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Discurso del profesor José Elguero BertoliniCon motivo de su investidura como Doctor Honoris Causa por la UNED «MÁS VALE VIVIR EN LA CONTRADICCIÓN QUE EN LA COMPLACENCIA» | ||
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El grupo del Departamento de Química Orgánica y Bio-Orgánica de la Facultad de Ciencias de la Universidad Nacional de Educación a Distancia debería ser citado íntegramente. La mayoría están hoy aquí. A todas ellas y ellos, gracias. Y también a todos los que ya no están. En total, unos 1200 coautores. En estas ocasiones siempre se dice que la distinción la recoge una persona pero solo porque no pueden venir todos a recogerla. ¡Imagínense si hoy viniesen los 1200! Al menos, el alrededor de un millar que aún siguen vivos. La segunda cosa que se suele escuchar en este tipo de ceremonias es «no lo merezco». Les voy a recordar, porque es sobradamente conocida, una anécdota de Don Miguel de Unamuno, entonces rector de Salamanca. El Rey Alfonso XIII, una vez en el Palacio Real, le dio la distinción a Unamuno. Y don Miguel, cuando hizo uso de la palabra para dar las gracias, dijo: «Gracias Majestad, por este premio que tanto me merezco». Cuando después se quedaron tomando un vino, el rey se le acercó y le dijo: «Don Miguel, la verdad es que me ha extrañado mucho su discurso, porque el resto de los catedráticos, cuando les damos un premio, siempre dicen ‘muchas gracias por este inmerecido premio». A lo que don Miguel replicó: «Bueno, es que en el caso de ellos, tienen toda la razón». Ni soy Rector ni mucho menos soy don Miguel, así es que en mi caso debo coincidir con la mayoría y reconocer que esta distinción es inmerecida. La tercera cosa habitual es pedir perdón al conyugue y a la familia por haberles sacrificado dándoles las gracias por la ayuda prestada. A mí, decir eso, me cuesta porque me da la impresión de que si están sinceramente arrepentidos no deberían haberlo hecho y, si aún son jóvenes, no deberían continuar haciéndolo, lo cual, siempre hacen. Es cierto que una carrera científica implica una dedicación muy intensa que conlleva dedicar menos tiempo a la familia, a los amigos, a la vida social, a las distracciones y a la política. El profesor Alan Katritzky (Doctor Honoris Causa por esta Universidad en 1986) cuando le pregunté en la Universidad de East Anglia en Norwich cuántas horas trabajaba me contestó «menos que en Cambrid- ge» y como me quedé mirándole insatisfecho con su respuesta añadió a regañadientes «unas cien horas a la semana». Eso está muy lejos de mi capacidad de trabajo, pero ilustra cuán difícil es conciliar trabajo y humanidad. Sin embargo, salvo si uno es un genio como Richard Feynman, no se me ocurre como resolverlo. Sirva una cita de Feynman como ejemplo: «Aprendí muy pronto la diferencia entre conocer el nombre de algo y saber algo». Que no se entienda esto como un panegírico al trabajo por el trabajo. Cuenta Judson, en su libro «El octavo día de la creación», que Max Perutz le dijo hablando de Jim Watson: «Parte de su éxito es que nunca confundió trabajar mucho con pensar mucho, siempre se negó a sustituir lo uno por lo otro». Siendo este, muy probablemente, mi último discurso ante un auditorio tan prestigioso, quisiera hablarles de algunos temas que me han preocupado y que aún me ocupan. | ||
Ciencia y pseudociencias Ciencia solo hay una, pseudociencias hay muchas. ¿Por qué se mantienen las antiguas y por qué surgen nuevas? En el campo de la salud, por el sufrimiento y por la muerte. Como ha escrito Josep Plá en el Cuaderno Gris, «es incontable el nú- mero de personas que piensan que no se han de morir nunca, que están absolutamente seguras —en virtud de la seguridad inconsciente, que es la más fuerte— de quedarse para siempre en esta tierra. Casi todo el mundo, quizá todo el mundo». Si los métodos ortodoxos no tienen efecto, probemos cualquier alternativa, piensan los pacientes o sus familiares. Es como dar al alma morfina en dosis masivas. Desgraciadamente a ello se unen grandes científicos que tratan de dar una base racional a la superchería. El caso más conocido es la homeopatía, cuyas bolitas de azúcar ni curan ni pueden curar. Sin embargo, el inmunólogo francés Jacques Benveniste (1935-2004) propuso que, aunque solo había agua al final de tantas diluciones, el agua tenía memoria y recordaba en su estructura íntima el principio activo que allí hubo. Estaba totalmente desprestigiado cuando acudió a su ayuda el Premio Nobel de Medicina Luc Montagnier (nacido en 1932), premio que obtuvo, con otras dos personas, en 2008 por el descubrimiento del virus del SIDA. Pretende Montagnier que el ADN de bacterias y virus envía ondas electromagnéticas cuando están en soluciones acuosas extremadamente diluidas... como las de la homeopatía. Predicciones Vamos a predecir que las teorías de Benveniste y Montagnier van a ser olvidadas porque no son ciencia por muy grandes científicos que sus autores fueron o sean. En mi opinión, predecir el futuro, o es trivial o es imposible. La historia está llena de fracasos espectaculares. William Thomson, Lord Kelvin, cuando escribió que era imposible que se pudieran cons- truir máquinas voladoras más pesadas que el aire. O Robert Stephenson, el ingeniero más grande del siglo XIX, cuando afirmó que el Canal de Suez nunca se podría construir. Porque esas teorías no eran hipótesis de trabajo sino afirmaciones dogmáticas. Hipótesis de trabajo es, por ejemplo, proponer que antes de establecer las interacciones no covalentes, la energía vibracional del fármaco afecta al receptor, lo prepara para ser recibido, como ha propuesto Luca Turin para el sentido del olfato. Las moléculas «cantan» en el infrarrojo (en la zona entre los 300 GHz y los 300 THz); los humanos, en la de los 100 a los 1000 Hz (por eso no las «oímos»), pero quizás estén intentando decirnos algo. Frente a tamañas osadías, Primo Levi ha escrito en su libro El sistema periódico: Era bastante consciente del riesgo que corría, pero sabía tam- bién que el derecho a equivocarse lo va uno perdiendo con los años, y que por lo tanto el que quiera aprovecharse de él no debe dejar pasar demasiado tiempo. El cambio climático Nadie lo pone en duda como tampoco que el hombre del antropoceno contribuye a ello. Pero si el hombre cambiase radicalmente su derrochadora manera de vivir, ¿dejarían de subir las temperaturas? ¿Dejarían de fundirse los casquetes polares? Porque hay algo llamado los ciclos solares de Milankovitch que duran uno de ellos 6.000 años y el otro 23.000 años que existirán aunque no hubiese humanos en el sistema solar y que modifican nuestro clima de una manera profunda. Cosas como la «Pequeña Edad de Hielo» hacia el año 1.300, o el «Máximo del Holoceno» (8.000 a.C.), deben hacernos comprender que ni somos culpables de todo, ni tan poderosos como para poner remedio a todo. ¿A ver si nos va a pasar como al Ángel Caído, que pecamos de orgullo? Mujeres Una frase bien conocida, aunque no se suele citar su autor, dice: «La política consiste en encontrar soluciones concretas a problemas concretos». ¿La solución es una mujer Presidenta del CSIC o una mu- jer Rectora de la UNED? Eso está bien, muy bien, pero es algo engañoso. ¿Es que hay más igualdad de género en Alemania porque la preside Angela Merkel, que en los países nórdicos? Pues no, Alemania ocupa el puesto número 12 mientras que las cuatro primeras naciones son Islandia (1.ª: la preside un hombre), Finlandia (2.ª: también), Noruega (3.ª: tiene un rey, pero una primera ministra) y Suecia (4.ª: rey y primer ministro hombre). He leído que la brecha en la igualdad de género en el mundo solo se cerrará dentro de cien años, y que en el 2017 se constató un retroceso de la paridad por primera vez en una década debido sobre todo a la desigualdad en el lugar de trabajo y en representación política. «Detrás de todo gran hombre hay una mujer». Frase que, con una coletilla irreverente que omitiré, dijo Groucho Marx. Es evidente que de Groucho solo es la coletilla, la frase debe ser muy anterior. Es una frase profundamente irritante porque o bien se refiere a que en cualquier pareja, si se llevan bien, se ayudan mutuamente, lo cual es una pavada, como dirían los argentinos. O bien se supone que el papel de la mujer es secundario porque nunca se oye «detrás de toda gran mujer hay un hombre» aunque se trate de Margaret Thatcher o de Angela Merkel (por cierto la primera química que se especializó en cristalografía bajo la dirección de Dorothy Hodkin y la segun- da química teórica que trabajó con Rudolf Zahradník). | ||
Excelencia y endogamia Estamos en una de las grandes universidades españolas donde se oyen a menudo las palabras excelencia y endogamia. Ninguna de las dos me gusta. «Cuando oigo la palabra excelencia me entran ganas de devolver» ha escrito Jean-Paul Malrieu, uno de los mejores teóricos franceses, un excelente químico. Seguro que la formulación les parece excesiva, pero yo he escuchado en el Salón de Actos del CSIC a alguien decir «¡Hay que aprovechar la crisis para acabar con todos los grupos que no sean excelentes!». Lo que horroriza a Malrieu y a mí también es que los que dicen que solo tienen cabida en la Universidad los excelentes, todos, sin excepción, ¡se consideran a sí mismos excelentes! Y eso, éticamente, es reprobable. La endogamia es para muchos la causa de todos los males de nuestras universidades. Luego uno mira sus currículos y resulta que han hecho la tesis en la misma Universidad en la que ahora son profesores. O bien que han intentado volver a su alma mater sin éxito. Pero queda bien «dar cuchilladas a los cueros de vino» de la endogamia. La realidad es mucho más compleja, cuenta mucho que España sea un país muy fragmentado, donde frecuentemente pesa más «la patria chica» que la «patria», cuenta también que el sistema español obliga a convi- vir muchos años a las mismas personas en un Departamento cuyo equilibrio depende de su capacidad de integración. Nuestra contribución a la química Había pensado contarles algo de nuestros trabajos. Luego recordé que en 1983, cuando resulté elegido Presidente del CSIC, en una comida, uno de mis amigos del colegio me dijo que había leído en los periódicos que yo era un experto en tautomería; ni que decir que no era químico, ninguno de ellos lo era. Cualquier químico presente en esta sala puede explicar lo que es la tautomería, incluso hacer un par de dibujos. El oyente, sea cual fuere su profesión, lo entendería y pensaría «pues vaya». Porque no podría darse cuenta de que la noción de tautomería permea toda la química, que tiene aspectos bien conocidos y otros que hay que investigar, no vería que las propiedades biológicas de ciertos fármacos y las propiedades físicas de ciertos materiales dependen de ella. Así es que no les voy a aburrir con esas palabras que tanto nos gustan a los químicos pero sí reflexionar con lo que quedará de nuestros trabajos. Por un lado, en soporte de papel y ahora, mayoritariamente, electrónico almacenado en miles de sitios, nuestras publicaciones, que salvo desastre mundial, serán accesibles dentro de cientos de años. Por otro, que sean accesibles no quiere decir que sean consultadas. Las mejores pasarán al fondo anónimo de la cultura química. Las otras irán perdiendo interés y serán olvidadas. En vez de contarles algo de nuestros trabajos permítanme que les cuente algo que ocupa mis pensamientos desde hace mucho tiempo. Es muy sencillo de entender: Primero: las moléculas están formadas de electrones, pro- tones y neutrones; de estas partículas elementales hay muchas, exagerando unas 10 elevado a 100 en el universo, incluida la materia oscura. Segundo: se conoce con el nombre de isómeros todos los compuestos que tienen idéntico número de cada tipo de átomos; por ejemplo, todas las moléculas de fórmula C13H11N (13 carbonos, 11 hidrógenos y 1 nitrógeno) son isómeras. Tercero: en cuanto una molécula tiene más de 500 átomos su número de isómeros es mayor que 10100, es decir, más que partículas elementales hay. Primera conclusión: cuando se extinga la humanidad habremos preparado una ínfima parte de las moléculas posibles (hoy hay unas 200 millones, 2*108); ¿qué propiedades tendrían las moléculas que nunca prepararemos? ¿que enfermedades habrían curado? ¿Qué materiales habríamos construido con ellas? Segunda conclusión: necesitamos métodos fiables de predicción de propiedades para sintetizar aquellas moléculas con propiedades interesantes. Hoy día para hacer esas predicciones usamos dos méto- dos. Uno empírico que a su vez puede estar formalizado matemáticamente, las relaciones extratermodinámicas, o no. En ese último caso, usamos pantogramas mentales «A es a B como C es a D». El otro es el uso de la mecánica cuántica que denominamos química teórica. Para avanzar en el proceso de mejorar nuestras predicciones empíricas usamos el crecimiento pasivo, no dirigido, de la síntesis y evaluación de nuevas moléculas (ahora alrededor de 200 millones) y la mejora en la instrumentación que nos da información cada vez más detallada y precisa. El avance de las predicciones ab initio depende del hardware (¿ordenadores cuánticos?) y del software. En software los métodos del funcional de la densidad fueron un salto cualitativo no esperado; ahora no se vislumbra un segundo salto. Pero si los hubo, los habrá, respetando el principio de mediocridad que tanto le gustaba a Wagensberg. Santiago Ramón y Cajal En España un científico no puede hablar en público sin citar a Cajal. No era muy feminista, pero sería un error juzgarle como si fuese nuestro contemporáneo (nació en 1852). Como muchos hombres de su tiempo, era progresista en ciencia y moderadamente conservador en política. Carta al director de El Sol (19 de junio de 1921, tenía Cajal 69 años): | ||
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Conclusión Cada uno de nosotros, cual sea su lugar y sus méritos, desea que algo de él quede, que su recuerdo perdure algún tiempo. Hay nombres que perduran siglos, otros años, algunos apenas unos meses. Unos serán estudiados en todas las universidades del mundo, otros, en alguna de su país. Sea cual sea nuestro destino, bienvenido sea. Siempre será más de lo que nos merecemos. | ||
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Madrid, 31 enero de 2019 | ||