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'Yo soy rebelde…' Un seminario de la UNED da pistas para desmontar el discurso del odioLibertad, rebeldía, enemigo o traición son conceptos que se resignifican en los discursos para desatar los mecanismos del odio que están detrás del auge de la extrema derecha. Este viernes el profesor Alberto Izquierdo, profesor de la Facultad de Educación de la UNED, dirige un Seminario INTER, organizado por la UNED y el CSIC para hacer visibles los desencadenantes del odio en un contexto de crisis como el que vivimos, bajo el título Discursos de odio y auge de la extrema derecha: reflexiones desde un enfoque intercultural en educación. Se podrá seguir en directo mañana a partir de las 12h a través de este enlace. | ||
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En el Seminario el profesor Izquierdo irá lanzando algunas ideas para aprender a leer esta compleja situación, partiendo de un enfoque intercultural en educación que aporte matices y sitúe el foco en lo relacional. “El diálogo con las personas que asistan será fundamental para reflexionar conjuntamente, ya que traemos más preguntas que respuestas”, reconoce. El discurso del odio encuentra un terreno fertil en las circunstancias extremas que hemos vivido: una pandemia, una pos-pandemia, una crisis económica. “Podríamos decir que, precisamente, el malestar social generalizado supone un caldo de cultivo favorable para la estrategia comunicativa de los movimientos anti-derechos (algunos partidos políticos; fundaciones, centros de estudios y otros grupos de presión ultraconservadores; movimientos y colectivos supremacistas de acción callejera; medios de comunicación y plataformas virtuales afines a la agenda de la extrema derecha…). El miedo, la desesperanza, la rabia, o el desamparo son manipulados a través de la puesta en marcha de un populismo xenófobo que culpa de los principales problemas a una otredad supuestamente amenazante, que suele coincidir con personas y grupos vulnerabilizados y minorizados (en cuanto a poder, no necesariamente en términos numéricos), frente a los que se construye un nosotros profundamente excluyente, generando o reforzando así identidades asesinas o predatorias, como dirían Amin Maalouf y Arjun Appadurai.”, aporta el profesor. Dicho proceso ha sido descrito estupendamente en nuestro contexto en el Informe Foessa 2019, particularmente en su capítulo V. Al rédito emocional de este tipo de malestares, se suma la defensa interesada de unos privilegios basados en estructuras tradicionales de desigualdad. “Hay quienes sienten que esos privilegios deben ser conservados frente a todos aquellos que desean atentar contra él”, como explicaba el filósofo francés Jacques Rancière en un artículo escrito tras el asalto al Capitolio estadounidense. La situación vivida en la pandemia ha favorecido la exaltación del odio por parte de los moviminetos de extrema derecha, señalando supuestos culpables, liberando bulos y teorías de la conspiración que poco favor hacen a la convivencia, como han señalado la ONU y Amnistía Internacional, entre otros, sugiriendo que el discurso de odio ha sido y es la verdadera “cepa virulenta”. | ||
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Izquierdo, como estudioso del discurso del odio habla de “un ruido blaco”, un murmullo de fondo que favorece los discursos excluyentes, un ruido de bajo perfil que sirve de escenario a las palabras más estruendosas. “Tengo una pasión personal por buscar metáforas, pensarlas y observar como podemos pensarnos a través de ellas. Hace unos años leí la novela “White Noise” de Don DeLillo, que fue traducida al castellano como “Ruido de fondo”. Y últimamente tengo la sensación de que vivimos unos tiempos estruendosos que combinan un ruido blanco constante con discursos bulliciosos de alto nivel. En este contexto, el “ruido blanco” podría resignificarse entonces como ese esfuerzo del supremacismo blanco por dificultar el diálogo, mediante la emisión constante de barullo, confusión, violencia discursiva”. Buscando en Twitter se pueden encontrar muchos ejemplos. Este ejercicio lo ha hecho el profesor Izquierdo siguiendo las tendencias temáticas vinculadas a la grave crisis humanitaria que ha tenido -y tiene lugar- en la frontera del Estado español y la UE con Marruecos. “El odio emitido contra las personas migrantes -entre las que se encontraban niños- ha dificultado la reflexión colectiva sobre la cuestionable gestión fronteriza de esta Europa-Fortaleza. A la vez, dicho discurso consigue desplazar “la ventana de Overton” (el rango de políticas aceptables de acuerdo al clima de la opinión pública, que un político puede recomendar sin ser considerado demasiado extremista para mantener su cargo), y que cualquier discurso menos virulento, aunque sea igual de excluyente, pueda parecer aceptable, e incluso satisfactorio para dar por zanjada la situación. Educar sí pero no de cualquier manera La Educación y la Cultura podrían ser armas eficaces para desactivar el discurso del odio. El profesor advierte que así es siempre que se extienda la definición de Educación más allá del sistema educativo. “Preguntar cómo educar es preguntarnos cómo queremos vivir”, como afirma la filósofa Marina Garcés en su libro Escuela de aprendices, y esto no puede pesar solamente sobre los hombros de quienes se dedican profesionalmente a educar”, explica Izquierdo, que recuerda que cada oportunidad para aportar matices y recuperar el diálogo es una responsabilidad compartida de todas aquellas personas que quieren limitar el efecto del discurso de odio y co-elaborar narrativas que favorezcan la convivencia. Alberto Izquierdo señala que “no será útil cualquier educación ni cualquier producción cultural”. “Quizás es una manera un tanto brusca de decirlo pero se puede leer mucho y ser muy fascista. Sobre todo cuando el proceso educativo sigue reproduciendo lógicas neoliberales y neocoloniales…, porque la pedagogía no es neutra. Y si lo creemos, solo nos quedará llevarnos las manos a la cabeza cuando observemos que unas generaciones aparentemente bien formadas llevan a cabo acciones atroces. Siguiendo a Theodor Adorno en su conferencia en Radio Hesse en abril de 1966: “La exigencia de que Auschwitz (y todos los genocidios anteriores, simultáneos y posteriores, dentro y fuera de las fronteras europeas, podríamos añadir) no se repita es la primera de todas en la educación. Hasta tal punto precede a cualquier otra que no creo deber ni poder fundamentarla…”. Parece paradójico que los movimientos de ultraderecha puedan resultar atractivos para jóvenes que han crecido en plena democracia. Alberto Izquierdo reflexiona y parafrasea el título del último libro de Pablo Stefanoni para preguntarse: ¿La rebeldía se volvió de (extrema)derecha? “Me temo que es una cuestión que no solo podemos atribuir a las generaciones más jóvenes. Creo que forma parte de esa resignificación de significados que mencionábamos antes, como ocurre en el caso del concepto “Libertad”, que poco tiene que ver ya con “Igualdad” y “Fraternidad”. Para el profesor, juega un papel no desdeñable que la extrema derecha se presente como “una supuesta alternativa al status quo (y digo supuesta porque sus dirigentes forman parte de la estructura de poder tradicional), autonombrándose víctimas incomprendidas del sistema y de los medios de comunicación y, a la vez, salvadores que establecerán el “orden” y la “justicia”. Es un mensaje que cala, o al menos tiene un alto potencial para ser comprado, más aun en este escenario bullicioso que vivimos. Esta rebeldía asumida por las y los jóvenes (aunque no solo, como apuntábamos) es una sensación compartida por el profesorado y otras figuras educativas junto a las que hemos conversado en diversos grupos de discusión durante el proyecto en marcha Adolescentes frente al discurso de odio: una investigación para identificar escenarios, agentes y estrategias para afrontarlos . Todo lo que huela a transgresión siempre ha resultado atractivo para la juventud. “Asumir y reproducir ese tipo de discursos como provocación y ruptura con lo políticamente correcto es una forma de transgresión que se alienta desde ciertos sectores de la política institucional y desde algunos medios de comunicación. Nuestra tarea como educadores y educadoras -o eso creemos- puede pasar por aprovechar estas “rupturas” como oportunidades pedagógicas desde las que seguir tejiendo un diálogo, además de indagar junto a los más jóvenes en la “aventura” verdaderamente transgresora: seguir extendiendo y profundizando las democracias, imaginando formas más equitativas de ser y estar, porque -como demuestra Layla Martínez en su libro homónimo, Utopía no es una isla. | ||
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