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IMAGEN Y SONIDO COMO FUENTES PARA LA HISTORIA MODERNA

Curso 2017/2018 / Cod.27701194

IMAGEN Y SONIDO COMO FUENTES PARA LA HISTORIA MODERNA

CONTEXTUALIZACIÓN

Recientemente, posiblemente como una consecuencia de la difusión de los medios de comunicación de masas, se ha venido enfatizando el papel de la imagen como instrumento de descripción y análisis de la realidad. Aunque consideramos falso el tópico de que “una imagen vale más que mil palabras” (a veces una palabra vale más que todas las imágenes), sí que podemos convenir en la necesidad de conceder su lugar al uso de la imagen como documento para la comprensión de las realidades históricas, del mismo modo que podemos otorgar un papel similar a la pieza musical.

En este sentido, la imagen de los siglos de la Edad Moderna ha podido ser difundida de modo masivo mediante el grabado y la estampa (por lo que se puede hablar de una democratización del consumo iconográfico), pero adopta asimismo la forma de la creación singular, que puede obedecer a una necesidad social generalizada, como ocurre con las tallas devocionales, los retablos de las almas del purgatorio o los exvotos agradeciendo las intercesiones celestiales. Sin embargo, estas creaciones singulares vienen representadas sobre todo por las grandes obras de la pintura y la escultura, cuyo estudio ahora implica cuestiones tales como el ejercicio del mecenazgo, la aparición del coleccionismo, el diseño de programas iconográficos, la caracterización de las clientelas y el mercado artístico y la utilización del arte por parte de los poderes políticos y religiosos con fines de propaganda y adoctrinamiento.

Las posibilidades de utilización del material visual para determinados objetos historiográficos habían sido puestas de manifiesto por algunas obras pioneras, como la de Emilio Sereni (Storia del paesaggio agrario italiano, 1960), que analizaba las transformacioines del campo italiano a través de las obras pictóricas, o como la de Michel y Gaby Vovelle (Vision de la mort et de l’au-delà en Provence de’après les autles des âmes du Purgatoire, XVe-XXe siècles, 1970), que buscaba recrear las imágenes colectivas del más allá a partir de los retablos de las almas del Purgatorio. El ejemplo ha cundido, y hoy  Francis Haskell ha podido teorizar sobre los diversos campos abiertos al historiador a través del estudio de las obras de arte (History and its Images: Art and the Interpretation of the Past, 1993).

Recientemente, algunos historiadores se han venido ocupando de otra utilización del arte, del recurso a la creación cultural con fines de propaganda y de exaltación del poder. Una obra fundamental en este terreno es el estudio de Bob Screibner sobre la función desempeñada por los grabados (de Durero y de Cranach, pero también de muchos artistas menores) en la difusión de la Reforma en Alemania (For the Sake of Simple Folk. Popular Propaganda for the German Reformation, 1981). En el ámbito político, la obra que ha servido de modelo para sustentar esta nueva corriente ha sido la dedicada por Peter Burke (The Fabrication of Louis XIV, 1992) a la “fabricación” del Rey Sol, un programa que incluía la utilización de textos (históricos, políticos o literarios), de imágenes (esculturas, pinturas, grabados), de escenarios (teniendo como paradigma el palacio de Versalles, igual que Felipe II se había servido de la majestad del Escorial), del mecenazgo (de las letras, las artes, las ciencias) y hasta de los meros gestos compuestos ante el público o la propia oralidad, un método de difusión muy  eficaz en una época de altas cotas de analfabetismo. En definitiva, se trata de una utilización de la imagen (y del teatro, el ballet o  la música) como una prolongación de la historia de la cultura, en el límite de la historia política, es decir tal vez un ensayo de historia de la cultura política.

La imagen (y la pieza musical) también puede utilizarse con provecho en la historia de la fiesta, tanto sacra como profana, y de sus metamorfosis, como han podido demostrar Michel Vovelle (Les métamorphoses de la fête en Provence de 1750 à 1820, 1976) o Mona Ozouf (La fête révolutionnaire, 1789-1799, 1976).

Lo mismo puede decirse de otro campo de expansión, el del estudio de la cultura material, la vida cotidianan y la vida privada. Basta señalar sus posibilidades en el estudio de la casa y el mobiliario, el vestido y la moda, el transporte por tierra y por mar, la organización de las habitaciones privadas (con los petits appartements tan característicos del siglo XVIII), la intimidad amorosa (ceñida a la alcoba), el papel de la compostura física y de la cosmética, los espacios para los espectáculos públicos o los ámbitos de sociabilidad (las tabernas, los clubs o los cafés).

En la historia de las mentalidades, la imagen se ha utilizado profusamente. Tómense como ejemplos el estudio de la percepción del más allá a través del análisis de los retablos consagrados a las almas del purgatorio o a través de las representaciones de cielos e infiernos y de ángeles y demonios, el estudio de la sensibilidad ante la muerte a partir de los cementerios y de los monumentos funerarios, el estudio de la percepción de la belleza, el del interés por la deformidad y los monstruos (con la presencia de bufones, enanos y otros “hombres de placer” en las cortes europeas), el de la sensibilidad ante la suciedad y la limpieza o ante el espectáculo de la naturaleza.