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Laudatio Ángel López García-Molins

Doctor honoris causa por la UNED 2018

Antonio Domínguez Rey. Catedrático emérito de Lingüística General de la UNED


Antonio Domínguez Rey

Señor Rector Magnífico, miembros de la Comunidad Universitaria, nuevos Doctores de la UNED, distinguidas autoridades, las que haya, apre- ciados colegas y público asistente al acto:

En vez de una Laudatio, componen estas palabras una Lectio. El elogio de un autor es, con su vida de estudio y escritura, la obra realizada. En ella está la Causa del Honor aquí propuesto como nuevo Doctor a la excelencia lingüística de Ángel López García, catedrático de la Universidad de Valencia y miembro correspondiente de la Academia Norteamericana de la Lengua Española, entre otras distinciones. A este reconocimiento académico le seguirán, a partir de hoy —estamos convencidos de ello—, otros semejantes dentro y fuera de España.


La lectio


Preferimos la palabra lectio para este homenaje porque su etimología remite a la griega de λέγο, el acto de recoger, reunir y, por ello, de elegir. De ahí su evolución fórica a leer, quizás por analogía, con expresiones como legere oculis, ensamblar las letras con los ojos, lo cual presupone haberlas escrito antes, delinearlas. Y el acto de dibujarlas implica, al mismo tiempo, aprender a copiar la voz de la dictio, del dictado. Y entre el acto de decir, cuya raíz es deik, dik, del verbo griego δείκνυμι, que significa mostrar, el de escribir y leer, acontece la acción de entender (intellegere), escoger entre comprendiendo lo que se escoge. Y aún podríamos remontarnos a la raíz sánscrita de mostrar, diçáti, él muestra, y de aquí a la δίκη griega, una declaración en forma, como la del acto judicial, dicente.

Decir, hablar, escribir, leer, entender, declarar dictando sentencia y previo acto de escucha: diferentes acciones ensambladas en un acto de entendimiento o λόγος, su razón fundada. La razón que es palabra comprendiendo lo que se dice. El Logos de las cosas enunciadas, pensadas según fundamento. El acto de pensar y decir escuchando según unidad de entendimiento. Una fundición que, como la atómica, fisiona, estalla, difracta, deriva. Síntesis y análisis, las dos funciones básicas de la razón científica. Todo ello comprimido en el Logos.

Todas estas implicaciones se amalgaman en la palabra lectio. Una complexión semántica de lengua, cultura y polis, pues realizamos un acto cuyo fondo es la razón social de convivencia: el lenguaje. Y hallar el fundamento implica adentrarnos en el campo de la ciencia.

La vida académica y obra intelectual de López García está dedicada a la reflexión de —subrayamos esta preposición, de— y sobre el lenguaje partiendo fundamentalmente de la lengua española, su trasfondo histórico e irradiación internacional. La acompaña el conocimiento de otros idiomas, uno de ellos también prácticamente nativo, el alemán, adquiridos y asimilados durante su vida de estudiante y académica: francés, inglés, italiano, catalán, además de los clásicos griego, latín, y otras lenguas de lectura: portugués, vasco, ruso, árabe y chino. Una vocación orientada al comparatismo idiomático y antropológico por la referencia de culturas que implican las lenguas.

Esta lectio introductoria se limita a resaltar ciertos rasgos de esa dedicación en su vertiente científica, la razón antes aludida de palabra y entendimiento, lenguaje e inteligencia, lengua y pensamiento. Bastaría, para ello, leer la autorreflexión que el propio ‘doctorando’ —maestro de doctores y cuya obra es objeto de estudio y motivo de tesis doctorales en numerosos centros universitarios nacionales y extranjeros— expone en una publicación de 2014 sobre La lingüística en España a través de veinticuatro lingüistas españoles, publicada por la Universitat Oberta de Catalunya. Se refiere en ella a una petición que le hice en 2008 de resumir su pensamiento lingüístico para el IX Seminario Internacional de Lingua(s), Tradución e Poética, que celebrábamos en Rianxo (A Coruña) dentro de un espacio cultural destinado a fundar una Universidade Libre Iberoamericana en Galicia, y con apoyo precisamente de la UNED. Y Ángel accedió mostrando otra de sus cualidades personales, la afabilidad, sencillez, diría que humildad intelectual, característica de su entraña humana. Tituló la ponencia como “Mis ideas lingüísticas” y la impartió el 29 de noviembre de 2008.

Era y es importante conocer el núcleo y derivación de su pensamiento al tratarse de uno de los lingüistas más significados de España en estos momentos y con resonancia internacional en varias instituciones extranjeras. Su personalidad inquieta —se considera del mayo del 68— lo mueve además a incidir con sus conocimientos en el medio público dejando entrever la razón sociopolítica que subyace en la vida del lenguaje. Y esta actividad la ejerce también publicando artículos en la prensa o escribiendo novelas con títulos curiosos: El caso del inspector filólogo (1999), El caso del teléfono móvil (2000), El asesino de internet (2000), etc.


Período de formación


La formación inicial de bachiller de Ciencias y de un primer curso en la Facultad de Químicas de la Universidad de Zaragoza, ciudad en la que nació el día 25 de agosto de 1949, dejó grabado en su mente el mundo de la observación inmediata de las cosas y la técnica que permite comprender los datos obtenidos siguiendo un método científico. La circunstancia, por otra parte, de ser hijo de madre medio alemana y padre español le confirió la condición de bilingüe, el manejo y domino de dos lenguas en principio dispares, pero activas como impresión de infancia en un mismo cerebro. Es- tancias veraniegas con su abuela materna en los Alpes de Baviera, cerca de Austria, en Aschau im Chiemgau, y otras, casi errantes, debido a la condición militar de su padre, cuyos destinos en Aragón (Huesca, Zaragoza), Castilla (Soria), Cataluña (Girona), Galicia (Vigo), incrementaron la vivencia lingüís- tica y cultural diferenciada. Esta raíz pervive aún hoy en gran parte de sus estudios, como los dedicados a la diacronía y sincronía de las otras lenguas de España y al castellano-español en América del Sur y Estados Unidos.

Al darse cuenta de que ser bilingüe suponía traducir de una lengua a otra y moverse en dos campos culturales diferentes, se despertó en él, con el uso de razón, dice, la conciencia de la lengua, el hecho de ser, añade ahora con conciencia crítica, “un lingüista del código, tan apenas del uso. Y entre estudiar la traducción o el contacto de lenguas, me he decantado decididamente por la primera” (LLE, 225).

Otra anécdota suya, con diez años, resulta también significativa para el futuro de esta vocación temprana. Encargado el padre de clases de len- gua, entre otras más pertinentes del oficio militar, le pidió al hijo, recuerda éste, “un resumen de gramática, una especie de cuadros sinópticos con los tipos de oraciones subordinadas, de conjugaciones verbales y así” (LLE, 225). Las copias, reproducidas, tuvieron éxito y el jovenzuelo se imaginó ya autor a edad tan temprana: “mi primera publicación es del año 1959”, concluye con cierta ironía académica de “impacto” —el que le produjo en su mente juvenil— digno de mención para la ANECA.

Ambas circunstancias, la bilingüe y la de gramático bisoño, guiaron el impulso de su inclinación lingüística. La creación de la Facultad de Filosofía y Letras en la Universidad de Zaragoza, un año después de haber cursado primero de Química en la de Ciencias, le indujo a seguir el estudio de Filología Hispánica, área de conocimiento a la que dedica su primer estudio académico con la tesis de Doctorado, en 1976, sobre “Los adverbios en -mente en español contemporáneo”. El filólogo Félix Monge fue su director y desde entonces lo considera su maestro y cita, como tal, con frecuencia.

Es probable que aquella anécdota de gramático sinóptico haya induci- do también en él, con la experiencia bilingüe, la inclinación sintética, y si- nóptica, de fijar, en lo posible, los perfiles básicos de las formas y estructu- ras del lenguaje. Y que además fuera decisiva la formulación de las ciencias química y matemática. Los reactivos y la derivación analítica conformaron, con la imaginación proyectiva del matemático, la incipiente curiosidad por el método científico aplicado al estudio del lenguaje. En su biografía académica se aprecia esta propensión constante hacia la búsqueda de una fórmula sintética del proceso lingüístico y de parámetros liminares de la formulación gramatical de las lenguas. En sus investigaciones de funda- mentación científica del lenguaje subyace la comparación de los idiomas y sus estructuras, a título de datos objetivos, con el proceso metodológico de ciencias como la física, química, matemática y teoría de sistemas.

Y como el estudio del lenguaje comporta el del pensamiento no solo en él contenido, sino la sugestión, primero, e hipótesis, después, de una ra- zón interna de conocimiento, crece la inquietud por el fenómeno científico inmerso en esa relación. Al tratarse además de un hecho vital y compar- tido, de carácter social, los datos de estudio —las palabras, sus fórmulas, cadenas verbales, implicaciones—, convertidos en objeto, muestran una diferencia importante con el objeto tradicional del método científico. La forma de pensar esta realidad vivida requiere también algo diferente al determinar principios, leyes, reglas y normas explicativas de lo estudiado. Y aquí comienza la verdadera investigación lingüística.


Gramática liminar


El período de formación juvenil también lo orientó en tal sentido. El abuelo de López García era amigo de José Ortega y Gasset, circunstancia que abre en la mente del joven lingüista otra manera de ver y sentir la realidad percibida: “tuve ocasión de empaparme de las ideas del filósofo en la biblioteca que a su muerte acabó recalando en mi casa” (LLE, 226). Y cita a continuación la famosa imagen de la media naranja orteguiana como ejemplo, en el filósofo, de la tercera dimensión de las cosas, la de “su profundidad, su interioridad. Sin embargo, esta tercera dimensión ni la vemos ni la tocamos”, dice Ortega en Meditaciones del Quijote (OC, I, 766). Algo interno del ser objetivo que no aparece así como así en la su- perficie del objeto: “¿Pretenderán tener delante a la vez el anverso y el reverso de la naranja? Con los ojos vemos una parte de la naranja, pero el fruto entero no se nos da nunca en forma sensible; la mayor porción del cuerpo de la naranja se halla latente a nuestras miradas”. Y de esta perogrullada, confiesa el filósofo madrileño, deduce, no obstante, algo singular: “No hay, pues, que recurrir a objetos sutiles y metafísicos para indicar que poseen las cosas maneras diferentes de presentarse; pero cada cual en su orden igualmente claras” (OC, I, 766). Y cada idea es una presentación, por lo que, añade con reducción extrema, como si aludiera a una posible metateoría, “la tercera dimensión de la naranja no es más que una idea” (OC, I, 769). Ergo, podríamos añadir, algo metafísico hemos encontrado.

El perspectivismo de Ortega estimula en López García aquella inquietud de fronteras entre elementos y fórmulas que los estructuran. Surge así el concepto de gramática liminar y la convicción de que el método analítico aplicado ha de ser fenomenológico. Desvía, con ello, la mirada del posible fundamento ontológico del fenómeno lingüístico, o más bien la orienta hacia el componente formal del lenguaje, con clara sugestión analítica de orden matemático. Y de aquí deriva, a su vez, otra preocupación metodológica que se convierte en punto crítico de la teoría lingüística. Infiere una implicación epistemológica importante, tal vez inducida por otras obras de Ortega, como La idea de principio en Leibniz y la evolución de la teoría deductiva, de 1947. En ella revisa el filósofo los principios gnoseológicos de Leibniz desde la deconstrucción axiomática de Euclides y la crítica formal del método deductivo de Aristóteles y Descartes, cuya diferencia entre ideas simples y compuestas halla correlato en la división gramatical de oraciones homólogas, la compuesta y la simple. A estas dedica López García los dos primeros volúmenes de una Gramática del español, publicados, respectivamente, en 1994 y 1996, a los que añade un tercero con Las partes de la oración (1998). Procede de lo más complejo a lo simple y elemental.

En el tercer volumen deja entrever también la deuda con la fenomenología al citar los órdenes natural, gramatical y referencial, es decir, doxa, categorías y sintaxis, e intencionalidad objetiva. Menciona además las mónadas de Leibniz al relacionar las categorías y la subcategorización con la referencia al mundo gramaticalizado desde lo que denomina escalares: el Tiempo, el Espacio, la Cantidad, la Cualidad y el “vector egocentrismo” (GE, III, 8). Recordemos que Ortega acota, por su parte, la idea de principio del siguiente modo: “Lo constitutivo del principio, es, pues, que le siga algo, y no que no le preceda nada […] y vale además para órdenes que no son de tipo rectilíneo finito; por ejemplo, para un orden rectilíneo infinito en el cual no hay primer elemento, o para un orden circular en que cada elemento es también antes que otro, pero es indiferentemente primero, intermedio y último” (OC, IX, 934). Prevalecen el punto de partida y la visión de conjunto, correlacionada, el horizonte de integración.

Nos detenemos en estas referencias por dos motivos. Uno, que López García considera semejantes la reflexión de Ortega y la base metodológica de la gramática liminar; otro, que, frente al concepto modular generativo de Jerry A. Fodor y Chomsky, escoge el holístico de la Gestalt o teoría de la forma. Es decir, en vez del racionalismo axiomático y algorítmico, donde el lenguaje es un módulo del conocimiento entre otros, prefiere el perspectivismo fenomenológico de la gramática cognitiva, de carácter holístico. Y el holismo sostiene precisamente la recursividad circular de las formas, cuya moción y cambio determina, con el uso, las funciones. Hay sucesión de componentes dentro de un continuo, pero sin prelación propiamente dicha. Cualquier punto de la cadena puede funcionar como inicio, intermedio o clausura. Lo que importa es el ensamble de elementos, su constitución sintagmática, y la relación ahí implicada.

López García reconoce explícitamente la influencia de Ortega al de- terminar el gozne del método lingüístico y con parecida conclusión me- todológica: “De manera similar, en el lenguaje, según la gramática liminar, cuando nos fijamos en un elemento, estamos alzándolo sobre otros que lo delimitan como conciencia metalingüística del mismo. En realidad el metalenguaje gramatical es simplemente una derivación histórica del metalenguaje natural” (ELE, 226-227). En esta expresión, “metalenguaje natural”, presentimos la revisión efectuada por Ortega del principio axiomático euclidiano y deductivo de Aristóteles y Descartes desde la orientación moderna de la deconstrucción analítica de fórmulas y sus encadenamientos. El trasfondo del análisis, y con él la pretendida sustancia analizada, se revela como superposición de una figura o capa de percepción sobre un fondo, el cual se rehace y reconforma a medida que los sucesivos niveles descubren sus estructuras en superficie. Como el lenguaje es rectilíneo y finito en origen, pero indefinido en derivación recursiva —podemos hablar indeterminadamente—, una fijación de palabra como figura, por ejemplo el sustantivo ‘árbol’ en la expresión “árbol sin fruto”, convierte en fondo al sintagma “sin fruto”, pero dentro de la relación mental subyacen- te ‘árbol-fruto’. Esta consideración es importante, porque suele aislarse la figura del fondo al analizarla. Es decir, se aplica la reducción fenomenológica —la epojé— olvidando muchas veces que la base perceptiva sigue funcionando con la asimilación receptora de cualidades sensibles y ob- jetivables, aunque solo sea su sombra, la penumbra de la figura sobre el fondo, o este retraído, proyectado en superficie.

Y a este contorno y trasfondo se reduce la constitución del objeto vi- sionado. El campo visual, dice Ortega en un texto soberbio, ante un búcaro —“Sobre el punto de vista en las artes”—, impone “una jerarquía óptica: un núcleo central privilegiado se articula sobre un área circundante” (OC, V, 162). Desaparece la estructura de los dos “elementos jerarquizados”, el convexo o de superficie, un “bulto”, de la visión próxima, y el cóncavo de la visión lejana, al fondo (OC, V, 161). E intermedio, el hueco, el espacio que López García denomina topológico, y en el que acontece, para Ortega, el punto ubicuo de la idea abstracta, es decir, el eje metalingüístico de percepción, donde se formalizan la unidad de visión y la perspectiva: “La idea abstracta es ubicua” (OC, V, 161), sentencia el filósofo con frase redonda. Y este modo de entender la realidad implica también una “paradoja” para Ortega (OC, V, 163): el contraste, en el hueco del espacio, del movimiento de la visión entre un fondo y una superficie, el cual vuelve cercano el objeto distante y lo retrae a la córnea, y desde “el ojo hacia el sujeto pintor”. He aquí el “egocentrismo” inicial de López García proyectado en la profundidad intersubjetiva de los hablantes y el medio simbiótico en el cual acontece el lenguaje. El punto de vista procede ubicuo como “cualidad óptica” emergente en el espacio de “la cantidad geodésica de distancia” perceptiva, advierte Ortega (OC, V, 161).

Así es. La unidad perceptiva del lenguaje es más compleja, pues com- pacta sonido y lo irradia. Un sonido correlacionado, no obstante, con la luz interna, y química, de las reacciones energéticas de aminoácidos, proteínas, encimas, células. Y esto abre otra dimensión de profundidad en la constitución del lenguaje: otro relieve.

La crítica de Ortega al racionalismo le sirve a López García inicialmente de remoción ante el cartesianismo del primer Chomsky —Cartesian Linguistics, de 1965—, de prevención ante el logicismo de su teoría sintáctica, formulada en 1955, y posterior desarrollo de la formulación computacional del lenguaje. La razón vital del filósofo madrileño prevalece sobre la reducción algorítmica, pero sin abandonar el horizonte matemático y cartesiano, como veremos.

Nuestro “doctorando” sintetiza las dos corrientes lingüísticas, la modular racionalista del generativismo y la gestáltica fenomenológica del cognitivismo, holística, en el tránsito —son palabras suyas— del Tractatus Logicus-Philosophicus (1921) de Ludwig Wittgenstein a sus Philosophische Untersuchungen, de 1953 (CSE, 37, n. 26). López García interrelaciona las dos metodologías, modular y holística, al revisar las tesis sobre la evolu- ción del latín a lenguas derivadas en España con marcada diferencia entre los vestigios de habla nueva incipiente y escritura latina. Los cambios iniciales operados en esta escritura ya reflejan, entre los siglos III y XI d. C., una evolución afectada por la incertidumbre del habla popular. En el siglo XI se observa una crisis de la sintaxis latina, protorrománica, presente en versiones bíblicas a partir de la denominada Vulgata y la irrupción, como un pliegue singular, de la sintaxis propiamente románica. La primera escritura romance aparece en torno al siglo XII.

Efectivamente, la figura —Bild— de la proposición considerada como proyección formante —Bildung— de lo en ella figurado, es decir, la realidad percibida, implica una forma común de representación para el primer Wittgenstein. La forma sería ya lo verdaderamente ontológico, pues no hay más realidad significada que la contenida en la figura y su proyección en el fondo, o viceversa. Por eso, la estructura simbólica del lenguaje se convierte, como en la proyección geométrica, en su verdadera comprensión. Lo que entendemos del mundo es su orden de configuración imaginativa, afirmación no muy distante de otra similar de Saussure en el Cours de linguistique générale. La imagen acústica o significante del lenguaje es también Bild, resultado de una proyección convergente e imaginativa o Bildung. A esto se resume el contenido de la Gramática filosófica (1933- 1934) de Wittgenstein.

López García proyecta también sobre este rastreo del latín vulgar, bíblico, y al registro fono-fonológico, y morfológico, de la gramática histórica, la teoría de catástrofes de René Thom. Esto le confirma el paralelo histórico y homólogo de la ciencia y de la lingüística aplicada, en este caso, a la filología. Y deduce de ello una fórmula de dos variables —f (x, y)— en un sistema de coordenadas: el eje temporal de abscisas y el atemporal lingüístico a partir de un hipotético punto cero. El tiempo de la historia sin tiempo lingüístico, cabe decir. He aquí una paradoja enorme implicada en el concepto mismo de ciencia, por mucho progreso que esta noción implique a través del tiempo. La teoría lingüística requiere, podemos deducir, una suspensión metalingüística del tiempo, sincrónica, para entender y explicar el tiempo histórico de las lenguas, su diacronía. Así pensaba Louis Hjelmslev.

Obtenida la fórmula, el lingüista se centra en el análisis de variadas lenguas de América para comprobar el efecto de correlación teórica y pragmática. Con este modelo cambia la orientación del estudio histórico de las lenguas, el historiográfico, modular, por el holístico, más próximo a la operatividad histórica. Y este método respondería, a su vez, a la pregunta que Ortega y Gasset formula respecto de la no diferenciación idiomática del latín en la zona árabe del norte de África, a diferencia de lo sucedido en la Península Ibérica. La lengua regional arábiga (egipcio, sirio, marroquí), responde López García, mantiene el código del árabe escrito, coránico, mientras que la sintaxis latina bíblica se ve afectada por los cambios foné- tico-fonológicos y morfológicos del habla romance incipiente, hasta resul- tar un latín protorrománico (entre los siglos VI, tras la caída del imperio de Occidente en el V, al XII d. C.), y de aquí al latín medieval minado ya por el habla progresiva de las lenguas romances. Habrá que preguntarse, no obstante, si en esta transformación primero latente y luego meridiana, a partir de los siglos XII y XIII, no opera también el sustrato ibérico, celta y precelta, hasta sánscrito, a través de la influencia de la mentalidad hebrea en las traducciones de la Biblia, en la liturgia, administración y derecho eclesiástico. Es la sugerencia, por ejemplo, de Amor Ruibal para un hipotético galaico previo al latín en el noroeste de la Península. Y lo mismo cabe pensar respecto del celta y precelta en el caso del vasco, como sostiene actualmente el filólogo comparatista Joaquín Caridad Arias partiendo del celta aquitano y rastreando huellas en topónimos, teónimos e hidrónimos. Las aplicaciones lingüísticas a fuentes históricas están revolucionando hasta el ya tradicional sustrato indogermánico de la gramática comparada. La ecolalia del contacto de lenguas implica silencios y sombras, penumbras, tanto fónicas como culturales, cuyo vacío en el tiempo lo ocupan la imaginación, el contexto vital y el apego histórico de raíces no del todo extintas y que renacen apenas cede la presión del dominio lingüístico de una lengua concreta amparada por el imperio militar, económico, comercial y cultural de una comunidad dominante.

En todo este proceso metodológico subyacen además los paradigmas contrapuestos de las principales teorías lingüísticas sistematizadas a partir del Course de lingüistique générale de Saussure, publicado por sus discípulos Charles Bally y Albert Sechehaye en 1916. López García recoge la herencia del estructuralismo, funcionalismo y la psicomecánica del lenguaje, ideada por Gustave Guillaume; atiende al generativismo inicial de Chomsky, con su diferencia de estructuras profunda y superficial, homóloga, en esto, del perspectivismo orteguiano; se anticipa al minimalismo con la teoría metalingüística de la frontera entre significantes, significados, signos y símbolos, y abre una brecha respecto del lingüista americano al analizar y sistematizar la relación mente-lenguaje desde la homología de los códigos genómico y lingüístico. Y en esto ofrece una alternativa original, creemos, al aporte de la correlación entre los polos mente-cerebro y la gramática. Y no solo de la gramaticalización mente-cerebro, sino del sistema neurolingüístico y, me atrevería a decir, por la expansión que insinúa, del inmunológico. Sus obras, Elementos de semántica dinámica. Semántica española (1977); Para una lingüística liminar (1980); Estudios de lingüística española (1983); Fundamentos de lingüística perceptiva (1989); Nuevos estudios de lingüística española (1990); Introduction to Topological Linguistics, también de 1990; los tres volúmenes, densos e innovadores, de Gramática del español (1994, 1996, 1998); Cómo surgió el español (2000); Fundamentos genéticos del lenguaje (2002); The Neural Basis of Language (2007); El origen del lenguaje (2010); Pluricentrismo, hibridación y porosidad en la lengua española (2010); Los mecanismos neuronales del lenguaje (2014), así como otras editadas en compañía de colegas y fruto de investigaciones concertadas, como la Gramática femenina (1991), la Lingüística aplicada a la traducción (2012) y el libro reciente titulado Enacción y léxico, de 2017, bastarían, con otras que citaremos, para justificar la investidura de Doctor Honoris Causa aquí hoy celebrada. El autor sigue el apasionante proceso biótico y neurológico aplicado al lenguaje con reformulaciones cognitivas desde el modelo lingüístico liminar y perceptivo. Si su entorno vital de investigación fuera el de países como Alemania, Francia o Estados Unidos, su nombre gozaría de más impronta internacional de la que, siendo español, no obstante ha obtenido hasta hoy día. Nuestra diplomacia aún no ha comprendido la importancia del conocimiento y de la investigación científica en las sociedades modernas más desarrolladas. Y esto a pesar de la marca española y del Instituto Cervantes, con el que ha colaborado en sus ubicaciones urbi et orbe.


Asimetría y frontera del signo lingüístico


El centro nodular de esta teoría del lenguaje es fenomenológico y pi- vota sobre dos conceptos fundamentales: la asimetría del signo lingüístico y la paradoja de la frontera.

Frente al plano bipolar del signo lingüístico en la concepción de Saus- sure (vínculo arbitrario de significante y significado), desdobla el primer polo por autorreferencia operativa y analítica, de tal modo que el signifi- cante básico, fono-fonológico y morfológico, funciona como numerador de una fracción cuyo denominador es la correlación significante-significado. Hay, pues, un elemento común, pero diferenciado, más bien desplegado, en el hecho de decir ‘mesa’ como ensamble de unidades atómicas ‘m’ + ‘e’+ ‘s’ + ‘a’ y enunciar el conjunto así formado —/mésa/— como unidad de entonación y su significado: el acotamiento significativo de un área men- tal. Este despliegue remonta al formalismo ruso heredado por la semiótica francesa, en concreto a Roland Barthes, y abre el horizonte de la lingüísti- ca a todos los niveles textuales, por tanto, a la representación múltiple de la realidad.

El desdoble así efectuado implica una superposición, por lo que el lenguaje se ve reflejado de nuevo. Si decimos «la conjunción fónica o significante antes explicitado como ‘m’ + ‘e’ + ‘s’ + ‘a’ es el significante del concepto ‘mesa’», usamos dos veces la palabra y el concepto “significante”. Esta propiedad de autoimplicación discursiva permite considerar el nivel gramatical del lenguaje como objeto específico de estudio. Y la gramática explica la formación, contenido, proceso y alcance representativo del objeto que es ella misma, pues refiere una realidad. Se trata, por tanto, de un objeto especial: se autoexplica. Incluye aquello que lo refiere explicitándolo, pero no como continente contenido, sino como forma formante, dice la fenomenología. A esta propiedad la denominamos metalingüística.

Cabe, pues, considerar el nivel M, metalingüístico, del lenguaje (L). Y tanto M como L son, no obstante, conjuntos o “clases disjuntas” (PGL: 33). De ahí el misterio de esa distancia implícita que tanto la Lógica como la Lingüística, la Epistemología y Teoría crítica de sistemas tratan de solucionar. Edward Sapir la consideró psicológica y Jakobson intuyó en ella un principio de relación biológica y hasta atómica. Esto constituye la paradoja de la frontera. Delimitar unidades que se replican al tiempo que se correlacionan, vinculan con otras, las subsumen, extrapolan, etc., supone establecer, como propuso Husserl en Lógica formal y lógica transcendental (1929), una analítica de formas o morfología de elementos primitivos que requiere un modo o modos también específicos de unidades, su distribu- ción, enlace, operadores de conexión, es decir, una sintaxis. Husserl llega a hablar de un ritmo autónomo y tautológico de actividades específicas de los juicios lógicos ahí implicados. Y otro lingüista, además de filósofo, Amor Ruibal [1934, 551 (844); 1999, 284 (844)], formula incluso un axio- ma revelador y controvertido: “Todo nombre es predicado de sí mismo: A = A”. Cuando nombramos algo, ya incluimos en la nominación su predi- cado (p). Y esto lo deducen también, de una u otra forma, entre otros lógicos, lingüistas y filósofos, Sapir, Alfred Tarski, Bertrand Russel…, Jakobson, Heidegger, Merleau-Ponty, y lo recuerda la Gramática liminar. El lenguaje se autopredica, referencia. No debemos confundir, sin embargo, advierte Amor Ruibal, el nivel del análisis con lo analizado, la gramática con, digamos, lo gramaticalizado. Y, no obstante, éste es el problema del lenguaje. No existe sin gramática ni sin lo incluido en ella. La paradoja introduce un problema lógico serio si no queremos reducir la ciencia a una repetición narcisista de sus principios y axiomas. El lenguaje la contiene al replicarse redundando sus formas y estructuras: M incluye a L (M ⊃ L) y, a la vez, M está incluido en L (M ⊂ L). El propósito de la gramática de López García consiste en resolver precisamente esta paradoja para conferir carácter científico a la Lingüística, que se mueve, por tanto, entre “una frontera alternativamente infranqueable y franqueable” (PGL: 29): ir más allá de su estructura formal, buscando una transcendencia que la fundamente, o encerrarse en su inmanencia. El problema de la frontera se resume en el límite y apertura fenomenológica de la preposición de: “Con Edmund Husserl, dice López García, la gramática liminar parte de que toda conciencia es conciencia de algo, es decir, que no basta ni el saber metalingüístico ni el dato lingüístico, sino justamente la conciencia metalingüística de un determinado dato lingüístico” (LLE, 227; cf. FLP, 43). La determinación de formas nos lleva siempre a una indeterminación a su vez determinable. Y no salimos del proceso determinante y genitivo que la preposición de acopla como amalgama de casos y funciones ya perdidas, pero sintetizadas en esa relación, y de horizonte abierto.


Espacio topológico, genética y lenguaje


Nuestro lingüista recurre entonces a la noción de espacio topológico de la geometría proyectiva, de carácter además apriorístico, con reminiscencia ahora de Spinoza: el ordo geometricus, que hace equivalentes la conexión de ideas y de las cosas. Cada signo lingüístico o palabra implica una proyección distribucional de posibilidades o contextos de encaje conforme a un sentido explicitado en significados. Es decir, cada término (T) se da en un conjunto X que lo engloba y explicita según los contextos distribucionales o signos metalingüísticos que circuyen su extensión, la cierran y clausuran. El lenguaje encapsula pensamiento y discurso cognitivo, por lo que debe haber algún punto de conexión intelectual en la aparición de su forma. Y esto presupone en geometría proyectiva que las relaciones exteriores a nosotros “tienen que ser formalmente similares para nosotros, cualquiera que sea su condición específica” (PGL: 98). Observamos entonces, de nuevo, que el punto de conexión mental de la forma lenguaje con el pensamiento es una similitud singular y acotada, perceptiva. Retomamos, pues, los conceptos de Bild (figura: palabra) y Bildung (formación proyectiva) de Wittgenstein.

Esta similitud, que para nosotros es fórica, y trópica (cada palabra, estructura, un tropo, una intuición poética), le permite a López García enlazar precisamente con los presupuestos y leyes perceptivas de la teoría de la Gestalt. Sigue en esto, y coincidiendo con otro correlato del formalismo simbólico de Wittgenstein, a Kurt Lewin y su noción de espacio vital: las escenas de la vida imprimen en el cerebro huellas de los objetos y acciones que las componen y en las que participamos, lo cual favorece la aparición y creación de espacios mentales (EOL 160). La gramática liminar resulta entonces perceptiva y las leyes de la percepción gestáltica permiten dar cuenta del umbral del lenguaje y de su explicación metalingüística. De este modo, el dinamismo estructural analizado en Elementos de semántica dinámica (1977), donde ya se formalizan y analizan las unidades constitutivas y relacionales del lenguaje, resulta ahora relación dialéctica del lenguaje objeto y de las relaciones metalingüísticas que lo describen en la gramática liminar, y esta, a su vez, gramática perceptiva de carácter fenomenológico. Las leyes gestálticas de clausura, equivalencia, proximidad y de la buena forma, por este orden, más la replicación implicada en el metalenguaje, y sobre la base de la ley también gestáltica de la dialéctica (toda forma se desprende de un fondo al que se opone), darían cuenta de la formación y proceso tanto del lenguaje como del genoma humano. López García las adapta del siguiente modo: los signos que se complementan mutuamente (clausura); que tienen idéntica forma externa (equivalencia); que son ad- yacentes (proximidad); que coexisten en razón de contexto (buena forma), todos ellos tienden a agruparse juntamente (ITL: 127-128). Y a cada una de ellas corresponden además estructuras sintácticas, respectivamente: rectiva (rective: dominancia o rección gramatical), concordancia (agreement), textual y enunciativa (ITL: 119-121, 130).

Tres de las leyes gestálticas, proximidad, equivalencia y clausura, se correlacionan, homólogas, con las estructuras genómicas de transferencia de proteínas, de transcripción neurológica en el paso de la cadena del ADN al ARN (ácido ribonucleico), y de traducción o correspondencia biunívoca entre un codón y un aminoácido. Las tres más el proceso de replicación (3T + R) en la doble cadena del ADN (cada filamento suyo “separado de su pareja, genera un correlato estructural conforme al apareamiento de bases A-T [Adenina-Timina] y G-C” [Guanina-Citosina]) prefiguran el nivel liminar del lenguaje (FGL: 31, 75-76). Y con estos y otros presupuestos, establece López García el paralelo siguiente de unidades genéticas y lingüísticas:

Cuadro1

Y así, por ejemplo, a una frase con estructura sintáctica como:

Cuadro2

Le corresponde un codón con estructura genética de tres bases: Adenina, Guanina , Timina o Citosina:

Cuadro3

Esta homologación depende, a su vez, de un modelo hipotético de correlación de las cuatro bases genómicas y cognitivo-gramaticales entre Nombre-Verbo (Timina-Adenina) y Adjetivo-Adverbio (Citosina-Guanina) (FGL: 126).

Tales ejemplos inducen a pensar que la sintaxis del lenguaje ya está prefigurada en la genética. Diversos experimentos demuestran que tanto las categorías léxicas como la estructura de frase antes citada, que son formas abstractas, ya aparecen en la conformación genómica. Así como el Modificador o Complemento puede variar en la estructura de frase, lo mis- mo acontece en la tercera base del codón, mientras que las dos primeras permanecen fijas (EOL: 139).

Ahora bien, como la teoría gestáltica le parece a López García dema- siado intuitiva, busca en otros campos una explicación que la complemente. Y la halla al comparar, siguiendo investigaciones de Jon H. Kaas, la correlación evolutiva de la visión y de la estructura del cerebro con la del lenguaje. El nervio óptico se escinde en dos direcciones desde la zona occipital hacia el córtex frontal. Una de ellas circunda el fascículo arquea- do y el área de Broca, y otra, la de Wernicke, ambas relacionadas con el registro del lenguaje en el hemisferio dominante, el izquierdo, y procesando, respectivamente, una sintaxis y una semántica visual de categorización (EOL, 96). Algunos experimentos muestran que, al pensar el nombre de un animal, se activan el área de Broca y la zona occipital. Habría, pues, un paralelo óptico y lingüístico en la percepción y proceso cerebral del lenguaje, así como hay homología entre el código genético y el lingüístico. Esto le permite a López García ensamblar la teoría topológica y liminar con las redes neuronales del cerebro, en especial la zona límbica, relacionada con el nivel sintáctico de la semántica, y la del córtex frontal, con el léxico. Reinterpreta además, con ello, las principales teorías del lenguaje, el estructuralismo, sus funciones, el generativismo, chomskiano y psicomecánico, la semiótica, el cognitivismo, la pragmática, la teoría de grafos sobre la hipótesis de las denominadas redes de mundo pequeño (small world networks), sustentadas por la corteza cerebral, y la razón metodológica de la ciencia. Realiza una gran síntesis fenoménica del lenguaje ideada como forma perceptiva y mental de la conciencia, es decir, del conocimiento.

Y así define el estatus científico de la gramática liminar como “gramática de gramáticas” (PGL: 66) y “ciencia hipotético-deductiva de naturaleza empírica que aplica sus predicciones a una(s) segunda(s) ciencia(s) empírico-humanas” (PGL: 65). La homología entre unas y otras formaciones liminares, genómica y lingüística, confirma, por tanto, que “las formas del código genético prefiguran las del código lingüístico” (FGL: 179) y que el conocimiento, la conciencia y el lenguaje tienen igual fundamento neurológico (LMNL: 122). Tal conclusión introduce un enfoque original y proyectivo en la investigación lingüística.

El hecho de que el lenguaje sea, como el pensamiento, un acto vital y haya funciones de nutrición, relación y reproducción en la célula, indica efectivamente que unos y otros procesos tienden a relacionarse de algún modo. Las síntesis respectivas dependen del contexto de realidad procesada. Es lo que propone también la teoría biológica de la enacción (Humberto Maturana, Francisco Varela), de fundamento asimismo fenomenológico (Husserl, Merleau-Ponty), tesis similar a la de la epigénesis, si no la misma, y a la que atiende últimamente López García (EL: 28).

Nosotros vemos un precedente de esta noción, y aplicada precisamente a la estructura del signo lingüístico (un núcleo relacional de elementos con variada e histórica realización concreta en un medio específico), en el concepto de mesología de Amor Ruibal. No otra cosa presuponen las palabras de Varela, Eleanor Rosch y Evan Thompson al describir el concepto de enacción (The Embodied Mind: Cognitive Science and Human Experience, 1991), y citadas por López García, como “construcción de un mundo y una mentalidad con base en la historia de la variedad de acciones que un ser humano realiza en el mundo” (EL: 26). En cualquier caso, esto supondrá siempre una aptitud o disposición especial en el hombre para producir el fenómeno lenguaje en correlación sintética con el medio o contexto vital para el desarrollo mesológico de su existencia. Y a este sentido se orientan los tres componentes formales del lenguaje que resume López García en The Grammar of Genes (2005: 166): codificante, modelizador y energético, es decir, respectivamente, la serie de categorías y reglas que los interlocutores comparten en común; el modelo que mantiene los elementos del mensaje ensamblados conjuntamente; y el flujo de información que transmite el sentido intencional entre los interlocutores. Y a cada uno de estos componentes correspondería, en un preprograma simbólico que fusiona tres organismos celulares procarióticos en la célula eucariota, una intensa reinstalación (“a severe rewiring”) renovadora e innovadora de aquellos componentes y sus específicos subsistemas de células germen (TGG: 167). En la duplicación genómica del ADN, explica López García, hay axones que, al multiplicarse las copias, quedan libres y pueden fusionar con otros cuando se rompen las barreras de diferenciación sináptica, lo cual suscita en el RNA, que es efímero, y ya sin la replicación de ADN, que es permanente, la aparición de “una ocasional red sináptica”. La simple excitación simultánea de dos axones provoca, según Donald Hebb (1949), un cambio metabólico, o el incremento de la eficiencia de una sobre otra. Estas novedades genómicas explicarían también el surgimiento de estructuras gramaticales reproducidas luego como memes, añade López García (TGG: 168).

La innovación producida al recomponerse la conexión celular en al- gún momento del proceso evolutivo motivó la hipótesis de la exaptación, ideada por Stephen J. Gould y Elizabett Vrba en 1982. Habría habido un cambio de orientación en la estructura de un organismo destinada, por adaptación, a un propósito determinado, pero que se reorienta a otra finalidad nueva. Pudo suceder esto, piensa López García, al reorientarse una duplicación del genoma a “una finalidad distinta de la habitual en estos casos, que es la de fabricar proteínas: para que la forma del duplicado del genoma se exaptase hasta prefigurar la forma de la sintaxis del lenguaje”. Y esto habría supuesto también una emergencia natural y gradativa del lenguaje mediante al menos dos catástrofes evolutivas o cambios bruscos: paso de la sintaxis visual de los primates a protolenguaje de los homínidos y “el que hizo surgir la sintaxis formal del lenguaje en nuestra especie”, probablemente en el Homo heidelbergensis (EOL, 142-143), en todo caso con el homo sapiens.

Gramática perceptiva: presupuesto fenomenológico

Ahora bien, a las estructuras formales ya existentes en el código genético (categorías léxicas, reglas concordantes de movimiento, cohesión y cohe- rencia, proformas) no les corresponde estructura icónica (EOL, 140). Esto induce una variante respecto de la homologación perceptivo-topológica de la gramática liminar, pero manteniendo, como base, la relación asimétrica de frontera, metalingüística. López García resume entonces, en diálogo con Derek Bickerton, dos tipos de gramáticas mentales, una perceptiva, gestáltica, y otra no-perceptiva, semántico-formal. La primera reproduce la conciencia metalingüística de las expresiones reconocidas sintéticamente en el lenguaje. Y la segunda comprende la conciencia metalingüística analítica, es decir, el análisis de constituyentes. Los hablantes realizan una operación analítico-metalingüística de la síntesis reconocida al hablar (TNBL: 119).

Este mecanismo neurológico de alternativa sintético-analítica, corrobora, creemos, al tiempo que les asigna un fundamento genómico, las le- yes sintéticas a priori, las analíticas y los objetos sintácticos de Husserl. Incluso cabría decir que el doble eje de conexiones talamocorticales entre el léxico, ubicado en el córtex, y los esquemas sintáctico-semánticos —remanentes en la zona límbica— (LMNL, 87-90), así como la sintaxis formal, asignada a relaciones sinápticas corticales, se explicaría igualmente, pero sin el recurso biótico, mediante primitivos léxicos, enlaces, superposiciones, recubrimientos nominales y objetivaciones fenomenológicas —objetos fundados, intenciones saturadas o no saturadas—, según las Investigaciones lógicas y la Lógica formal de Husserl. El fundamento fenomenológico, reconocido en los prolegónemos de la gramática perceptiva, gestáltica, y de la no-perceptiva, semántico-formal, sigue funcionando en las implicaciones biológicas del conocimiento y del metalenguaje. El aislamiento cortical del Nombre como lexema sin relaciones talamocorticales ni corticales (LMNL, 146-147), es decir, sin eje de coordenadas —diríamos que sin tiempo, estático como un cero metalingüístico—, recuerda en varios aspectos la reducción eidética de la fenomenología. Entre otras razones, porque tanto los lexemas como sus esquemas son o tienden a razón nominal: son Nombre. Cabe decir además que la activación de estructuras abstractas mediante paradigmas instalados en la zona límbica para efectuar conexiones léxicas en sintagmas y oraciones, funciona como la compleción intuitiva de las intenciones fenoménicas. Intención e intuición acontecen —recordemos a Ortega— en el espacio-tiempo de la idea abstracta, pero ubicua, relacional, por tanto.

En esto hay que distinguir la posición crítica del metalenguaje según nos situemos en consideración de lenguaje ya formado o en formación, como diferencia Amor Ruibal anticipando la distinción entre onomasiología y semasiología, que alcanza también, con otras denominaciones, a Merleau-Ponty. Es evidente que, en perspectiva a posteriori, la raíz roj- resulta de rojo, rojez y enrojecer, pero, a priori, la conexión de lexema + morfema está implicando un radical asignado a algún elemento del mundo percibido. Y de este modo, asignando, ya categoriza, incluso predica de ese objeto, real o simplemente imaginado, evocado, o al menos le atribuye tal rasgo, morfema, apéndice. Y el morfema amalgama nociones (+singular, +masculino), categoriza, es decir, abre una relación posible de inherencia en el entorno, que seguramente ya ha previsto o intuido la mente. Tal es la función adnominal del lenguaje. Resultaría extraño que el sistema biótico no registrara algún tipo de moción cortical o variación en el eje córtex-ganglios.

Esta otra hipótesis remite también a la paradoja de frontera, pues implica un componente metalingüístico en todo término. Hay en él un fundamento de relación polar ubicua: un despliegue virtual, intuitivo, de composicionalidad, como intuyeron Sapir y Jakobson. Es el fundamento de síntesis integradora, prelativa y, por tanto, antepredicativa. Y esto es lo que se está presuponiendo en la función metalingüística del lenguaje interpretada como espacio topológico, a la vez sintagmático y sináptico —topología de base— y paradigmático con bifurcación sináptica, la topología cociente. Esta denominación resume el núcleo teórico de la lingüística de López García. Tal cociente remite al producto cartesiano, la implicación de conjuntos o esferas con elementos interpolados, intersecciones radiales, convergencias que varían y se distribuyen en redes desde un centro liminar, a fin de cuentas la relación Lenguaje-Metalenguaje {L, {M}}: «una teoría lingüística debe tratar simultáneamente del dato y de la conciencia del dato, ya que uno y otro explican, entre otras cosas, que ciertas variedades lingüísticas se sientan “lenguas” y otras, con propiedades objetivas muy similares, “dialectos”» (PH, 41; cf. FLP, 251).

La relación dialéctica de síntesis y análisis, el eje de coordenadas y producto cartesiano, la reversibilidad del flujo entre el córtex cerebral y los ganglios, con diferencia de estructura en una y otra —léxica y sintáctico-semántica—, más la transversalidad recursiva en la zona límbica, su reflejo proyectivo en la cortical, el espacio topológico, las redes paradigmáticas y sinápticas, la energía cinética y potencial en la relación interlocutiva de hablante y oyente —con eco de la psicomecánica de Guillaume, pero también de la termodinámica aplicada al lenguaje— y el encuadre en el marco del cerebro, ofrecen una de las teorías del lenguaje más singular en este momento.

Sirva de muestra la asignación neurológica de zonas cerebrales a los niveles de variación lingüística: el diastrático o social corresponde al cór- tex cerebral en el hemisferio izquierdo; el diafásico o emotivo, al interior del cerebro; las variantes espaciales, geográficas, al lóbulo parietal del hemisferio derecho; y la interrelación de hemisferios sería el producto cartesiano. Y con sentido pedagógico, cita una anécdota: “cuando un político español dijo en una entrevista televisada, en plena crisis económica, la vida está mú achuchá, sus oyentes no solo aplicaron determinados juicios metalingüísticos (oración declarativa, atributiva, etc.), sino también sociológicos (propio del lenguaje vulgar), emotivos (acercamiento al mundo de los ciudadanos), geográficos (remedo del dialecto andaluz), etc.” (PHPLE, 55).

Llegados a este punto, nos encontramos, no obstante, con otra para- doja. Si el funcionamiento del lenguaje obedece a los presupuestos de la gramática liminar y perceptiva, y su fundamento es, como el de la conciencia y del conocimiento, neurológico, ¿hasta qué punto no condicionan los principios fenomenólogicos del conocimiento los datos registrados experimentalmente? ¿No son parte implicada en lo que se busca, analiza y categoriza? Solo el hombre alcanza “a constituir el objeto en acción del sujeto”, leemos en Fundamentos de lingüística perceptiva (1989, 321), uno de los libros esenciales de López García. Retornamos, entonces, a las síntesis a priori luego analizadas y categorizadas como gramática pura o perceptiva, según el foco de atención proyectado. Y ubicuo, como la conciencia. Ortega advirtió también el proceso evolutivo, y fluvial, de la constitución objetiva de la realidad: “La verdadera realidad histórica no es el dato, el hecho, la cosa, sino la evolución que con esos materiales fundidos, fluidificados, se construye” (OC, V, 160).

Pervivencia románica

Nuestro autor propone un modelo lingüístico que es síntesis original de biología, matemática topológica, antropología, sociología, semiótica —teoría de grafos de Peirce—, retórica, teoría de redes, sistemas, epistemología, y con enfoque fenomenológico. Lo aplica a la investigación de otros idiomas, a la enseñanza del español como segunda lengua (Gramática cognitiva para profesores de español L2, 2005), a la escritura, traducción, medios sociales (Escritura e información. La estructura del lenguaje periodístico, de 1996), etc. Es un científico ingenioso, inquieto, proyectivo, en consonancia constante con la realidad social inmediata y un nutrido elenco de colegas que, trabajando en equipo, conforman la escuela lingüística de Valencia. Algunos de ellos fueron también profesores o lo son aún del Máster antes citado de la UNED. El fondo de esta actividad lo indujo asimismo a iniciar proyectos fundacionales como el Instituto Valenciano de Lengua y Cultura Amerindia (IVALCA), a editar LynX, monográfico de lingüística perceptiva, y programó un Instituto de Lenguas de la Península Ibérica (ILPI), idea que en otro país ya hubiera cuajado como centro de relieve internacional de investigación.

Las implicaciones de esta obra ingente y escuela lingüística atañen a todos los niveles del lenguaje y del pensamiento. Irradian un campo inmenso de conocimiento y transparencia pedagógica. Resulta imposible abarcar en un simple resumen, como éste, el valor de sus presupuestos epistemológicos.

Un ejemplo extraordinario de esta síntesis y frescura mental es el libro, ya citado, Pluricentrismo, hibridación y porosidad en la lengua española (2010), donde culmina su concepción teórica aplicada al nacimiento, desarrollo y expansión del castellano-español en el mundo como koiné moderna de cultura. Este estudio compendia otros precedentes e irradia la teoría lingüística a las investigaciones realizadas sobre las lenguas de España, su convivencia peninsular —Portugal incluido por la referencia histórica a Galicia—, la presencia del español en América del Sur y del Norte, así como otras del continente americano (Presentación de las lenguas y culturas chibchas, Gramática muisca, ambas de 1995). Baste citar en este apar­ tado dos obras más. Una, El rumor de los desarraigados, Premio Anagrama de ensayo en 1985, cuyo contenido resultó polémico por sostener que el castellano surge como pidgin de latín y vasco en Navarra y Aragón; otra, Babel airada. Las lenguas en el trasfondo de la supuesta ruptura de España (2004), en la que requiere la presencia del lingüista en medios políticos e intelectuales; introduce además una distinción oportuna entre los con­ceptos de Estado, Nación, lengua y cultura —la lengua sustenta cultura, pero esta desborda a la lengua (p. 20)—; y afirma, sin ambages, que, sin español, la proyección nacional e internacional de Cataluña y País Vasco resulta irrealizable (p. 75). Cumple citar asimismo, y para concluir, otras dos obras más de alcance internacional referentes a política lingüística: El boom de la lengua española. Análisis ideológico de un proceso expansivo (2007) —la koiné cultural del español fue centro de convergencia histórica en España y América y puede ser hoy foco mundial de inter­ culturas—, y Anglohispanos. La comunidad lingüística iberoamericana y el futuro de Occidente, de 2010. Propone aquí orientarse hacia este hori­ zonte euroamericano de aproximación idiomática, contando también con el portugués de Brasil. La cultura brasileña sigue el proceso del inglés y del español y nos recuerda a nosotros el trasfondo histórico de Galicia. El gallego actual puede reforzar esta koiné con una política lingüística inte­ ligente y adecuada.

Conclusiones y propuestas

De todo esto se deducen conclusiones y propuestas de orden sociopolítico en lo referente a la situación idiomática española. Habla de ello en la conferencia de investidura, titulada “El conflicto lingüístico y el problema de España”. Lo propuesto a modo de conclusión se resume en estos puntos. El español sigue expandiéndose como lengua internacional, pero no progresa enfrentado al inglés. Sería contraproducente hacerlo. La pretensión de una imagen internacional competitiva supone la mitificación de un idioma, pero la desmitificación de otro. El español se refuerza incluso en contextos bilingües hispanos a pesar de la incorporación constitucional de las lenguas como oficiales en las Comunidades Autónomas denominadas históricas, como si las demás no lo fueran también: “el español, dice, no retrocede ni como lengua materna ni en el uso social”. El victimismo ideológico del catalán, y vasco, fundamentalmente, produce el efecto contrario al pretendido. La conversión histórica de lengua internacional en lengua nacional, típica del siglo XIX, y de ahí, por tropología, de Nación en Estado, ya no funciona. En el siglo XXI rige “lo útil como ideología”.

Propone entonces, y desde la lingüística, un plurilingüismo receptivo frente al equitativo y basado en la escucha del otro y su lengua. Esto permite “ganar oyentes no nativos”, lo cual amplía el marco comunitario de una lengua, dentro y fuera de su medio geográfico. ¿Por qué no una pluralidad lingüística cuando están vigentes la sexual y religiosa? En Occidente prevaleció, con denominación de Jacques Derrida, “un impulso logocéntrico autoritario” en razón de una norma privilegiada y con minoración del significante respecto del significado, de la forma y no del contenido. De ahí la prevalencia del mercantilismo liberal como imagen implicada en el inglés. Por ello hay que promover la recepción de la forma para facilitar el aprendizaje de la lengua del otro. La competencia receptora, pasiva, transforma el paradigma de coexistencia de lenguas, que es centrífugo, en paradigma de convivencia, centrípeto. Y esto conduciría al establecimiento de una lengua de lenguas. Con una, la propia, se aprende a escuchar a las otras. Su horizonte abre la expectativa de integración. Fomenta además la “unión de los pueblos a través de la posesión compartida de sus lenguas”. Tal sería la imagen internacional de España en el mundo con su riqueza lingüística.

Para conseguir este efecto significante se requiere, además, una asignatura de Lengua que, enseñando “a leer y escribir en la lengua materna”, enseñe también “a escuchar en las otras lenguas” y comprender así por lo menos alguna más de las peninsulares. Esto requiere pasar de la fase pasiva a una formación plurilingüe activa. Se puede conseguir con una campaña de difusión adecuada. Las clases sociales representativas deben conocer “alguna lengua peninsular además del español y de la materna”. Solo así podrá resolverse el conflicto sociolingüístico y el problema a él asociado en España.

López García manifiesta también que no hay en nuestro país una política lingüística auténtica. Este capítulo se transfirió a la Comunidades Autónomas, pero la Constitución de 1978 no especifica de qué lenguas diferentes del español se está hablando. Registra la condición de oficiales, pero tampoco incluye “el deber de conocerlas”. Por otra parte, la oposición entre lengua propia y lengua oficial, el español, le parece absurda. El gallego fue la primera lengua culta de las romances y es puente entre español y portugués. El catalán figuró como primer idioma internacional con la Corona de Aragón. El vasco se extendió también por la zona aragonesa y llegó probablemente hasta el Mediterráneo. Es decir, España cuenta con un trasfondo cultural histórico enorme. Las tres lenguas constituyen, con el castellano, el Estado “como persona y como grupo social”. Tienen entidad propia. Son “parte de su herencia cultural”.

Este alegato a favor del patrimonio histórico nos muestra, para concluir, y resumiendo el trasfondo de sus palabras, que la romanización aún sigue viva en España y trasciende sus fronteras. Es necesaria una política lingüística que sepa rentabilizar esta riqueza histórica en Europa, América y otros países favorables a la recepción del español como lengua de convivencia y transmisión de cultura.

Es un orgullo profesional haber incorporado a Ángel López García a la UNED como profesor del Máster Ciencia del Lenguaje y Lingüística Hispánica, los dos dominios principales de su dedicación académica. Resumen el periplo de su pasión investigadora y pedagógica por Europa, Asia y América. Un prodigio de referencias, relaciones nacionales e internacionales, proyectos, publicaciones. Y la UNED lo reconoce hoy no solo como “gramático de gramáticos”, sino además como profesor eximio —lo ha sido y aún es de importantes universidades españolas y extranjeras— otorgándole el título de Doctor Honoris Causa.



Madrid, 31 enero de 2018



REFERENCIAS

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Laborda Gil, X., Romera Barrios, L., Fernández Planas, A. M.: La lingüística en España. UOB, Barcelona. [LLE]

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  • Para una gramática liminar. Cátedra, Madrid, 1980. [PGL]
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  • Introduction to Topological Linguistics. LynX, Valencia, 1990. [FLP]
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  • Cómo surgió el español. Introducción a la sintaxis histórica del español antiguo. Gredos, Madrid, 2000. [CSE]
  • Fundamentos genéticos del lenguaje. Cátedra, Madrid, 2002. [FGL]
  • Babel airada. Las lenguas en el trasfondo de la supuesta ruptura de España. Biblioteca Nueva, Madrid, 2004.
  • The Neural Basis of Language. Lincom Europa, Muenchen, 2007. [TNBL]
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  • Los mecanismos neuronales del lenguaje. (Ensayo de fundamentación). Tirant Humanidades, Valencia, 2014.
  • “Enacción, funciones ejecutivas y léxico”, en Ángel López García, Daniel Jorques Jiménez (eds.): Enacción y léxico. Tirant Humanidades, Valencia, 2017, pp. 21-56. [EL]

Ortega y Gasset, J.: Meditaciones del Quijote, en Obras completas, I (1902-1905). Santillana Ediciones Generales y Fundación José Ortega y Gasset, Madrid, 2004, 747-825. [OC, I]

  • “Sobre el punto de vista en las artes”, Obras completas, V(1932-1940). Santillana Ediciones Generales y Fundación José Ortega y Gasset, Madrid, 2006, 160-173. [OC, V]

Ortega y Gasset, J.: La idea de principio en Leibniz y la evolución de la teoría deductiva, en Obras completas, IX (1933-1948). Santillana Ediciones Generales y Fundación José Ortega y Gasset, Madrid, 2009, pp. 929-1174. [OC, IX]

Varela, F., Thompson, E., Rosch, E.: The Embodied Mind: Cognitive Science and Human Experience. Cambridge, MA, MIT Press, 1991.