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En su discurso de agradecimiento, el profesor Calderón habló de sus cuatro nietos: Maia, Daniel, Sara y Alba y de cómo cada uno de ellos, en su correspondiente edad, iban adquiriendo nuevos conocimientos gracias a la labor docente de la escuela. “Y es que en la escuela”, afirmó el orgulloso abuelo, “se aprende a leer y a escribir y a contar, pero además, se aprende a ser disciplinado, a respetar las normas, a saber que se pueden cambiar... Los libros, la escuela, nos ayudan a entender que los demás sienten como nosotros y es allí donde más se puede fomentar la empatía y hacer amigos. Y cuando llegamos a la adolescencia, los profes facilitan que surja en nosotros el razonamiento formal que nos ayudará a entender el mundo en que vivimos. Y es allí, en la escuela o en el instituto, donde mejor deberíamos poder saciar nuestra curiosidad. Esa curiosidad que también nos caracteriza como especie, nos enseña a cuestionar cosas que damos por hecho y hace que nos atrevamos a hacer preguntas”.
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