Ubicada la capa más profunda de la cueva, con una ocupación neandertal aún no bien definida, el equipo procede a investigar toda la secuencia del Paleolítico superior. Y como en un libro abierto, los estratos van ilustrando las sucesivas etapas de habitación de El Cierro. Auriñiaciense y Gravetiense, de 40.000 a 30.000 años antes de la actualidad; Solutrense, hacia los 22.000; Magdaleniense inferior, 18.000; Asturiense, 8.000…
Cada época reglaba una nueva página al libro de El Cierro, en forma de hallazgo. “Además del objeto estrella, encontrado en los 70, un omóplato de ciervo con figuras de animales grabadas, entre las que se reconoce una cierva, que está en el Museo de Arqueología de Oviedo, donde irá todo lo que vamos encontrando, nosotros hemos tenido suerte con los hallazgos. En el Solutrense, encontramos fragmentos de puntas de flecha en cuarcita, con forma de hoja de laurel, muy bonitas; en el Magdaleniense inferior industria lítica, ósea, huesos trabajados como puntas de jabalinas, agujas idénticas a las actuales…; en el Asturiense varios picos característicos de este periodo, hechos sobre cantos rodados muy toscos, con una función relacionada básicamente con la recolección de marisco y despiece de mamíferos marinos. Ese es el momento en que se diversificaba la dieta humana, se enriquecía con el consumo de animales marinos. Y por tanto cuando se generaron los concheros, el almacén de desechos que nos permite conocer más y mejor las costumbres alimentarias de los habitantes de las cuevas”.
Jordá puntualiza que allí “lapas, bígaros, erizos de mar, cangrejos, peces, etcétera, pasaron a formar parte de la dieta de esos cazadores- recolectores que, a partir de ese momento, se hicieron también mariscadores y pescadores”.