También se ha detectado que las medidas de protección frente al virus, personales, como el lavado de manos, o sociales, como mantener distancia física entre las personas, no reducen el malestar emocional, como tampoco lo hace el tiempo que se dedica a buscar información sobre la COVID-19. Y que la pandemia sea el tema estrella y ocupe gran parte del día a día influye ligera y negativamente en el bienestar emocional.
“Sin embargo”, apunta Miguel Ángel Vallejo, “no todas las personas presentan problemas que requieren atención profesional. Varios cuestionarios utilizados en el estudio indican que las personas menos afectadas son aquellas que buscan y toman medidas para resolver los problemas, reconociendo el malestar, pero sin dejar que el malestar les paralice, actuando como factores de protección. Por el contrario, los resultados señalan que las personas que se culpabilizan a sí mismas, le dan vueltas y revueltas a los pensamientos, niegan u ocultan el malestar, u optan por el aislamiento social, potencian el problema y obtienen puntuaciones más elevadas en ansiedad, depresión y trastornos en el sueño, actuando como factores de riesgo”.
El catedrático de la UNED recuerda que el modo de enfrentar los problemas en general, y a la COVID-19 en particular, es característico de cada persona, y no depende tanto del problema en sí sino de nuestra historia y de nuestro entorno, nuestro contexto personal y social. “Es posible mejorar la forma en que afrontamos esta situación. Los factores de riesgo pueden modificarse y potenciar los de protección. Esto no eliminará las emociones negativas, pero sí reducirá su efecto y evitará que se hagan dueñas de nosotros, con la consiguiente incapacitación para resolver los problemas que importan: los proyectos personales, laborales, familiares, etc. La intervención psicológica es la indicada para procurar esta tarea, y actuar tempranamente es esencial”.