La importancia de estos datos y su correcto uso es tal, que Naciones Unidas ya ha hecho referencia al mismo en sus documentos relativos a la Agenda del Desarrollo Post 2015. La “revolución de los datos”, tal y como la denominó Oliver, “se refiere no sólo a cómo conseguir los distintos objetivos planteados, sino también a comprobar después si han alcanzado, que es uno de los grandes problemas a los que se enfrentan las organizaciones”.
Sin embargo, el Big Data también tiene sus propios retos que superar para que su empleo en aras de una Humanidad mejor sea una realidad: “la recogida de estos datos es barata, puesto que ya la estamos realizando”, señaló la investigadora, “y su granularidad temporal, aunque no es muy buena, es indudablemente mejor que la del censo, que se realiza cada diez años, sin embargo todavía tenemos que solucionar algunos aspectos, como la inexistencia departamentos en las empresas del mundo destinados a este tipo de proyectos, que acaban siendo iniciativas altruistas que realizan las personas en su tiempo libre; o la falta de un análisis claro de riesgo/beneficio, por lo que tenemos que enfrentarnos a veces a consecuencias no anticipadas tal y como le sucedió a la compañía Orange, que realizó un estudio de movimientos migratorios de un grupo étnico que podía haber sido empleado en su contra por el Gobierno no democrático que lo persigue”. Igualmente, continuó Oliver, “contamos con barreras regulatorias en cuanto al uso que queremos darle a los datos, el análisis de los mismos es complicado al no ser siempre en tiempo real y al captarse con mucho ruido, que obliga al desarrollo de complicadas técnicas para depurarlos y clasificarlos, y, finalmente, debemos hacer un especial esfuerzo en seguridad y elaborar un código de conducta que establezca los niveles correctos de agregación para asegurar el anonimato de la información recogida”.