad de la mano de la Escuela de Ingenieros Industriales, ya que he dedicado mi actividad profesional y docente enteramente a la Ingeniería. Estudié ingeniería aeronáutica, y después he trabajado en ingeniería de Software, de Sistemas (sobre todo espaciales), y sobre todo en Ingeniería de Operaciones. A lo largo de mi vida profesional, he visto que existe mucha coincidencia en sentido horizontal entre las diversas ramas tradicionales de la ingeniería, que se separan más bien por el tipo de “ingenios”, aparatos o construcciones al cual están destinadas. De hecho, en ciertos sistemas universitarios de otros países existen ya las ingenierías transversales como las de calidad, control, sistemas, o la de operaciones, que abarcan estos aspectos en general sin centrarse en el detalle de si lo diseñado vuela con pasajeros o está, a su vez, destinado a la fabricación. Desde este punto de vista hay muchas más coincidencias que diferencias entre ingenieros aeronáuticos e industriales.

Comencé a hacer modestas aportaciones a la ingeniería de la mano del profesor Juan José Martínez García, por entonces catedrático de Mecánica del Vuelo en la Escuela de Aeronáuticos, quien me acogió como becario en su cátedra. Por entonces tratábamos de sacar adelante un simulador de vuelo, y recuerdo que mi primera tarea fue hacer siquiera un intento de presenta- ción visual para el piloto. ¡Qué orgulloso estaba yo a mis veintiún años de cuatro rayas que le conseguí sacar a una pantalla pequeñita, cuánto ha mejorado desde entonces la informática! Por aquel entonces, no existían los estudios de Informática en la Universidad, y todos, cada uno en su especialidad, dábamos palos de ciego tratando de sacarles partido a esos ingenios de cálculo que comenzaban a estar a nuestra disposición. En nuestro caso, éste era un enorme ordenador con discos blandos de palmo, pantalla de fósforo ámbar y ventiladores que resonaban como motores de aviación. Qué gran avance fue la compra del disco duro —ahora ya la gente no se acuerda por qué los llamamos así...— Después, ya en Alemania de la mano de la empresa creada por el mismo profesor, desarrollé mi actividad también en el ámbito de la informática, pero ya con claros objetivos de ingeniería real, modelando el comportamiento de los satélites con la mejor precisión posible. Es para mí un orgullo repasar las herramientas que se utilizan a día de hoy en el Centro de Control de la Agencia Europea del Espacio y reconocer en el código mis aportaciones que dejé documentadas en notas técnicas. Luego, al cambiar de oficio abruptamente en 1992, quedó poco tiempo para escribir y reflexionar, metido como estuve una vez tras otra en la rueda de las operaciones espaciales: “Planear, Preparar, Volar” es el lema de las Operaciones espaciales (o aeronáuticas).

Ese año, culminando dieciocho meses de pruebas y más pruebas, exámenes y entrevistas, se produjo la selección de astronautas europeos, y yo, ¡oh gran sorpresa!, era una de las seis personas elegidas. Por entonces en el trabajo estábamos en plena preparación intensiva de las operaciones del satélite europeo Eureca, y cada semana teníamos varias simulaciones, donde poníamos a punto las herramientas que nos permitirían controlar su comportamiento y, lo más importante, reaccionar ante cualquier fallo plausible y también ante imprevistos. Y también organizar bien la coordinación de nuestro centro de control en Darmstadt, Alemania, con el de Houston, Texas, y con los astronautas del Transbordador, ya que nuestro satélite lo llevaban ellos al espacio. Ese día, y abruptamente, salté de un grupo a otro, de los operadores desde tierra a los operadores en el espacio mismo. Tan abrupto fue, que me sacaron de la sala de control diciéndome que llamaban muchos periodistas, y tuvieron que encontrar un reemplazo en seguida. Muchas veces he contado la hora que pasé tratando de explicar a los periodistas que a mí nadie me había comunicado si estaba o no en la lista final de nuevos astronautas, mientras por el otro telé- fono hablaba con Personal de la Agencia a ver si me aclaraban qué tenía que decir. En seguida me quedó claro que este trabajo para el que me había presentado no era, en absoluto, como los demás, y que mi vida acababa de dar un enorme vuelco, y sentí el correspondiente vértigo. Ese mismo día se produjo uno de los sucesos más tensos y, por qué no decirlo, de pánico, de mi carrera profesional: vino una cámara de la Televisión Española a entrevistarme a mí. Como decía alguien sabio, los primeros quince años fueron los peores y luego te acostumbras.

La vida regular del ingeniero aeronáutico, metido a informático, que por la mañana se despedía de su hijo de cuatro añitos, iba en bicicleta al trabajo, avanzaba los programas y ba- terías de pruebas según planes previstos, y volvía luego bajo, quizás, la lluvia, al anonimato doméstico, se acabó y muchas nuevas experiencias dieron al traste en gran parte con mi vida anterior. Sin embargo, y dejando de lado lo personal, nunca he perdido mi punto de vista de ingeniero, y en concreto de ingeniero especializado en operaciones espaciales, en todo lo que he hecho: en la preparación para volar al espacio, en los vuelos espaciales mismos, y en las etapas en las que he estado dedicado a tareas de dirección. Siempre he tenido la tendencia a preguntar por qué las cosas están diseñadas de cierto modo, y algunas veces me he granjeado enemistades por plantear alternativas. Pero solo en mi etapa de director de una empresa he tenido la capacidad de cambiar las cosas. Ahí está Deimos Imaging, en la que puse toda mi energía durante cinco años y, hoy por hoy, es una empresa comercial que vive de la venta de su producción de imágenes de satélite y tiene como clientes a grandes corporaciones y gobiernos del mundo, con más de un centenar de técnicos, científicos e ingenieros. En el resto de mi vida profesional, como astronauta, únicamente he podido sugerir y tratar de convencer, pero en seguida han tirado de mi brazo para ir a otro sitio, otro simulador, otro continente.

Parándome ahora a reflexionar, creo que de cualquier forma que clasifiquemos las diversas ingenierías, en general nos dedicamos todos a un objetivo común: a convertir el conocimiento científico en progreso material para la humanidad. Un ingeniero que se dedique al diseño innovador debe tener una muy buena base científica. Solo teniendo seguridad en la aplicabilidad de los principios básicos será capaz de canalizar su imaginación de forma que respete siempre los límites de lo posible y practicable. Por eso es fructífera la asociación de disciplinas científicas e ingenieriles en una Universidad, porque permite que los ingenieros al formarse tengan contacto con profesores cuyo conocimiento trasciende en mucho lo estrictamente necesario para comprender los ingenios existentes.

La ingeniería a su vez también ejerce su influencia positi- va sobre la ciencia. Si la imaginación de una ingeniera le lleva a preguntarse si tal o cual cosa sería físicamente posible, y no obtiene respuesta de los especialistas en la rama de ciencia apropiada, eso dará un gran incentivo para estudiar ese detalle concreto y producir un avance. No en vano, la ingeniería es la mejor manera de obtener rendimiento económico de la ciencia, y ese es buen incentivo, desde luego. Por supuesto, sin desmerecer el entusiasmo que para un científico supone saber que su trabajo puede tener aplicación concreta inmediata. Cuando he dirigido una empresa, he valorado mucho la dialéctica positiva que se produce entre los individuos más orientados al conocimiento y los orientados al producto y la practicidad, y en la selección de personal uno debe dar cabida a los dos tipos para asegurar una dinámica innovadora de resultados tangibles.Dentro de las áreas de ingeniería, la rama aeroespacial es clave para producir este tipo de progresos inducidos. Las condiciones únicas en las que se encuentran los ingenios espaciales hacen que sea muy necesario exigir una eficiencia extraordinaria, y eso implica un conocimiento mucho más detallado del material, el entorno, las interacciones entre ellos, y, por tanto, son un acicate a la ciencia. Cuando hablo de los retos del espacio, suelo mencionar:


Salir de la Tierra: vencer el pozo gravitatorio.

Alcanzar el destino: navegar en un entorno sin referencias. El vacío: funcionar donde la presión exterior es cero.

La radiación: proteger los equipos contra ella.

La lejanía inmensa: mantener comunicación y coordinación.

La ingravidez: eliminar dependencias de ella que a veces están muy ocultas.


Estos retos hacen que el diseño, fabricación, testado y operación de ingenios aeroespaciales requieran la precisión y eficiencia extraordinarias antes citadas. El pozo gravitatorio exige reducir la masa de los equipos al máximo. Un sobrepeso de 5% en un tren puede ser justificable si va unido a una reducción de costes totales de explotación, o del coste de calificación para el uso comercial. Será difícil para un ingeniero de desarrollo de trenes convencer a la gerencia de su empresa de que deben invertir cantidades significativas de dinero en lograr una reducción de ese tipo. Por contra, un sobrepeso en un cohete de ese mismo 5% supone su total fracaso, ya que la masa útil de un lanzamiento, la masa total que sacamos del pozo gravitatorio y aceleramos, es, en general, cercana a ese 5%. En este caso, todo el mundo estará de acuerdo en realizar desarrollos innovadores para resolver el problema. Libros enteros de control térmico de máquinas no nos valen, porque en una u otra medida supo- nen la presencia del aire o, incluso estando presente, la convección. Los ordenadores normales que funcionan fiablemente en tierra son vulnerables a la radiación, incluso a órbitas tan bajas como la de la Estación Espacial, y no digamos ya en órbita alrededor de Mercurio, lo que da lugar a tecnologías totalmente diferentes de fabricación de semiconductores.

La lejanía y la imposibilidad de traer los equipos para repararlos una vez están allí, hacen de la actividad espacial un prescriptor idóneo para los avances, científicos y técnicos, en materia de transmisión de información a distancia. Empleamos para casi todo lo que hacemos términos con la partícula “tele-”: telemetría, telecomando, teleciencia, telemedicina y, por supuesto también, teleformación. Cada vez más frecuentemente recurrimos a enviar materiales de formación a los astro- nautas para mostrarles cómo realizar actividades inicialmente no previstas. A lo mejor podríamos aprender de la UNED en este sentido.

Los desarrollos de tecnología de las últimas décadas, algunos de los cuales fueron propiciados por el impulso de la ingeniería espacial (por ejemplo, las cámaras digitales), han resultado un cambio muy importante en la capacidad de co- municación e interacción entre personas que se encuentran a distancia. La UNED se fundó en 1972, cuando yo tenía nueve años (ya soy tan viejo que hay universidades muy importantes más jóvenes que yo) y sé muy bien los medios que estaban disponibles en esa época. Imagino la etapa heroica de creación de la estructura de centros distribuidos, cuando los alumnos recibían por correo postal —supongo que cartas volumino- sas— los materiales de estudio, cuando las llamadas de teléfono interprovinciales suponían un desembolso que había que aquilatar... y aun así la UNED siguió creciendo.

Durante décadas de esfuerzos, con medios que puedo imaginar precarios, esta Universidad puso las bases metódicas para formar licenciados en todas partes y con total adaptación a los horarios y ritmos de los alumnos. Y vino la revolución de las comunicaciones. Los de mi generación hemos asistido a un cambio radical en los modos de comunicarse entre las personas, y ahora la forma más de moda de adquirir conocimiento es, en realidad, a distancia y sin moverse de casa. La generación actual de estudiantes, y me refiero a todos y no solo a los de la UNED, recurre casi en exclusiva a bases de datos de conocimiento centralizadas, y a pedir ayuda y consejo por medios telemáticos. Ni siquiera entre los amigos se hacen consultas personales cara a cara, todo va por las redes, incluidas las con- sultas a los profesores. Si alguien tenía dudas sobre la UNED en el pasado, ahora más que nunca su modelo se reivindica a pasos agigantados, y de hecho se traspasa en gran parte, paulatinamente, al resto de universidades, con excepción solamente de las prácticas de laboratorio o las visitas a lugares históricos e irrepetibles. El futuro, desde luego, es la educación a distancia, y os felicito por haber hecho la travesía del desierto y llegar los primeros.

Señor Rector, distinguidos Colegas, Señoras y Señores. Si por algo se caracteriza la actividad del astronauta es por su componente de símbolo y representación de ingentes cantidades de ingenieros y científicos que tienen el verdadero mérito. En todos aquellos que formaron parte de la cadena de extraordinaria eficiencia que me llevó al espacio está ahora mi pensamiento. Por otro lado, en largos años de aparecer en los medios y verse agasajado hay muchas oportunidades de errar y considerar el mérito de viajar al espacio como propio. En ese sentido, es imprescindible tener un entorno familiar y de amistades que compensen tanta presencia pública. Dirijo mis últimas palabras de agradecimiento a mis amigos que mantengo desde antes, algunos de los cuales están hoy entre nosotros. Y menciono muy especialmente a mi familia, y entre ellos por supuesto mis hijos y mi esposa, sin cuya ayuda material y emocional nada hubiera sido posible.



Muchas gracias a todos.



Madrid, junio de 2016