Pioneras y luchadoras
Cuando Concepción Blasco Bosqued, prehistoriadora de la UAM, hoy emérita adscrita a un proyecto de investigación, acabó la carrera, hace más de 50 años, la estructura de la universidad era bien diferente. Los departamentos giraban en torno a un catedrático todopoderoso y sus ayudantes cobraban unas 1.500 pesetas, unos 9 euros actuales. Así que ella, como tantos colegas, se dedicó a la enseñanza media, donde llegaba a las 15.000 pesetas al mes, “un sueldo digno comparado con el de la Facultad”. Cada día, al salir del instituto, se iba a la universidad “para hacer de todo en torno al gran jefe; preparábamos congresos, asistíamos a la biblioteca, etc. Ni había becas, ni puestos con un contrato. Y cuando salía una plaza, la ganaba alguno de nuestros colegas varones”.
En 1972 salió un puesto de ayudante para dar clase a la primera promoción de prehistoriadores de la UAM. Las chicas se presentaron en masa… y constataron el primer episodio abierto y descarado episodio de discriminación: el profesor de la asignatura de “Espíritu Nacional” suspendió a todas las mujeres, “suponíamos un 70 por ciento de mujeres, pero sólo los varones aprobaron, se ve que todas éramos tontas”, ironiza. Los escollos administrativos llegaron a la vez que su primer contrato en la universidad, “para cobrar necesitábamos dar una cuenta corriente donde ingresar la nómina. Yo estaba casada, así que necesitaba la autorización de mi marido”.
Llega el momento de la oposición para acceder a una plaza fija y Concepción está embarazada, con un parto previsto en fechas aproximadas a los exámenes. Y como en las peores condiciones de la Ley de Murphy, el examen y su bebé llegaron a la vez. “Pero tuve la grandísima suerte de que el ginecólogo que me atendía también estaba preparando su oposición y me apoyó en todo. Mis amigos, e incluso compañeros que ni me conocían, se volcaron preparándome la documentación, los temas. Me sentí arropadísima”. No así por el tribunal que la examinó, compuesto por siete miembros, todos varones, cuyo presidente la animó amablemente a ir a amamantar o dar los cuidados precisos a su bebé, “a lo que le contesté que no tenía ninguna otra cosa que atender en aquel momento más que mi examen”.